Sara Roma
Hay libros que nos llaman por su título y/o su portada. Albanza, de Alberto Olmos (Segovia, 1975) es un ejemplo. Pero si el título no nos convence lo suficiente, solo basta con leer la contraportada para confirmar que nos aportará una lectura placentera. Sin embargo, no todo es lo que parece en la breve sinopsis.
Sebastian Bel es un autor “en crisis”. Las críticas recibidas tras publicar su best seller, El mapa del misterio o El misterio del mapa, no son halagüeñas y aduladoras. Últimamente ha vivido conectado a internet, pendiente de todos y cada uno de los artículos y comentarios que se escribían sobre él. Necesita desconectar. Así que decide alquilar un apartamento para pasar el verano junto a su novia en un pueblo de una veintena de habitantes donde precisamente no hay conexión a internet. Allí espera encontrar la tranquilidad y la concentración necesarias para escribir. Sin embargo, su estancia no será tan literariamente fructífera. En cambio, sí conseguirá reavivar algunos fantasmas del pasado y algunas historias que creía enterradas para siempre desde el momento en que cambió su nombre y se convirtió en escritor.
La novela, dividida en tres partes, narra desde un punto de vista omnisciente el día el día de Sebastian y Claudia en el pueblo. La primera, Broma, se centra sobre todo en el libro de relatos Las amadas, inspirado en las novias que ha tenido Sebastian y que, cuyos nombres, casualidades de la vida, se componen con aes e íes (Nancy, María, Mariana, Silvia…). Mientras Sebastian escribe, Claudia aprovecha para conocer el pueblo, conquistar cada una de sus calles y hallar las ruinas de un pasado no muy lejano. Sus investigaciones la llevan a descubrir una historia que incluso podría ser novelada: una lugareña prendió fuego a una iglesia para vengar la muerte de su marido… La segunda, Prejuicio, da un salto en el tiempo para abordar los recuerdos de la infancia y de la niñez de Miguel-Sebastian. Esta es la parte central, la más historiada y extensa de la novela. Es aquí donde se disfruta más del estilo de Alberto Olmos, tan reflexivo y ensimismado que recuerda por momentos a Javier Marías. Sin embargo, cuando el lector llegue al tercer y último capítulo, Mentira, seguirá teniendo la sensación de estar leyendo una historia fragmentada y compartimentada, pues ahora el narrador disertará sobre los escritores y el negocio editorial que, en ese 2019 en que transcurre la novela, han acabado con la propia literatura. Incluso el final, en el que por fin se van a ordenar algunas de las piezas que quedaron por montar, es precipitado.
En cuanto a los personajes, el relato nos descubre desde el principio que Claudia y Sebastian son completamente diferentes. Claudia sale, necesita comunicarse, hablar con la gente, conocer lugares; la condición de Sebastian, por el contrario, es la de un ser callado y solitario. Es más, está convencido de que la comunicación mata la relación de pareja. Son tan distintos que la pregunta de rigor es: qué hacen juntos. Lo único que les une es una marcada obsesión por el sexo que ambos desconocen del otro.
Reconozco que lo que me atrajo de esta novela fue su título tan breve y tan polisémico a un mismo tiempo y porque su argumento era prometedor. Sin embargo, al final no queda claro a qué se alaba: ¿al amor?, ¿al ambiente rural, quizás? o ¿a la fiebre promocional del mundillo literario? Puede que a todo ello, porque sobra decir que es una crítica irónica de la sociedad actual. Alabanza, no obstante, es una novela para leer sin prisas y disfrutar con su estilo y con su léxico.
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