jueves, julio 31, 2014

La trabajadora, Elvira Navarro

Literatura Random House, Barcelona, 2014. 155 pp. 16,90 €

Ariadna G. García

Estamos cambiando de periodo histórico, económico y social. Occidente ha entrado en una nueva etapa. Europa vive una crisis sin parangón desde los años 30. El desempleo, el auge de los nacionalismos y precariedad actuales parecen invocados como demonios que no fueron bien exorcizados. Los escritores –algunos, al menos–, tienen puesto su punto de mira en las transformaciones que esta crisis está generando. De ahí, que regresen con fuerza la narrativa realista y la distópica, hermanadas por su espíritu crítico. La sociedad presente como materia novelable es el título del ensayo con que Galdós entró en la Real Academia de la Lengua. Hablaba, entonces, del nacimiento de la clase media («…que no tiene aún existencia positiva, es tan sólo informe aglomeración de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto, digámoslo así, de la descomposición de ambas familias: de la plebeya, que sube; de la aristocrática, que baja») y de la necesidad de que la literatura estudiase esta nueva forma de vida. El artículo data de 1897. Pues bien, hoy en día la sociedad realiza el camino a la inversa: asiste a la destrucción de la clase media y del sistema que la sostiene: el estado de derecho. De modo que los escritores, otra vez, deben (debemos) trasladar estos cambios a nuestras obras. Esta labor de testimonio, no exento de denuncia, la encontramos –entre otros– en: Rafael Chirbes (En la orilla), Fernando J. López (La inmortalidad del cangrejo) y Elvira Navarro.
La trabajadora se articula entorno a un relato literario insertado dentro de la novela que escribe, para superar sus traumas, la joven Elisa: escritora frustrada y correctora de estilo de un importante grupo editorial. Este juego, que dará lugar a reflexiones meta-literarias, es de los menos relevante del libro. De hecho, ese relato de ficción que escribe Elisa basándose en las experiencias de su compañera de piso (Susana), resulta demasiado rebuscado y artificial –fundamentalmente se centra en los peculiares encuentros eróticos de una mujer heterosexual con hombres y con mujeres (¿?), para acabar manteniendo una relación más o menos estable con un enano homosexual (¿?)–. Sin embargo, la segunda parte del libro realiza una acertada y lúcida cartografía del mapa moral, laboral y mental de los madrileños –y por extensión, de los españoles– de este siglo en que estamos.
Con una prosa pulcra, bella y cuidada, Elvira Navarro nos introduce en la mente de un personaje desgarrado por las circunstancias adversas y nos invita a recorrer el extrarradio de una capital que se va empobreciendo. Los escenarios físicos son proyección de los psicológicos y ambos nos retratan a una sociedad necesitada, enferma, desasistida y sin recursos para sobrevivir. No obstante, la delincuencia y los antidepresivos se alían, respectivamente, con las gentes desfavorecidas y con la propia Elisa. Siempre se abren hendiduras y pasadizos en las cámaras cerradas.
Elisa trabaja para el Grupo Editorial Término, a punto de entrar en un concurso de acreedores. Como diría Tomás de Iriarte, cobra: «o tarde o mal o nunca». Su precariedad le obliga a trasladarse a un humilde apartamento de Aluche. Las dificultades económicas la conducen a una depresión de la que se despeja caminando por los ensanches de la ciudad: San Ignacio de Loyola, Usera, Plaza Elíptica… En sus barojianos itinerarios descubre una nueva urbe, una ciudad okupada, que se extiende por la cárcel de Carabanchel y por los desangelados pisos de protección oficial.
Si Elisa es una licenciada sobrecualificada, con problemas personales y de subsistencia en un mercado laboral despiadado, Susana (su compañera de apartamento) presenta un cuadro clínico y profesional análogo. Es su espejo en diez años. De ahí que se obsesione con ella. ¿O es al revés? La escritura del texto en primera persona, por parte de Elisa, confiere muy poca credibilidad a cuanta información transmite la narradora, que, recordemos, escribe bajo el influjo de estupefacientes (aquellos recetados por su experto psiquiatra).
La trabajadora es una arriesgada novela de introspección que refleja las inseguridades y la falta de certezas de una clase media vapuleada por la crisis; encarnada en una joven sin ataduras familiares; en una licenciada-precaria como las hay miles. Una obra de mérito que conviene leer para reforzar la empatía y la solidaridad, ahora que aún hay tiempo de modificar las cosas.

miércoles, julio 30, 2014

El gato que venía del cielo, Takashi Hiraide

Trad. Yoko Ogihara y Fernando Cordobés. Alfaguara, Madrid, 2014. 160 pp. 16,50 €

Santiago Pajares

Lo más probable es que el nombre de Takashi Hiraide no os diga nada. Aun con el auge de la nueva literatura nipona no podemos clasificarlo más que como un desconocido o, estirando el término, un autor emergente (a sus 64 años). Tras trabajar durante nueve años en una editorial de Tokio, Takashi Hiraide lo dejó todo atrás para dedicarse por entero a la literatura. Y no le salió mal la jugada, ya que su primera novela El gato que venía del cielo ha sido traducida a multitud de idiomas y se ha extendido por todo el mundo, ganándose grandes críticas como la que le dedicó el Nobel de literatura japonés Kenzaburo Oé: «Desde lo más profundo de la poesía, Hiraide crea una nueva prosa.»
Lo más usual es escribir un libro con una premisa fuerte sobre la que poder contar los temas que interesan al autor, para que cuando la gente pregunte de qué va el libro, puedas decir: Va de esto. ¿Pero y si se hace al revés? ¿Y si se arma un libro alrededor de una premisa pequeña y débil, algo tan frágil que parece que podría romperse en cualquier momento? Indudablemente leeríamos esa historia con cuidado de que no se fuera quebrar en nuestros dedos. La historia de El gato que venía del cielo gira alrededor de un pequeño gato propiedad de unos vecinos, un gato llamado Chibi (que se podría traducir como pequeño). Los protagonistas de esta historia son una pareja que se ha mudado a una pequeña casa de invitados en el jardín de una gran casona. Una casa humilde, pequeña y práctica, pero emplazada en un hermosos jardín y donde encuentran la tranquilidad necesaria para poder trabajar desde casa. Este jardín está rodeado de vecinos, y uno de ellos tiene un gato, un gato pequeño que recorre el espacio entre ambas casas y poco a poco, comienza a introducirse en su vida diaria. Un gato, como ellos mismos dicen, que ha decidido adoptarlos a ellos como dueños. Esa pareja, sin mascotas, sin hijos, con nada más que el trabajo para llenar sus horas encuentra en ese pequeño animal alguien para centrar sus atenciones y de donde sacar pequeñas reflexiones psicológicas, que parecen brotar como las pequeñas flores del jardín en el que viven.
Pero no creamos que este es un libro sobre un gato únicamente, sino que sirve como excusa para hablar de un momento singular en la historia de Japón. A finales de los ochenta, tras la muerte del emperador, se produjo una inusitada crecida en los precios de la vivienda, lo que provocó que casi una generación entera de japoneses tuvieran que hipotecarse de por vida para comprar un hogar (¿Nos suena, verdad?). En ese momento económico nuestros protagonistas querrían comprar la pequeña casa donde viven alquilados para así preservar su felicidad, como si esta se pudiera envasar al vacío para que no caducase, pero se ven obligados, tras la muerte de uno de los dueños, a buscar otro hogar. Entonces se presenta un dilema: ¿Qué hacer con Chibi, el pequeño gato que les ha adoptado como dueños y que tantas alegrías les ha dado? ¿Serán capaces de alejarse de él? ¿Tan esencial se ha vuelto en sus vidas?
El gato que venía del cielo no es una novela para amantes del thriller, ni de las novelas históricas llenas de personajes. Solo disfrutarán de este libro los amantes de las cosas pequeñas, los observadores de pequeños detalles, aquellos que pueden buscar sin sonrojo la flor más pequeña del jardín. Este es un libro pequeño, como el pequeño gato Chibi, pero al mismo tiempo, fundamental en la vida de algunos lectores.

