viernes, abril 28, 2017

El ojo castaño de nuestro amor, Mircea Cărtărescu


Trad. Marian Ochoa de Eribe.
Impedimenta, Madrid, 2016. 208 pp. 17,95 €

José Miguel López-Astilleros

Desde hace unos años los lectores de Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) estamos de enhorabuena, porque desde 1993, año de la primera publicación de una obra suya en Seix Barral, hasta 2006, fecha en que Funambulista rompió el silencio editorial con Por qué nos gustan las mujeres, no habíamos tenido la ocasión de leerlo en español. Aunque hasta 2010 no comenzaría de un modo casi ininterrumpido la traducción y edición de parte de su obra (Cegador, Funambulista y El ruletista, Impedimenta). Pero la excelente noticia es que esta última editorial nos ofrece desde entonces unas magníficas traducciones del rumano a cargo de la gran traductora Marian Ochoa de Eribe (El Levante, Las bellas extranjeras, Lulú, y Nostalgia, aparte de la ya mencionada e incluida en esta última), y no traducciones de las ediciones alemanas.
El ojo castaño de nuestro amor es un libro que tiene la particularidad de estar «…especialmente preparado para el lector español, he intentado customizar el libro para la mentalidad literaria española, tal y como yo la imagino», declara el autor en una entrevista de Daniel Arjona, y más adelante «…se trata de una recopilación de textos que sirven de sumario de toda mi obra. […] es donde el lector encontrará el itinerario al resto de mis libros». De modo que quienes ya conozcan su obra advertirán las continuas referencias a sus temas, personajes, procedimientos literarios, libros, y en definitiva al muy particular mundo cartaresquiano. En cambio los que se acerquen por primera vez a él, tendrán en sus manos una suerte de introducción y guía de lo que encontrarán mucho más desarrollado en los anteriores, sin que ello quiera decir que ninguna de estas piezas esté inserta en aquellos.
La obra está compuesta por veinte textos no muy extensos y heterogéneos. Si establecemos una clasificación grosso modo, nos encontraremos con relatos genuinamente autobiográficos. Este elemento autorreferencial es recurrente en toda su obra, porque siempre escribe sobre sí mismo. Esto no significa que todo lo que cuenta se corresponda con hechos verificables y comprobables por un supuesto biógrafo, dado que para él la realidad es una creación personal de cada ser humano según sus percepciones, pensamientos y vivencias, de ahí que argumente que los escritores fantásticos son más proclives a desenmascarar el mundo en el que viven que a crear otros nuevos. El resultado es que la realidad y la ficción en Cărtărescu tienen la misma consideración y están en el mismo plano, es decir ambas pertenecen a la misma realidad, y por supuesto los sueños y las alucinaciones, elementos también muy presentes en su narrativa. En Mi Bucarest busca el Buenos Aires de Cortázar, la Alejandría de Durrel, el San Petersburgo de Dostoievski, el Dublín de Joyce, su ciudad mítica, puesto que la real era una ciudad “cenicienta”. Con su mirada nos asomamos al Bucarest de su infancia y adolescencia, que era el de su madre, el centro del mundo; al soñado, que corresponde al literario, al de la poesía; pero también al real, al degradado por el comunismo; y al de la primera mujer; así como al de los descubrimientos de las librerías, editoriales o cenáculos literarios, tan importantes estos en su vida. En Para D., vingt ans après rinde homenaje a una chica con quien tuvo una relación en sus años universitarios que aparece en REM —uno de sus mejores relatos, incluido en Nostalgia—, a la cual plagió los sueños que le contaba, a ella debe por ejemplo el del palacio de mármol de Cegador con sus mariposas. Los sueños están muy presente en toda la obra de este autor, lo onírico recibe un tratamiento poético que hace de este rasgo algo que caracteriza su estilo y la manera de percibir literariamente aquello que nos transmite. La infancia y la adolescencia son los dos períodos de la vida más importantes para él. De la primera opina que es el tiempo de la felicidad suprema, donde germina el mundo que ha de determinar nuestra personalidad futura, y a la segunda se suma todo el itinerario emocional, placeres, miedos, interrogantes, y gran parte de las profundidades que exploraremos en la madurez. En Pontus Axeinos relata su descubrimiento del mar a los doce años y la muerte de Ovidio en el mismo lugar. Es prodigiosa la sensibilidad con que en la página 46 se refiere al privilegio que supone para él tal acontecimiento, por ser el primero de la familia en contemplarlo. Otro motivo constante es el de las referencias literarias, utilizadas como temas en sí mismas o como indicaciones cómplices de universos literarios a cuya paternidad debe el suyo (Proust, Cortázar, Kafka, Borges, García Márquez, Sábato, Dante, Woolf…). En Ada-Kaleh, Ada-Kaleh... rescata la fascinante historia de dicha isla desparecida en 1970 a través del recuerdo de un cuadro colgado en su casa, que representa el inconsciente mágico y colectivo de la ciudad. Cuando ingresa en la universidad toma conciencia de que el dictador Nicolae Ceausescu estaba dejando al país en ruinas, sobre ello escribe estas hermosas y desoladoras palabras «¡Qué extraño destino me tocó en suerte! He madurado entre ruinas, he estudiado entre ruinas, he amado entre ruinas. A veces pienso que ser rumano significa ser pastor de las ruinas, arquitecto de las ruinas, amante de las ruinas.» (pág. 24) Y un poco más adelante, en las páginas 27 y 28 «…De ahí mi oficio: constructor de ruinas. Mi vocación: arquitecto de ruinas. Mi vicio: voyeur de ruinas. No me preguntéis por lugares olvidados y abandonados en Europa. Incluso mi madre es un lugar así. Yo mismo soy un lugar así. Juntaos en torno a mí, abrid mi cráneo y contemplad mi cerebro: se deshará ante vuestros ojos como un molde de yeso. Y su polvo se mezclará inseparablemente con el polvo de las ruinas entre las que he vivido toda la vida, amante de una harén de ruinas.» El relato que da título al libro trata sobre el trauma que supuso para él perder a su hermano gemelo a los cinco años. Este motivo de los gemelos y del hermano desaparecido en concreto es algo recurrente a lo largo de toda su creación, como un dolor crónico que no deja de estar presente jamás condicionando su vida y su literatura. Aparte de esto, esta pieza también es un canto a la maternidad feliz, a pesar de las privaciones soportadas. En El cuarto corazón nos cuenta la historia de un libro que leyó a los ocho años y que nunca volvió a encontrar, porque «…todos tenemos un libro perdido en lo más profundo de la infancia.» (pág. 148) En otros relatos autobiográficos como Los años robados, Mi primer vaquero o La época del nes nos refiere distintos episodios de su vida en unas ocasiones de un modo objetivo y en otras con una ironía crítica con toques surrealistas.
El tono ensayístico predomina en Europa tiene la forma de mi cerebro, donde reflexiona sobre lo que significa ser europeo y su pertenencia a Europa, puesto que se siente partícipe y heredero de dicha tradición, además la literatura está por encima de los mapas. Del mismo modo en El gato muerto de la poesía de hoy, donde trata sobre el futuro y la supervivencia de la poesía, pero también hace un recorrido por la poesía rumana desde los años sesenta del siglo pasado. La literatura es un motivo de reflexión continuo en toda su obra. En …Escu nos ofrece una reflexión sobre la dificultad de ser un escritor rumano y sobre la educación en su país después de 1970. Y con un cierto tono melancólico sobre el fin de la literatura tal como la concebimos hasta hoy, en La ruina de una utopía concluye «Me temo que de ahora en adelante nadie va a vivir en los libros, tal y como han hecho mi generación y las precedentes…» (pág. 156). Sobre el oficio de escribir y el paso del tiempo reflexiona en Forever Young.
También encontramos relatos de ficción pura: Zaraza y La chica del borde de la vida. En la primera cuenta la historia romántica de una cantante gitana asesinada en los años cuarenta. Sobre esto hay que decir que Cărtărescu se considera a sí mismo un escritor neorromántico en muchos aspectos. El segundo es un cuento fantástico muy imaginativo, en el que se narra cómo el protagonista llegó al oficio de escritor.
Una de las características más sobresalientes de la manera de escribir de Cărtărescu consiste en el tratamiento poético que imprime a la materia narrativa, dotándola de una buena dosis de sensualidad y a menudo de sugerente melancolía. Por eso llega a decir que su prosa es una metamorfosis de su poesía —recordemos que está considerado como uno los mejores poetas rumanos del siglo XX, aunque a los treinta y tantos años abandonara su cultivo—. Otros aspectos a destacar son la enorme originalidad, tanto de este libro como cada uno de los anteriores, y la muy particular mirada con que interpreta el mundo a través de su desbordante imaginación. Todas estas breves consideraciones no serían posibles sin el gran trabajo de su traductora, Marian Ochoa de Eribe, una maga de la traducción, cuya sabiduría y sensibilidad nos crea la ilusión de leer a Cărtărescu en nuestro idioma como si fuese el suyo.
Hay muchos libros en los expositores de novedades que cualquier escritor con un poco de oficio y paciencia podría haber redactado, en cambio los de Cărtărescu sólo los podía haber escrito él. Estos son los que no podemos dejar de leer.

