Pedro Pujante
Al igual que Borges era dos o varios hombres a la vez, Pessoa a través de sus heterónimos conseguía multiplicar y diversificar su escritura, y canalizar mediante diferentes Pessoas su polifonía poética. La comparación entre el argentino y el lisboeta no es casual. Ambos eran escritores bifrontes que cultivaron, por un lado la poesía y por otro la ficción policiaca. Borges, junto a Bioy Casares, pergeñó varias páginas en las que un tal Isidro Parodi descifraba casos. Pessoa, acertó al crear también un carismático sabueso de ascendencia holmesiana que consigue deslumbrar a sus contemporáneos y nosotros los lectores mediante lógicas deducciones que escapan a la comprensión de una inteligencia media.
Según se desprende de diarios y cartas, Pessoa fue un gran lector y fervoroso amante de la novela negra. Esta afición menos visible del poeta no llegó a cuajar en ninguna obra relevante. Su poesía y su pensamiento ocuparon al autor de El libro del desasosiego, quien jamás tuvo tiempo de ordenar y publicar sus relatos de asesinatos e intrigas detectivescas. Sin embargo, ahora Acantilado –mediante una labor también detectivesca por parte de Ana María Freitas- ha rescatado estos relatos, novelas inconclusas que jamás vieron la luz en vida de su autor. Los ha compilado en su habitual cuidado estilo y los entrega al público.
En el volumen podemos encontrar trece piezas. Algunas exceden las cincuenta páginas, otras oscilan en la veintena y una, La desaparición del doctor Reis Gomes, sobrepasa el centenar.
Su interés es variado. Algunos de los temas son los clásicos. El robo de una carta en una habitación cerrada, argumento típico de la literatura de género que popularizó Gaston Leroux en el ya célebre El misterio del cuarto amarillo. Además de robos, encontraremos casos de crímenes. Los habituales crímenes pasionales que nunca parecen en una primera lectura lo que son. Porque en el fondo, toda novela negra no deja de ser un juego de espejismos, de engaños a un lector al que se le conduce por el camino de las conjeturas hasta el equívoco final.
Todos ellos resueltos con maestría por Abílio Quaresma, un ojo clínico, un hombre de carácter taciturno y alcohólico que tiene la sagacidad del mejor Sherlock Holmes o del mismísimo Auguste Dupin, padre de los padres de los detectives analíticos. Y ciertamente, hay ecos de Poe y de Conan Doyle en las historias de Pessoa. Aunque no superan en la intriga ni en el nivel de misterio o clímax a sus congéneres anglosajones.
En su estilo encontramos una prosa ágil y sencilla, que no trata de deslumbrar. Pessoa se vale de un léxico sobrio que aspira a contar una historia misteriosa que a su término habrá de ser resuelta, como si de un rompecabezas se tratase por una entrañable criatura, Abílio Quaresma.
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