martes, julio 29, 2014

Las señoras de Paraná, Manuel Villar Raso

Autores Premiados, Sevilla, 2014. 325 pp. 16,99 €

Pedro M. Domene

Manuel Villar Raso (Ólvega, Soria, 1936) tiene el suficiente bagaje literario como para no defraudarnos con cada obra suya, o quizá mejor, no resulta nada extraño encontrarnos con una magnifica entrega cada vez que publica nueva novela, y en esta ocasión ocurre con, Las señoras de Paraná (2014), una historia de lo más sugerente, escrita con esa pasión que caracteriza el pulso narrativo de Villar Raso, con una prosa cuyo léxico, ejecutado con frases breves y contundentes, ofrece en igual proporción un ritmo ágil que nos lleva de una página a otra, de una pequeña aventura a la siguiente, y todo adornado con hermosas imágenes y un aire de fascinación que transforma la historia en una mágica visión de cuanto acontece; solo posible por la detallada descripción del mundo vegetal y animal de aquellas tierras pobladas de pájaros exóticos y de árboles milenarios. Se describe, concretamente, el Brasil de la Ilha do Mel, aunque se concretan, otras historias, en las inmediaciones del Iguazú, o en los parajes que cubren Curitiva y Paranaguá, al tiempo que el narrador traza, con su saga femenina, una mezcla de tragedia y de ensueño, donde el odio y el amor más desaforados atormentan la existencia de sus principales protagonistas. Y es esa soledad que queda tras el furor erótico, la que consume la vida de las mujeres, y el más absoluto de los olvidos afecta a esos hombres que amaron sin ser correspondidos al tiempo que, el autor, hurga en lo más ignoto de la condición humana para trazarnos un mapa dibujado de varias generaciones de sobresalientes personajes femeninos.
Las señoras de Paraná es una novela envolvente con un halo de realismo mágico que muestra una obra donde lo exótico se antoja diferente de lo ensayado anteriormente por Villar Raso, eso sí dueño de un mundo tan ancho como ajeno en el mejor sentido del indigenista Alegría por la exhuberancia de una naturaleza épica, repleta de estímulos sensoriales que despiertan todos los resortes de la emoción con que pueda quedar herido cualquier lector, y para sugestionarnos e implicarnos en una saga familiar donde las mujeres ofrecen lo mejor de su existencia: la pasión. Y lo más curioso de la novela es la cadena que empieza, primero Gabriela que le había dado catorce hijos a su Ignacio Coimbra y nunca le amó, y después sigue en Eliana que nunca llegó a perdonarle a Césare su desenfreno sexual con las jovencitas de Curitiva y las campesinas de San Geminiano, y tampoco llegó a amarlo, aunque tuvo con él dos hijos, y lo mismo ocurriría con Marcela que jamás quiso a (mi) papá —habla la narradora—, Vincenzo Agnelli, otro nuevo fracaso y de lo más sintomático para ella, casarse con un hombre a quien, evidentemente, no amaba y con el que tuvo tres hijas, y una es, Rossana, quien narrará la historia. Aunque, para que todo esto ocurriera, hubo un antes, los amores del aventurero portugués don Pedro de Oliveira con su esclava prodigiosa Sebastiana Vellozo, y la venganza que a esta le propinó quien fuera su verecunda legítima Ana dos Praceres. Y aun después, sobrevienen los fantásticos amores de la propia Rossana, la hija de Marcela, nieta de Eliana y biznieta de Gabriela con el micólogo holandés Jan Van Rijsted y el ornitólogo francés Édouard Baulieu, en Ilha do Mel, un paraíso de la vida primigenia. Es, en fin, la historia de unas mujeres desquiciadas a lo divino que, siempre, se casan con quienes no quieren y aman a quienes no deben, siguen las estrictas normas morales de aquel tiempo pero nunca las siguen y se convierten en las heroínas de otras tantas mágicas historias por contar en mitad de unos paraísos perdidos.
Los infortunios y las desgracias se suceden en esta cadena de historias que evocan, como hace cincuenta años, un ¿realismo mágico?, entrevisto, sin duda, tras leer, Las señoras de Paraná, por el tratamiento del lenguaje, la ambientación y, sobre todo, el tiempo dilatado, el real y el verbal empleado, conseguido por el tratamiento del léxico y lo sugerente de muchas de sus páginas; Villar Raso dilata el tiempo en los muchos acontecimientos que se concatenan acertadamente, o impone un trepidante ritmo para contar su historia que, en ocasiones, queda sumida en una atmósfera casi irreal, pero tan cercana por las similitudes que la hacen posible. Y, ese tempus, por increíble, no deja de resultar verosímil. Ese, y no otro, es el procedimiento del realismo mágico, del que el autor se sirve para situar al lector en una disyuntiva permanente: lo que parece es, cierto; pero lo que no es, se estima también por convicción propia.

lunes, julio 28, 2014

Fabiografía, Fabio McNamara / Mario Vaquerizo

Espasa, Madrid, 2014. 288 pp. 17,90 €

Miguel Baquero

Tuve la inmensa suerte de ver a Fabio McNamara en sus días de gloria, cuando yo era poco más que un quinceañero y la Movida madrileña se hallaba en pleno auge. Y doy fe de que era un personaje fascinante, magnético; a mí al menos me dejó impactado por su espontaneidad, su transgresión, su vitalidad, la naturalidad admirable con que se situaba por encima de nosotros, pobres mortales contingentes, mientras que él era una rock-star despendolada habitante de un mundo de glamour. Ese engreimiento que en el noventa por ciento de las personas resulta insufrible, en McNamara quedaba tan auténtico que uno no podía evitar mantener clavados sus ojos (aún adolescentes) en aquella figura.
Luego, como es sabido, todo se fue disolviendo, con la ayuda muchas veces de una gotas de limón: vinieron programas de televisión clausurados, revistas que publicaban su último número, locales cerrados por reforma, cines vacíos convertidos en bancos, incluso viejos vinilos arrinconados por el formato digital. Tres o cuatro, no más, se instalaron en la cumbre y los demás —al menos los que estaban a mi alrededor— comenzamos a meternos en problemas realmente serios: ya se pueden imaginar, problemas económico-laborales-familiares y hasta financieros. Todo cayó en la desidia o sencillamente el cansancio, como anticipo de esta puta crisis malhumorada de hoy.
De Fabio McNamara, uno, como he dicho, de los personajes de la Movida que más me impactó en su día —el otro fue Ana Curra— hacía tiempo que había perdido la pista, pues entre que él salió del primer plano y que yo estaba demasiado ocupado, siempre demasiado ocupado, para buscar a nadie… Las últimas noticias que tenía sobre él no eran, desde luego, muy agradables, sino bastante sórdidas… pero, en fin, nada más sabía a su respecto hasta que, de pronto, me sorprendió verle en el famoso programa de televisión «Alaska y Mario», y enterarme de que éste, Vaquerizo, estaba trabajando en una biografía suya…
Quiero pensar que soy un tipo sin prejuicios. Conque, pese a que la primera impresión que me ocasionó el tal Mario, esposo de Olvido/Alaska, fuera detestable —me pareció entonces un tipo que alardeaba de tontuna, que es la degradación de la frivolidad—, seguí sin embargo atento a él para ver si mi juicio cambiaba en segundas y terceras impresiones. Y lo cierto es que sí, que me acabó pareciendo un tipo cuando menos divertido, más bien muy divertido, y desde luego no tan tonto como daba a entender. Así que cuando vi que estaba preparando una biografía de McNamara el asunto me intereso por triple motivo: 1) por ser Fabio quien era; 2) porque Vaquerizo, tras el flash repentino, parecía ser alguien bastante inteligente; y 3) porque igual aquella era, al fin, la «gran novela» de la Movida, esa novela, o biografía, o lo que sea, que hable de aquellos tiempos con la enjundia que, yo creo, merecen.
Pues bien, ya acabó Vaquerizo la biografía, ya la publicó, ya salió a la venta… y ya la he leído. Ignoro qué críticas habrá recibido en estos días —imagino que las habrá habido muy buenas, por ser Vaquerizo y la editorial quien es y poder permitírselo; y muy malas, así mismo por ser quienes son—. Yo quiero seguir pensando que no tengo prejuicios y allá voy con lo que, sinceramente, el libro me ha parecido. Por encima de todo, curioso, ameno… no otra cosa podía esperarse de un personaje tan festivo y unos tiempos tan deslumbrantes. Dicho esto —que para muchos basta: que un libro te haga pasar un buen rato y te mantenga sumido en la lectura—, voy a tratar de afinar un poco más, como corresponde a una reseña, aunque sea gratuita. En primer lugar, no sé si la manera en que «está contado» el libro «procede» o no, qué diría el propio McNamara. El libro está ideado como un monólogo continuo de Fabio en que cuenta su vida desde la infancia.,,, y yo aquí puedo entender la postura de Vaquerizo: retirarse a un muy segundo plano y dejar toda la voz a Fabio; porque si en algo coinciden quienes le conocen y le conocieron es que el fuerte de Fabio era y es su espontaneidad, su genialidad súbita, el rapto inspirado. Entiendo, pues, que Vaquerizo haya mantenido el tono fresco y desinhibido de quien está contando algo entre amigos, con abundancia de expresiones tal que «yo como que estaba ya muy harta», «era todo el rato así, que la veías y decías qué divina» o «venga jijijí y jajajá». Con esta base, claro que el libro es muy ágil y fácil de leer, pero incluso así cualquiera intuye que respetar el habla llana de un individuo no significa transcribir, por ejemplo, sus titubeos cuando duda entre qué palabra emplear o si acaso tartamudea en alguna ocasión —que no es el caso, pero si se descuida…—. Que aunque pueda ser buena idea respetar la originalidad, hay no obstante que pulirlo un poco, no es mera cuestión de ejercer de grabador. Ni que, como a Vaquerizo, lleguen a colársele incluso errores gramaticales, algún «contra más» y cosas así.
Uno piensa también que Vaquerizo, quizás, se ha dejado llevar demasiado por el fluir de la memoria de Fabio, sin interrumpir su perorata, por más que fascinante, para hacerle alguna pregunta. Aclarar alguna duda que pudiera quedar por el camino. Por ejemplo: incidir en el tema artístico. McNamara se declara a menudo pintor a lo largo del libro, pero es el caso que nunca le vemos hablando (ni se le pregunta, que es a lo que voy) sobre sus gustos pictóricos, sobre su estética, sobre cuál es su objetivo al pintar, qué busca… Bueno, sí, una vez nombra a Basquiat, a Warhol dos o tres, pero porque le fascina el personaje, y a Costus porque vivió con ellos. Pero no se registra ninguna visita al museo del Prado, por ejemplo, aunque lo tenga bien cerca, o al Reina Sofía, ni ninguna opinión sobre pintores clásicos.
Así mismo, no se encontrará nunca al autor/protagonista leyendo un libro —salvo un curso por correspondencia que hizo sobre temas místicos—. Hay, eso es cierto, una vasta y envidiable, adelantada y moderna cultura musical, pero en general faltan —escandalosamente— siquiera algunas reflexiones —siquiera una reflexión— sobre su fundamento teórico a la hora de pintar. Porque toda propuesta estética debe partir de un pensamiento previo; incluso a lo intuitivo debe llegarse como conclusión, como rechazo reflexionado de lo caduco y búsqueda consciente de lo primigenio. Pero sin fundamento, cualquier expresión artística es superflua… y sería una lástima, porque las reproducciones de cuadros de McNamara que se ofrecen al final parecen de mérito.
Yo entiendo que tanto Vaquerizo como McNamara puedan estar dentro de la cultura pop, del posmodernismo o como quiera llamarse, en que se adora lo frívolo y lo intrascendental, y que seguramente no buscasen con este libro más que el lector pasase un buen rato, echara unas risas y descubriese algunos detalles de la Movida que desconocía. En este sentido: objetivo cumplido. Pero uno piensa, al cerrar el libro, que se ha perdido una ocasión única de presentar a un personaje como algo más, mucho más, que un tipo que combinaba ropa y complementos como nadie y al que todo le sentaba bien. Una oportunidad de pasar a un plano más importante, más humano y universal… En fin, que la Movida de esos días queda en espera de esa gran novela —quizás nunca se produzca—, de esas páginas que desbrocen el camino que ya señalaron gente como García-Alix con sus fotos y El Ángel con sus poemas.