miércoles, abril 26, 2017

El mundo bajo los párpados, Jacobo Siruela


Atalanta, Girona, 2016. 352 pp. 28€

Bruno Marcos

Hace algunos meses encontré una afirmación de Walter Benjamin que me dejó fascinado e inquieto. Tanto que copié la cita y la puse en Facebook por si alguien añadía algo. Los meses pasaron y la respuesta la hallé no en el etéreo de las redes sociales sino en este libro que aquí se reseña, El mundo bajo los párpados. La frase decía: «La historia de los sueños aún está por escribirse».
Lo que le gustó inicialmente a Benjamin de los surrealistas que se sumergieron en lo onírico fue la posibilidad de romper la lógica histórica, que califica de superstición, añadiendo al mundo de las cosas los sueños. «El soñar participa de la historia» asegura y así resalta que los sueños han decidido guerras, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto e incluso las fronteras del propio sueño, lo que puede ser realidad y lo que no.
Jacobo Siruela emprende la escritura de esa historia de los sueños que Benjamin echa en falta e indica, claramente, que no se trata de una interpretación de los sueños, no de una onirocrítica o de psicoanálisis, sino de una historia más allá de la terapéutica o la adivinación, casi una “estadística” que es el término que usa Benjamin. Incluso se habla de sueños colectivos y epocales, como producción mental perfectamente integrada en los hechos políticos o sociales de los tiempos. Para ello se apoya el autor en la cita de Hegel: «Si pudiéramos reunir los sueños de un momento histórico determinado veríamos surgir una exactísima imagen del espíritu de ese periodo». Así pues se habla en el libro, por ejemplo, de la recopilación de sueños llevada a cabo por Charlotte Beradt sobre el periodo del Tercer Reich, en la que establece la categoría de “sueños políticos”, las pesadillas de entonces con el terror nazi. También se citan las prácticas soviéticas de internamiento en psiquiátricos de aquellos sujetos que no comulgaban con las directrices del poder con la intención de neutralizar su mundo onírico que consideraban como foco subversivo.
Se hace en esta obra un recorrido histórico exhaustivo comentando los sueños bíblicos, los de Jacob, Salomon, Asurbanipal, Nabuconodosor, Calpurnia, Augusto, Maria Antonieta, Napoleon, Otto von Bismark, Abraham Lincoln y muchos otros.
El libro está dividido en siete capítulos y magníficamente acompañado por ilustraciones extraordinariamente bien seleccionadas e impresas. Destaca el último, dedicado al sueño y la muerte, en el que se señala el parecido entre el durmiente y el muerto que se viene encontrando desde la antigüedad. Después de advertir, certeramente, que el principal fracaso de la modernidad ha sido no lograr dar respuesta al misterio de la muerte, concluye el libro con una cita fulminante de Jung en la que asegura que los heridos de la Primera Guerra Mundial en estado de muerte cerebral soñaban. Deja así esta historia de los sueños abierta una vía en la que seguramente Benjamin no pensó, que los sueños tuvieran algo que ver con el alma.

