Daniel López García
Sostiene Lara Moreno que este poemario trata sobre una metamorfosis. Si seguimos el motivo que inspira la mayoría de los poemas de este cuaderno, esta transformación podría identificarse con el proceso de más o menos nueve meses por el que, tanto a nivel biológico como simbólico, una mujer adulta cambia de estatus mediante la creación de una nueva vida: una modificación marcada por una serie de cambios en el cuerpo que encuentran su correspondencia en otros producidos a nivel psíquico e identificados por el miedo, el deber, la obstinación y el encuentro de pulsiones contradictorias. Aparentemente, este sería el tema de este breve libro, pero no es la hipótesis que voy a defender en esta crítica.
Lara Moreno se dirige hacia otro terreno que conecta con aspiraciones y anhelos, con la necesidad de conocimiento y la capacidad del placer, de algo más profundo que está en la base de cada una de las metamorfosis, cambios motivados por la satisfacción de un empeño o capricho –el de Apolo por Dafne, la de Salmacide por Hermafrodito- y que apunta hacia la naturaleza propia del deseo, que libera pero al mismo tiempo aprieta.
En los primeros versos del poema que abre el libro, la escritora universaliza un sentimiento: «No hemos cambiado tanto y sin embargo somos enteramente otras personas». Con estas líneas la voz poética nos orienta hacia una visión que trasciende su propia circunstancia, apuntando hacia una característica que va más allá de la condición particular y que ejerce como marco del conjunto del poemario. Este poema de marcado tono generacional da forma a la expresión de una angustia motivada por el paso de los años, que se traduce en un cambio de mentalidades, y se materializa en la confrontación de los deseos del pasado con los hechos del presente, convirtiéndose en el eje del poemario, «aquello que pensábamos vivir/ aquello que no existe/ nos roza como el frío».
A partir de este poema, el resto desarrolla el motivo de la maternidad, circunstancia particular de la voz poética y cauce de expresión de su metamorfosis, como leit motiv que despliega y materializa el centro de otra angustia. Es decir, si bien existe una consideración y una expresión de las ansiedades e inquietudes propias del hecho maternal, estas sirven de excusa para mostrar otro deseo que se mantiene latente, cuyo sentido está en suspense y se sostiene de forma perpetua: «Guardo/ (…) la certeza de saber que quizá aún/ no haya experimentado la resaca más grande de/ mi vida». En este sentido, parece que apunta hacia un conflicto entre la razón y la pasión, de nuevo lo apolíneo y lo dionisiaco, entre la disposición a lo impulsivo y orgiástico, «Querría ser/ dócil/ y estar a merced/ de los elementos», y la aceptación del deber de una vida adulta, acaso responsable, y del paso del tiempo, impuesta en su caso por la condición de madre, «No soy cobarde./ Soy un trozo de piedra que erosiona.»
Por tanto, la visión que Lara Moreno expresa sobre la maternidad, lejos de quedar particularizada en un hecho de trascendencia genérica, se universaliza marcado por la asunción trágica ínsita en el mismo. Como en las metamorfosis de la tradición clásica recogidas por Ovidio, el reconocimiento del deseo supone una condena, la constatación de su naturaleza paradójica y ambivalente, por el que el reconocimiento de uno supone la renuncia de otros, el ajuste de equilibrios entre dos fuerzas contradictorias: «Mi cuerpo y mi identidad confiscados por la más dolorosa manifestación de amor/ (…) Ya nunca será lo mismo, tu huella es mi ruina y mi erosión; cuerpo, cotidianidad y alma».
Luis Cernuda escribe en unos versos «Sin deseo, ni empeño,/ el instante indeciso está dormido». Lara Moreno finaliza el poemario desde la duda «Yo no sé si soy la hiena o el antílope» por los que proclama, en conexión con el poeta también nacido en Sevilla, que el reconocimiento de esa duda alberga al menos un deseo y otra esperanza, la del paso del tiempo y el recuerdo de seguir vivos, «algo suave y muy mojado ha venido ha decirme que hay esperanza para ambos».
Lara Moreno repite que ella no es poeta, subraya que es narradora. Acaso la voz poética padece de esa forma narrativa, de algún término innecesario por caduco (philadelphia light, vitalinea), pero desde la opinión de este lector poco importa el cauce por el que se desarrolle, si apunta hacia un territorio donde se reconozca el deseo de tal manera y la necesidad del olvido.
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