miércoles, enero 07, 2015

El pulso de las nubes, Javier Lostalé

Pre-Textos, Valencia, 2014. 55 pp. 13 €

Ariadna G. García

Javier Lostalé es uno de los poetas destacados de su generación. Su obra, gestada en silencio y con modestia, mantiene un pulso firme a lo largo del tiempo. Se trata de una voz fiel a sí misma, sin contaminación de modas, escrita sin urgencia, al margen de los fuegos artificiales que relumbran un rato para después morir incluso en el recuerdo. Sus libros son Jimmy, Jimmy (1976); Figura en el paseo marítimo (1981); La rosa inclinada (1995); Hondo es el resplandor (1998); La estación azul (2004); Tormenta transparente (2010) y este último libro individulal: El pulso de las nubes (2014). Varios volúmenes recogen o bien todos sus libros hasta la fecha de publicación (La rosa inclinada. Poesía 1976-2001. Publicado por Calambur en 2002) o bien una selección de sus mejores textos (Azul relente. Antología poética. Renacimiento. 2014). No cabe duda de que en los últimos doce años Javier Lostalé ha cosechado un reconocimiento incontestable, que tardaba en llegar.
El pulso de las nubes continúa la senda de su libro anterior. Al igual que en Tormenta transparente, encontramos poemas largos, un metro corto, versos anisosilábicos, un anclaje del texto en sustantivos, un léxico cotidiano que sirve para la creación de imágenes muy evocadoras («Pasaste por el mundo/ como nube sin sombra», «Tiene el solitario toda la luz dentro», «Esta calma de jardín vacío») y una certera contención emocional. Sin embargo, este libro respira un aire diferente. Suena a balance, a ajuste de cuentas con las decisiones tomadas en la vida, a cierto arrepentimiento, a repaso de lo que se perdió o se malogró, a recuento de instantes en que se rechazaron otros caminos, a lamento por la soledad elegida. Así, el sujeto lírico que habla acumula metáforas que lo describen como «un hondo ser sin nadie», un «corazón enterrado/ en su propio fervor», o un hombre «sin orillas» y «sin firmamento». Como un Leriano del siglo XXI, ese sujeto habita una «cárcel de luz», condenado al exilio de la persona amada, pese a que sueña aún con ese «reino que ya no existe». Lejos estamos del diálogo con el receptor pasivo de obras anteriores. La voz que enuncia apenas dedica tres poemas a esa “sombra” a la que vive atado, al menos, mentalmente. Los demás textos se escriben en tercera persona (no faltan las oraciones impersonales), en segunda persona del plural o constituyen monólogos de una voz que se desdobla para reprenderse con objetividad («Injertado en deltas de cuerpos/ sin desembocadura,/ viviste tu mansa fiebre/ en el claro latido de la espera»).
Libro no ya sólo bello, sino emocionante, El pulso de las nubes combina la melancolía que produce la ausencia con la pesadumbre que dejan en el pecho las equivocaciones cometidas («sustituí el temblor por la mentira de un sueño»). Y no obstante, en la vejez sigue habiendo esperanza («alguien aún avanza/ y conquista nuestra vida»).
Imposible elegir un poema para alentar a la lectura del libro. Les recomiendo que lo vivan y lo sientan todo.

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