lunes, abril 24, 2017

Corazones en la oscuridad, Joaquín Pérez Azaustre


Anagrama, Barcelona, 2016. 276 pp. 17,01 €

Pedro Pujante

Corazones en la oscuridad es la última novela de Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976) después de Los nadadores (2012). Lo radicalmente original y sugerente de esta novela es la simbiosis entre la belleza de un lenguaje pulido y cuidado, de fraseado alargado y elegante, y la trama siniestra que se desarrolla en un ambiente aparentemente cotidiano, pero que tiende a sondear lúgubres episodios.
Los personajes de esta historia son seres desnortados que vagan por el túnel de la vida -quizá el título nos pueda ofrecer alguna pista- en busca de un sentido luminoso que difícilmente hallarán.
Hay tramos que se ofrecen a una lectura meramente realista. El conjunto de la novela, también. Sin embargo, el lector también será conducido por terrenos de escenografía onírica, en los que el lirismo del lenguaje permite acceder al otro lado de la realidad. La ciudad y los más consuetudinarios instantes que viven Nora, Águeda y los demás personajes parecen ser el reflejo, la metáfora de una historia interior que se insinúa, que ocurre en otro ámbito íntimo de la realidad.
Pérez Azaústre describe con minuciosidad la vida, lo cotidiano, los avatares de gente normal que vive abocada en los abismos inestables de la cotidianidad. Pero parece conminarnos a comprender que el viaje a lo bello, a lo universal arranca desde lo prosaico, lo terrestre.
Con una prosa exquisita, evocadora, precisa y atestada de belleza lírica, el autor consigue plasmar un mundo superpuesto, el reflejo de lo que sucede en el interior de unos corazones que caminan en la nocturna y temblorosa línea de la vida tratando de mantener el equilibrio.
La familia, las relaciones sociales, el dolor de reconocernos a nosotros mismos frente al espejo de lo propio, el olvido, secretos que el tiempo revela.... Temas antiguos pero que cada que vez que surgen renuevan la perspectiva sobre nosotros y nuestra existencia.

viernes, abril 21, 2017

El hombre pez, José Antonio Abella


Valnera Literaria. Cantabria, 2017. 268 pp. 18 €

Ignacio Sanz

La historia parece increíble. En Liérganes, un pueblo de Cantabria, se levanta una estatua dedicada Francisco de la Vega Casar, celebérrimo personaje local conocido como “El hombre pez”; había nacido en el siglo XVII y parece salido directamente de una leyenda. Pero no, la historia es contumaz y por muchas ramas que le hayan salido al árbol, ahí están los documentos que no hacen más que autentificarla. Parido con apuros en el río de su pueblo, se sabe que se cayó en la pila de agua bendita como si el niño tuviera una indeclinable atracción por el agua. Muy pronto desarrolló sus capacidades para extraer monedas del fondo de las balsas para asombro de los circundantes. Su familia era pobre y, por mediación de un cura el muchacho acaba emigrando a Vizcaya donde trabaja al servicio de un hombre que se gana la vida en el puerto. Allí desarrolla y perfecciona sus capacidades acuáticas para asombro de todos como si se tratara de un animal anfibio. Entre juegos y apuestas un día desaparece. Se le busca y la gente piensa que el mar se lo ha tragado, aunque no se encuentra el cadáver. Cinco años más tarde, cuando ya estaba olvidada la peripecia de aquel curioso chaval de Liérganes, unos pescadores de Cádiz atrapan en sus redes un extraño cuerpo que nada entre un grupo de delfines y que apenas balbucea unas pocas palabras elementales. Se trata del desaparecido Francisco.
¿Qué pasó en el interregno? Ahí está la magia del narrador para hacer creíble lo que parece inverosímil. Sospecho que si la historia se hubiera abordado desde una óptica localista y ramplona, apenas habría remontado vuelo y se habría quedado en una mera curiosidad pueblerina, una de esas leyendas pacatas con las que los historiadores locales suelen acaramelar la geografía. Pero la historia ha ido a caer en manos de un narrador envolvente que ya ha dejado señales de su amplio poderío narrativo. De ahí que, Abella, tomando al Hombre Pez como punto de partida, sin desdeñar los documentos y las tentativas literarias que han abordado la historia en el pasado, haya ido más lejos, hasta meterse en la médula del personaje. Y lo que nos ofrece es un hombre de carne y hueso, dotado de una insólita destreza acuática, un hombre que parece que no encaja en los parámetros convencionales y que podría tener como amante a cualquiera de las sirenas que surcan los mares convulsos de la imaginación. Pese a todo, el autor nunca pierde pie. De ahí que el relato esté salpicado de datos históricos contrastables, desde la partida de nacimiento hasta los documentos emitidos por el Santo Oficio, en cuyas manos se pone el descubrimiento de un tipo tan extraño y hasta sospechoso. Y así, partiendo de los hechos contrastables, la historia levanta vuelo al tiempo que se sumerge en un piélago fantástico al que también son arrastrados los lectores.
José Antonio Abella fue uno de los últimos agraciados con el Premio Hucha de Oro de cuentos; también ha sido premio de la Crítica de Castilla y León por La sonrisa robada, su anterior novela; El hombre pez confirma el alcance portentoso de la imaginación cuando una curiosa historia local, manoseada como una moneda, acaba en manos de un narrador de fuste.

