miércoles, febrero 29, 2012

Zona de incertidumbre, Antonio Serrano Cueto

Paréntesis Editorial, Alcalá de Guadaira, 2011. 288 pp. 15 €

Ángeles Prieto

La zona de incertidumbre, en materia de formación y seguridad vial, sirve para definir aquel espacio que nos rodea y no podemos percibir porque nuestra vista está dirigida al frente, y que además se irá acrecentando conforme incrementemos la velocidad con la que estemos avanzando. Por eso, no hablamos solamente de una zona misteriosa e imperceptible en la que todo puede suceder, también nos referimos con esta definición a ese lugar inseguro en el que acechan y nos esperan esos peligros que vamos generando nosotros mismos.
Por ello, quiero presentar aquí los treinta y cinco relatos de esta Zona de Incertidumbre haciendo saber al lector, ante todo, que nos encontramos ante un volumen de literatura seria y nada frívola, elaborada al objeto de hacernos reflexionar, aunque contenga piezas divertidas, marcadas por unsentido del humor obvio. Hablamos pues de cuentos para releer y pensar, nunca para dejar olvidados en el asiento de un autobús. Esto no está reñido, por supuesto, con una amenidad que disfrutaremos gracias a un manejo muy inteligente de variados recursos estilísticos no precisamente escatimados por el autor: cartas, informes, diálogos y un poliédrico y original cuadro temático en el que cada relato no se parece en absoluto al anterior. Aunque haya cuentos ciertamente relacionados, como el estupendo Magíster dixit, retratando irónicamente un mundo que el autor conoce muy bien, con Paulo el zancudo, relato que nos habla de esos terribles complejos adolescentes que superamos sin más remedio en la madurez.
Esta diversión asegurada la veremos reforzada por la actitud lúdica de Antonio Serrano al no buscar una medida perfecta para sus relatos, más bien ensayando distintas aproximaciones que ganan indudablemente en las distancias más cortas. Por ello encontraremos en este volumen microrrelatos brillantes como Los fantasmas de Internet o Preludio de otoño, demostrando así el ascendente camino recorrido que lleva ya en este género concreto, un género literario que va ganando adeptos con las nuevas tecnologías y que el autor ha estudiado a fondo y en serio.
Por lo demás, la variedad temática es la reina del libro: hay cuentos históricos, familiares, geográficos, poéticos y artísticos, siempre dejando una puerta abierta, esa zona de incertidumbre, por la que se cuela lo fantástico, pero sin olvidar en ningún momento abordar los temas que verdaderamente nos interesan porque hablan de nosotros mismos: el sexo, la muerte, la familia. Con alguna concesión también a ese inevitable inconsciente colectivo de los gaditanos, como veremos en Trombas pluviales, pues raro es el autor de estas tierras (recordemos por ejemplo al maestro Fernando Quiñones), que no cuenta en su obra con un relato atlántide de destrucción masiva ante el poder de las aguas.
Nos encontramos ante un libro muy trabajado, que promete y logra el cometido de alcanzar un nivel literario más que respetable. Desde el punto de vista de la crítica formal, por tanto, más que un aplauso merece la promesa de estar muy atentos a lo que este escritor, curtido y exento de lugares comunes, pueda seguir generando. Y para el resto de los lectores, la cada vez más extraña opción de no pasear rauda la vista por un libro, sino reflexionar y aprender con este. Un colección de relatos, en definitiva, que me ha recordado al paseo por un zoco, pleno de olores, sabores y saberes nuevos, que debemos seguir disfrutando.

martes, febrero 28, 2012

El trepanador de cerebros, Sara Mesa

Tropo Editores, Zaragoza 2011. 224 pp. 17 €

Victoria R. Gil

Si los premios Razzie son los anti Óscar del mundo del cine, El trepanador de cerebros lo es de los cuentos tradicionales infantiles. Al menos, de esas narraciones desvirtuadas y políticamente correctas que han llegado hasta nosotros, en las que el lobo es capaz de zamparse a Caperucita y a su abuela sin causarles ni un solo rasguño para poder ser rescatadas en perfecto estado, y donde el leñador se encarga de castigar al infeliz animal, que terminará muriendo en ayunas. Para que luego lo llamen feroz.
La primera novela de Sara Mesa llega tras sus dos libros de relatos La sobriedad del galápago y No es fácil ser verde, y del poemario Este jilguero agenda, y resulta, en todo caso, el reverso tenebroso de los cuentos de hadas. En ella no caben más que brujas y bufones, y el único hechizo que existe pasa por disfrazarse de mamut cuatro horas al día en un parque de atracciones prehistórico.
El surtido de personajes disparatados que vive –o siendo exactos, malvive— en las páginas de este libro lo convierte en una singular parada de los monstruos (Freaks, 1932). Un enano que vende su alma en eBay; un «conductoanalista» argentino fundador de la Sociedad de Científicos Suicidas; dos hermanos gemelos, ladrones y timadores; una polaca con gato «que parece extraída de una novela de Dickens»; un entomólogo albino y deforme; una mocosa que exorciza con ajos «el espíritu maligno de los suecos de Ikea», y un burguesito renegado que aspira a gurú espiritual. Así son algunos de los seres inadaptados que se reúnen en torno al frustrado rodaje de La Nalga, una película de evocación sartreriana cuyo sentido «es la falta de sentido; su explicación radica justamente en su ausencia de explicación; su raíz no arraiga en parte alguna». Quizás como sus propios protagonistas.
Con semejante pandilla, cliente sin duda de la taberna del Pica Lagartos que frecuentaba Max Estrella, Sara Mesa compone una historia coral, tan absurda como desencantada, y más lúcida de lo que querríamos admitir. Porque a pesar de no cargar las tintas en las miserias, muchas y variadas, que padece este grupo de marginados, y de servirse de un humor negro que desemboca las más de las veces en farsa, sabemos que esto no es la distopía tragicómica que desearíamos que fuera. Es la pura realidad, más deforme y grotesca que cualquier fantasía que podamos recrear.
Sara Mesa no pone nombre a su ciudad de viviendas inhóspitas y suburbios degradados, pero el mapa urbano que dibuja está en todas partes, desde el estruendo del tráfico al de las obras, y desde los centros comerciales a los parques temáticos. Es en este paisaje en el que se mueve Silvia, la Cenicienta que nunca llegará a princesa y en torno a la cual gravita un puñado de seres que, como ella, no encaja en ninguna parte. Encontrar su sitio, aunque éste sea un puesto de cobro en el peaje de una autovía, es el único viaje posible en el mundo que les –nos— ha tocado vivir.
Tras la publicación de El trepanador de cerebros, la escritora madrileña afincada en Sevilla ganó en septiembre del año pasado el VI Premio Málaga de Novela con su siguiente obra, Un incendio invisible, un galardón que ha contribuido a apuntalar una de las voces narrativas más originales e interesantes del actual panorama literario de nuestro país.

lunes, febrero 27, 2012

La jaula, Javier Serrano

Eutelequia, Madrid, 2011. 212 pp. 16,20 €

Miguel Baquero

Alegórica y rotunda, La jaula, primera novela del madrileño Javier Serrano (Madrid, 1968) supone todo un descubrimiento. En primer lugar, el descubrimiento de un autor que, por lo que se desprende de este texto, se mueve en la órbita de la literatura más seria y con afán de trascendencia, esa literatura que, sobre una metáfora como representación del mundo, desarrolla en torno a esa imagen un pensamiento. Un pensamiento, esto es fundamental, en forma novelada, un pensamiento que se plantea preguntas y se atreve a aventurar algunas respuestas, todo ello, siempre, en modo narrativo, sin ninguna sentencia, por supuesto ningún sermón ni ninguna exposición exhibicionista de las ideas propias. No por nada, esta novela concluye con un colofón de Aldous Huxley, en cuya estela pretende situarse Serrano, así como en la de otros grandes autores del siglo pasado (desde Camus a Jünger, Orwell o Golding, primeros que se me vienen a la cabeza, la lista es extensísima y gloriosa) que, mediante una literatura precisa y depurada, quisieron vehicular el pensamiento y su visión del mundo a través de la estética novelística. Así creo yo, mediante la novela simbólica o significativa (más que mediante la sucesión de peripecias y/o anécdotas), que se produce una literatura de excepcional calidad, como es el caso.
Para mayor fortuna, Serrano sitúa la acción de su novela en un entorno kafkiano: un presidio en mitad de la nada donde no existen barrotes en las celdas, así como tampoco guardias ni carceleros (todos, en fin, se vigilan unos a otros), pero nadie siente, sin embargo, la necesidad perentoria de salir, de cruzar la puerta permanentemente abierta. Una serie de cárteles, repartidos a lo largo del recinto, con sentencias grandilocuentes, les amilanan aún más, si cabe, en su deseo, si acaso alguna vez lo sintieran, de escapar de allí. Es a ese recinto donde llega (adonde llevan) a Bastián Bastián, el protagonista de la novela (no ha habido ningún error al copiarlo, al crear el autor un nombre así, imposible en realidad, origina una singular empatía con el personaje; en realidad, al no ser nadie podríamos ser cualquiera). El planteamiento, como se ve, es ante todas las cosas, radical, en el mejor sentido del término. Un planteamiento que pretende ir a la raíz de las cosas, con el que el autor pretende mostrar su visión de la realidad desnuda de interferencias ni distracciones, enfocar directamente sobre la esencia de las cosas, en medio de un panorama cerrado sobre sí mismo.
En el recinto, pues, extrañamente clausurado de La jaula, se dilucidan ya desde la primera páginas algunas de las grandes cuestiones humanas (en esencia, repito, es decir: sin digresiones), como son la resignación ante la suerte y/o la subsiguiente capacidad de lucha; la obediencia a un superior; la naturaleza de la amistad; el límite de la resistencia a la tortura sorda… Pero La jaula no sólo le propone al lector que se contemple a sí mismo a través del personaje protagonista, no sólo le incita a una reflexión sobre su yo interior, sobre las cuestiones arriba expuestas planteadas hacia sí mismo, sino que, al mismo tiempo, la novela tiene una proyección al exterior, La jaula es así mismo una abstracción de la sociedad que nos rodea y los pilares en que está asentada, a veces tan absurdos, estos pilares y principios, como los de los grandilocuentes carteles que sojuzgan silenciosamente a los reclusos de la cárcel, una sociedad con las puertas abiertas que nos mantiene, no obstante, prisioneros y nos obliga a menudo a las más bajas acciones debido a un temor incierto hacia no se sabe qué, hacia la nada seguramente que rodea el recinto.
La conjunción de estos dos planos, reflexión personal y reflexión social, hace de La jaula una novela de extraordinaria profundidad, un ejercicio intelectual sin complejos, de la vieja época en que los escritores no se asustaban de introducir “un mensaje” en sus obras, aunque más que de “mensaje” dirigido y mascado, cabría hablar aquí de una invitación al pensamiento. A ello hay que unir un lenguaje certero, descriptivo sin excesos, rudo en los casos que se requiere, perfectamente adecuado a la novela; un ritmo que no decae en ningún momento y unos personajes, como el del guardián del presidio, inquietantes y muy bien caracterizados. Escenas como la del palo al sol al que se ata a los díscolos tienen una fuerza impresionante; en el debe, quizás, faltaría un poco de concreción en algunos símbolos (como el de las muñecas que se fabrican en la cárcel o las cartas que los presos pretenden mandar al exterior) y el final se antoja un poco apresurado. Pero, en todo caso, es difícil exigir más calidad a un autor, cuanto más en su primera novela publicada.

