María José Montesinos
Gershom Scholem, entonces todavía llamado Gerhard, conoció a Walter Benjamin en un café del Tiergarten de Berlín una tarde de 1913. Él tenía 17 años y Benjamin, poco más de 23. Para el primero, éste era una especie de guía intelectual, un maestro admirable pese a su juventud. Sin embargo, si bien Scholem siempre vería en Benjamin a través de la admiración por su gran capacidad intelectual, la relación entre ambos no fue la de profesor y alumno sino la de amigos. Una amistad que había de durarles más de 30 años, a lo largo de los cuales ambos, cado uno por su lado, fueron creando un ingente legado intelectual. Como sabemos, Walter Benjamin se suicidó el 27 de septiembre de 1940 en la localidad española de Port Bou, ante el temor de ser devuelto a Francia e ingresado en un campo de concentración y, sobre todo, harto de luchar en un mundo que cada vez le ponía más difícil sobrevivir dedicándose al estudio de sus intereses intelectuales.
Hasta ese momento, Benjamin intercambió un volumen de correspondencia verdaderamente colosal con Scholem, lo que, unido a todas sus vivencias comunes, permite a este ofrecer la narración de esta larga historia de amistad, la de una pareja de amigos que confían el uno en el otro y se hablan con total sinceridad. Es también la historia de un gran debate intelectual porque Scholem, primero estudiante de Matemáticas y Filología, acabó decantándose por los estudios judaicos (llegó a ser el mayor experto de la Cábala en su época y académico de la Universidad Hebrea de Jerusalén), e intentó llevar a Benjamin hacia el movimiento sionista en el que él se integró desde muy joven. La defensa del materialismo por parte de Benjamin y sus años de fe comunista marcaron la mayor distancia entre ambos amigos. Una distancia que fue siempre y solo intelectual, pues ambos se profesaron un afecto cabal y sincero al que no afectaba la distancia de sus posiciones filosóficas ni la larga separación geográfica. Y Scholem no traiciona a su amigo en estas memorias, que escribió en 1975, cuarenta años después de la muerte de Benjamin. Todo su relato se construye sobre la honestidad y el respeto a la figura del amigo desaparecido, aun cuando algunas circunstancias de la vida de Benjamin nos hacen pensar que no hay nadie perfecto.
Habla Scholem del ‘secretismo’ con el escritor alemán se conducía en muchas ocasiones, juzgándolo exagerado, como así mismo le parece al lector. Cuando habla del divorcio de Benjamin de su mujer, Dora, con quien también le unía la amistad, Scholem aclara que prefiere no referirse a ese episodio si bien aclara “sólo diré que Benjamin perdió”. Conoceremos también la gran capacidad de trabajo de Benjamin, su mente privilegiada, las penurias a las que le sometió la vida y el mundo que le tocó vivir. Las posturas filosóficas, políticas, literarias… de Benjamin aparecen y aunque cueste compartir algunas interpretaciones de Scholem, como sus ideas sobre la obra de Kafka, la finura de su escritura, como corresponde al gran filólogo que fue, hace de la lectura de este libro un gran placer.
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