viernes, julio 25, 2014

Infieles y adulterados, Juan José Millás

Nórdica, Madrid, 2014. 96 pp. 19,50 €

Pedro M. Domene

El maridaje entre relato e ilustración no es algo novedoso, significativo o un hecho que presuponga echar las campanas sal vuelo. Aunque si se trata de aunar fuerzas entre el narrador Juan José Millás (Valencia,1946) y algunos ilustradores, Pablo Auladell, Miguel Gallardo, Antonia Santolaya o Eva Vázquez por enumerar algunos de los dibujantes, un total de catorce, y subrayar que se trata de lo mejor del panorama ilustrador de hoy, el esfuerzo merece la pena, sin duda alguna. A Millás le van las distancia cortas, eso es indudable, buena prueba de ello sus innumerables columnas periodísticas o relatos cortos profusamente editados, de memorable aceptación entre el público lector. Surge así el mejor ejemplo de poligamia absoluta; aunque, claro, en este caso es literaria y plástica.
Infieles y adulterados. Cuentos de adulterio (2014) cuenta catorce breves historias, ilustradas con otros tantos dibujos, y un hilazón común: sexo e infidelidad, perversión y amor. Versiones distintas sobre las relaciones de pareja donde lo íntimo y el deseo son vistos desde una óptica de profunda ironía, aunque el alma humana asoma por los rincones de estas páginas donde los hombres sueñan, se dejan llevar por perversiones sexuales sádicas, o se sienten turbados por irrefrenables deseos prohibidos. Lo aceptable y lo más convencional luchan en estas historias porque los apetitos sexuales de sus protagonistas rozan esa zona imposible que supone el deseo y el atrevimiento, en ocasiones tan surrealistas como cotidianas y así Millás establece un catálogo de esposos y amantes, pícaros y mentirosos que desarrollan sus habilidades en distintos terrenos de la intimidad más humana. En realidad, como afirma el propio narrador, «No hay estadísticas fiables sobre el número de adulterios que se cometen en el mundo cada hora, cada minuto, cada segundo, pero son tantos que casi estamos a punto de afirmar que la base del matrimonio es el adulterio. Más aún: la base sobre la que se sostiene la realidad es el adulterio». Los adúlteros pueden actuar por la tarde y por la mañana, de noche o de madrugada, incluso desarrollan sus capacidades en días laborables y fines de semana.
Por títulos tan sugerentes como “El bígamo”, “Una hija como tú”, “Un hombre vicioso” o “Pasiones venéreas” se pasean hombres (casi todos los protagonistas, lo son) que engañan a sus esposas con las de otros hombres, en hoteles apartados de la actividad humana, “carnívoros” en sofás-cama de apartamentos con olor a cebolla, otros son infieles de pensamiento, de palabra o de obra, familiares que coinciden a la puerta de un prostíbulo o mujeres insatisfechas, la nómina de personajes es tan amplia como la perspectiva desde la que se puede observar y juzgar una infidelidad. El adulterio más humano, más real, el adulterio que puede manifestarse en un breve pensamiento o una mirada, en una acción exquisitamente planeada o en un descuido del subconsciente, queda representado, de una manera magistral, en este libro con las ilustraciones que dicen mucho con muy poco, imágenes que se entienden igual en España o en cualquier lugar del mundo. La infidelidad, por decirlo de alguna manera gráfica, rezuma una fragancia a moralina que, en ocasiones, “aturde” a sus protagonistas. Emilio Urberuaga, ilustra la historia “El paraíso era un autobús”, que cuenta en un espacio breve la magia de un enamoramiento efímero. «Todos nos hemos sentado en el autobús o en el tren y nos hemos enamorado durante cinco segundos de alguien». A lo largo de la historia literaria, el adulterio o la infidelidad no ha dejado de despertar el interés de los escritores por lo que añade de conflicto al relato y permite presentar situaciones personales de íntimo desgarramiento y, sobre todo, mostrar las convenciones sociales y morales, bastante más permisivas, con el hombre e intransigentes en el caso de la mujer.

jueves, julio 24, 2014

Tierno bárbaro, Bohumil Hrabal

Trad. Kepa Uharte. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2014. 128 pp. 17 €

José Miguel López-Astilleros

Desde que en 1988 apareciera la primera traducción al español de Trenes rigurosamente vigilados, se ha venido traduciendo y editando la obra de Hrabal, que además ha tenido desde entonces muy buena acogida entre los lectores. Tierno bárbaro es la primera vez que se publica en España, damos por ello la bienvenida a una obra que sin duda contribuirá a completar el conocimiento de este gran autor checo. Fue escrita en 1973, cuando el régimen soviético lo había apartado de la vida civil y vivía en su casa del bosque de Kersko, su publicación por tanto tendría que esperar, pues sus obras estuvieron prohibidas hasta los años sesenta, y vueltas a prohibir tras la Primavera de Praga (1968).
Todo el libro es un alegato a favor de la amistad que compartió con su amigo, el poeta y pintor Vladimir Boudnik, con quien tuvo muy estrecha relación, hasta que este se suicidó meses después de que los tanques soviéticos entraran en Praga. Así pues, el protagonista principal es Vladimir, acompañado frecuentemente por el mismo narrador, trasunto del mismo Hrabal, y el filósofo y también poeta underground Egon Bondy. De todos modos, en la personalidad recreada de Vladimir Boudmik atisbamos muchos rasgos de la del autor, de hecho hay un momento en que el narrador dice que ambos son como los dos epicentros de una misma elipsis. En cambio, Bondy, marxista crítico con el poder reinante, ofrecerá un punto de vista que oficiará de contrarréplica a distintos hechos y pensamientos de Vladimir. Aparecen otros muchos personajes como artistas, cineastas y sobre todo personajes humildes, muy queridos tanto por Boudnik como por Hrabal. La estructura narrativa consiste en ir dando cuenta de unas anécdotas o hechos vitales, que, convenientemente amalgamados, van dibujando el perfil artístico y humano tanto del protagonista como de su peculiar manera de estar en la vida. No hay un hilo argumental cronológico claro en esta obra, lo cual la dota, a nuestro parecer, de frescura y veracidad, hasta parecer casi una improvisación, a semejanza de algunos recuerdos, que suelen salir a borbotones emocionales, sin clasificaciones temporales entre ellos, aunque no por ello estemos ante un texto caótico de difícil lectura, ni mucho menos, como tampoco ante un biografía.
Si la melancolía, el humor, la tragedia y la sensualidad son rasgos de la literatura checa, este libro encarna todas esas características, que son tanto las del escritor como las de su carácter personal. Habría que añadir la ternura que aparece en el mismo título, una ternura que el protagonista esparce sobre cada objeto de su mirada, sea material, animal o humano, nada escapa a esa candidez, a ese deseo de regresar a los orígenes maternales, intrauterinos. Vladimir siempre encuentra el lado artístico en todo lo que hace, dice y piensa, se podría decir que convierte su propia vida en arte. El narrador dice sobre él «…en todo el mundo nadie te perdona que quieras vivir en paz y a costa de la ebriedad, y por tanto del universo…» (pág. 35), lo cual quiere decir que es un disidente vital, en abierta pugna contra la mediocridad y la grisura del ambiente. Frente a este vitalismo, encontramos el suicidio como tema recurrente, en Vladimir y en Hrabal, recordemos que este último también se suicidó, o se cayó desde la habitación del hospital donde estaba internado, según la interpretación oficial. Son varios los personajes que flirtean con el suicidio, hasta el punto de convertirlo incluso en algo grotesco, pero que acaba en tragedia.
Uno de las características más sobresalientes es la ironía y el humor, negro en muchas ocasiones, que llega a la carcajada desternillante y grotesca a menudo, como cuando un pintor de paredes se acerca a ellos en una taberna y les cuenta lo siguiente «Señores, soy un hombre casado, eso no es que sea nada interesante, pero señores, vivo con mi suegro en una habitación dividido por una cortina. Mire, que mi suegro se coma mi comida, no es nada interesante, pero señores, cuando por la noche tras la cortina hago el amor con mi propia mujer, veo en la cortina la silueta de mi suegro, masturbándose en mis narices con tanta habilidad que cuando me llega, a él también le llega, señores, ¿cuándo encontrarán así a un suegro en el mundo?» El humor y la ironía no sólo se decantan en un efecto paródico del tema que trata, sino que le sirve para profundizar incluso en el pensamiento filosófico.
Dice Milan Kundera que Hrabal es «La encarnación de la Praga mágica, una unión del humor terrenal y la imaginación», pero habría que añadir que en este caso todo eso está expresado con poderosas imágenes poéticas (los cuervos y las cornejas son «pequeños Diógenes negros»). Quien haya leído alguna obra de Bohumil Hrabal, no debe caer en el error de creer que ya lo conoce, porque como dice Monika Zgustova, su biógrafa, «Cada libro suyo es distinto a los demás», todo un alarde de imaginación y sensibilidad.