viernes, febrero 24, 2012

Pulso, Julian Barnes

Trad. Mauricio Bach. Anagrama, Barcelona, 2011. 264 pp. 17,90 €

Miguel Sanfeliu

Julian Barnes es uno de los principales escritores británicos. Lejos queda su desembarco en España, de la mano de la editorial Anagrama, junto a autores de la talla de Hanif Kureishi, Kazuo Ishiguro, Graham Swift, Ian McEwan o Martin Amis. El primer libro que leí de Barnes fue El loro de Flaubert, que me dejó absolutamente deslumbrado: un libro inclasificable y genial. Su carrera es larga, la lista de sus libros, extensa, al igual que la de los premios obtenidos, el último de los cuales lo acaba de ganar con su última novela, aún no publicada en España, titulada The sense of an ending.
Pulso es el título con el que se publica su última colección de cuentos. Narraciones para degustar despacio, sin precipitación, dejándose llevar por un estilo cuidado y elegante, por unos personajes que soportan el peso de la existencia, apenas vislumbrando lo que ésta tiene de misteriosa, sometiéndose a las reglas establecidas, preocupándose por cuestiones que escapan a su control y de las que opinan, a veces con ligereza, y siempre con ingenio.
En el último relato de este libro, el magnífico “Pulso”, que por sí mismo ya justificaría la adquisición de este volumen, el protagonista-narrador dice lo siguiente: «Los grandes temas en ocasiones son tan grandes que uno tiene muy poco que decir sobre ellos, mientras que es más fácil discutir sobre las pequeñas cosas». Y creo que esta frase encierra una de las claves fundamentales de la escritura de Barnes, cuyos personajes se relacionan entre sí, se buscan y se separan, afrontan las dificultades de vivir en pareja y, sin ser conscientes, rozan grandes temas, historias que les superan; así, la terrible experiencia sufrida por una mujer nos llega de un modo indirecto, a través de su relación con un hombre, el narrador. Del mismo modo, los terribles efectos de la muerte los percibimos en la historia de ese hombre que regresa a su casa de campo en una isla escocesa y se enfrenta a la ausencia de su esposa recientemente fallecida. La incomunicación o el deterioro de una relación lo podemos percibir como reflejo en el estado del jardín que una pareja cuida en su casa o en el desempeño de una actividad en común.
Cuatro narraciones dialogadas, tituladas “En casa de Phil y Joanna”, en las que se reproducen las conversaciones sobre todo tipo de temas de actualidad, de un grupo de amigos que pasan de una cosa a otra sin tomarse nada realmente en serio, se intercalan entre los relatos de la primera parte de este libro que, pese a su heterogeneidad, resulta misteriosamente compacto. Puede identificarse esa unidad no sólo en la sugestiva voz narradora, en el tono culto y reconfortante, no exento de un toque irónico, de una voz que nos contagia la magia de las historias, sino en la visión descreída sobre la madurez y las relaciones de pareja, la visión acerada sobre un mundo cada vez más superficial.
La segunda parte del libro reúne cinco historias que, de uno u otro modo, tienen como protagonista uno de nuestros sentidos: la sordera de ese pintor que se gana la vida haciendo retratos en los que la gente pretende aparecer más digna de lo que realmente es, esa mujer que sufre una extraña enfermedad en las manos que la obliga a llevarlas cubiertas con guantes, esa historia que recrea la relación entre el doctor Franz Anton Mesmer y la compositora ciega Maria Theresa von Paradís, así como los intentos de éste por aplicarle un tratamiento basado en la energía magnética, una curiosa reflexión sobre la importancia del gusto o esa intensa historia de una familia en la que el padre sufre de pronto una inexplicable anosmia que desvía la atención de la verdadera tragedia que se avecina. Y tras todas estas historias, se intuye la presencia de esos detalles que nos conforman como humanos, de esas pequeñas tragedias como la soledad, el desamparo, la incomunicación, el egoísmo, nuestra insignificancia o nuestra impotencia ante el entorno. Un magistral libro que nos sumerge en el universo personal de un autor sumamente interesante.

jueves, febrero 23, 2012

Cuentos para un año, Luigi Pirandello

Trad. Marilena de Chiara, Nórdica, Madrid, 2011. 2300 pp (3 Vol.). 59,50 €

Cristina Davó Rubí

Satisfacción por el trabajo bien hecho es lo que debe sentir el equipo de la editorial Nórdica que ha llevado a cabo la monumental publicación de Cuentos para un año, de Luigi Pirandello (Agrigento, Sicilia, 1867 - Roma, 1936). Sin olvidar el excelente prólogo y traducción de Marilena de Chiara y el asesoramiento literario de Jorge Carrión. Así que los lectores españoles podemos considerarnos afortunados de tener a nuestro alcance la cuentística íntegra del genial autor italiano; en una edición de calidad además. Dividida en tres volúmenes, que suman más de 2300 páginas, una obra con los 240 cuentos que Pirandello escribió a lo largo de su vida. Su proyecto, como el título indica, era escribir un cuento para cada día del año, pero la enfermedad le impidió acabar tan titánica tarea. Aunque más conocido por su faceta de autor teatral —considerado de los más importantes dramaturgos italianos del periodo de entreguerras— e incluso por sus novelas, algunas tan famosas como El difunto Matías Pascal (1904), es de justicia afirmarlo también como un sobresaliente escritor de cuentos. Es más, se puede decir que en los relatos encontramos el germen de las obras teatrales pirandellianas. Toda la obra del escritor siciliano se basa en la contradicción de la condición humana. En el teatro, esta se muestra de una forma cruda y directa, mientras que en los cuentos resulta más matizada y sutil. Por qué no se cita a Luigi Pirandello en las nóminas de grandes autores de cuentos es algo que puede deberse a la falta de traducciones —aunque en inglés empezaron a traducirse en los años 30, en francés no ocurrió hasta entrados los 70, o en español incluso más tarde— y a la simple inclusión en antologías. Por otra parte, los cuentos pirandellianos son muy variados tanto técnica como temáticamente, imposibles de ajustar a patrón alguno, lo que quizás supuso su exclusión del canon del cuento contemporáneo. Tampoco hay que obviar, por supuesto, su tremenda fama como autor dramático, hecho que posiblemente eclipsó el resto de su producción. En 1934, el escritor italiano fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
Situados en el paisaje siciliano, en los relatos de Luigi Pirandello adquieren una importancia fundamental los personajes. No lejos de la influencia del expresionismo, las personas se transforman en personajes a manos del escritor; se trata de máscaras que representan las convenciones sociales a que está sujeto el individuo. Encontramos en la densa galería pirandelliana personajes de todas las edades y condiciones, si bien siempre tiende a centrar el protagonismo en tipos populares. No son personajes abstractos, sino al contrario, están perfectamente definidos y transpiran vida. Una presencia constante, por tanto, es la muerte: suicidios (Mantón negro), asesinatos, fallecimientos repentinos, enfermedades (El viaje). En el personaje pirandelliano es muy relevante el nombre propio, dotado siempre de simbolismo fonético y en relación con los rasgos físicos y morales de quien lo porta (Nené y Niní, Tanino y Tanotto). En este sentido, no debemos olvidar el concepto de humorismo tratado por el autor italiano, que dota a los personajes de una comicidad trágica.
Pirandello denunció la hipocresía de la vida social, abogando por una existencia individual. Además, vivió atormentado por sus propias contrariedades, como la enfermedad mental de su esposa, de la que tuvo que ocuparse durante veinte años. En sus cuentos se despliegan toda una serie de problemas existenciales: la locura (los jubilados de la memoria), la soledad del hombre moderno, la exclusión (Lejos), la falta de comunicación, el carácter efímero de los ideales políticos y religiosos (La capilla), lo absurdo de las convenciones sociales (Cuando estaba loco)… a todo esto, Pirandello no da ninguna solución posible. Su única y segura salida es la escritura. Sin duda la riqueza de estos cuentos radica en la diversidad de registros. Van desde el realismo o la escena de costumbres a la reflexión filosófica (Un poco de vino), pasando por la autobiografía (El humo), la metaliteratura (La elección), la deformación a través de lo grotesco (¡Piénsatelo, Giacomino!) o la fantasía (Mal de luna), en una búsqueda del autor por acercarse a la esencia de las cosas. Si bien, como en su dramaturgia, Pirandello concluye que no se puede llegar al conocimiento verdadero y objetivo. Él sólo puede ofrecernos trozos de vida, “pequeños espejos” en los que nos veremos reflejados.