miércoles, abril 19, 2017

Ciberadaptados, Antonio Manilla


La Huerta Grande, Madrid, 2016. 112 pp. 10 €

Fermín Herrero

Ciberadaptados de Antonio Manilla es un ensayo urgente, en siete capítulos breves, imprescindible para los que vivimos en “el mundo de ayer”, en acepción procedente de Stefan Zweig, recogida de un título suyo, con mucha propiedad, por el lacónico y atinado introductor del libro, el diarista y fiscal, ciberescéptico y ludita Avelino Fierro. Y es que a diario, como apunta el autor, constatamos el avance del otro mundo, el triunfante, que convive de momento con el nuestro, basta comprobar que alguien –amigo, familiar, conocido, saludado- que aún no lo había hecho en nuestra presencia abandona lo “analógico” y en medio de una conversación se pone a cotillear en su móvil o en cualquier otro gadget tecnológico.
Es un ensayo urgente si bien muy sedimentado y con unos cimientos inmejorables, que se interna a fondo en el vientre de la ballena de Internet para mostrarnos, desmenuzadas, sus propiedades hipermedia, multimedia e interactiva, sus rasgos, ventajas e inconvenientes, así como los análisis de sus defensores y detractores, porque, con una honestidad intelectual que últimamente, incluso en algunos afamados pensadores, brilla por su ausencia, Manilla apuntala sus certeros juicios con apoyaturas explícitas e indispensables: Sartori, Benjamin, Adorno, Fumaroli, Lipovetsky, Manguel, Bauman, Han, Debord, Baudrillard, Bauman, Muñoz Molina, Savater, Rendueles, Vargas Llosa
De entrada, acude a un sintagma acuñado por Juan Goytisolo que resume la amenaza de la uniformización, “La hora de Bizancio”, si bien ante la cacareada renuncia a los valores de nuestra civilización, “la deseuropeización de Europa”, pone en solfa el propio concepto, tan manoseado últimamente, de valores, a los que juzga más bien coartadas a posteriori de otras ansias o anhelos menos edificantes. Este sentir determina una de las líneas argumentales básicas del volumen: huir de lo trillado, no someterse nunca a lo obvio. Por poner otro ejemplo, siguiendo una intuición nada menos que de Macedonio Fernández, caracteriza a cierto tipo de internauta como “lector salteado”.
En realidad Manilla, con unos planteamientos en extremo originales, aborda el estado de la cuestión en torno a lo digital por entero. Lo mismo alerta del virus del optimismo de las filosofías idealistas que en general ha degenerado en regímenes dictatoriales e inhumanos que contra “el igualitarismo democrático estético” que tritura y reduce “todos los asuntos hasta dejarlos hechos un puré apto para el consumo desubicado e impersonal” o recorre a lo largo del tiempo la noción polisémica de cultura y su igualitarismo antropológico, tal vez heraldo de su arrasamiento y su mero caer en el entretenerse que caracteriza la sociedad de la imagen y el espectáculo; el paso de la Cultura de verdad, con mayúsculas, a la cultura de masas, ligera, sensacionalista, farandulera, desustanciada: el declive, si no desaparición –el golpe de gracia lo habría dado Internet, el particular Armagedón- de la alta cultura en beneficio de los estudios culturales.
Lo mismo penetra, sin digresiones ni lenitivos, en nuestro mundo globalizado, en su homogenización rasa y la concentración espacial en megalópolis, que constata el irreversible abandono del agro y la provincia o describe el campo de batalla entre tecnófilos y tecnófobos, la controversia entre el soporte de papel y el digital para los libros o los efectos perniciosos de las TIC en la enseñanza. Con igual discernimiento describe la invasión y asalto de la interculturalidad que refuta que la lectura instrumental de la Red vaya a liquidar la literaria.
En este sentido, aboga siempre por buscar modelos de convivencia y a la postre, tras sopesar pros y contras, se muestra moderadamente optimista, adopta una actitud abierta, más bien conciliadora, ve salida desde la hibridación y otros aspectos positivos, apoyándose, paradójicamente, en “el viejo profesor” Steiner, tan alejado y enemigo de las nuevas tecnologías.
Todo ello adobado con un estilo de escalpelo fino, con precisión quirúrgica, sin pomadas en boga o ideológicas de ningún signo. El escritor leonés es un rara avis, un privilegiado, por cuanto su escritura domina por igual, separándolos de raíz y con criterio, y mira que es difícil, verso y prosa, a la que aquí ha mitigado de sus brillantes fervores y donaires de articulista, sin regodearse ni cargar la suerte, para dejarla en su justa medida ensayística. Otro acierto más de un libro sensato y perspicaz, que enseña mucho. No se puede decir con más claridad y precisión lo que está pasando.

lunes, abril 17, 2017

Lola Vendetta. Más vale Lola que mal acompañada, Raquel Riba Rossy


Lumen, Barcelona, 2017. 168 pp. 16,90 €

María Dolores García Pastor

La editorial Lumen siempre ha apostado por los cómics para adultos. Desde que en 1970 publicara el primer libro de tiras de la mítica Mafalda de Quino no ha dejado de descubrirnos infinidad de nombres que van desde Maitena hasta Moderna de Pueblo, pasando por Agustina Guerrero, Sara Fratini o Flavita Banana. En su catálogo hay títulos de humor gráfico feminista, irreverente y mordaz, hecho por mujeres. Dentro de este apartado estarían todas las ilustradoras que hemos citado y, a partir de ahora, se une a ellas Raquel Riba Rossy, la creadora de Lola Vendetta.
Riba Rossy nació en 1990 y creó a Lola Vendetta hace unos cuatro años, cuando tenía veintitrés. Debutó en el panorama del libro ilustrado con Marta el hada mágica un poco desordenada (Tumbooks, 2014). Cuenta que el personaje de Lola Vendetta nació ante la necesidad de expresar lo que siente hacia las cosas que le molestan. Las frustraciones cotidianas la llevaron a crear la primera viñeta como una vía de desahogo frente a las presiones y los problemas. La colgó en Facebook igual que hizo en su día con sus creaciones Sara Fratini, por probar. Al principio no estaba muy segura de la aceptación que podría tener pero la respuesta del público fue inmediata y espectacular.
En poco tiempo, y gracias a su difusión en las redes, su éxito ha trascendido las cuatro paredes de su habitación y antes de la publicación de este primer libro ya era un referente en España, Colombia, Venezuela o Chile. Lola Vendetta es el alter ego de esta joven ilustradora catalana. Es un personaje inconformista, impulsivo, desvergonzado, sarcástico y visceral. A través de ella trata sin tapujos los conflictos de pareja, la frustración de las mujeres, su necesidad de emponderamiento, el machismo o cuestiona los parámetros convencionales del tratamiento de los efectos fisiológicos de la feminidad. Todo ello con un humor ácido muy al estilo Tarantino, con su protagonista repartiendo justicia katana en mano.
Cuenta Riba Rossy que a través de sus viñetas pretende normalizar los tabúes de la maternidad y la menstruación, cambiar la percepción negativa de la sangre intrínseca a ellos: la sangre es vida. Para ello encuentra la inspiración en la vida cotidiana y tira de una paleta de color en la que el blanco y negro de sus trazos se tiñe en más de una ocasión de rojo sangre. Lola Vendetta no tiene pelos en la lengua pero exhibe sin prejuicios y a modo de reivindicación los que tiene en las pantorrillas y las axilas. Anima al emponderamiento femenino desde el humor, reivindica la feminidad en su estado más puro y el feminismo más combativo. Una autora que dará mucho que hablar.  

