Nere Basabe
Dinópolis, para el que no lo sepa, es un parque temático de Teruel que estaba pidiendo a gritos ser el escenario de una novela. Aloma Rodríguez lo supo ver, y también ha sabido retratar con rigor su puntito surrealista y su puntito desolado, sensaciones ambas que impregnan las páginas de Solo si te mueves (novela galardonada como “Nuevo talento Fnac” de 2013).
Narrado en primera persona, la autora nos cuenta aquí el verano de una estudiante de filología hispánica que se estrena asomándose al mundo adulto en su primera incursión laboral: dos meses de trabajo eventual como actriz y animadora en un parque de ocio y espectáculos. Con un estilo sobrio, parco en adjetivos, ajeno a toda divagación o juicio de valor (y sí en cambio implacablemente autoconsciente de sus prejuicios), se limita a seguir el hilo narrativo de una reiteración de situaciones: los intercambios con los compañeros de trabajo en los vestuarios, las representaciones teatrales para los más pequeños (hasta seis pases en una misma jornada, hasta el último día en que la función se suspende por la irrupción de una tormenta veraniega poniendo fin a la sensación de bucle); el calor, los recorridos nocturnos por los bares de Teruel, los flirteos, las cervezas, los cigarrillos, las charlas intrascendentes o las ocasionales visitas de un medio-novio que se ha quedado a la espera en la ciudad (con los consabidos paréntesis cargados de escenas sexuales, originales y muy bien tratadas). Y, en medio de tanto cartón piedra remedando animales prehistóricos, algunas verdades de carne y hueso que acaban imponiéndose: la amistad y sobre todo el amor, no ya su descubrimiento, sino lo que en mi opinión es mucho más interesante, su aceptación madura y consecuente.
Guardo en la memoria, a pesar de los años transcurridos, el sabor de la agradable sorpresa que supuso para mí la lectura de la primera novela de Aloma Rodríguez, París tres (2007), crónica de un año de beca Erasmus en la Universidad a la que alude el título y de la que ésta que ahora comentamos se presenta como una “precuela” biográfica. Y aunque ahora no tengo aquel libro a mano, sí recuerdo bien la envidia que sentí ante la apabullante sencillez y eficacia narrativa de su joven autora. Siguiendo esa lógica, se podría concluir que Solo si te mueves se mantiene fiel a aquellos parámetros con los que tan bien supo despuntar pero que, con ello, sale perdiendo el factor sorpresa que jugó a su favor en el debut literario. Los que ya conocíamos a esta autora nos quedamos, tal vez, con curiosidad y ganas de conocer de lo que es capaz cuando se decida a dejar atrás la novela de aprendizaje y la autoficción para arriesgar en otros terrenos; para aquellos que aún no la hayan leído, este libro seguirá siendo, eso sí, una ocasión que no deberían dejar pasar. Y también es cierto que pedirle a un autor que haga lo que no hace es una majadería, y lo que hace Aloma, lo hace bien.
Permítanme por último una pequeña divagación extraliteraria; una lectura política con referencia a una anécdota personal y la breve comparación (siempre odiosa) con otra novela de reciente aparición y algunas características similares: Los combatientes, de Cristina Morales. Ambas autoras comparten juventud, inteligencia y una escritura autorreferencial descarada y sin tapujos. Las dos novelas transcurren en buena medida en escenarios teatrales, tanto, que Aloma Rodríguez me comentó en una ocasión, llena de irónica humildad, que la novela de Morales era como la suya “pero de izquierdas”. Mi conclusión es que esto no es cierto: el sudor del trabajo honesto, el teatro proletario sin ínfulas artísticas, los miedos y la precariedad están del lado de la sencilla historia que nos cuenta Aloma, y no en un montaje que se ambiciona provocador y alternativo.
Solo si te mueves tiene además la virtud de albergar, sin asomo de pretenciosidad, deliciosos hallazgos: no se me irá de la cabeza la escena en la que describe, por ejemplo, el momento de posar para las fotos de los turistas disfrazada de tiranosaurio rex. Muchos de los niños lloran, porque les asusta el muñeco monstruoso, y son los padres los que los obligan a acercarse para la foto (otros niños, menos miedosos, maltratan en cambio a las mascotas). Entonces Aloma Rodríguez, con su ternura cruel, nos confiesa que, desde el interior del muñeco de gomaespuma, y aunque no vaya a verse reflejada en la fotografía, una no puede evitar sonreír al objetivo. Esas sonrisas invisibles, inútiles, despertarán a su vez la sonrisa del lector; o puede, en cambio, que lo estremezcan.
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