miércoles, febrero 22, 2012

Acceso no autorizado, Belén Gopegui

Mondadori, Barcelona, 2011. 320 pp. 19,90 €

Ariadna G. García

El pasado 15 de marzo la ciudadanía española tomó las plazas y calles, y con este gesto, recuperó para la reflexión, la convivencia y el debate los espacios públicos. Ray Bradbury, en Fahrenheit 451, sospechaba que las ciudades futuras estarían sometidas a un modelo arquitectónico sobrio, desprovisto de jardines o parques, desnudo de mobiliario urbano. Por fortuna, aunque el sistema económico ha empobrecido las relaciones sociales imponiendo a la gente como norma la prisa y el individualismo, aún permanece intacta la fisonomía de las metrópolis, por cuyos cascos antiguos se viene deslizando desde entonces un sentimiento poderoso e ingobernable: la indignación.
Belén Gopegui, en su última novela, especula sobre la división en el gobierno para afrontar la crisis financiera del país en 2010. La respuesta del ejecutivo se produjo el 12 de mayo, y supuso los mayores recortes sociales de nuestra democracia. Las reacciones no se hicieron esperar: en octubre dimitía la vicepresidenta Fernández de la Vega, y en marzo de 2011 comenzaba el movimiento asambleario del 15M.
Acceso no autorizado lleva a la ficción el desenlace de la biografía política de María Teresa Fernández de la Vega, cuya alter ego ha sido bautizada Julia Montes. No obstante, hay que realizar una clara distinción entre el personaje histórico y el ente discursivo, el sujeto real y el de papel. Este último tiene su propia vida, emociones y concepción del mundo, de los que informa detalladamente la prosa elegante, fina, salpicada de matices líricos, de una Belén Gopegui en estado de gracia.
Recubierto de un atractivo formato de thriler, en Acceso no autorizado convergen todas los radios habituales del género: conspiración, intriga, espionaje, amenaza, traición… Pero lo verdaderamente excepcional del libro es su ideario intelectual y su hondura psicológica.
Ocultos en la noche de Madrid, Julia Montes y una pandilla de hackers comparten –sin saberlo– su soledad y sus ganas de cambio. Ella siente la culpa de quien no se ha arriesgado lo suficiente en la defensa de los demás, de los ciudadanos más débiles, de aquellos que primero naufragan al impacto de la mala gestión de sus representantes políticos. Consciente de la brecha abierta entre la ciudadanía y la clase dirigente, Montes lamenta no ya sólo la corrupción (“cometer actos inmorales se hace más fácil con cada centímetro de distancia social” Bauman, Modernidad y Holocausto), sino también la “inercia” para cambiar el signo de las cosas, aunque peligre el estado de derecho (“la costumbre tiene una fuerza extraordinaria, que excede en gran medida el deseo de auto-conservación” Midgley, Doce ensayos para sacar la filosofía a la calle).
Pese al desencanto de la vicepresidenta, la novela de Gopegui arroja un guante: desafía a los afiliados y simpatizantes del PSOE a repensarse, rehacerse y redimirse; tienen de plazo una legislatura.
Acceso no autorizado tiene el mérito de llevar a los lectores hacia regiones privadas, entre bambalinas, donde se toman decisiones que nos afectan a todos. La delicia de su lectura (suave, clara) favorece la comunicación de su mensaje, su propuesta de redefinición. Igual aún queda espacio de mejora, si vencen los miedos a la banca y los mercados. Sólo hace falta libre albedrío y determinación.

martes, febrero 21, 2012

Eva Braun. Ua vida con Hitler, Heike B. Görtemaker

Trad: Guillem Sans Mora. Debate, Barcelona, 2011. 389 pp. 23,90 €

Ángeles Prieto

Pensar en la joven Eva Braun (Munich,1912-Berlín,1945), autoinmolada con sólo 33 años en honor de su dios, podría suscitar en nosotros una cierta piedad hacia aquella que estuvo llamada a ser la Primera Dama del Tercer Reich, pero que sin embargo no fue más que un mero florero decorativo, o una meretriz bien pagada y mejor escondida por su omnipotente amo. Porque ser la chica de Adolf Hitler, según el brillante guión cinematográfico y propagandístico que Joseph Goebbels orquestó para la figura del Führer, suponía mantenerse oculta a la sombra del mismo, sin salir nunca en las fotos públicas.
Ahora bien, si nos adentramos en esta interesante biografía que elabora Heike Görtemarker, descubriremos que el personaje distó mucho de ser simplemente la cara bonita de un buen puñado de fotos privadas. Pues en este libro nos vamos a encontrar con un ser complejo que cambia con el tiempo, menos alegre, sencillo, apolítico y vital que como siempre nos la presentaron: una belleza rubia, el perfecto descanso del guerrero ario.
En principio, y aunque su fascinación por Adolf Hitler fue firme y constante en todo momento, en absoluto es descartable también su interés y ambición a la hora de conseguir mejoras sociales y económicas para ella y toda su familia. Pues como hija de una modista y un maestro de escuela, Eva nunca alcanzó un nivel de estudios que le permitiera salir de una sencilla clase media. Eso sí: tuvo la suerte de conseguir, en un periodo de crisis económica, un empleo como ayudante de quien luego sería el fotógrafo oficial de Hitler (Hoffmann) y en su estudio la conoció éste en 1929 cuando ella contaba sólo contaba con diecisiete años, mientras él lucía ya cuarenta y tres y estaba en vías de convertirse en el dueño de toda Alemania. Eso sí, no sin ocultar un destacable cadáver en su armario privado, como fue el suicidio de Geli Raubal, joven sobrina con la que convivía y con la que sostenía, muy presumiblemente, relaciones íntimas. Así Eva, de edad parecida, pasaría a sustituirla en su lecho.
Es sólo que, en la relación complicada que ambos mantuvieron, donde por razones políticas y de Estado permanecieron mucho tiempo separados, los ascensos materiales y sociales de Eva como querida de Adolf (casa, teléfono, chófer y coche oficial, manutención mensual) los consiguió gracias a dos intentos de suicidio con seguro peligro. Pues en 1932 se pegó un tiro en el cuello y en 1935 estuvo a punto de perecer por sobredosis de pastillas para que él le prestara la atención y los favores debidos. En estas circunstancias, Hitler no la abandonó, ni la sustituyó nunca, aunque sólo optó por concederle el estatus de mantenida, conocida exclusivamente dentro del círculo privado de sus amigos íntimos (Speer, Morell o ese gángster que fue Bormann).
Muy destacable en el libro es el progresivo Hundimiento del régimen que ya todos conocemos, con ese Führer enloquecido y prematuramente envejecido, prendiendo fuego a toda Europa en dos frentes imposibles y exterminando al pueblo judío europeo en aquel atroz Holocausto que Eva aprobaba y aplaudía, aunque no nos consta, y podemos descartar, que su opinión influyera para nada en los planes bélicos de su amante. Aquel que sólo se convertiría en esposo suyo un día antes del pactado suicidio entre ambos, ella envenenada con ácido cianhídrico y él volándose los sesos de un tiro en las sienes.
El caso es que nos encontramos ante un libro de historia bastante serio, incisivo y muy bien escrito, con gran respeto y rigor crítico ante una mayoría de fuentes discutibles porque fueron redactadas por sus protagonistas tras la derrota de Alemania, una vez finalizadas las contiendas militares, como el imprescindible diario de Albert Speer o el de Christa Schroeder, secretaria de Hitler. Igualmente cuenta a su favor con comparaciones interesantes entre el inicuo papel desempeñado por Eva Braun frente a otras grandes damas del Tercer Reich que sí ostentaron cierto poder, como Magda Goebbels o Ilse Hess. Y con un brillante final, a modo de epílogo, donde el veredicto sobre el personaje nos parece verídico, riguroso y en absoluto exculpatorio. Un libro que merece la pena leer y que en modo alguno decepcionará a quiénes se hayan acercado antes con profundidad a la figura de Hitler (magnífica biografía de Ian Kershaw) o a la historia del Tercer Reich en su conjunto.

lunes, febrero 20, 2012

Chagall en Rusia, Joann Sfar

Trad. Esther Bendahan y Fernando M. Vara de Rey. 451 Editores, Madrid, 2011. 128 pp. 18,75€

Ricardo Triviño

El genio de Sfar es incombustible. Su motor creativo no deja de funcionar. Puede bajar la cantidad de revoluciones pero no se queda en dique seco. La originalidad de sus historias es innegable. Recuerdan a la imaginación ilimitada de ese otro genio francés, todavía sin traducir al castellano, llamado Fred y autor del sin par Philémon o La historia del cuervo con bambas.
Con 40 años cumplidos este pasado 2011, el número de álbumes que tienen su firma se eleva hasta los ochenta, sin contar las novelas, las películas (Gainsbourg. Vida de un héroe y El gato del rabino) ni las colaboraciones. Es sencillamente increíble. Y lo es más cuando se lee maravillado Sócrates el semi-perro o El minúsculo mosquetero, series que si bien flaquean ya en el segundo, pues la trama se enreda en exceso, tienen una primera aventura por la que muchos historietistas batallarán toda la vida sin conseguirla.
Todo lo que se diga en estos párrafos puede sonar exagerado, pero la rave lectora de Sfar ha sido intensa, agradable y, sobre todo, agradecida. Todo empezó con la publicación por parte de 451 Editores de Chagall en Rusia. Había tenido una primera aproximación al autor hace tiempo, creo que con la biografía inventada de otro pintor, Pascin: la Java bleue, pero no me sentí atraído. Ahora, sin embargo (o con desmesurado embargo), lo leo fascinado.
Si en Pascin Sfar imitó las acuarelas y los colores del pintor búlgaro, en Chagall mantiene su estilo pero inserta la iconografía del pintor bielorruso. Lo que empieza siendo una aventura ligera y divertida, acaba tornándose oscura. A diferencia de Pascin, cuyo amor carnal acabará obsesionándolo, lo que ofusca a Chagall es un amor platónico. Ambas vidas se ven marcadas por un objeto común e inasible, y ambas son falsas. Como el Marqués de Bradomín, Sfar prefiere la Leyenda a la Historia.
El tema judío, una constante en la obra del historietista galo especialmente bien tratada y analizada en su obra cumbre, El gato del rabino, aparece también en este cómic y no de manera oblicua. Del mismo modo, tanto la convulsa historia de Rusia de principios de siglo XX como las escenas durante su infancia en Vitebsk tienen un papel importante en este cómic cronológicamente borracho pero semánticamente coherente y bello.
Y no hay que olvidar que Sfar es puro juego. Sus historias no se acaban nunca. Siempre hay más por descubrir y disfrutar, como niños. ¿Acaso es también Marc Chagall el ruso que aparece en el quinto volumen de El gato del rabino? Pese a la riqueza de lo que cuenta, Sfar es aún más poderoso en lo que calla, en lo que nos invita a imaginar. Él agita nuestras neuronas, nos despierta.
Chagall en Rusia es una obra lírica con pinceladas surrealistas que tal vez no debiera ser la puerta de entrada a Sfar, pues otros trabajos pueden resultar más accesibles, pero sin duda es un cómic que debe ser leído. Asomarse al mundo de este polifacético artista es subirse a una locomotora que sólo nos traerá paisajes nuevos y maravillosos y de la que, sin duda, ya no querremos bajar.

