Salvador Gutiérrez Solís
Telegraph Avenue no es, estrictamente, un homenaje a la música negra, jazz, soul, hip hop o rap, de los años cuarenta hasta nuestros días. Tampoco es sólo una metáfora actualizada sobre el mito de David y Goliat. No es una novela sobre la globalización, el poder de las grandes marcas, del dinero, y todas esas cosas que nos saturan y abducen con tanta facilidad. Telegraph Avenue no es una novela en la que se enfrentan pasado y presente, o dos ideas del mundo contrapuestas, un mundo que se acaba y otro obstinado en dominarnos. Pasado, presente y futuro. Tampoco tiene nada que ver con la agradable Alta Fidelidad de Nick Hornby, muy simplón el paralelismo, me temo. No es Telegraph Avenue una historia sobre las relaciones entre judíos y afroamericanos, entre creyentes y no creyentes, entre homosexuales y heterosexuales, no. No, o tal vez sí, pero no específicamente. No, estrictamente.
Con autores como Chabon somos dados a clasificar cada nueva entrega dentro de su propia clasificación creativa, y así nos encontraremos esos rankings tan extraños que nos indican que no ha llegado a la altura de tal o que puede entenderse como una evolución, involución y demás o que no es el Chabon de Jóvenes prodigiosos, por ejemplo. Con Chabon no valen tales comparaciones. Sigue siendo, afortunadamente, ese tipo de autor que no se regodea en escribir la misma novela una vez tras otra, no. Telegraph Avenue es una nueva acrobacia, un nuevo giro, otra cosa. Argumentalmente, no encuentro la conexión con alguna de sus anteriores obras. Obviamente, nos encontramos con los rasgos más significativos del Chabon que nos ha seducido: su voz, su personalidad, su estilo, su sello, su contarlo todo, lo eterno y lo efímero, desde lo cotidiano, desde esas pequeñas cosas que son el pasadizo que nos conduce a las profundidades de nuestro interior.
Se maneja muy bien Chabon en el caos, en ese ordenado anarquismo en el que ha convertido su narrativa. Amigos, anclados en una eterna juventud, que comparten una tienda de discos, supermadres e hijos, la opresión del mercado, con sus macabras reglas, la aceptación de la diversidad sexual o racial, la amistad, el amor, la soledad, el tiempo y la distancia, las siempre complicadas relaciones de pareja. Incorpora Chabon, con destreza, a su literatura lo que podríamos calificar como agreste emotividad. Sus personajes desfilan ante nosotros buscando nuestra comprensión, y hasta puede que nuestra aceptación. Necesitan convencernos, y lo hacen, porque acaban formando parte de nosotros. Chabon vuelve a exhibir ese perfecto conocimiento de la condición humana, esa increíble habilidad para mostrarnos, con naturalidad, con esa cadencia suya tan característica, el alma de sus personajes.
No puedo dejar pasar por alto la traducción de Javier Calvo. No creo que hubiera encontrado la editorial un mejor traductor para esta novela, que ha españolizado con coherencia, sin falsos giros, respetando el germen del coloquio, sin que la narrativa de Chabon pierda ni un gramo de consistencia. Una tarea complicada, en este caso concreto. Es justo elogiar la labor del traductor, sobre todo por todas aquellas traducciones crueles y lineales que sufrimos los lectores con tanta frecuencia. Ya que no sólo se trata de “traducir”, es mucho más: adecuar, interpretar, literaturizar en un idioma diferente, y todo eso Calvo lo ha conseguido.
Telegraph Avenue es una de esas escasas novelas que te reconfortan, que te señalan las posibilidades de la narrativa —ahora que los agoreros vuelven a vociferar—, que te confirman que el camino sigue ahí, que existe si se busca con el faro y la estrategia adecuadas. Hemos esperado unos cuantos años la nueva novela de Chabon, y ha merecido la pena la espera. Toca leerla, y disfrutarla.
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