viernes, abril 14, 2017

Poesía completa, George Orwell


Trad. Jesús Isaías Gómez López
Visor,  Madrid, 2017. 184 pp. 14 € 

Ariadna G. García

Cuando una editorial de renombre publica las obras completas de un autor, una espera que la obra lírica del escritor seleccionado sea de muy buena calidad, o cuanto menos –en el caso de que el autor sea un novelista excepcional, de prestigio consolidado a lo largo de décadas– que sus versos expliquen o complementen su universo literario, que den claves de lectura, que ahonden en los temas del resto de sus libros. En 2013, Salto de Página sacó a la luz la única antología poética autorizada por Ray Bradbury, Vivo en lo invisible, que tuve el honor de traducir junto a Ruth Guajardo González. Los poemas del mítico autor de Fahrenheit 451 se defienden por sí mismos, vuelan a gran altura, y además, nos descubren nuevos perfiles y matices de los grandes asuntos que aborda el californiano en sus textos narrativos. Su edición está perfectamente justificada. Ocurre lo mismo con otro insigne autor distópico: Aldous Huxley (autor de un Un mundo feliz), cuya Poesía completa corrió a cargo de Cátedra (2011). En cuanto supe que Visor editaba los versos de George Orwell, siendo como soy una entusiasta de 1984 y Rebelión en la granja, quise hacerme con él. Comparte traductor con Huxley. Sin embargo, mi decepción ha sido mayúscula. El volumen lo componen treinta textos, a los que hay que añadir algunos más sacados de sus novelas. De esos treinta poemas, quince los escribió entre los 11 y los 19 años, durante su etapa estudiantil. Es decir, la mitad del presente volumen nos ofrece una serie de poemas de un autor en busca todavía de su voz, donde no faltan las influencias –aunque sea para parodiarlas– de poetas como Coleridge o Kipling. Si Orwell, con el tiempo, se hubiese convertido en un poeta relevante, la lectura de estos versos quizás tuviese algún interés para estudiosos ávidos de fuentes y de huellas, pero me temo que Orwell no consta entre los elegidos del Parnaso. Este puñado de textos tienen la gracia de mostrarnos a un adolescente enamoradizo, crítico con las costumbres deportivas de su College, y ya comprometido con las causas políticas. No obstante, la traducción incurre en fórmulas agramaticales que menoscaban la relativa calidad de los poemas: «Venid, venid dulces olas/a lavar la fresca arena del mar./La tierra donde yo vivo venid a besar/pues vosotras venid de otro lugar» (p.55). Este último verso habría de haberse traducido en presente –y mejor con un heptasílabo–: pues venís de otra tierra. Otro ejemplo: «Alegres olas que cabalgáis en libertad/sin conocer ni el miedo ni la tempestad,/mientras yo deba quedar para veros saltar,/pues preso soy de las parcas». El penúltimo verso exige claramente el presente de indicativo, y no de subjuntivo –y con un alejandrino es mucho más eufónico–: yo debo estar aquí para veros saltar). Otro factor que devalúa las traducciones del volumen son los ripios y las rimas internas: “Y entonces, sube por el tronco con pata firme y lustroso como un ratón,/a encaramarse y exponerse al sol; todo el cuerpo y el cerebro/exaltados en la súbita luz solar, gozoso al creer/que el frío se fue y el verano aquí está otra vez./Pero veo yo las ocres nubes que se dirigen al sol/y una angustia que trasciende la razón/atraviesa mi corazón…” (p.121). Si bien es cierto que, a menudo, George Orwell recurre a estructuras estróficas fijas y a la rima consonante, el traductor no tiene porqué seguir dichos patrones si carece de tiempo para entregar al editor unas traducciones de calidad en su lengua materna. Un traductor debe ofrecer a los lectores poemas que funcionen en español, textos con alma, versos cuidados que respeten el original pero que no se encadenen a él. Si para ello hay que prescindir de la rima, se hace. Lo contrario, y a las pruebas me remito, es publicar poemas que nos sonrojan a algunos o que ahuyentan de los libros de poemas a otros. Con todo, hay en el volumen al menos tres composiciones que merecen la pena, pese a que tampoco se salvan de las críticas anteriores: «En una granja en ruinas junto a la fábrica de gramófonos de La voz de su amo», «Cuando los francos hayan perdido su poder» (escrito durante su etapa en Birmania, siendo miembro de la Policía Imperial) y, sobre todo, «De un no combate a otro». En el primero vislumbramos a un Orwell preocupado por el ecocidio; en el segundo, a un hombre que encuentra consuelo a su extinción pensando en el fin del mundo; y en el tercero, a un escritor involucrado con su tiempo que se ensaña contra aquellos otros literatos que no toman parte: «Pues mientras tú escribes los buques de guerra te van cercando/y escuadrillas de bombarderos espantan a los ruiseñores,/y cada bomba caída es una libra para ti/y los que como tú engordáis vuestras ventas con los rivales/mudos o muertos» (p. 145). En mi opinión, habría sido preferible seleccionar unos pocos poemas, pulir las versiones, revisarlas, cuidar más el ritmo de las mismas y presentar a los amantes de Orwell una antología breve pero intachable, que quieran conservar en las estanterías de su casa.