viernes, febrero 17, 2012

Los inmortales, Manuel Vilas

Alfaguara, Madrid, 2012. 224 pp. 18,50 €

Carlos Castán

Javier Calvo dice de Vilas que es el escritor más peligroso. Luna Miguel añade directamente que está loco. ¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? Ocurre que estamos ante un tsunami de imaginación, de inteligencia, de belleza, de poesía que nos llega como por sorpresa, inesperadamente. Nada, ni forma ni contenido, son previsibles en estas páginas, hasta el punto de que el lector —por más pasos que haya dado en el pasado en eso que se ha dado en llamar el Universo Vilas, por mucho Aire Nuestro y mucha España que haya recorrido antes—, no puede evitar una sensación inicial de desorientación, de dulce vértigo, de bendito no-saber al adentrarse en el libro: Cervantes escribiendo en un ordenador en la sala de espera de un aeropuerto mientras escucha Cecilia de Simon & Garfunkel en su MP3, el cantante de Joy Division convertido en gran caballero, un anciano Vilas atendiendo por televisión a una historiadora que huele a almendros, a mar y a viento libre; una amiguita del Rey Juan Carlos cantando una canción de Johnny Cash en su regazo, una reencarnación de Stalin que habla de destruir todo el Universo para matar el aburrimiento, el Papa y Teresa de Calcuta que se pierden por los supermercados y canturrean éxitos de la Carrà, puntúan del 0 al 10 las hamburguesas del McDonald’s, Dante y Neruda recorriendo las calles y las tabernas de Dublín, Guinness va, Guinness viene; el Juicio Final amenizado por un concierto de Elvis. Todo este aparente desvarío, este inteligente despliegue de personajes con identidad quebrada, dual o suplantada, está al servicio de una novela que, como todas las grandes novelas, pone el acento sobre la condición humana, su mísera maravilla y sus maravillosas miserias.
El tema de este libro es la muerte. O lo que es lo mismo, el tema de este libro es la vida. Por eso es un libro atravesado por el misterio pero a la vez tan luminoso y energético, tan vital. No queremos morirnos. Nos andamos quejando a cada paso pero lo que de verdad queremos es seguir aquí.
La literatura había tratado antes este tema de la inmortalidad. Kundera, por ejemplo, dedicó al asunto algo más que una novela con ese preciso título (yo diría que es la obsesión que subyace entre líneas en toda su obra), y es asimismo inevitable recordar el célebre relato de Borges, “Los inmortales” en el que se plantean algunas cuestiones que, desde otro enfoque distinto, están también en este libro, especialmente en la parte inicial del capitulo titulado "Dos conversaciones y un recuerdo", en la que hablan Saavedra y Robespierre: el tema de si realmente la inmortalidad es deseable, y aún más, si es o no soportable esa dilatación del tiempo que acabaría convirtiendo todo en aplazable e inane, ¿cómo olvidar a aquel personaje inmortal del cuento de Borges que cae en una grieta y tardan décadas en arrojarle un poco de agua para que beba?. En las páginas de este libro, otro personaje, Stalin, inmortal materialista, sugiere que no morir sería poco más que un alargamiento de la oscuridad. Y eso da cierto pavor, recuerda a cómo Cioran pensaba en uno de sus aforismos que el infierno debía de parecerse mucho a un domingo por la tarde sin fin, una tarde de domingo que no terminara nunca.
Hay diversas clases de inmortalidad: una es la de la obra que queda, las huellas de una vida y de un pensamiento que es absorbido por las generaciones venideras, vivir en el recuerdo de otros, en sus lecturas, configurando conciencias de tiempos futuros, pero esta forma de inmortalidad no es la que interesa, no es por la íntimamente todo hombre clama, lo reconozca o no. En el libro asistimos a otras más interesantes: está la inmortalidad tipo fantasma encerrado, que es la que James Joyce representa en la novela, recluido en un museo en forma de holograma. Y otro tipo de inmortalidad más deseable que permite beber whisky, contratar prostitutas, tomar aviones y desplazarse en el tiempo. Este tipo de inmortalidad, que es la que más abunda en el libro, permite poner a discutir a personajes que vivieron sus vidas reales en siglos diferentes entre sí, preguntarnos por cuáles serían ahora sus gustas musicales o por el tatuaje que llevarían puesto. Se crea así un Universo del todo global. La simultaneidad es una de las categorías fundamentales de este libro, una simultaneidad que aparece reflejada también en pequeños detalles como el visionado de dos películas a la vez o los múltiples conciertos que pueden escucharse al mismo tiempo a bordo del coche fantástico. Porque la globalidad de la que ahora tanto se habla, la famosa “aldea global” es una cuestión sólo de espacio, de suprimir distancias y eliminar barreras de mercado y de comercio cultural. En Los inmortales de Vilas asistimos a una auténtica globalidad, los desplazamientos son en el espacio pero también en el tiempo, estamos todos juntos por primera vez, las ideas del pasado y las que vendrán, algunas de las cuales se nos adelantan en estas páginas.
Porque hay muchísimas ideas en este libro poliédrico, algunas muy poderosas y originales, que son disparadas desde todos los ángulos, ya que en él ocupa un lugar destacado la cuestión —tan literaria, por cierto, pero a la vez genuinamente filosófica— del punto de vista. Es decir, no sólo desde dónde contamos una historia, sino desde qué lugar nos situamos para mirar el mundo. Aquí se observa desde todo tipo de balcones, atalayas y hasta pozos, miradores más allá de la muerte o más allá del espacio. Y todo, la desnudez del hombre, lo ridículo de sus afanes, la levedad de su historia, parece verse más claro bajo esta luz múltiple y desdoblada que ha roto el tiempo y que difumina la distancia existente entre un ser y otro ser, que atraviesa las cosas para iluminar frontalmente la nada.
Atraviesan la narración sugerentes ideas políticas como la anarcocosmia, la cuestión de si la locura colectiva puede ser o no una forma de orden público o acerca de la naturaleza política de los millones de muertos, esa gran fuerza subterránea que todo lo condiciona desde la oscuridad. Y también la idea del miedo como principio político de todas las sociedades humanas y la visión del odio como “café” de la humanidad, como verdadero estimulante de las conductas individuales y colectivas.
Y también consideraciones de carácter filosófico, algunas generosamente desarrolladas y otras esbozadas apenas, como la contraposición que hace Kafka entre Universo e Historia, la tremenda insignificancia de la Historia frente al Universo, similar a la de una conciencia al lado de una piedra que permanecerá en el mundo cuando ésta se haya disuelto en la nada “como lágrimas en la lluvia” expresión Bladrunneriana que se repite en esta obra a modo de homenaje y estribillo. O las reflexiones acerca de la obligación de ser felices, que nos remiten nuevamente a Borges y a los célebres versos que escribió pocos días después de la muerte de su madre: “He cometido el peor de los pecados, no he sido feliz”. Y, sobre todo, la consideración de que nada existe realmente más allá del dolor. Somos nada. Nada como materia (lo sabemos, aunque prefiramos vivir como lo ignoráramos, desde el momento en que descubrimos que los átomos están prácticamente vacíos). Nada tampoco como humanos, ya que somos conciencia que termina por deshacerse, que se disuelve en olvido y en vacío.
Y somos fieles a esa nada, quizás porque esa nada porque nada es todo lo que tenemos.
Es de destacar el vuelo poético que adquiere el lenguaje en muchos pasajes de este libro. Y también, cómo no, el humor, que es en esta novela incisivo e inteligente pero además compasivo. Un humor que es entendido por el autor como una forma de amor, que en definitiva es el gran tema de toda la obra de Manuel Vilas. Hay mucho amor en este libro: amor fraternal, amor erótico, amor a los propios huesos, que es el amor del todo por las partes, y un amor más extraño, más sideral cuyo calor no conocíamos hasta ahora los mortales y que la novela nos ayuda, casi dolorosamente, a sentir: el amor con el que los dioses aman a sus criaturas, las lágrimas que por lo insignificante puede llegar a derramar lo Sublime.

jueves, febrero 16, 2012

El perro de los Baskerville, Arthur Conan Doyle

Ilust. Javier Olivares. Trad. Esther Tusquets. Nórdica, Madrid, 2011. 165 pp. 25 €

