Pedro M. Domene
Un extraño silencio precede al arranque mismo de la narración, y aun se añade un gélido ambiente a medida que David Aliaga (Hospitalet de Llobregat, 1989) va presentando a sus personajes que, de alguna manera, advertimos enseguida forman parte de una narración coral y entre sus características más intrínsecas, uno solo protagoniza la acción, cuyas actuaciones quedan vinculadas al resto. En esta mezcla de historias particulares, sobresale sin embargo la ambientación y el eco de ese “hielo” que da título a la novela y caracterizará la actitud de sus personajes a quienes, capítulo a capítulo, vamos conociendo, mientras la narración vuelve a un pasado y concreta la historia en (2012) una actualidad que, en definitiva, se asemeja a ese pretérito que ha condicionado sus vidas. El estilo, algo esencial y característico en los primeros propósitos narrativos, añade a Hielo (2014), la primera novela de Aliaga, ciertos matices que recuerdan a la gran literatura, e intuimos que el narrador, pese a su manifiesta juventud, ha aprendido la lección, tiene un gran bagaje de lecturas y construye una narración omnisciente que alterna con los diálogos de los personajes que, a medida que van apareciendo, ofrecen luz a ese collage que servirá para alcanzar una visión más amplia de las relaciones humanas, y de sus actitudes que, con la verdad como trasfondo, nos quiere sorprender el narrador. Bien es verdad que, David Aliaga, había publicado anteriormente, Inercia gris (2012), libro de relatos y el ensayo, Los fantasmas de Dickens (2012).
Eric, un desconocido, se presenta en un pequeño pueblo del norte de Islandia buscando a una joven, Gyḋa Asmundóttir, para cuidar a su anciano padre. Al hilo de la narración, otros personajes se van sumando, la librera Lóa regenta y guarda un secreto tras los anaqueles de libros, mientras su hijo Jón, ejemplo de adolescente rebelde, solo consigue calmar sus ánimos frente a un grupo de black metal. Y, como contrapunto, el enigma en torno a las actuaciones llevadas a cabo por Ander Thomsen. A medida que pasamos las páginas de una narración pretendidamente minimalista, párrafo a párrafo, nos sorprende cómo la vida de cuatro personas, de una evidente normalidad existencial, se ven unidas por ese acontecimiento apuntado o sobresale la sombra del recuerdo, entre Lóa y Jón, de un desaparecido Baldur, que además determina el sentido de sus vidas, y sobre todo su diferente forma de afrontarlo. Hielo es una historia fragmentaria en la que los distintos personajes se van alternando para así ofrecernos una trama tan misteriosa como sugerente a través de la cual el lector va descubriendo, a medida que avanza el relato, sus extrañas motivaciones particulares, una determinada ansiedad y sus miedos, los oscuros límites del amor desgastado o perdido, el peso de la responsabilidad y por consiguiente el sentido de culpa, y la necesidad del olvido, sobre todo por cuanto se refiere a sus contradicciones más profundas. Lo mejor es que, a pesar de su brevedad, en poco más de cien páginas, David Aliaga, nos obliga a detenernos porque no queda más remedio, debemos reflexionar, una y otra vez, sobre lo leído.
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