miércoles, abril 12, 2017

El lagarto negro, Edogawa Rampo


Trad. María Lourdes Porta Fuentes
Salamandra, Barcelona, 2017. 192 pp. 16 €

Jaime Valero

Si introducimos en una coctelera (o en el tambor de un revólver) las novelas clásicas de detectives del viejo continente, las publicaciones pulp de la Norteamérica de los años 20 y 30, la atmósfera enrarecida propia del género de terror, y lo regamos todo con un poco de imaginería oriental, podremos hacernos una idea del estilo literario de Edogawa Rampo, seudónimo con el que firmó sus obras más emblemáticas el escritor nipón Hirai Taro (1894-1965). Rampo es toda una institución en Japón. Lectores, críticos y autores por igual reivindican su legado, que incluyó, además de la escritura, una importante labor divulgativa del género negro y de misterio. Muchos de sus libros se han llevado con éxito al cine, la televisión, el cómic y la animación; y cada año se falla un prestigioso premio que lleva su nombre. Sin embargo, aquí en España es todavía un autor por descubrir, que apenas se nombra en las listas de clásicos de la novela policíaca, y su bibliografía en castellano es muy escasa. Por suerte, el interés por el noir oriental ha crecido durante los últimos años, lo cual ha propiciado que nos lleguen obras de autores contemporáneos tan interesantes como Natsuo Kirino, Mitsuyo Kakuta o Keigo Higashino, y que ahora, al fin, podamos asomarnos a los orígenes del género en el país del sol naciente.
El lagarto negro está protagonizado por el vástago más afamado de Rampo, el detective Kogoro Akechi. Un personaje que, al igual que el estilo literario de su creador, es un híbrido de diversas influencias. Las más notables son las de los míticos sabuesos Auguste Dupin y Sherlock Holmes, en lo que se refiere a su faceta analítica y a su obsesión por los detalles y por resolver crímenes. Pero Akechi también es deudor de los personajes pulp que dejaron su huella en folletines, tebeos y, posteriormente, series de televisión. Sin resultar tan estrambótico como algunos de ellos, sobre todo en lo que se refiere a la indumentaria (estoy pensando en personajes como La Sombra o Green Hornet), Akechi comparte con ellos el hecho de protagonizar historias donde la acción es tan relevante como la deducción, con tramas intrigantes donde los personajes y las situaciones están estilizados al máximo, y donde la atmósfera recreada tiene un punto de irrealidad.
Todos estos elementos se pueden detectar durante la lectura de El lagarto negro, ya desde sus primeros compases. Sin embargo, y aunque se trate de una de las novelas más emblemáticas del autor, no es la carta de presentación ideal para el detective Akechi, ya que su protagonismo queda eclipsado por la mujer que da nombre al libro, el lagarto negro, un seudónimo que le viene dado por el tatuaje que lleva en el hombro. Midorikawa, que así se llama en realidad, responde al arquetipo de femme fatale tan habitual en el género. Rampo se recrea con gusto en el tópico, creando un personaje tan sensual como maquiavélico, que siempre se sale con la suya gracias a la combinación de sus encantos físicos y su afilado intelecto. Conforme avanza la novela, Midorikawa va adquiriendo una personalidad cada vez más única, y en la recta final de la obra —la mejor de todo el conjunto— se convierte en un villano temible e inquietante, cuando descubrimos el siniestro museo privado que está creando en sus dominios, en el que se incluyen seres humanos.
Leída a día de hoy, con la mentalidad de un lector contemporáneo, curtido en el policíaco y todas sus mutaciones, El lagarto negro peca de ingenua y un tanto previsible, algo que solo podría haberse suplido si la novela se hubiera traducido antes, cuando nosotros mismos éramos lectores más ingenuos, ávidos de misterios irresolubles, mujeres perniciosas y detectives parcos en palabras. Pero, tranquilos, que no está todo perdido. Al haberse publicado originalmente por entregas, cada capítulo de la novela concluye con un enigma o un toque de atención que nos mantiene aferrados a la lectura. Además, la atmósfera que envuelve la trama es muy distinta a la que solemos encontrar en las narraciones detectivescas convencionales, y la maléfica sensualidad de Midorikawa dota de un toque de distinción al resultado final.

lunes, abril 10, 2017

Voces para un tímpano muerto, Miguel A. Zapata


Talentura, Madrid, 2016. 148 pp. 13 €

Pedro M. Domene

Miguel A. Zapata (Granada, 1974) es un experimentado coleccionista de historias, autor de una obra que podría catalogarse de fronteriza puesto que ha ensayado hasta el momento, con acertado acento, el microrrelato, Baúl de prodigios (2007) y Revelaciones y magias (2009), el cuento, Ternuras interrumpidas. Fabulario casi naif (2003) y Esquina inferior del cuadro (2011) y la novela, Las manos (2014) una historia muy fragmentaria, con digresiones de diverso calado, pausas y paréntesis, desvíos y abundantes desvaríos.
Existe una zona que el narrador granadino domina y ensaya, una y otra vez, ese espacio entre la melodramática realidad, lo anodino o el horror más absoluto que nos sorprende y abraza a diario, y buena muestra de ese obsesivo mundo propio, ofrece, en esta ocasión, Voces para un tímpano muerto (2016) que se convierte en una alucinante arquitectura de vocablos resistentes, o un serial de voces que se dejan oír tras la metafísica visión de una rabiosa actualidad. Zapata nos facilita la tarea, y divide su propuesta en movimientos o apartados: “Sinfonía para un amor bizarro en diez movimientos y una breve coda”, “El albarán del durmiente”, “Vuelos de un doctor en Filosofía alrededor de sus apuntes desordenados diez segundos antes de despertar”, “Cinco formas de tomar el té de las cinco”, y “De espacios y hombres”, cinco propuestas que contemplan auténticos espejismos cotidianos porque en estas historias encontramos devastaciones y mujeres que se arrancan los ojos y los ofrecen en las calles, verdugos que se sienten satisfechos con su trabajo, o se disfruta de la bendición de los hijos; excelente el tratamiento y la técnica del cuento en el siguiente apartado, significativo el primero de todos, “Matrioska sentimental” cuya trama se sustenta sobre las posibilidades que nos ofrece el mundo de la imagen y el espejo de la escritura, o aún mayor consideración merecen los relatos, “Finis gloriae mundi”, esa infancia, en ocasiones, olvidada aunque recuperada en el tiempo, y la constante evocación de la memoria, ese continuo retorno que sufrimos en nuestra vida, como se cuenta en “Historia de este vaso”. Hasta aquí sus propuestas subrayan esa visión postsurrealista que han ensayado algunos cuentistas actuales, léase Ángel Zapata, y que establecen una firme comunicación con lo onírico, nos les falta un agudo sentido del humor, ese que confiere a todo el justo nivel de lo absurdo pero resulta fácilmente reconocible por un lector inteligente y, sin duda, lo convierte en el apartado más sugestivo y aun más desasosegante del conjunto.
En la tercera parte, los “vuelos”, numerados en un calculado desorden se suceden, y suman voces que convierten esos instantes u otros momentos vividos en alucinantes visiones de preclaro lirismo en que, Zapata, cultiva el misterio de la palabra; el resto se traduce en la gozosa visión del granadino sobre relaciones familiares, horrores cotidianos y domésticos, identificación de semejantes, y en la mirada, tan sabia como precisa, sobre la arquitectura urbana de nuestro alrededor cotidiano y, por extensión, de nuestro viejo mundo.
Miguel A. Zapata escribe Voces para un tímpano muerto con absoluta libertad, con un lenguaje adecuado expone una serie de historias y situaciones de la vida cotidiana en las que la realidad traspasa el umbral del absurdo y recuerdan, en una proyección diferente, al espacio de Kafka, de Tomeo o Monzó sin que la apreciación, evidentemente subjetiva, presuponga deuda, sino más bien halago de una literatura ejemplar.

viernes, abril 07, 2017

El día antes de la revolución, Ursula K. Leguin


Ilust. Arnal Ballester. Trad. Enrique Maldonado Roldán
Nórdica, Madrid, 2016. 62 pp. 18 €