Amadeo Cobas

Es curioso el modo en el que puede surgir una novela. Tal ésta. ¿Inspiración de su autor? Sin duda…pero no sólo. El perro de los Baskerville fue publicada por capítulos (al igual que los inicios del detective Sherlock Holmes) en The Strand Magazine, de tirada mensual, debido en gran parte a la presión de los lectores de la revista, que necesitaban más aventuras de su detective favorito. Sobre todo, después del agravio que Arthur Conan Doyle les había hecho padecer al matar a Holmes en su última intervención literaria (el escritor se había visto abrumado por la notoriedad alcanzada por el personaje que había creado, quiso cambiar de registro…mas no se lo permitió su público. Perdón, por ser más preciso, quiero decir el público de Sherlock Holmes…). Quizá como leve venganza, sir Arthur va a mixturar ingredientes novedosos en esta novela respecto a las anteriores entregas de Holmes. Así, a la investigación pura, aureolada de lógica deductiva, adiciona unas pizcas de misterio sobrenatural, unas pinceladas fantasmales que visualmente frisarían el terror al verse el espectador perseguido por ese perro de fauces fosforescentes proveniente del averno, ¿acaso algún pariente del can Cerbero?
Otra nota diferenciadora de esta obra respecto a las precedentes es el gran protagonismo que cobra el compañero infatigable del detective, el doctor Watson, no sólo por ocupar el papel de narrador en la novela (como tantas otras veces), sino también porque es él quien interviene en solitario, sin la intermediación de Sherlock Holmes a lo largo de casi la mitad de la acción. Empero, ello no es óbice para que la metódica capacidad de razonar de Holmes deje de brillar. Al contrario, la muestra el autor exponiendo, al modo habitual, cada hipótesis para desgranarla en sus partículas más ínfimas y concluir su porqué. Y para todo ello le basta esta narración en primera persona efectuada por Watson con ese detallismo preciosista suyo, sin dejar ninguna explicación al albur, ya sea por medio de la narración en sí misma, en su traslado al lector, o mediante las cartas que dirige a Sherlock para contarle los acontecimientos que vive en su estadía en la mansión de los Baskerville, en una de las cuales escribe: «…sigo creyendo que lo mejor es transmitirle todos los datos y dejar que elija usted los que le parezcan más útiles». Es decir, el axioma del alumno que no osa emular al maestro.
Pese a ser territorio común en su producción literaria, no hay que dejar de destacar la técnica narrativa de Conan Doyle, que maneja con displicencia el ritmo consiguiendo el frenesí de un texto abundantemente dialogado y, por ende, muy clarificador, con la diseminación milimétricamente estudiada de dejes poéticos para no abrumar con sus descripciones prolijas, jalonándolas de belleza: «Los rayos oblicuos del sol poniente convertían los arroyos en hebras de oro…»
Resumiendo, diremos que Sherlock Holmes es magistral en sus investigaciones, y el libro se pliega con el caso cerrado sin permitir ni un solo cabo suelto, ni un resquicio por el que atacarlo; ni siquiera queda sin resolver, por poner un ejemplo, la desaparición de un perro perteneciente a un personaje secundario, cuya falta es mencionada en un breve pasaje, pero que reaparece al final para dar a conocer qué ha ocurrido con él.
Mención aparte merece la calidad de esta reedición hecha por Nórdica. Ha sido un acierto la compaginación entre letra e imagen, una empresa a priori complicada, pero que ha sido resuelta con solvencia por la editorial. Claro que han contado con Javier Olivares, y así es fácil atinar en la diana. Las ilustraciones tienen su sello inconfundible, la fuerza que siempre las caracteriza; son deliciosamente simbólicas, imprimen un velo muy apropiado al trazar repetidamente las volutas del humo de los cigarros, no en vano sabemos que tanto Holmes como Watson son fumadores empedernidos, y tienen esas pinceladas sombrías y otoñales que reflejan el páramo en el que transcurren los sucesos y asoman los espectros. Si tienen un rato, paséense por esta dirección: javierolivaresblog.blogspot.com y verán ejemplos de su obra.
Este libro de formato grande (tamaño 19,5 x 26) a precio asequible es una opción para hacer un regalo que compendie calidad y elegancia.

miércoles, febrero 15, 2012

El escondite de Grisha, Ismael Martínez Biurrun

Salto de Página, Madrid, 2011. 251 pp. 18,50 €

Julián Díez

Se viene distinguiendo en los últimos tiempos Ismael Martínez Biurrun en los territorios de la narración pura, satisfactoria, en el que la hondura no se disfraza en un exceso de artificios, centrada en el placer reflexivo para el lector. Con El escondite de Grisha da un paso más hacia la madurez como narrador sólido, muy suelto y de lectura agradecida, disminuyendo un tanto en este caso respecto a anteriores obras la dosis de fantástico, para incrementar unas gotas de componentes de thriller y una mayor ambigüedad psicológica en los retratos de caracteres respecto a las ya satisfactorias Rojo alma, negro sombra y Mujer abrazada a un cuervo.
La novela tiene como punto fuerte el narrador en primera persona, construido de forma sólida y con voz propia, confusa en ocasiones, límpida en otras. Olmo, simplemente Olmo, vive ante nuestros ojos una convincente metamorfosis, que en realidad es retorno y enfrentamiento con su propia naturaleza, a través de la relación con Grisha, un muchacho adoptado procedente de la Ucrania cercana a la central de Chernobyl. Se encontrarán en reconocibles tardes anodinas de biblioteca de barrio, que darán paso a una relación progresivamente más estrecha.
Porque ambos inadaptados -el gigantón convertido en ese un tanto improbable bibliotecario, el chaval escondido entre libros para eludir su realidad- se atraen inmediatamente en medio de la repulsión generalizada, y ligan de manera inexorable sus destinos. Poco a poco, la relación da paso al descubrimiento del pasado de ambos: la agresividad sólidamente cimentada de Olmo y la soledad desgarradora de Grisha se apoyarán mutuamente como dos borrachos que caminan hombro con hombro en un delicado equilibrio.
Ambos se verán obligados a romper con todo y salir en busca del pasado de Grisha para que al menos uno de los socios sea capaz de sobrevivir. La novela tiene sus mejores páginas en páginas de road movie paneuropea y alucinada, en la que me parece sentir ecos del Picnic Extraterrestre de los hermanos Strugatski, hacia un final catártico del que aún surgirá una coda demoledora.
Por su estilo puro pero evocador, la contundencia de sus escenas de acción, las aportaciones sobre un tema generacionalmente significativo como Chernobyl, la ternura de algunos de sus secundarios —en particular es interesante la relación de Olmo y Euge— y la autenticidad de los sentimientos que plasma, El escondite de Grisha deja en la memoria el regusto de texto valioso, de secreto que es necesario compartir.

martes, febrero 14, 2012

Adrift's Book, Sayak Valencia

Aristas Martínez, Badajoz, 2011. 190 pp. 18 €

Miguel Baquero

Aunque su autora la califique como “novela”, Adrift's Book es un libro intermedio, entreverado entre narración y poesía. Una mezcla de géneros como, al fin, la mezcla es la clave principal de este libro, no exactamente poesía, no exactamente prosa. Adrift's Book es la última obra de la artista nacida en México Sayak Valencia (Tijuana, 1980), quien en sus libros se califica como filósofa, poeta, ensayista y exhibicionista performer y que ya se dio a conocer con otras obras como Capitalismo gore y El reverso exacto del texto. En el caso de Adrift's Book partimos de una figura tan “novelística”, arquetípica en la narración como es El Detective y de la trama, asimismo tan policiaca, de una muerte. La autora toma eso no para desarrollar una historia policiaca al uso, sino para crear una investigación, sí, pero en los terrenos interiores del propio protagonista, una pesquisa en su cuerpo, en su ser, en su yo. Una “intriga” desarrollada en terrenos íntimos y oscuros, a veces inasibles, inexpresables, esos terrenos a cuyo borde se asoma la poesía…
«El Detective recuerda el cabello rojo de La Muerta flotando. Recuerda el estupor que le causó ver todo ese rojo rodeando la cabeza. Recuerda la decisión de seguir, de investigar, de hacer suyo el caso. Recuerda también que en ello supo que lo que realmente elegía era desandarse. Retomar su camino inverso hacia el género femenino».
En el camino del protagonista, de El Detective hacia su propio ser —y perdón que haya de reseñar un libro de poesía de forma tan narrativa—, en la búsqueda de El Detective en pos de las “Othras” que le componen, se cruzan desde la niña, Chantal, de la que un día fue padre, a la enigmática Mujer de los Detalles. Se trata de un camino de desdoblamiento, no sólo en el interior del protagonista, y sus géneros en tránsito (él-la); se da también una dislocación en el Narrador Omnisciente, que encuentra un Contranarrador, también incluso en los colores en torno, desde ese rojo abrumador de la sangre del que escapa El Detective, a través del “Índigo”, hacia el azul final, símbolo del sexo opuesto. “¿Cómo puede alguien seguir viviendo después del azul?”, se pregunta la autora.
El Detective parece haber llegado a una conclusión, «El Detective piensa en el momento del alumbramiento, en Chantal deslizándose entre sus piernas», pero su investigación va mucho más allá, como en las novelas policiacas, más allá incluso de la decisión final que marca su transexualidad, más allá incluso de cualquier intento de definir a las personas, «Quién es un hombre?, ¿Quién es una mujer?», dice sólo el último capítulo/poema de este libro, titulado “X [Y] X”.
Adrift's Book es un libro, sin duda, peculiar, un pasillo entre géneros, tanto literarios como sexuales, un camino, una incisión radical en uno mismo, una pregunta continua sobre nuestra identidad, nuestras negaciones y nuestra verdad, al fin.

lunes, febrero 13, 2012

El año de la liebre, Arto Paasilinna

Trad. Ursula Ojanen y Juan Carlos Suñén. Anagrama, Barcelona, 2011. 183 pp. 16,90 €

