Miguel Baquero
Dicen que es el oficio más antiguo del mundo, pero lo que es seguro es que se trata del oficio más literario. Porque desde que corre la pluma sobre un papiro, la prostitución, que es a lo que nos referimos, ha dado siempre mucho juego en los libros, y rara es la historia en cuyo paisaje no aparece una hetaira (o meretriz, o ramera, o moza de partido, o mujer de la vida, o chica de compañía, o lumi, o…) tratada unas veces con desprecio, otros con conmiseración, otras con miedo, en ocasiones como el mismo diablo y otras como figura venerable… Del mismo modo, este mundo, ahora y siempre, parece englobar dentro de sí todo el universo: desde la yonqui tirada o la anciana felatriz, a la belleza escort de chalet privado. Y aunque se intuye un mundo casi inabarcable de millones de matices, el escritor Pepe Pereza (Guijuelo, 1964) ha decidido sumergirse en él; sin ánimo de ceñirlo todo, que, como se ha dicho, es imposible, pero sin miedo a lo que se pueda encontrar (a lo que pueda imaginar para el lector) y, sobre todo, y lo que es más importante, sin ese ánimo moralizante con que muchas veces se introducen los escritores en este ambiente y que acaba estropeando gran número de relatos. Porque llevarán razón, seguramente, en la mayoría de los casos, pero Pepe Pereza ni entra ni parece querer entrar en moralinas ni en historias efectistas; se limita a recorrer la noche e imaginar la historia de las mujeres que se ofrecen.
Así, nos encontramos con el proxeneta que está vigilando a su hermana pero la historia no trata sobre esa turbia relación, sino cómo se enfrenta a un cliente que no quiere pagar; nos encontramos con una anciana que en su juventud, y por necesidad, hizo la calle, pero el tema es su desamparo ante el Alzheimer; o con una joven que es golpeada por un chulo pero la historia gravita sobre quien lo ve y se queda paralizado de miedo, sin poder reaccionar. Toda la turbiedad, en fin, que pueda acumularse sobre las historias no aparta al autor, ni al lector, del asunto principal, y es que se trata de historias humanas, que suceden con la misma crueldad que todas, y a veces con la misma amabilidad y educación que si ocurrieran en un despacho o en una oficina.
Un valor importante de Pepe Pereza, además de esta “naturalidad” con que arma sus historias en torno al mundo de la prostitución, es la “sorpresa” con que de pronto hace que se quiebre una historia, sin preparar al lector, sin servirse de puntos y apartes, por ejemplo, sin crear un “suspense” previo o algo parecido. Como la vida misma, que no avisa de lo que quiere hacer, ni lo enfatiza previamente; simplemente, lo hace. «Ella se giró y desconectó el aparato. Él quiso volver a encenderlo pero Elena lo cogió por el escroto y apretó con fuerza…». «Así se lo dijo a los chicos. De pronto, uno de los chavales que iba en el asiento trasero apuntó con un envase de plástico, lo presionó y un chorro salió disparado hacia el rostro de la puta…». O el caso de esa prostituta drogadicta que se refugia en un callejón y se encuentra un bebe
No hay previo aviso, no hay palabrería en torno, mucho menos, como se ha dicho, afán moralizador, y curiosamente toda esta falta de subterfugios literarios es lo que le da gran valor a estos relatos y lo que certifica que nos hallamos ante un autor con voz propia, que no se sirve de juegos de manos y que gusta de la crudeza y la verdad por delante (es decir, la ficción como él la entiende, sin concesiones) para armar sus historias. Pocos valores literarios se me ocurren más importantes que este de la autenticidad.
1 comentario:
muchas gracias
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