Eduardo Fariña Poveda

La rara sensación de sentirse parte de un pasado al observar la realidad. Aquella en que las acciones ideológicas han contribuido a cambiarla. Una anciana mujer que no logra reflejarse en los comportamientos de los jóvenes, pero que sin su lucha ideológica tales conductas más libres no se hubieran logrado. En uno de los pasajes de este fantástico relato, la protagonista explica que nunca pudo explicar a la gente lo qué significa el coraje. La valentía y la superación de la adversidad propia de los gestores del cambio parece ser explicada como una continuación de las cosas hechas, sin detenerse «Aunque ¿Qué podía hacer una sino continuar?. ¿Existe una elección verdadera alguna vez?» (p. 30).
Ursula K. Leguin (Berkeley, California, 1929). Es una de las escritoras de ciencia ficción vivas más importante de la actualidad. Más de una veintena de títulos entre los que destacan clásicos como La mano izquierda de la oscuridad (1969) con la que ganó el Premio Hugo y el Premio Nebula y Los desposeídos: una utopía ambigua (1974) con la que volvió a ganar los dos destacados premios. De esta última novela se desprenda este relato. En la novela Los desposeídos, Laia Odo es un personaje que aparece en la novela de forma implícita ya que no se encuentra viva en el desarrollo de la novela. En el prólogo, Leguin explica que la fundadora del Odonianismo merecía aparecer en un relato, en un tiempo anterior a cuando todo el mundo construido con sus ideas se materializa.
El Odonianismo es el anarquismo. Inspirado junto con ideas feministas y taoístas, Leguin nos cuenta acerca de una sociedad que ha sido posible gracias al activismo y valentía de una mujer que crítico abiertamente las ideas libertarias del capitalismo. Estas ideas critican a un Estado autoritario, sea neoliberal o socialista de corte estalinista que coaccione de forma radical las libertades individuales. El relato está dedicado a Paul Goodman, el célebre sociólogo y activista norteamericano que junto con Noam Chomsky y Perry Anderson conformaron la New Left en los años sesenta. Además, junto con Fritz Pearls, importante desarrollador de la Terapia Gestalt, adscrita a la Psicología humanista. Los enfoques teóricos de estos movimientos son perfectamente visibles en la obra de Leguin; la armonía de la vida en las ciudades el ecologismo, la defensa de las prácticas homosexuales y bisexuales, la experimentación con el inconsciente, la política económica de comunidades autogestionadas, el antibelicismo, etc.
En este relato, reflexivo y atento a los detalles, la septuagenaria revolucionaria observa la transición de su mundo. Un día de su vida en el cuál rememora los días de lucha junto a su marido fallecido y su dificultad de adaptarse a este nuevo mundo, el cual ella ha contribuido a crear. La acción está ambientada en el planeta Urra y en la nación A-lo, la que se describe de forma detallada en Los desposeídos. La narración describe el día a día de la anciana revolucionaria. Los interiores de la casa Odoniana, con habitaciones amplias donde viven cinco jóvenes y donde se práctica la vida comunitaria. Ella, por su apoplejía, dispone de una habitación propia donde junto con su secretario, trabajan. Ella recuerda los días de su marido en prisión y observa con detalle los libros, las cartas escritas, los archivos en su escritorio. Odo admite que los cambios son lentos y graduales, mientras en la prensa se informa como una región del país Thu se rebela contra el poder central.
El día antes de la revolución es un excelente relato que nos entrega la visión de una mujer líder en el otoño de su vida, la cuál hace balances de sus recuerdos y de sus experiencias vitales. Es un prólogo para acceder a Los desposeídos y nos ayuda a internarnos en el intrigante universo ficticio de la escritora californiana. Recientemente, Leguin ha sido elegida como una de los catorce miembros de la American academy of Arts and Letters junto con escritores como Junot Díaz y Ann Patchett, lo que consolida a Leguin como una de las escritoras actuales que todo buen lector debe conocer. En el espíritu de la ciencia ficción, Jan Schrella, trasunto de Roberto Bolaño, le escribe una emotiva carta a Leguin. Describe su medioambiente casi como si fuera una casa odoniana y comunica la urgencia por escribir cartas que no llegarán a destino. Una carta con preguntas que Schrella confiesa que Ursula K. Leguin ha contestado de alguna forma con la belleza de sus libros.

miércoles, abril 05, 2017

Felicity, Mary Oliver


Traducción de Nieves García Prados.
Valparaíso Ediciones, Granada, 2016. 110 pp. 10 €