miércoles, julio 23, 2014

Alguien dice tu nombre, Luis García Montero

Alfaguara, Madrid, 2014. 252 pp. 18 €

Cristina Davó Rubí

Es difícil elogiar la obra de Luis García Montero (Granada, 1958) con palabras que no se hayan dicho ya. Sin embargo, este escritor incansable nos sorprende con cada una de sus obras, porque si bien en todas subyace su estilo y su poética –incluso en la narrativa–, son a la vez singulares todas ellas. Como así ocurre con su última novela, Alguien dice tu nombre, un relato a un tiempo realista y casi lírico que narra con naturalidad la historia de León Egea, estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Granada. Ciudad donde está ambientada la novela, omnipresente como si de un personaje más se tratara, en el verano de 1963 que pone a prueba al joven protagonista. La descripción que el autor hace de Granada es tan acertada que nos traslada sin remedio a sus espacios –el café Suizo, el cine Aliatar, la fuente de las Batallas, sus calles– en aquella época franquista de la sequía y la canícula, con cortes de agua y represión. No cabe duda de que León tiene mucho del propio García Montero, un joven que a sus diecinueve años precisamente vivía en Granada, estudiaba la misma carrera, aspiraba a ser escritor, y seguro compartía idéntico afán de rebeldía. Un joven que empieza a descubrir el amor, mientras despiertan sus ideales políticos. El contrapunto es Consuelo, una mujer que sobrepasa la treintena, soltera, experimentada, que representa el deseo de libertad y de dignidad, tan difíciles de conseguir por las mujeres en aquel momento. Ese verano como ayudante de vendedor de enciclopedias en una editorial cambiará para siempre la vida de León. Se podría hablar, pues, de una especie de viaje iniciático del protagonista, de la mano de la madura y atractiva secretaria, el avezado Ignacio, profesor de Literatura y el peculiar compañero Vicente, cuya vida no es tan insulsa como parecía. De hecho, se trata de un relato en el que no todo es lo que parece y el lector lo irá descubriendo al mismo tiempo que el propio protagonista, que cree saberlo todo, como todos los jóvenes, pero poco a poco va descubriendo la verdad y su percepción de cuanto le rodea cambia por completo. Por otra parte, la tensión narrativa hace que el interés sea creciente, que se lea con avidez, para llegar a un final sorprendente e inesperado.
Una novela, la tercera del poeta granadino, narrada en primera persona –León plasma en un diario sus experiencias a modo de ejercicio de escritura–, con una prosa alejada de todo artificio, serena, que juega mucho con la metaliteratura, pues su cuidado estilo, la importancia que se le da a la lengua –de verdadero ingenio hemos de calificar el método de vender enciclopedias a través del poder evocador de las palabras–, así como las referencias literarias son continuos. Desde el peculiar modo de Valle-Inclán de agrupar los adjetivos, hasta alusiones a grandes poetas como Lorca o Neruda, pasando por obras narrativas como Ana Karenina o Los hermanos Karamazov, Montero erige un verdadero monumento a la literatura, una de sus pasiones, sin soslayar temas difíciles como la hipocresía, la desigualdad, la pérdida de la inocencia, el compromiso, la crítica social. Alguien dice tu nombre, además de una oda al amor («Consuelo me ha enseñado a hacer el amor y a hablar en la cama. Me ha enseñado a decir la verdad…»), que ya se vislumbra en el título, es un homenaje a aquellos jóvenes que fueron capaces de dar un paso adelante y romper con la indiferencia para hacerse dueños de su propio destino («Que arda la prudencia de mi padre, la cobardía de los indiferentes…»). Porque como dice Ignacio, la política es una extensión más del compromiso con la literatura.
Autor de once poemarios, Luis García Montero se define como poeta, y es uno de los más importantes contemporáneos, tras más de treinta y cinco años dedicado a este género. No obstante, eso no menoscaba su narrativa, más bien al contrario la enriquece y la dota de una sensibilidad que emerge a flor de piel en Alguien dice tu nombre.

martes, julio 22, 2014

Cómo saber si tu gato planea matarte, The Oatmeal

Trad. Óscar Palmer. Astiberri, Bilbao, 2014. 132 pp. 15 €

Deni Olmedo

The Oatmeal (avena, en castellano) es el pseudónimo tras el que aparece Matthew Inman, quien escribe, dibuja, programa y diseña la página web www.theoatmeal.com, una divertidísima página llena de cómics, historias y concursos. Encontraréis viñetas dedicadas a zombis o al cuidado de los caballos, además de las dedicadas a los gatos. Y aquí entra la editorial bilbaina Astiberri, que con buen gusto y mucho mimo, ha recopilado las historietas protagonizadas por estos pequeños sinvergüenzas y las presenta juntas en el volumen Cómo saber si tu gato planea matarte.
Y es que, como bien advierte el título, «si tu gato te trae un pájaro muerto, no es un regalo: es una advertencia». Una amenaza de muerte. Y para un newcomer en el mundo gatuno como yo, es una guía que ayudará a interpretar las señales que nuestro querido Felis Silvestris Catus constantemente nos envía. Si mi gato (uno de los cuatro que pululan por mi vida) tiene a bien palparme (como si me amasara) «no es que me tenga afecto, sino que busca los puntos débiles de mis órganos internos» o cuando «tras haber usado su caja, tu gato arroja arena inútilmente por toda la habitación, está practicando cómo enterrar cadáveres».
Bromas aparte, Cómo saber si tu gato planea matarte es una divertidísima sucesión de anécdotas gatunas. Podrán encontrar una guía (hilarante) de cómo acariciar a un gato. Ideas para regalos. Cosas que adoran los gatos. Diferencias entre pasear a un perro y a un gato. La relación entre los felinos e Internet. Una comparativa entre tener un hijo y tener un gato, con mucha mala baba (y bastante razón). También vamos a disfrutar de las historietas de Los Bobcats. Son dos gatos —que responden al nombre de Bob— que tienen una peculiar manera de vivir el día a día en una oficina. The Oatmeal nos hace un recorrido de sus aventuras y sus relaciones con los compañeros (humanos) de oficina de lunes a sábado: «Verás, Bob. He recibido cierto número de quejas sobre tu costumbre de golpear a tus compañeros en la cara para después salir corriendo del cuarto», o «Eh, Bob, ¿has recibido este correo referente a la reunión de hoy? No, he estado ocupado lavándome la entrepierna durante las últimas tres horas, ¿qué dice?». 
El estilo del dibujo pasa del minimalismo en secciones como "Ideas para regalos" o "Cómo tu gato te ve a ti" al más elaborado de Los Bobcats. Pero siempre recordando el estilo de series de dibujos animados como Hora de Aventuras. Desenfadado. Fresco. Divertido.
Cómo saber si tu gato planea matarte es una más que recomendable lectura veraniega, que arrancará carcajadas tanto por la hilaridad de las situaciones que plantea, como por el día a día gatuno que más de uno y una reconocerá.


lunes, julio 21, 2014

Petroglifos, Luis Vea

Baile del Sol, Tenerife, 2014. 56 pp. 9 €

María Dolores García Pastor

Petroglifos es el título del nuevo poemario del escritor y poeta barcelonés Luis Vea. Veintidós poemas agrupados en cuatro apartados ("Volcán", "Latente", "Alma de batracio" y "Petroglifos") en los que se respira la esencia de las islas Canarias.
Poemas breves, con una exquisita concreción de trazo, de pincelada precisa. Un minimalismo formal forjado a través de la materia prima que nace en las islas canarias: lava, ceniza, piedras, agua, arena.
Este es un libro de paisajes internos que se miran en ese espejo que es la orografía de las islas. Una vez más este poeta nos viene a confirmar que una de sus grandes cualidades es su capacidad para unir el paisaje y las sensaciones convirtiéndolos en un todo. El paisaje, al principio del poemario más descriptivo, deviene esencial a medida que avanzamos en la lectura.
Petroglifos es también un libro de contraposiciones. El volcán es la calma pero también la furia. Las islas son la libertad pero también el confinamiento. La relación del poeta con el archipiélago canario, forjada a través de numerosas estancias en las islas, se hace presente en todo momento.
Vea conoce muy bien el lugar del que nos está hablando y eso se nota no solamente en lo que nos muestra sino en el lenguaje con el que lo hace. Así viajamos por un texto en el que abundan los jameos, médanos, fumarolas, perenquenes y el picón.
El paso del tiempo es un tema presente en toda la obra de este autor en especial en su poemario Hachazo de metrónomo (2011). Viendo la extensión de la obra el lector no puede por más que preguntarse cómo se puede decir tanto en tan poco.

viernes, julio 18, 2014

El mundo de afuera, Jorge Franco

Premio Alfaguara de Novela 2014. Alfaguara, Madrid, 2014. 312 pp. 18 €

Pedro Pujante

El último Premio Alfaguara de Novela lo ha ganado este escritor colombiano, Jorge Franco (Medellín, 1962), con una historia conmovedora, impactante, cuyo argumento giran en torno a un secuestro. En otras novelas ya indagó en asuntos concernientes al lado más sórdido del mundo colombiano, como la inmigración (Paraíso Travel, 2001) o la subcultura de los sicarios (Rosario Tijeras, 2000), ambas llevadas a la pantalla. La trama avanza y retrocede en el tiempo para dibujar la historia de Don Diego, un millonario colombiano. Cómo conoció a su esposa alemana Dita, veinte años atrás, y la decisión de construir un castillo de ensueño que coronase Medellín. Un castillo que servirá de metáfora sobre la que se edifica esta historia.
Su hija Isolda, como si de una Rapunzel moderna y triste se tratase, vive encerrada en su castillo, en su imaginario fantástico de criaturas mitológicas, música de los Beatles y paseos mágicos por los jardines que hay alrededor de su palacio. Pero el lector se engaña si cree que estos ingredientes, extraídos de los cuentos tradicionales, nos traen un cuento de hadas. Por el contrario, la historia de El mundo de afuera, como dijimos al comienzo, es la historia de un secuestro, una historia de violencia. Una banda de delincuentes ha planeado y llevado a cabo el secuestro de un millonario, con la intención de pedir un rescate que los saque de la miseria. Además, El Mono, jefe de la banda, es un ser atormentado, que naufraga en un mar de conflictos interiores, y obsesionado con Isolda, la hija del secuestrado.
En capítulos breves, con digresiones cronológicas que avanzan y retroceden en la biografía de los personajes de un lado –el mundo burgués del secuestrado- y del otro –la fauna de desposeídos que malviven en los barrios marginales de Medellín- Franco nos relata, alternativamente, la crónica del secuestro y de sus protagonistas. Protagonistas bien dibujados, con claroscuros y bien definidos que harán que padezcamos compasión, pena, dolor, entusiasmo, asco, horror y toda la gama de sentimientos que configuran el espectro del alma humana. Franco ha sabido radiografiar, a través de un secuestro, todo un conjunto de seres dispares que se afanan por vivir en un mundo duro, y que, a pesar de todo, están sumergidos en sus soledades y miserias, en sus contradicciones y sus anhelos.
El tronco narrativo se sitúa en los años 70 del siglo XX. Los personajes, como se ha dicho, son reales, de carne y hueso, y eso es uno de los platos fuertes de esta truculenta historia que como ha dicho Sergio Vila-Sanjuán «arranca como un cuento de hadas y acaba como una película de Tarantino». Cabría matizar al respecto que la novela, a pesar de estar decorada levemente con pinceladas de ese mundo fantástico de los hermanos Grimm (el castillo medieval, la hija-princesa encantada del millonario que ensueña un mundo fantástico como la Alicia de Carroll) no deja de ser una dura crónica de la realidad colombiana, de la delincuencia y de los estragos que la miseria llega a causar en las vidas de las personas. Porque, bien es cierto que la redondez de los personajes nos dificulta la tarea de posicionarnos, de establecer una barrera entre héroes y villanos desde un punto de vista emocional, que no ético, por supuesto.
La humanidad de los seres que habitan El mundo de afuera, ese extrarradio más allá de las fronteras del castillo que se erige como metáfora de un mundo idealizado y desprovisto de dolor, impregna la lectura de este relato crudo y duro, un relato que nos hará reflexionar y convencernos de que el mundo de afuera está ahí, aunque nos impongamos fronteras para protegernos. De hecho, la colisión de ambos mundos, el ostentoso que existe dentro del castillo y el precario que se extiende afuera, produce la fuerza que dinamita todo este antirrelato de hadas.
La prosa de Franco es directa, exhibe un sólido manejo del idioma, diálogos realistas y pocas concesiones a los devaneos estilísticos; que con los giros propios de los coloquialismos del habla colombiana conforman una lectura creíble, cercana y apropiada a la historia y por lo tanto equilibrada. Jorge Franco economiza y nos narra una historia de un modo preciso y con un ritmo correcto.