Pedro M. Domene

La editorial Anagrama viene entregando desde 2004 la curiosa narrativa de Arto Paasilinna (Kittila, 1942), escritor y periodista finlandés, cuyo libro de más éxito, El año de la liebre (2011, originariamente, 1975), publica ahora, en una nueva edición, Herralde aunque había conocido una versión anterior en 1998. Fue una de sus primeras obras, llevada al cine en dos ocasiones, una producción finlandesa, de 1977, y una franco-belga-búlgara, de 2006, aunque es, en realidad, la tercera novela de Paasilinna, escrita en 1974, que supuso para el autor su consagración internacional, traducida hasta el momento a dieciocho lenguas, cuenta la relación de un periodista que, de vuelta a Helsinki a donde se dirige con un compañero de trabajo, atropella accidentalmente a una liebre. Cuando Vatanen se baja del vehículo para ocuparse del animal herido, esta simple experiencia hará que su concepto de la vida cambie por completo y decida entonces romper los vínculos que lo unen con el pasado.
De las treinta y cinco novelas publicadas por el narrador finlandés hasta el momento, el proceso de traducción que ha llevado a cabo Anagrama, repartido entre Úrsula Ojanen y Eduardo Vila Santos, Dulce Fernández Anguita y Juan Carlos Suñén, ha sido el siguiente: El molinero aullador (2004, ed., original, 1981), El bosque de los zorros (2005, ed., original, 1983), Delicioso suicidio en grupo (2007, ed., original, 1990), La dulce envenenadora (2008, ed., original, 1998) y El mejor amigo del oso (2009, ed., original, 1995).
El estilo narrativo de Paasilinna es formal y deliberadamente sencillo, su prosa es ágil, fluye por las páginas con la misma tranquilidad con que circulamos por una interminable carretera finlandesa rodeada de frondosos bosques a cada uno de sus lados. La Naturaleza se convierte para el autor en una aliada, en válvula de escape para huir de la monotonía, y además realiza una reflexión sobre las contradicciones de la vida porque nunca debemos olvidar la actitud del escritor, de una irreverencia sublime con respecto a los temas fundamentales de su país. Con Vatanen y su mascota el lector recorre buena parte de Finlandia, ambos rompen deliberadamente sus lazos con la sociedad y solo en casos, estrictamente necesarios, vuelven a ella. A través de las peripecias que le van sucediendo a esta extraña pareja, conocemos el sentimiento que este país tiene hacia los animales o el medio natural donde viven, y pese a que Vatanen se convierte en maderero casual, apaga fuegos o reconstruye refugios, siempre se mimetiza con la Naturaleza, y en su ilógico deambular de un lado para otro, nos transmite el respeto del personaje hacia su medio natural. Paasilinna se muestra, en ocasiones, escéptico y en su huida hacia el Norte, el periodista y la liebre, conocerán el carácter de los norteños y algunas de sus facetas más ridículas, incluida la actitud que lleva al extraño final, que no desvelaremos, pero que muestra las singularidades de alguien como Vatanen quién, en realidad, emprende su particular cruzada para buscarse a sí mismo, o para descubrirnos como el suyo es un país de contradicciones, que con un profundo trasfondo irónico satiriza, aunque siempre con una sonrisa. Después de todo, el desenlace casi escatológico, o mejor el determinismo surrealista de la historia, se concreta en una fábula y sobresale por la su escéptica visión del ser humano y el profundo amor de Paasilinna a la Naturaleza.

viernes, febrero 10, 2012

A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, Manuel Chaves Nogales

Libros del Asteroide, Barcelona, 2011. 320 pp. 17,95 €

Ariadna G. García

La Guerra Civil Española siempre ha sido uno de los grandes temas de nuestra narrativa contemporánea. En los últimos diez años, algunas de las novelas y de las colecciones de relatos más celebradas, estaban inspiradas en el conflicto armado o en sus consecuencias. Soldados de Salamina (2001, de Javier Cercas), Los amigos del crimen perfecto (2003, de Andrés Trapiello), Los girasoles ciegos (2004, de Alberto Méndez) y Carta blanca (2004, de Lorenzo Silva), constituyen los títulos destacados de la primera década del siglo. La guerra, incluso, asaltó la literatura de género, que obsequió a sus lectores con una estupenda novela de terror (Noche cerrada, Emilio Bueso, 2007). En lo que llevamos de segunda década, apenas doce meses, el combate fraticida ya ha cosechado varias obras importantes, lo que significa dos cosas: que escritores y editores se siguen esforzando en mantener intacta nuestra memoria histórica, para que no se olvide el sufrimiento de un pueblo masacrado y se restituya su honor; y que en la sociedad, pese a los intentos de silenciarlo, late el pulso sereno de una democracia joven, pero madura, que desea mirar hacia atrás para impartir justicia y salir reforzada hacia delante. En 2010, el juez Garzón fue procesado por investigar los crímenes perpetrados por los franquistas durante la guerra e inmediatamente después. Al año, Bartleby publicaba un libro de poemas soberbio (Elegía en Portbou, de Antonio Crespo Massieu), rendido homenaje a los ausentes: los muertos y desaparecidos que dejó la guerra entre los demócratas republicanos; Debolsillo, un cómic espectacular (Todo 36-39. Malos tiempos, de Carlos Giménez); y Libros del Asteroide, un conjunto de relatos imprescindibles (A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales) para conocer hasta qué punto nos transforma una guerra. 2011, además, es el año en que la jueza argentina María Romilda Servini de Cubría, tomando el relevo a un Baltasar Garzón silenciado, amordazado, abrió una investigación criminal para depurar responsabilidades por los asesinatos y torturas en la España fascista durante la dictadura de Franco.
Los nueve relatos de A sangre y fuego los escribió su autor antes de partir al exilio y ya ubicado en Francia, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937. Cuenta María Isabel Cintas en el prólogo que algunos de estos textos aparecieron en diferentes revistas europeas y americanas, saciando con ellos la sed de información que nuestra guerra civil provocaba en el mundo. Con ellos, Manuel Chaves relata distintas historias inspiradas en la realidad: el bombardeo de Madrid, la organización de cuadrillas nobiliarias para el exterminio de jornaleros rojos, la desarticulación de una red de espías del bando nacional que emitían la información en morse con linternas, la desorientación de un piloto británico que asistió a un combate entre la Columna de Hierro (milicia popular libertaria) y los socialistas, el intento de un comisionado enviado por el gobierno de la república para salvaguardar el tesoro artístico de Briesca, la angustia y el rencor de un guerrero africano por la pérdida de su compañero de armas, la lucha del personal de servicio de un pequeño hotel la noche del alzamiento, la gallardía de un viejo anarquista que se resistió al papel de actor secundario y lideró la defensa de Madrid, y le reivindicación de su derecho tanto al trabajo como a la vida de un obrero sin carné sindical.
Todos estos relatos nos descubren no ya sólo los entresijos tácticos de un bando y de otro, sino las contradicciones internas de los colectivos y de las personas. A sangre y fuego, como La vergüenza (Bergman, 1968), nos enfrenta al envilecimiento de la gente en un conflicto armado. El periodista Manuel Chaves, desde la distancia sobre los acontecimientos que impone el exilio y con absoluta imparcialidad ideológica, nos muestra las cenizas a la que se reducen los valores morales cuando lo que se juega uno es la propia subsistencia. Los gestos nobles, como la compasión, se pagan con la vida. Y sin embargo, los comportamientos incívicos (traición, venganza, abuso de poder…) se premian con el fardo de una vida culpable, aunque no siempre. La emotividad humana, lo mismo que la piel, sometida a una fuerte presión se llena de callos, y acaba acartonándose
Entre las nueve narraciones, sobresalen las cuatro últimas, que son de lectura obligada para quienes gusten de hacer rápel, con pulso firme, camino del interior de las conciencias más complejas y laberínticas: “Los guerreros marroquíes”, “Bigornia”, “Consejo obrero” y la fantástica “Viva la muerte”.
Libros del Asteroide recupera un título meritorio para la literatura en lengua castellana. La fortuna editorial de A sangre y fuego tiene ahora la ocasión de resarcirse de su olvido en España. Sus traducciones en Francia y en el Reino Unido, así como sus ediciones en Chile o en Méjico, avalan su candidatura a un hueco en nuestro canon, siempre tan conservador cuando se habla de nuevas incorporaciones. Las generaciones venideras, de lectores y críticos, tendrán la última palabra.