Ariadna G. García

Nunca, hasta este libro, me había encontrado con una obra tan afín a la mía, o al menos, a uno de mis libros: Helio (La Garúa, 2014). Pero no quiero empezar esta reseña sin hacer un elogio de los poemarios escritos por autores maduros. Mary Oliver ha escrito Felicity, un libro soberbio, con 80 años. Hay quien piensa, sin embargo, que la poesía es un género para escritores jóvenes, y que a partir de cierta edad decaen la tensión y el nervio que necesitan los buenos poemas. Gente que piensa –el propio Gil de Biedma lo pensaba– que los poetas somos velocistas, que nuestra plenitud entra entra en declive al llegar a los 30, y desaparece en la década siguiente. Frente a tales prejuicios, podemos aludir a Góngora, que revolucionó la lírica europea con el Polifemo y las Soledades, escritos ya cumplidos los 50 años –en un tiempo en que la esperanza de vida, por cierto, estaba situada en ese umbral–. Y qué decir de Luis Cernuda, que innovó en nuestra tradición poética introduciendo el monólogo dramático inglés en libros imprescindibles (Las nubes, Como quien espera el alba), publicados cuando ya contaba 41 y 45 años –murió a los 61. La esperanza de vida de los niños nacidos en España en 1902 era de 49,32 años, siempre y cuando sobrevivieran a su primer lustro –según el Instituto Nacional de Estadística–). Es decir, autores veteranos han dado a imprenta no ya sólo buenos libros de poemas, sino obras fundamentales, cuando su edad rozaba o rebasaba la esperanza de vida de su tiempo. Así pues, no depositemos –necesariamente– la esperanza de renovación del género lírico en los autores más jóvenes. Poetas seniors, la esperanza de vida en la actualidad es de 86,2 en mujeres y 80,4 años en hombres, ¡aún estamos a tiempo de arriesgarnos y de transformar la lírica patria!
La poeta estadounidense Mary Oliver se encuentra entre estos poetas ya entrados, por edad, en la vejez, pero que siguen publicando libros sorprendentemente frescos y rebeldes. Nació en Ohio en 1935. Ha dado a imprenta treinta y dos poemarios. El primero, No Voyage, and Other Poems, data de 1963; el último, Felicity, de 2015. Entre ambos ha ganado premios tan prestigiosos como el Pulitzer (en 1984, a los 49 años, por American Primitive). Es una de los principales poetas vivos estadounidenses. El libro que nos ocupa lo demuestra. Sus tres secciones están vertebradas por citas de Rumi, el célebre poeta místico persa del siglo XIII. Éste infunde al libro el tono hímnico, celebratorio, de la vida y sus goces. Mary Oliver, que perdió a su esposa –la fotógrafa Molly Malone Cook– en 2005, tras cuarenta años de relación, ofrece a sus lectores toda una lección de principios: la existencia es un don que debemos vivir y recordar. «Se trata sobre todo de actitud», nos dice. Quien espera el milagro, se lo encuentra. No valen la pena ni las dudas existenciales ni la tristeza. Con un estilo directo, transparente, no exento de resonancias literarias (Walt Whitman, Emily Dickinson, Henry David Thoreau, Amy Lowell y hasta de Hans Christian Andersen), la poeta nos regala textos breves e imprescindibles como Rosas, donde las flores excusan contestar al sujeto que las interroga sobre la muerte con este hermoso carpe diem: «Las rosas sonrieron dulcemente. Perdónanos,/respondieron. Pero como puedes ver,/justo ahora estamos totalmente/ocupadas siendo rosas» (p. 25). Mary Oliver conserva intacta su pulsión juvenil hacia lo desconocido («Me he negado a vivir/encerrada en la casa ordenada de/las razones y evidencias», p. 29) y su querencia por el riesgo («No hay nada más patético que la prudencia/cuando lanzarse podría salvar una vida,/incluso, posiblemente, la tuya», p. 27). No faltan en el libro consejos al lector para que se haga cargo de su propio proyecto: “Trata de encontrar el lugar adecuado para ti mismo./Si no lo logras, al menos sueña con él” (p. 35). La tenacidad de la autora, su optimismo y su entusiasmo se extienden a la contemplación de la naturaleza, y a la vivencia-memoria del amor. Sorprende –porque no estamos acostumbrados a que el Arte lo protagonicen las personas mayores, porque no solemos oírlas ni verlas en el cine, la pintura o la narración literaria– el sutil erotismo de los poemas finales, poemas hondos, delicados, donde la elipsis dota a los versos de potencia evocadora: «Justo ahora, me alcanza un momento de hace años:/la primera luz de la mañana, el hábil y dulce/gesto de tu mano/llegando a mí» (p. 93). Mary Oliver no es una mujer que se rinda. Sus poemas son bálsamos contra el escepticismo. Leerla fortalece. Felicity, que además se publica en una edición preciosa –con ilustración del pintor romántico Caspar David Friedrich–, contiene versos para recordar: de los que nos mejoran, de los que nos levantan, de los que nos construyen por dentro.
Muy buena la traducción, por cierto.

lunes, abril 03, 2017

Harry Potter y el legado maldito, J.K. Rowling / Jack Thorne / John Tiffany


Trad. Gemma Rovira Ortega
Salamandra, Barcelona, 2016. 336 pp. 19 €

Maria Dolores García Pastor

Fue el libro más vendido de 2016 y no es de extrañar porque el personaje creado por J.K. Rowling tiene millones de seguidores en todo el mundo, seguidores que llevaban esperando nueva entrega desde que en 2007 se publicara Harry Potter y las reliquias de la muerte. Se suponía que ese iba a ser el título que cerrara la saga del joven mago pero, afortunadamente para sus incondicionales, ha habido más.
Se trata del guion de una obra de teatro que se representa actualmente en el West End londinense y que se estrenó en julio de 2016, en el Palace Theatre. Imposible conseguir entradas, olvídense. El libro no es la novelización de la obra sino el guion de los ensayos que está basado en la historia original de J.K. Rowling, Jack Thorne y el director John Tiffany.
La octava entrega de la saga tiene lugar diecinueve años después de la gran batalla de Hogwarts. Los protagonistas  de los siete primeros libros han crecido y ya son adultos, hace tiempo que dejaron el colegio de magia. Harry Potter trabaja en el Ministerio de Magia, se ha casado y tiene tres hijos. Uno de ellos, Albus Severus, tendrá que luchar en esta nueva aventura contra el peso de la herencia familiar. Pese a que esta vez el género no es novela sino teatro o que no es de autoría exclusiva de Rowling, el libro sigue el estilo y las reglas de los anteriores y engancha tanto como ellos, imposible dejar de leer.
Sin duda las historias de Harry Potter han supuesto todo un fenómeno editorial desde que en 1997 se publicara en el reino unido Harry Potter and the Philosopher's Stone (Harry Potter y la piedra filosofal, 1999). Las cifras que se mueven en torno a los siete primeros libros son impresionantes: cuatrocientos cincuenta millones de copias, han sido traducidos a setenta y siete idiomas y publicados en más de doscientos países. Y lo que es más impresionante, desde mi punto de vista, han conseguido que los niños dejaran los videojuegos, el fútbol o la televisión por un rato y se pusieran a leer, y que no pocos adultos disfrutáramos una barbaridad leyendo las aventuras del joven mago inglés.
Desde la eclosión del fenómeno se han llevado a cabo numerosos estudios sobre la obra de Rowling para averiguar dónde radica su éxito y de qué manera ha influido en varias generaciones de lectores. La escritora inglesa aúna en cada una de las entregas de esta saga recursos del folletín, de la novela de aventuras, de la novela gótica y de terror, de la de ciencia ficción y sus sub-ramas con algunos elementos de la novela policíaca y de suspense, consiguiendo con todo ello dar un nuevo aire a la novela fantástica. También hay grandes dosis de humor en los primeros seis libros, mientras que el séptimo es bastante más dramático que los anteriores, dando la sensación de que la madurez de las tramas ha crecido en paralelo al lector.  Harry Potter y el legado maldito, sin llegar a ser dramático, también opta por un enfoque más maduro de la historia. En cuanto a la influencia que las novelas de Harry Potter han podido ejercer sobre sus lectores, parece ser que los niños que lo leen se identifican con el protagonista y desarrollan actitudes favorables hacia los grupos minoritarios. Con todo esto sólo puedo decir, déjense llevar por la Pottermanía: disfrutarán.