jueves, julio 17, 2014

Leyendo a Agustín, Miklós Szentkuthy

Trad. Adan Kovacsis. Ediciones del Subsuelo, Barcelona, 2014. 193 pp. 18 €

Ricardo Martínez

En su día, el título A propósito de Casanova (editado por Siruela) firmado por este autor fue una verdadera revolución literaria en el panorama de la narrativa. Una expresión ésta que pudiera resultar exagerada pero que, a tenor de la riqueza del vocabulario (exquisito como pocos por su elegancia y efectividad), de su capacidad analítica (siempre el hombre y su complejo interior, ya sea en su relación con Dios, o la mujer, o ese Otro que somos, también, nosotros); por su sentido del humor a la hora de plantear, incluso, las situaciones más críticas —propias de un perspicaz observador— constituían, en verdad, una novedad jubilosa, un bien inesperado para el lector.
Ahora, en este título que nos presenta el sello editorial Subsuelo —destaca, sobre todo, por su exigencia en la calidad literaria de los textos— el autor, haciendo uso de las mismas armas de inteligencia y sensibilidad (acaso, tal vez, más afinadas por razón de haber tomado como "interlocutor" reverenciado por su valentía y osadía intelectual a San Agustín) nos expone un conjunto perfectamente encadenado de reflexiones en torno a Dios y el pecado, al hombre y la muerte, al destino como identidad y los intereses personales como justificación... Constituye pues una invitación a pensar, con argumentos nuevos y audaces, la relación del hombre con su entorno real-material y, al tiempo, con su significado espiritual o trascendente: «Si Dios consideraba un episodio tan de pacotilla los instintos del hombre, su individualidad, la carne y el lirio, hasta el punto de que es preciso librarse de ellos continuamente, ¿por qué no creó exclusivamente ángeles y almas? La Creación es creación de la materia, no el principio espiritualista de una élite espiritual.»
Podríamos decir que estamos, a la par, delante de un libro de sociología y de religión, de política y de amor; de humanismo entendido como una de las bellas artes de la vida, ello adobado con la ironía de que, tantas veces, se sirve la inteligencia para manifestarse. Suscribo, desde luego, las palabras que Mária Tompa utiliza en el prólogo: «reflexiones de impresión existencialista»: para hablar de sus lecturas (donde las referencias a idiomas como el inglés, latín, francés o aleman son oportunas y atinadas), de su idea del amor, de los acontecimientos políticos…
Hay un pasaje que, particularmente, me parece tan expresivo como lúcido. Es más, transitado por un contenido poético que para sí quisiera algún habitante del Parnaso. Dice así: «No se puede moralizar la muerte. No se puede considerar un castigo. Recuerdo una rosa en mi jardín de Sussex así como un nardo, un arbusto de gooseberry, que nunca hicieron daño a nadie, que me perfumaron, dieron poesía a mis rezos, alimentaron a las abejas, proporcionaron sombra a los pulgones errantes, hicieron, en general, patente que quizá sí merezca la pena vivir, ¿y qué les pasó? Se marchitaron, murieron sucios, nunca más volverán a aparecer… ¿Eran quizá pecadores?»
A este autor yo le asemejaría más a una inteligencia "activa" como Musil que no tanto a la "estática" de Borges. Cuestiones de apreciación, desde luego. Ah, y no se dejen llevar por la alusión a Agustín en la portada: es solo un pretexto para acceder, a modo de una razón dialéctica, a un mundo deslumbrante de observación humana, de capacidad de vivir, de pensamiento libre. Tal es la definición, el paradigma de este autor húngaro fallecido no hace muchos años y cuya lectura siempre será recomendable como ejercicio de salud espiritual (y, por añadidura, de invitación a la sonrisa, que es una de las mejores formas de vivir).

miércoles, julio 16, 2014

Los extraños, Vicente Valero

Periférica, Cáceres, 2014. 176 pp. 16,75 €

Cristina Davó Rubí

Vicente Valero (Ibiza, 1963) debuta en la narrativa de ficción –etiqueta que quizá no sea del todo exacta– con Los extraños, pero no es nuevo en esto de la literatura, pues es autor de seis libros de poemas, el primero es de 1987, entre los que destacan Teoría solar (1992) o Días del bosque (2008), reconocido con el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe 2007; así como de algunos ensayos, Viajeros contemporáneos (2004), entre otros; de la correspondencia ibicenca de Walter Benjamin, Cartas de la época de Ibiza (2008); y editor de la obra de Juan Ramón Jiménez La estación total con las canciones de la nueva luz (1994). Por otra parte, resulta muy adecuado el nombre de la editorial Periférica para un libro como este, pues se trata de un conjunto de cuatro relatos, como poco curiosos, excéntricos, sobre esos parientes que se alejan de la familia en un determinado momento, por diferentes circunstancias, para erigirse como seres distantes aunque presentes, cuyas historias se convierten además en la crónica de una época.
“Breve historia del teniente Marí Juan”, cuyo protagonista es el abuelo materno, un ingeniero militar que acaba en el Sahara Oriental movido por sus ansias de aventura; “Reaparición y muerte de nuestro tío Alberto”, un as del ajedrez que regresa para morir; “Danzas y olvidos del artista Cervera”, sobre un tío abuelo homosexual y bailarín que cambió la sotana por los escenarios; y “La tumba del comandante Chico”, historia de un valiente del ejército republicano que acabó en el exilio, dan buena cuenta de los extraños de una familia, que no solo se distancian física y temporalmente sino además por su propia naturaleza. Así, no puede decirse de Los extraños que sea una novela, pero sí que los cuatro relatos comparten un mismo enfoque, un mismo hilo argumental, un mismo telón de fondo: la isla de Ibiza –alusivamente aparece a lo largo de las cuatro narraciones–, lo cual confiere al libro un fuerte sentido de unidad.
El narrador, hábilmente y con una prosa elegante, envolvente, de cadencia casi poética, rescata del baúl de sus recuerdos a estos extraños que de una u otra forma han marcado su existencia, como así lo hacen todos los miembros de una familia, directa o indirectamente. Un posible parecido físico, un rasgo de personalidad, una foto borrosa, una carta antigua, una anécdota infantil, dan pie a la reconstrucción (con historias contadas, viajes e investigaciones) de cuatro vidas a partir de la ausencia. Y como ocurre en todo proceso de escritura, la explicación última de uno mismo, en este caso de una forma magistral, sutil a la vez que valiente, en la pluma de Valero. Alejado de sentimentalismo alguno, Los extraños se torna en una manera de situar sus propios orígenes, su propia identidad.
Un relato, pues, sobre la memoria. Un relato basado en historias reales que, no obstante, destilan cierta esencia de ficción, pues no estamos ante un ensayo ni una biografía. Y eso lo consigue el autor ibicenco con el tamiz de la literatura, con sus estrategias de estilo y construcción narrativa. No es casual el orden de aparición de los datos, la inserción de aventuras y experiencias vitales de los protagonistas, la atmósfera creada, en general. Por si esto fuera poco, asimismo, van desfilando entre las líneas el amor, la pérdida, el dolor, como no podría ser de otra manera cuando de un tema existencial se trata. Pues no en vano estos extraños deben alejarse de su tierra y debatirse después con sus ganas de volver, o asimilar su deseo de no regresar jamás, dudas, vacilaciones, deseos conseguidos o frustrados, sensación de otredad…
Una demostración más de la versatilidad de Vicente Valero, de su talento creativo y de su habilidad literaria.

