Pedro M. Domene
Mito, fantasía y realidad, el bien frente al mal, la virtud frente al vicio para contar una fábula que mezcla imaginación con realidad, o tal vez un cuento donde lo fabuloso y lo irracional convergen con una serie de leyendas mitológicas que enriquecen desde hace siglos la imaginación de cualquier escritor que se precie. A este tipo de relato se adscribió, desde hace algún tiempo Irene Gracia (Madrid, 1956), que escribe historias de un marcado anacronismo, donde seres mágicos y mundos de fábula se convierten y concretan en esa realidad en que vive la narradora madrileña y, a nosotros nos invita con su mágica escritura a formar parte de ella.
Anoche anduve sobre las aguas (2014) bebe de las fuentes del milagro bíblico más original, la castidad femenina y el mito de la virginidad. Y así Irene Gracia propone su particular versión frente al Maligno en la figura de dos primas, Elisa y Aura y el largo peregrinaje, sobre todo, de la primera para vencerlo en virtud de sus dotes espirituales, y a sus ansias místicas que favorecen la renuncia total del deseo carnal, y aun más en su insistente acercamiento al Amor Divino. Así que ambas jóvenes deciden ingresar en un curioso convento, ubicado en la isla de la Luna Llena, donde conviven, siempre, exclusiva y únicamente noventa y nueve religiosas. La historia queda enmarcada en dos espacios o escenarios creíbles, en una Venecia de vicio y lujuria, con dos aristócratas arruinados y libertinos, Bruno y Ulla, y otro en San Petersburgo, donde se desarrolla la historia de las dos muchachas, y queda enmarcado su expreso deseo de renunciar al mundo y a las tentaciones que reinan en él. Pero la novela va dejando atrás esas edificadas ansias místicas y las abundantes dosis de espiritualidad ascética con que sueña Elisa para convertir su historia en una obligada pugna contra el ángel de la virtud y el deseo, encarnado por el bruto duque Bruno y sus artimañas para vencer a la doncella, a quien ha secuestrado y pretende obligar a casarse con él. Y, una vez doblegada su voluntad, a saciar sus deseos sexuales alejándola así de sus manifiestas intenciones de mantenerse virgen y al servicio de Dios, enfrentándola a Luzbel que lucha con todas sus malas artes y se ayuda de la bruja Ulla que conseguirá drogar a la joven y así finalmente perder su doncellez y, por consiguiente, enterrar el mito virginal de la joven casta y pura.
Añoche anduve sobre las aguas, XXII Premio Novela Breve Juan March Cencillo, tiene un marcado carácter sufista, y/ o acercamiento a la santidad, y así cada instante, cada imagen que nos ofrece Irene Gracia, es de una certeza absoluta, incluso cuando le otorga a la protagonista el don de la levitación. Y como si se tratara de una clásica narración mística, con esos evidentes toques espirituales señalados, Elisa emprenderá su camino en unas islas seráficas, el de una perfección y de purificación supremas. Aunque solo al final sabremos que en esa búsqueda, que se inicia rumbo a su destino, y en un ruidoso aeropuerto moderno, saboreará todos los estados del alma, el de la pureza, la inocencia, el infierno y la perversión suprema. Una deidad corpórea, representa a todas las manifestaciones de los cuatro elementos subrayados, porque, sabemos, que el tiempo puede representar a toda una vida, o lo que es lo mismo, queda concretada en un minúsculo sueño, tan plácido como dañino, y entre el simple trayecto de un largo viaje de carnavalesca Venecia a una cosmopolita San Petersburgo.
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