jueves, febrero 09, 2012

Articuentos completos, Juan José Millás

Seix Barral, Barcelona, 2011. 960 pp. 27 €

Fernando Sánchez Calvo

Personalmente, no me gusta leer los archiconocidos articuentos de Juan José Millás por una sencilla razón: me hacen pensar durante todo el día. Normalmente los lees a primera hora de la mañana, pasando directamente de la portada y páginas interiores del periódico a la columna que cierra a éste. Tú te estás tomando tranquilamente un café y entonces, no recuerdo qué día de la semana, en ese momento llega Millás contándote una historia sobre una muela, sobre algún adulterio desconcertante, sobre un recuerdo de la infancia, sobre el poder de la muerte en la memoria, sobre la seducción, sobre la caca, sobre el desorden material y humano que puede provocar un terremoto, sobre el descubrimiento de alguna nueva especie animal o vegetal que en principio no nos concernía pero al final del articuento Millás como autor y tú como lector descubrís que sí. Una vez leído el articuento, no es que pienses “qué tontería ha escrito hoy éste” pero sí lo olvidas momentáneamente hasta que, ya en el trabajo, durante la comida, tras la siesta, después de cenar, con la nunca ya sobre la almohada, esa muela, ese descubrimiento científico y esa historia en general, reaparecen y desaparecen simplemente para decirte que están ahí como temas y ya está. ¿Por qué? Porque los ha puesto Millás como orden del día junto a las noticias importantes sobre economía, política y fútbol. Dichos temas y reflexiones no te van a solucionar la vida ni tampoco es que captes el mensaje por fin después de doce horas: es que olvidas las cosas importantes que tu día te reservaba para simplemente pensar en el cuerpo, en la mente, en el lenguaje. Pasas a pensar en los temas de Millás, otra razón por la cual desconcierta leerle, leerlo y leer en general.
Cuerpo, mente, lenguaje, sociedad y cajón de sastre. No son secciones de un periódico ni de cualquier revista de variedades, sino las cinco partes que estructuran el colosal (en ambos sentidos de la palabra) tomo que Seix Barral, bajo el título de Articuentos completos, ha publicado sobre el autor valenciano, quien, muy a pesar de él o no, pasará a la historia de la literatura gracias a este híbrido de columna periodística y ficción, de humor y desconcierto, de cotidianos y extracotidianos. No sé cuánto tiempo hace que Millás escribe articuentos ni qué fue antes, si el articuento o el nombre en sí que, con tanto acierto, explica en qué consisten estas piezas breves, rara vez de más de una página de extensión, con las que se analiza la historia de nuestro planeta y de nuestras intimidades. Las cinco partes de las que antes hablábamos podrían ser perfectamente pues, las cinco obsesiones del autor no sólo en este género sino también en la novela (Léase Cuentos de adúlteros desorientados, La soledad era esto o Dos mujeres en Praga, por dar algunos títulos al azar). En los articuentos, sin embargo, y más en los seleccionados para esta completa antología incompleta por voluntad del autor (quien en conjunto con su editora decidió suprimir aquellos ejemplares que, por decirlo de alguna manera, trataban temas ya pasados de moda), dichas obsesiones crecen ante los ojos del lector por tratarse con lupa. Si cualquiera de nosotros mira a una mosca concluirá que es una mosca. Si Millás la mira con su lupa concluirá que es una mosca + su infancia en Valencia cazando moscas + una discusión propiciada por algún malentendido ocasionado por culpa del zumbido de ésta+ todos los insectos que la precedieron.
¿El origen de análisis tan prodigioso? Si atendemos a los comienzos de los casi mil articuentos que comprenden esta antología, muchas veces una conversación robada por el oído del autor a la mesa de al lado en cualquier cafetería de barrio. Si atendemos a la materia prima, cualquiera que se ponga delante del ojo de éste: asesinatos y nacimientos, pies y prostitutas, cuernos y lámparas. Si atendemos a un estado vital, el desconcierto ante la vida que el autor valenciano nunca podrá o querrá superar. No sé si Millás estará feliz por ello o no, de acuerdo o en desacuerdo, pero en la opinión general que me rodea, pasará a la historia (si es que hay alguna) como el magnífico autor del género breve que a muchos nos hace sentir más profundos aunque también más jodidos. Lo siento por sus novelas y el resto del material que produzca, pues, siendo bueno, no va de momento pegado a la piel del autor y a la de este lector como las veinte o treinta líneas que cada mañana me regalan un pequeño tema en el que poder pensar con fastidio.

miércoles, febrero 08, 2012

Retrato de un matrimonio Nigel Nicolson

Trad. Óscar Luis Molina. Lumen, Barcelona, 2011. 327 pp. 21,90 €

Pilar Adón

No debe de ser muy cómodo escribir sobre los propios padres. Y no sólo porque no parece que la obra pueda depararle al autor grandes hallazgos o momentos de pura evasión, sino también porque, en cierto modo, implica poner en tela de juicio, a disposición de los demás, la propia existencia. No obstante, Nigel Nicolson (autor de una excelente biografía de Virginia Woolf, y editor de Lolita en Inglaterra a pesar de los muchos obstáculos que se alzaron en su camino), hijo del matrimonio formado por la escritora y especialista en jardines Vita Sackville-West y el también escritor y diplomático Harold Nicolson, decidió narrar la historia perfectamente documentada de dos personas que se toleraron mutuamente prácticamente todo: sus padres.
El germen de la obra se origina, como el propio Nicolson cuenta en el prólogo a la edición original de 1973, cuando su madre muere y él ha de encargarse de revisar sus papeles, cartas y documentos. De esta forma va a dar con un diario que Vita escribió a los veintiocho años, en el que revelaba las circunstancias y dilemas de la turbulenta historia de amor que mantuvo con Violet Trefusis durante tres años, concretamente entre 1918 y 1921, momento en que Vita estaba ya casada con Harold, con quien tenía dos hijos, y periodo durante el que Violet se casó con Denys Trefusis tras hacerle jurar que jamás mantendrían relaciones sexuales. A partir de este descubrimiento, Nicolson pasó diez años sopesando la posibilidad de publicar el diario. Consultó a familiares y amigos, y finalmente optó por esperar a que murieran los otros dos principales involucrados en la historia (Harold en 1968 y Violet en 1972), para no causarles problemas.
Muchas voces se alzaron contra la publicación. Rebecca West, por ejemplo, dijo que debería haber dejado el manuscrito allí donde lo encontró, y hubo quien acusó a Nicolson de odiar a su madre. No obstante, Retrato de un matrimonio es mucho más que el diario de Vita y la narración de su apasionada historia con Violet Trefusis. Se trata de una lúcida y consciente declaración de amor filial en la que, haciendo uso de una perfecta alternancia de voces entre el diario y la explicación posterior a modo de glosa del propio Nicolson, que sitúa en contexto, ilumina y ordena las confesiones previas de su madre, se nos ofrece, como lo define el autor, «un elogio del matrimonio» y una perspectiva de la vida de Vita desde su niñez hasta sus últimos años, cuando se volvió más solitaria y se dedicó casi exclusivamente a la jardinería y la literatura,siempre acompañada de distintas figuras más o menos relevantes y, esencialmente, de Harold, su marido.
Nicolson describe a su madre sin escamotear detalles. Nos habla de sus remilgos sociales y de su esnobismo desatado. De una Vita joven, cuenta: «Se sentía herida por cualquier falta de amabilidad, sufría pensando que podía provocar hilaridad con algún traspiés, pues ansiaba sobre todo destacarse», y también que poseía una imbatible conciencia de clase que hacía que considerara vulgares a todos los que no pertenecían a su ámbito social. Vita concedía la mayor importancia al nombre y la fortuna, y consideraba que las personas de clase media, a los que los Sackville llamaban «vulgares», eran dignas de compasión y debían evitarse, a no ser que hubieran adquirido algo de distinción con sus riquezas. Ese desprecio por los «vulgares», por los que no habían nacido con sus privilegios, era algo que compartía con Harold. Y quizá fuera este empeño de Nicolson por no ocultar nada lo que algunos consideraron desmedido y ofensivo. Además de cierto pudor inevitable ante las frecuentes declaraciones de carácter íntimo que salpican el libro. En una de las cartas más crispadas que Harold le dirigió a Vita en medio de su relación con Violet, le plantea sus dudas acerca de su propio carácter: «¿No soy lo bastante cariñoso?», y muestra el dolor que le causa la situación con un deseo de «Ojalá se muriera Violet», que luego matiza diciendo que no odia a Violet más de lo que odiaría el opio si Vita lo fumase.
Vita fue en su juventud una persona inquieta, vivaz y despierta. Conocía a Violet desde la infancia, pero la parte más intensa de su relación comenzó en abril de 1918, cuando se embarcaron en sucesivos viajes por Europa, en los que Vita solía vestirse como un hombre (Julian). Posteriormente, el suceso más polémico aconteció en febrero de 1920, cuando los dos maridos se presentaron en Amiens dispuestos a llevarse a sus esposas a París. Ambas eran muy conocidas en Londres y París, y los chismorreos iban en aumento. De hecho, Challenge, la novela que Vita le dedicó a Violet, y en la que el eje central es su amor y la defensa del mismo, no se publicó de inmediato en Inglaterra (sí en los EE.UU., en 1924) ya que el retrato de Violet era demasiado reconocible y las familias temieron un escándalo.
En la quinta parte del libro aparece brevemente Virginia Woolf, rememorada por Nigel Nicolson con su habitual destreza y afecto («Virginia Woolf es el ser humano más admirable que he tenido la oportunidad de conocer»). En este apartado, el autor no necesita seguir justificando el comportamiento de sus padres, ni hacer más hincapié en el amor que sentían el uno por el otro, y simplemente se dedica a describir la personalidad de, según sus propias palabras, «un genio».
A pesar del tema y de los grandes riesgos que una cercanía tan evidente podía conllevar, Nicolson se muestra tremendamente objetivoa la hora de exponer cada aventura, cada giro y cada reflexión. Seguramente fue esa sinceridad (que trajo sus consecuencias) lo que le llevó a escribir un nuevo prólogo para la edición del libro de 1992. Si en el primero las justificaciones de la decisión de publicar la obra eran más bien de carácter personal, en el segundo (con un tono a la defensiva y más dolido; menos entusiasta) dicho alegato se dirige a los críticos y conocidos que le habían acusado de traicionar a su madre y de haber publicado su autobiografía con un evidente afán de venganza. En cualquier caso, madre e hijo parecen haber compartido esa devoción por la transparencia. En palabras de la propia Vita: «La gente, por muy franca que sea, siempre oculta algo. Yo no puedo ocultarme nada a mí misma».