martes, julio 15, 2014

El alma de las cosas, Irene Gracia

Madrid, Siruela, 2014. 159 pp. 15,95 €

Pedro M. Domene

El mundo narrativo de Irene Gracia (Madrid, 1956) se mueve entre ángeles caídos e ídolos rotos, al tiempo que fusiona el concepto de mito y de realidad para profundizar en numerosos aspectos de la condición humana, y aunque algunas de sus obras temáticamente evoquen una literatura decimonónica, alejada de las tesis actuales, combina en sus planteamientos, de una manera magistral, la permanente vigencia de un fervor clásico y místico, caso de su anterior entrega, El beso del ángel (2011), un relato poético que se estiliza hasta llegar a una simbiosis arcaica, trasciende al clasicismo y se eleva mostrando un auténtico fervor piadoso para así explicar el concepto posesivo del mito del ángel del amor. Ahora publica, El alma de las cosas (2014), cuyo componente onírico y sobrenatural cubre la historia a contar y un aura omnipresente sobresale en sus páginas, un texto de cuidada factura y aun mejor expresión. El factor prodigioso, el mágico, el sobrehumano e inexplicable, incluso bastante quimérico conformaría el origen de esta singular novela.
Belisa, en otro tiempo una bella y mimada joven, una aristócrata arruinada con el paso de los años, está rematadamente prendada de las joyas que crea Platónides en su orfebrería “El Tiempo de la Plata”, por la belleza de las mismas, pero especialmente por los poderes que las delicadas creaciones trasmiten a su dueño una vez que este ha adquirido la joya. Pulseras que inspiran a su compradora para crear magníficas obras pictóricas, pendientes cantores que provocan que su dueña cante como los ángeles, broches que otorgan la capacidad de llevar a cabo maravillosas esculturas, toda una serie de maravillas, prodigiosas capacidades que trasmiten las joyas de Platónides que terminan por lanzar al estrellato a seis hermanas, artistas respetadas y valoradas gracias a los portentosos talentos que habían desarrollado portando las alhajas. Belisa, gran admiradora de estas seis mujeres, cae en el ansia por conseguir una de las poderosas joyas y así se lo hace saber a su padre que pronto descubre el secreto del orfebre y después de ofrecerle cuanto el anciano pueda pedirle se niega a cambiarle, lo único que este le exige: su reloj por la pieza elegida por la hija.
Belisa, verdadera protagonista, una vez descubre el misterio, casi al final de su vida, cuenta sus vivencias al poeta Adelbert, y debemos entender que ha deseado ser dueña de su destino, nunca podrá ser enjuiciada por el lector por sus ansias de poder y de belleza, al contrario, obsesionada por la magia de su diadema rechazará todos los bienes que su padre y sus pretendientes le ofrecen, y solo desea la joya por los dones y las vivencias que le transmite. Belisa admira cuanto han alcanzado las seis hermanas que poseen los talismanes transformadores de Platónides, y para ella las jóvenes se convierten en ese espejo que después de tantos años sea capaz de devolverle la imagen idealizada de su persona, e imagina a esa otra Belisa en la que se podría haberse transformado si poseyese la joya encantada, rememorar el pasado vivido, o vislumbrar ese futuro que aun desea.
La novela, la historia en sí misma, se inspira en el romanticismo germánico más preclaro, y resuenan los ecos de los cuentos de los hermanos Grimm o el destino adverso con que Goethe configuraba sus obras de amor, incluso resulta conocida la referencia al poeta Adelbert von Chamisso, personaje narrador de esta historia, conocido por el relato del hombre que perdió su sombra y recorre el mundo hasta recobrarla. Irene Gracia construye una novela que provoca una continua reflexión, aunque para ello deba recurrir al mundo de los sueños, a lo sobrenatural, o incluso a la fantasía para mostrar los numerosos miedos que continuamente socavan el espíritu del ser humano. Tan es así que lo abstracto se convierte en un sentimiento que se universaliza y alcanza todo el trasfondo de la novela.
Numerosas imágenes pueblan, El alma de las cosas, un texto con ecos mitológicos, sin olvidar el arte de la danza, la música, la pintura, la escultura, o la escritura, contado con un lenguaje actual, preciso y rítmico que aporta a la novela una plasticidad asombrosa para desarrollar la triste historia de Belisa, que emprende un extraño viaje hasta conocer esa zozobra humana tan característica: el mundo del deseo, del anhelo, de los sueños frustrados, la derrota, y finalmente la decrepitud física y la muerte. Las ilustraciones realizadas por la propia autora terminan de iluminar la novela.

lunes, julio 14, 2014

Después de la apnea, Lara Moreno

Ediciones del 4 de agosto, Logroño, 2013. 26 pp. 14 €

Daniel López García

Sostiene Lara Moreno que este poemario trata sobre una metamorfosis. Si seguimos el motivo que inspira la mayoría de los poemas de este cuaderno, esta transformación podría identificarse con el proceso de más o menos nueve meses por el que, tanto a nivel biológico como simbólico, una mujer adulta cambia de estatus mediante la creación de una nueva vida: una modificación marcada por una serie de cambios en el cuerpo que encuentran su correspondencia en otros producidos a nivel psíquico e identificados por el miedo, el deber, la obstinación y el encuentro de pulsiones contradictorias. Aparentemente, este sería el tema de este breve libro, pero no es la hipótesis que voy a defender en esta crítica.
Lara Moreno se dirige hacia otro terreno que conecta con aspiraciones y anhelos, con la necesidad de conocimiento y la capacidad del placer, de algo más profundo que está en la base de cada una de las metamorfosis, cambios motivados por la satisfacción de un empeño o capricho –el de Apolo por Dafne, la de Salmacide por Hermafrodito- y que apunta hacia la naturaleza propia del deseo, que libera pero al mismo tiempo aprieta.
En los primeros versos del poema que abre el libro, la escritora universaliza un sentimiento: «No hemos cambiado tanto y sin embargo somos enteramente otras personas». Con estas líneas la voz poética nos orienta hacia una visión que trasciende su propia circunstancia, apuntando hacia una característica que va más allá de la condición particular y que ejerce como marco del conjunto del poemario. Este poema de marcado tono generacional da forma a la expresión de una angustia motivada por el paso de los años, que se traduce en un cambio de mentalidades, y se materializa en la confrontación de los deseos del pasado con los hechos del presente, convirtiéndose en el eje del poemario, «aquello que pensábamos vivir/ aquello que no existe/ nos roza como el frío».
A partir de este poema, el resto desarrolla el motivo de la maternidad, circunstancia particular de la voz poética y cauce de expresión de su metamorfosis, como leit motiv que despliega y materializa el centro de otra angustia. Es decir, si bien existe una consideración y una expresión de las ansiedades e inquietudes propias del hecho maternal, estas sirven de excusa para mostrar otro deseo que se mantiene latente, cuyo sentido está en suspense y se sostiene de forma perpetua: «Guardo/ (…) la certeza de saber que quizá aún/ no haya experimentado la resaca más grande de/ mi vida». En este sentido, parece que apunta hacia un conflicto entre la razón y la pasión, de nuevo lo apolíneo y lo dionisiaco, entre la disposición a lo impulsivo y orgiástico, «Querría ser/ dócil/ y estar a merced/ de los elementos», y la aceptación del deber de una vida adulta, acaso responsable, y del paso del tiempo, impuesta en su caso por la condición de madre, «No soy cobarde./ Soy un trozo de piedra que erosiona.»
Por tanto, la visión que Lara Moreno expresa sobre la maternidad, lejos de quedar particularizada en un hecho de trascendencia genérica, se universaliza marcado por la asunción trágica ínsita en el mismo. Como en las metamorfosis de la tradición clásica recogidas por Ovidio, el reconocimiento del deseo supone una condena, la constatación de su naturaleza paradójica y ambivalente, por el que el reconocimiento de uno supone la renuncia de otros, el ajuste de equilibrios entre dos fuerzas contradictorias: «Mi cuerpo y mi identidad confiscados por la más dolorosa manifestación de amor/ (…) Ya nunca será lo mismo, tu huella es mi ruina y mi erosión; cuerpo, cotidianidad y alma».
Luis Cernuda escribe en unos versos «Sin deseo, ni empeño,/ el instante indeciso está dormido». Lara Moreno finaliza el poemario desde la duda «Yo no sé si soy la hiena o el antílope» por los que proclama, en conexión con el poeta también nacido en Sevilla, que el reconocimiento de esa duda alberga al menos un deseo y otra esperanza, la del paso del tiempo y el recuerdo de seguir vivos, «algo suave y muy mojado ha venido ha decirme que hay esperanza para ambos».
Lara Moreno repite que ella no es poeta, subraya que es narradora. Acaso la voz poética padece de esa forma narrativa, de algún término innecesario por caduco (philadelphia light, vitalinea), pero desde la opinión de este lector poco importa el cauce por el que se desarrolle, si apunta hacia un territorio donde se reconozca el deseo de tal manera y la necesidad del olvido.

viernes, julio 11, 2014

El método del cocodrilo, Maurizio De Giovanni

Trad. Celia Filipetto. Literatura Random House, Barcelona, 2014. 260 pp. 18,90 €

Julián Díez

Otra nueva serie policiaca protagonizada por un detective con personalidad. Otra de origen italiano, ambientada en ese sur que desde España vemos a la vez tan siniestro y tan próximo. Una de las buenas, eso sí.
De Giovanni, del que hasta ahora disfrutábamos al comisario Ricciardi, presenta a su nuevo protagonista: Giuseppe Lojacono, inspector siciliano que, falsamente acusado de haber cobrado de la Mafia, se ve enviado a un exilio cercano pero que resulta demoledor para él: Nápoles. El retrato de la ciudad como un monstruo fuera de control, caótico y enfermizo, resultará a la postre uno de los puntos fuertes de esta novela, así como la añoranza de Lojacono tanto de su tierra como de la esposa e hija que quedaron allí, dándole la espalda al dar por segura su corrupción.
Lojacono, con su compungida desgracia y un carisma no del todo explicitado por De Giovanni pero que intuimos en las reacciones que genera en los restantes personajes, empieza la novela jugando a las cartas con el ordenador para pasar el tiempo en la comisaría. Pero en una noche anodina de guardia deberá acudir al lugar de un asesinato, donde conocerá a una joven juez a la que impresiona. La muerte será, de hecho, la primera de una serie, cometida por alguien a quien la prensa moteja como El cocodrilo, porque deja pañuelos de papel con lágrimas, fruto de una infección ocular. A la postre, Lojacono coincidirá en lo acertado de la definición por tratarse de un asesino que, como el cocodrilo, acecha con paciencia y ataca en un rápido golpe letal. La jueza le reclamará en lo que, suponemos, es sólo su primera salida del ostracismo en medio de un entorno profesional que seguirá siendo hostil.
De Giovanni trufa el relato con buena parte de la carpintería necesaria en el género en la actualidad: una convincente galería de personajes secundarios (incluyendo dos discretas candidatas al romance), un protagonista con pasado repleto de flecos de los que tirar y un escenario con personalidad. Sin embargo, es capaz de aportar más cosas: sobre todo, una estructura de capítulos breves en los que varía el personaje conductor, lo que le permite acentuar el dramatismo de las situaciones. Por momentos, tal vez, la novela es demasiado intensa, e incluso reiterativa en el drama presentado; con todo, consigue el efecto asfixiante pretendido, acentuado por el estilo seco y preciso del autor.
Como presentación del entorno y los caracteres que suponemos desarrollará más adelante, El método del cocodrilo es bastante mejor que la mayoría de las primeras novelas de series policiacas, con lo que cabe esperar una evolución positiva. Además, De Giovanni ya ha demostrado ser un escritor profesional e inteligente; de hecho, aquí lidia con especial agudeza con las inevitables comparaciones que su personaje puede tener con Salvo Montalbano, el investigador siciliano por antonomasia, lanzándole alguna pequeña pulla. «La Sicilia de Montalbano no existe», dice tajantemente Lojacono. Además, el tono no puede ser más distinto: a la postre, Montalbano (casi) siempre gana, mientras que Lojacono empieza perdiendo desde esta primera novela. Y todo hace indicar que su naturaleza será precisamente la de no poder sobreponerse a una sociedad mucho más real y cruda que la dibujada casi siempre con magistral socarronería por Andrea Camilleri.

jueves, julio 10, 2014

El Don, Mai Jia

Trad. Claudia Conde. Destino, Barcelona, 2014. 480 pp. 20 €

Santiago Pajares


Uno no sabe qué historia es más interesante, si la que nos cuenta El don o la del propio escritor, Mai Jia. Nació en un pequeño pueblo de montaña cerca de la costa meridional china. A los 17 años se enroló en el ejército y estudió telecomunicaciones, donde acabó especializándose en decodificación de mensajes y criptografía. Tras sus estudios fue destinado a una unidad secreta de servicios de espionaje, donde permaneció aislado del exterior, mientras cursaba Bellas Artes en la academia del ejército Popular de Liberación. Contaba entonces 23 años y era el oficial más joven de la historia militar china. En los 17 años que pasó en el ejército, según sus propias palabras, sólo disparó seis balas. Uno podría pensar que hasta ese momento había llevado una existencia poco literaria, pero volcaría todas sus experiencias personales en la que sería su primera novela, El don.
Tuve la suerte de asistir a la presentación del libro en Madrid y me encontré a un autor muy espiritual, casi tímido, que nos deseó que ojalá este libro sirviera de puente entre la cultura china y la española, dos pueblos que sólo parecen comunicarse mediante contratos. Mai Jia tardó diez años en conseguir publicar este libro, que fue rechazado por 17 editoriales. Después, tras su publicación, vendió 5 millones de libros en papel y 10 millones en formato electrónico, convirtiendo a Mai Jia en el escritor vivo más famoso de china. Hasta aquí, la historia del autor.
En El don conoceremos la historia de Rong Jinzhen desde antes de su nacimiento, concretamente desde que su tatarabuela manda a uno de sus nietos a América a estudiar la interpretación de los sueños. Al morir ella durante el viaje de su nieto, aprovecha éste su estancia para estudiar y al volver crea la Universidad N, uno de los centros matemáticos más importantes de China. Allí estudiará la abuela del protagonista, una científica de prestigio internacional que colabora, entre otros, en el diseño del primer avión de los hermanos Wright. Lamentablemente muere prematuramente en el nacimiento de su primogénito, el padre de Rong Jinzhen, que se convierte en un delincuente que dilapida el dinero familiar llevándoles al borde de la ruina. Antes de morir apuñalado por una prostituta deja embarazada a una mujer, quien también muere en el parto de Rong Jinzhen (ambos, el suyo y el de su padre, debido al enorme tamaño de su cabeza). Por eso mismo la familia que le cuida le da el sobrenombre de guadaña, pues temen que sea un segador de vidas. Bajo la tutela de un anciano extranjero ligado a la familia comienza la vida de Rong Jinzhen, quien ya desde pequeño demuestra una asombrosa facilidad para las matemáticas. Antes de morir, el anciano se dirige al tío abuelo del niño, el creador de la universidad, y le pide que le acoja y sobre todo, que le de un nombre. Aquí comienza la verdadera historia del pequeño genio de las matemáticas, un niño de una inteligencia desproporcionada para las ciencias pero con graves problemas para desenvolverse en el mundo real. Alentado por sus profesores para estudiar una nueva ciencia, la inteligencia artificial, ve sus planes truncados cuando el ejército popular chino le recluta para descifrar códigos criptográficos en la secreta unidad 701. Allí deberá enfrentarse a códigos de alto nivel que han llevado a la locura a otros antes que él.
Esta es una novela donde confluyen la novela de espías, las sagas familiares, pero sobre todo, la historia de alguien con un don. Porque si algo sobrevuela esta historia es que los dones son divinos, pero es el ser humano el que debe decidir en qué usarlo, si para acaparar bienes o en beneficio de la humanidad. Pero la vida es una soga que tira desde varios puntos, y nos obliga a tomar el control so pena de perderlo. El joven Rong Jinzhen deberá tomar las decisiones más difíciles no sólo de su vida, sino de su saga familiar.
Pero las historias, a veces, son más que sus personajes, que sus autores, son guías para los lectores, que seguro que se emocionaran con esta novela, que trata al fin sobre la vida, ese misterioso código que nadie, ni siquiera el genio Rong Jinzhen, ha sabido descifrar.

miércoles, julio 09, 2014

El deseo de ser inútil / A la sombra de Corto, Hugo Pratt

Trad. Gabriel García Santos. Confluencias, Almería, 2012 / 2013. 304 pp / 424 pp. 29 € / 29 €


Guillermo Ruiz Villagordo

En pocas ocasiones se da una conjunción tan perfecta de un autor con una vida tan apasionante a fuerza de viajes exóticos bien aprovechados, amores numerosos y una inquietud intelectual de una voracidad deslumbrante, como es el caso de Hugo Pratt, y un personaje al menos tan carismático como él, como es Corto Maltés, el aventurero de espíritu libre y romántico cuyas andanzas se sitúan en escenarios privilegiados de la Historia con mayúsculas, con el que no sólo creó un tipo emblemático sino que contribuyó de manera especial a la consideración del cómic como una forma artística plena. Cuando uno se adentra en los universos de uno y de otro, que van aparentemente por derroteros distintos si no se tiene información previa, y acaba preso de un interés propio del fanatismo, sueña con que alguien pueda concebir libros tan profundos en su amplitud de temas y ligeros en su planteamiento como estos dos que se reseñan.
El entusiasmo se despierta cuando se conoce el origen de A la sombra de Corto, que no es otro que el encuentro accidental en una librería entre un maestro de la historieta como Pratt y un lector ejemplar y dedicado como Dominique Petitfaux. De ahí nació la idea de someter al veneciano a un diálogo exhaustivo sobre todas y cada una de sus obras, examinándolas cronológicamente, lo que serviría a su vez para desgranar influencias culturales, métodos de trabajo, inspiración vital… de manera que el resultado fuese similar al clásico El cine según Hitchcock de Truffaut (no me atribuiré un mérito ajeno: todo esto no es más que una paráfrasis de lo que el propio Petitfaux confiesa con idéntica precisión en su propio prólogo). Posteriormente y dada la amistad forjada entre los dos, Petitfaux se encargaría de otro libro, El deseo de ser inútil, que terminó adquiriendo el mismo aspecto formal pero ahora centrado en exclusiva en su trayectoria vital.
Estas conversaciones de cientos de horas son tan intensas, tan abarcadoras, que no se equivoca el editor en nombrar autor al propio Pratt, más que a su entrevistador. Pero si por una parte está claro que Pratt, ahorrándose el pesaroso esfuerzo de sentarse a redactar unas memorias, acaba componiendo indirectamente en El deseo de ser inútil (hermosísimo título impuesto por Pratt), trufado de fotos personales y testimonios impagables, la auténtica autobiografía que no escribió de su puño y letra, a la vez que construye la biografía de Corto Maltés mientras ofrece un extenso y jugoso comentario de sus distintas obras orlado de anécdotas en A la sombra de Corto, también es cierto que sería terriblemente injusto olvidar a Petitfaux, responsable de orquestar esta obra grandiosa y dirigirla con mano maestra. Por si fuera poco, esta edición es de una exquisitez extraordinaria, desde la calidad del papel hasta la maquetación, especialmente compleja debido al acompañamiento de infinidad de dibujos e historietas inéditas, así como un exhaustivo índice onomástico que lo convierte en una obra de referencia tanto para el estudioso como para el curioso. Ambos hallarán un disfrute incomparable y complementario del hombre y del personaje ante el que no podrán dejar de restregarse los ojos.

martes, julio 08, 2014

Solo con invitación: Cualquiera podría quererte más que yo, Eme Agra-Fagúndez

Seleer, Málaga, 2012. 94 pp. 11,95 €

Fernando Sánchez Calvo

Eme Agra-Fagúndez es una joven filóloga, poeta, que ha heredado de su padre, el polifacético Javier Agra (actor, profesor, montañero, escritor) el magnífico don de la oralidad, don que vive todavía en muchos países de Latinoamérica pero que en España se está extinguiendo a pasos agigantados. En ese caso, los relatos, facecias, ensayos o simplemente fábulas que componen su segundo libro (el primero, Genealogía del alma, lo escribió a cuatro manos con su progenitor) parecen estar escritos para leerse, para decirse, para cantarse y, en definitiva, para ser escuchados. En ese sentido la editorial Seleer merece, sin conocerla un servidor, el reconocimiento que merece todo proyecto que se atreve a publicar, todavía en papel, el trabajo no ya de una desconocida, sino de una estudiante y escritora que todavía no sabe si será publicada por grandes grupos pero que afirma que de lo que está segura es que siempre escribirá.
El título, Cualquiera podría quererte más que yo, esboza y resume el espíritu que tiene y debe poseer cualquier persona de la edad de la autora: romanticismo, provocación, transgresión formal y sobre todo, una sabiduría que sólo te proporciona la juventud: la de jugar a prever los finales, la de jugar a haber vivido la vida de uno mismo y la de otros, la de jugar.
Dividido en tres partes (Purgatorio, Mundo y Limbo), este compendio de prosas poéticas se convierte en una suerte de bildungsroman poético, donde eso que tantas veces se ha venido a llamar “yo” lírico, recuerda las tres fases en las que el fin del amor (sea del tipo que sea) recorre esa línea que va del desencanto a la resurrección de la experiencia, o lo que es lo mismo: a la madurez que supone aceptar que todo acaba y que una nueva aventura nos espera al otro lado de la esquina.
Por ello, porque el puente que va del desamor al amor e incluso a la aceptación es un aprendizaje, el humor se va convirtiendo en protagonista a medida que avanzamos como lectores por las páginas del libro. Por ello títulos como “Promesa” (donde el narrador ironiza sobre el sentido literal de las palabras) no tienen nada que ver con “Cama muerta” (puro despecho y somatización del dolor). De la misma manera, los primeros relatos o prosas o ensayos, más sencillos, van adquiriendo complejidad formal y riqueza de perspectivas, como es el caso de “Pinturas entrecruzadas”, donde el clásico ojo que mira al que mira nos traslada en espiral a planos temáticos que nunca se tocan y aun así confluyen.
¿Mejorable en el libro? Una mayor precisión o cuidado formal en el vocabulario, distancia narrativa y profundización temática. ¿Lo mejor?: el aliento vital e innovador de una mujer que, a pesar de haber recorrido apenas el primer tercio de su vida, ya ha abandonado los fatalismos trasnochados para adoptar una actitud positiva ante la vida, la actitud de una mujer que regala, “metidas en un sobre, las sonrisas que inventa para un nuevo amor”. Lo pueden llamar madurez, si quieren.