martes, febrero 07, 2012

Entre cielo y tierra, Jón Kalman Stefánsson

Trad. Enrique Bernárdez Sanchís. Salamandra, Barcelona, 2011. 189 pp. 15 €

Cristina Davó Rubí

Islandia es un país lejano e ignoto para la mayoría; un país de montañas y glaciares en medio del Océano Atlántico. Aunque allí también hay literatura. Con tradición y de calidad. No en vano es uno de los países del mundo en que más se lee y que cuenta con numerosos autores desconocidos por estas latitudes. Pero afortunadamente de vez en cuando nos llega alguna muestra, como esta novela de Jón Kalman Stefánsson (1963, Reikiavik). La primera traducida al español, Entre cielo y tierra (2011), es ya la octava de uno de los autores islandeses más prestigiosos en la actualidad. Se trata del inicio de una trilogía que publicará Salamandra aquí en España.
Después de trabajar breve tiempo como pescador, Kalman Stefánsson inició sus estudios de Literatura, que no acabó, dio clases y posteriormente se ocupó de la biblioteca de Mosfellsbær; pero lleva ya más de diez años dedicado exclusivamente a escribir. En 2005 recibió el Premio Nacional de Literatura en su país y ha sido nominado en varias ocasiones a otros galardones importantes. Si hemos de juzgar a este autor por Entre cielo y tierra, diremos que no ha equivocado su oficio. La novela se sitúa a principios del siglo XX, ambientada en Islandia, en una naturaleza agreste y salvaje con la que tienen que lidiar un grupo de pescadores. A bordo de unos botes a todas luces endebles en el inmenso y furioso mar glacial, se enfrentan con la dureza de su trabajo y también con la misma vida, tan ligada a la muerte. Cuando no están pescando, los personajes se ubican en Lugar, una pequeña aldea que se convierte en el centro de todo. Testigo de personalidades diversas, sentimientos encontrados, diferentes posturas ante la vida que allí concurren. Página tras página se van mezclando las descripciones de un paisaje bello a la vez que hostil con numerosas voces, de vivos y de muertos, que nos van contando una historia que al final no nos resulta tan lejana. Porque nos habla de nosotros mismos, de nuestros miedos, del sentido de la vida, de la pérdida, de cómo seguir adelante.
Entreverado con todo esto, el poder salvador de la palabra. Un viejo capitán ciego con una considerable biblioteca, un libro que ha de ser devuelto, la lectura de El paraíso perdido de Milton como telón de fondo. Y es que Kalman Stefánsson es también poeta y su propósito de introducir la música de la poesía en la narración se consigue con creces. La prosa del autor islandés es de una belleza poética extraordinaria, elogiable aún más por no mermar con ella la línea argumental. El cuidado lenguaje de metáforas impresionantes nos sumerge en un ambiente crepuscular, onírico que no nos distrae sin embargo de lo que está pasando.
Una novela lírica, conmovedora, que se aleja de la acción frenética, los asesinatos y el gran filón del género negro escandinavo. Una odisea que llega de los fiordos, de los mares helados para demostrarnos la universalidad de los sentimientos del ser humano, para removernos por dentro y que reflexionemos más allá de su argumento. «El infierno es no saber si estamos vivos o muertos».

lunes, febrero 06, 2012

Fantasmas de piedra, Mauro Corona

Trad. Álida Ares. Altaïr, Barcelona, 2011. 292 pp. 22 €

Alejandro Luque

En los últimos años, España e Italia han coincidido en demostrar un renovado interés por la memoria. Escritores, cineastas, artistas del más diverso pelaje han participado de este movimiento, a veces fuertemente politizado, pero casi siempre impregnado de un angustioso sentimiento de pérdida. “Se canta lo que se pierde”, escribió don Antonio Machado. Pero no todo lo que se pierde es cantado, porque para eso hay que encontrar primero un cantor. En una canción preciosa, Silvio Rodríguez se preguntaba adónde iban las cosas cotidianas que el olvido barre; pero, nombrándolas una a una, el público sentía con un escalofrío la certeza de que estaban siendo rescatadas.
He recordado ambas cosas, el verso machadiano y la letra de Silvio, tras la lectura de este hermosísimo libro de Mauro Corona, vecino de los Dolomitas del Friul, en el norte alpino de Italia, escalador, escultor en madera y, desde que fuera descubierto nada menos que por Claudio Magris, escritor con 16 títulos en su haber. Tras darse a conocer en su país con libros como Aspro e dolce, L’ombra del bastone o Storia di neve, este hombre de montaña ha desembarcado en España con un testimonio de los que dejan huella en cualquier lector sensible.
El origen de esta historia se remonta al 9 de octubre de 1963, cuando el embalse de Vajont fue desbordado por una ola gigantesca y el valle completamente barrido, con un saldo de dos mil pérdidas humanas y el resto de la población desalojada a la fuerza. Erto, la villa natal de Mauro Corona, fue así durante décadas un pueblo fantasma. A él regresa el autor en estas páginas, recorre las calles en las que transcurrió su infancia, empuja la madera podrida de las casas, reconoce objetos que pertenecieron a parientes y vecinos, y poco a poco consigue que todo vuelva a revivir ante nuestros ojos.
Estructurado en cuatro partes correspondientes a las estaciones del año, Fantasmas de piedra es al mismo tiempo una autobiografía íntima, una elegía al mundo perdido de ayer («Ha habido más cambios en los últimos treinta años que en los doscientos precedentes», dice), un canto a la naturaleza y, desde el punto de vista estilístico, un relato magistral, con momentos que habrían merecido la aprobación de Rulfo, descripciones capaces de traernos a la nariz el olor de la resina y la tierra húmeda, y a los labios el sabor de la polenta y el áspero vino de las montañas.
Tal vez no sea casual el hecho de que Italia haya dado un caso como Corona, paralelo al que surgió en España, a la sombra del maestro Delibes, con nombres como Julio Llamazares o Alejandro López Andrada, todos ellos autores capaces de poner en pie un universo que ya no es, que nunca volverá a ser. La nostalgia, como se puede imaginar, está presente a todo lo largo y ancho del libro, y también son frecuentes los fragmentos que mueven al humor. Pero Corona es lo suficientemente inteligente como para no rellenar casi 300 páginas con escenarios arcádicos, coros de pájaros y ancianitas bondadosas. Hay que subrayarlo: Fantasmas de piedra no es Heidi. Por el contrario, se trata de un libro duro, que levanta acta, por ejemplo, de cómo los niños robaban los pollitos de los nidos y les quebraban el cráneo con una simple pinza de los dedos, cómo una chica violada volvía a casa amordazada por el miedo y la vergüenza, o como se dirimían en sucesos de sangre algunas controversias personales, al margen de las leyes codificadas.
Prolijo, moroso, muy bien hilvanado, pero sobre todo honesto, el testimonio de Corona nos recuerda que no hay que tener miedo al escozor de la memoria, porque a veces ésa es la señal de que las antiguas heridas se desinfectan. Y, dando una vuelta de tuerca al adagio machadiano, que sólo lo que se canta puede ser salvado.

viernes, febrero 03, 2012

El muelle de Ouistreham, Florence Aubenas

Trad. Francesc Rovira Faixa. Anagrama, Barcelona, 2011. 240 pp. 17,50 €

Julián Díez

En una página editorial de casi cualquier periódico, la semana pasada, leíamos elogios a la decisión del gobierno de mantener el salario mínimo en cifras de hambre. En ese mismo periódico, unas páginas después, podríamos ver recomendaciones de regalos navideños cuyos precios multiplicaban varias veces ese salario mínimo, por productos en muchos casos superfluos. Los medios de comunicación dan por descontado que su lector pertenece a un ámbito distinto al de los perceptores del salario mínimo, los submileuristas o los parados.
Hasta los habitantes del tercer mundo —lejanos, susceptibles de obras de caridad tranquilizadoras de la conciencia— se asoman más, aunque lo hacen muy poco, a los medios de comunicación. El suburbio de clase baja se ha convertido para las voces hegemónicas de la opinión pública en la última frontera: más lejos que los países exóticos a los que se va de vacaciones, o los que ocupan los documentales de La 2, son lugares a los que sólo puede acercarse, con una mezcla de incredulidad, compasión y asco, algún programa tipo Callejeros.
Por suerte todavía quedan algunos buenos periodistas, que parecen encontrar rendijas en el sistema por su prestigio o su constancia. La francesa Florence Aubenas, que estuvo en Iraq y en la antigua Yugoslavia, decide marcharse a Caen, una ciudad de provincias, a buscar un puesto de trabajo fijo como limpiadora. Sin currículum, sin contactos, sin amparo ninguno: sólo a ver si puede conseguir salir adelante con su esfuerzo.
Resulta difícil saber hasta qué punto Aubenas fue fiel a su programa de mantenerse únicamente con lo ganado; las circunstancias de Günter Wallraff cuando preparó Cabeza de turco —obvio referente de este trabajo— eran bastante más difíciles. Posiblemente, Aubenas tirara de ahorros en momentos determinados para no limitarse a vivir de lo ganado trabajando dos horas aquí, tres allá, limpiando letrinas a velocidad vertiginosa en un transbordador. También hace una pequeña trampa al finalizar su experiencia: el planteamiento era seguir hasta obtener un contrato fijo, y lo hace cuando obtiene uno a tiempo parcial. En cualquier caso, la experiencia relatada es igualmente válida: todo el dolor y la mezquindad están ahí, en esos seis meses de esfuerzo físico, menosprecios y estrés.
Muchas de las sensaciones relatadas resultan familiares también para cualquier ciudadano español que tenga preocupaciones más significativas que comprobar las ofertas del día de Privalia. Como la crueldad a pequeña escala del que consigue ascender un mínimo peldaño en el escalafón de nuestra carrera de ratas global. La indiferencia a los problemas personales de quien solo ve el mundo en términos de cifras y balances. O el egoísmo grosero y ciego de algunos de los que no recibieron educación, o acaso la perdieron en alguna escaramuza de su batalla por la supervivencia. Aubenas es periodista de escuela clásica, y todos se retratan por sus palabras y obras, nunca por el juicio de la narradora.
A todo ello se suma alguna particularidad que debe ser francesa, o noreuropea, y aquí suena algo más remota. Por ejemplo, el denso aparato del sistema público de búsqueda de empleo, sometido a tensiones que tal vez aquí no son tan intensas y expliquen en parte nuestros datos. O la existencia continua de contratos —apenas aparece el muy español dinero negro, tan corriente en particular en el ramo de la limpieza—, aunque siempre por periodos de tiempo falsos, por cantidades irrisorias.
Por el camino, Aubenas también conoce a algunos personajes singulares, auténticos, como el conquistador de cuarta Philippe o la ex sindicalista Victoria. Retrata a varias decenas más con hábiles pinceladas, al igual que a esa oscura región de ciudades decadentes, y transmite una genuina sensación de opresión, oscuridad y desesperanza. Con el progresismo convertido en una antigualla y los desfavorecidos de la fortuna preocupados por conseguir un iPhone, ni siquiera la conclusión relativamente afortunada y el hallazgo de personas de valor evitan que El muelle de Ouistreham se cierre como uno de los más estremecedores de los últimos tiempos.