Eme Agra-Fagúndez: «Escribir es una forma de vivir»


10 dardos para diez dianas pretenden desvelar al público de La Tormenta en un Vaso quién es María Agra, joven madrileña, narradora, poeta, filóloga en ciernes, que publica con tan sólo 25 años su segundo libro de “breverías”. Aprovechando que Cualquiera podría quererte más que yo confirma su vocación, en esta entrevista intentaremos acudir al origen de todo y desvelar algunas líneas de aquello en lo que se puede convertir María Agra.

—¿Qué es eso de que una joven como usted pierda el tiempo escribiendo?
—La juventud siempre es relativa. Escribir es una forma de vivir, de vivir la vida desde otro prisma diferente al único que nos da la realidad. Las palabras cubren de belleza o fealdad todo lo que nos rodea y, sobre todo, nos explica a nosotros mismos. Creo que invertir el tiempo en escribir es una forma esencial de curiosidad.


—Es usted un tanto ecléctica en su forma de escribir y sin embargo es todo una clásica en la temática (el amor, el despecho, el reencuentro). ¿Está de acuerdo con esta semblanza?
—Estoy de acuerdo, creo que lo ecléctico de mi escritura se debe a que soy hija de mi tiempo, observo mi mundo, todo lo que me rodea y trato de buscar alternativas comprensibles en las palabras. Pero no puedo escapar de mi esencia, por suerte o desgracia, yo nací humana; y los seres humanos siempre hemos sido lo mismo: amor y corazón, soledad y búsqueda.

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lunes, julio 07, 2014

Ardimiento, Esteban Gutiérrez Gómez (Baco)

Ed. en formato bloc. Zoográfico, Madrid, 2014. 140pp.

Miguel Baquero

«Maldigo la poesía concebida como un lujo...», decía el célebre poema de Celaya, y uno se acuerda de estas palabras desgarradas cuando acaba de leer un libro de poesía como el de Esteban Gutiérrez Gómez, de sobrenombre Baco para sus incursiones poéticas y cuentistas. Y digo que se acuerda de ellos porque este Ardimiento que ahora nos presenta el poeta, y donde se reúnen los mejores versos que ha ido diseminando a lo largo de su vida («ya sé lo que estás pensado, / que 50 años son muchos / para publicar un primer poemario….»), este Ardimiento, decía, afronta cada poema no con ánimo de provocarnos un sentimiento confortable, una felicitación hacia nosotros mismos por los listos que somos y la poesía tan sofisticada que leemos. Sin llegar a pisotear la estética literaria, porque eso sí que sería de maldecir en todo caso, los poemas de este libro-bloc están escritos con ánimo de conmocionarnos, con espíritu agresivo, con el propósito de dejarnos, al cerrar la ultima página, un gusto a acero en el paladar, como si —por jugar o por quién sabe— nos hubiéramos introducido un arma en la boca…
«…Quizás tengas razón, / pero no te preocupes, / he sabido guardar / todo mi veneno.»
Baco, en los poemas que conformar este Ardimiento, se enfrenta a la vida con una mirada cruda, sin buscar la infelicidad, sin escarbar en lo feo, pero tampoco sin engañarse con impostadas notas líricas. En primer lugar, el poeta se enfrenta a sí mismo, y no pretende, en ningún momento, engañarse respeto a lo que es: «He hecho un pacto con el diablo / y nos hemos repartido mi vida: / él tiene los días, / de lunes a viernes, / de siete a siete. / Me quedo yo las noches, / todas las noches, / hasta las tantas…»; pero sin entregarse a la quejumbre ni presumir de derrota. Son poemas que arrastran ecos de barrio suburbial, de aquellos tiempo en que “todavía teníamos ganas de vivir”, gritos de rabia, a veces, como súbitas pintadas de graffiti, pero poemas que también aportan el asombro ante el descubrimiento de la naturaleza, la bondad del entorno perenne, ese callado paisaje de montañas que el autor ha visto, desde siempre, al fondo de sus días… «He tardado / 50 años / en perder mi sordera».
Y tras esta mirada desnuda sobre sí mismo, sin engaños, ni imposturas, ni falsas atribuciones, el autor se vuelca sobre el mundo, sobre la situación actual, como lugar de donde proviene —siempre por razones económicas— toda esa injusticia que se muestra bajo nuestros pies. Como si la crisis, al recortar todas las capas de retórica, nos permitiera ver ahora la piedra desnuda, dura y agreste sobre la que andamos.
Es curioso que, en los últimos libros de poesía que he leído (ver, por ejemplo, la reseña a Helio, de Ariadna G. Garcia) el autor (la autora) se aparte en un determinado momento del discurso interior y sensible para arremeter contra la realidad que muestra el telediario; algo que, en principio, transgrede la correcta concepción de la poesía…. pero ya digo que no están los tiempos para ser formales y que este Ardimiento de Esteban Gutiérrez deja un sabor acerado en la boca.
«Sobre la repisa de los sueños / he dejado un libro a medio leer. / Sólo quiero que jamás / lo encuentre mi hija».
Hay (creo haberlo dicho ya, pero no importa, lo repito), ahora mismo, se está fraguando, un grupo de poetas que parecen hablar sobre lo mismo, con parecida voz. Son poetas que están mostrando a la vez sus dientes ante esta realidad sin clemencia; y aunque seguramente sus mayores, de leerles, les regañasen por esta pérdida —a veces— de la compostura lírica, la poesía, en cada tiempo, es la que es, y ahora es momento casi de gritar. Con que hay, como digo, un grupo de autores que están tratando de hacerse oír a gritos, porque tienen algo que decir. Hablo de este mismo Esteban Gutiérrez, de Vicente Muñoz Álvarez, de Gsus Bonilla, de David González, del que hablan maravillas (perdón por la cacofonía). Hablo también de Ana Pérez Cañamares y hablo de muchos otros más que invito al lector a descubrir, a que se dejen llevar de un libro de poemas a otro, porque realmente hoy mismo existe una poesía que está hablando a voces y que está viva para quien quiera oírla.

viernes, julio 04, 2014

Hilo de oro (Antología poética, 1974-2011), Eloy Sánchez Rosillo

Ed. José Luis Morante. Cátedra, Madrid, 2014. 432 pp. 12,30 €

José Luis Gómez Toré

Francisco Brines ha señalado alguna vez que la raíz de su poesía es elegíaca, esto es, de un profundo amor a la vida. La aparente paradoja se resuelve tal vez si evocamos el “Se canta lo que se pierde” machadiano, desde la conciencia de que solo merece la pena cantar aquello que amamos profundamente y cuya desaparición, por tanto, hace nacer el lamento. En este sentido, aunque es evidente la inflexión que se produce a partir de La certeza (lo señalan con acierto tanto el responsable de esta edición como el propio autor), dicho salto podría matizarse parcialmente, puesto que el tono elegíaco del primer tramo de la obra de Rosillo no nos muestra una mirada menos enamorada del mundo que la voz celebratoria de las últimas obras. En buena medida, lo que cambia no es solo la tonalidad de la escritura (más melancólica en el primer Rosillo; más vitalista, en el segundo), sino (lo que quizá constituye uno de los aspectos más interesantes de la obra del murciano) una distinta concepción del tiempo. Así, la linealidad cronológica, que en la experiencia individual del sujeto aboca necesariamente a la visión de la temporalidad como pérdida, se ve sustituida por una visión simultánea en la que el presente acoge de alguna forma los sucesivos presentes que fueron y serán, revelados en esa magia del instante: «A este sentir en mí/ es hoy acatamiento sin origen/ acaso no sea impropio/ llamarlo eternidad».
La antología está precedida por una valiosa introducción de José Luis Morante, que, como en todos sus escritos críticos, da muestra de un cuidadoso estudio de su objeto de análisis, del que está lejos de ofrecer una mirada aséptica de erudito. Su mirada es más bien la de un apasionado pero bien informado lector. Son muchas las lecturas que están detrás de este muy documentado trabajo, que desde luego no renuncia a perseguir una cierta objetividad, tarea irrenunciable pero quizá imposible de toda crítica, pero tampoco a ofrecer su lectura personal de la tradición poética española. No hay que olvidar que Morante es autor también (asimismo para esta misma colección de Letras Hispánicas de la editorial Cátedra) de sendas antologías de Joan Margarit y Luis García Montero, dos autores en cierto modo cercanos a la poética de Sánchez Rosillo, puesto que todos estos poetas apuestan por una mirada alejada de todo experimentalismo y el deseo de acercarse a un tono más conversacional. Así, los citados autores (también Morante como poeta, que dibuja así también sus afinidades electivas) tratan de dibujar un retrato moral del sujeto, si bien cierta conciencia de ficcionalización del yo, heredada de Gil de Biedma, es más evidente en García Montero que en Margarit y, desde luego, en Rosillo, en el que la poesía es en buena medida una respuesta al mandato délfico del “conócete a ti mismo”.
Rosillo, del que personalmente prefiero los poemas más breves en los que, en mi opinión, se percibe una mayor tensión expresiva, es un poeta fascinado por la luz, que es aquí otro nombre del tiempo, pero de ese tiempo que es asimismo (frente a una larga tradición elegíaca) más sinónimo de vida que de muerte. Ese trayecto de la sombra a la claridad es también un ejercicio de ascesis, de deseo de renuncia a los imperativos demasiado exigentes del yo (tan presente en las primeras entregas del poeta): «Traspasar esa línea de sombra que trazara/ en torno a ti la culpa de ser tú./ Y allí, inocente, libre/ del triste encierro de tu identidad/ ver en el ámbar puro de la mañana nueva/ que la luz te perdona/ y te signa la frente con su mano».