José Miguel López-Astilleros
El humor que consideramos inteligente va ligado al esbozo de una sonrisa. Este es el caso de El general y la musa; pero la obra de Román Piña va más allá, porque su lectura nos va a arrancar sonoras carcajadas, sin renunciar a la inteligencia ni a una efectiva calidad literaria, algo no demasiado usual en nuestras letras. Estamos, pues, ante una novela donde el principal propósito es hacer reír al lector. Si «las palabras del humorista son los hijos de su dolor» según Kierkegaard, con las de Piña no sucede así, porque cada una de las suyas nacen del placer y la libre celebración por reírse de una manera totalmente desinhibida, sin amargura ni resentimiento. Algunas de sus ocurrencias las podía haber escrito Rafael Azcona para ser filmadas por un Berlanga burlón y descreído de todo lo grave y solemne. Por otra parte, muchas de sus escenas delirantes pudieran recordar al procedimiento loco, disparatado e inverosímil utilizado por Copi en narraciones como El uruguayo. Aunque también podemos entroncar la obra con lo esperpéntico y grotesco de Tirano Banderas de Valle-Inclán o Muertes de Perro de Francisco Ayala, aunque sin un propósito moral.
La línea argumental, que da lugar a la exposición de sueños estrambóticos, parodias y aparición de todo tipo de personajes dispares (Robert Graves, Juan March, Rubén Darío, etc.), es muy sencilla: el general Francisco Franco Bahamonde ha sido destinado a Mallorca en el año 1933 por Azaña, el presidente de la República, donde, aburrido, va a dedicarse a escribir un diario de la vida disoluta que llevará desde marzo a octubre de ese mismo año. El cuerpo central del libro está dividido así en cada uno de los ocho meses, que a su vez están compuestos de diversos fragmentos sin continuidad lineal uno respecto a otro. Franco nos cuenta cómo entró a formar parte de una banda de jazz como batería, que actúa en el Honolulu, cómo se aficiona a beber licor de hierbas, cómo pretende escribir un guión de cine que tendrá como protagonista a Conchita Piquer, que resultará una parodia hilarante de la película Casablanca, o cómo recibe clases de mallorquín, por poner sólo algunos ejemplos.
Es significativo el uso de los sueños del protagonista para dar cabida a diversas parodias de películas que ya son iconos culturales: El planeta de los simios en uno o una interpolación estrambótica entre Memorias de África y la serie Holocausto en otro. Y puestos a hacer referencia cinematográficas, aunque no en sueños, Franco recrea un jocoso final de Adiós a las armas mezclándolo con el final de Sólo ante el peligro. Los sueños también le sirven para confundir la biografía de Louis Armstrong con la de Michael Jackson, o para que se le revele su musa, la presentadora de televisión Patricia Conde, su ideal femenino, cuya primera aparición confundirá con la Virgen.
Otro género parodiado a lo largo de sus páginas es el policíaco, a través de una investigación para averiguar cuál fue la auténtica celda que ocupó Frédérich Chopin en la Cartuja de Valldemossa, y cuál fuel el verdadero piano que utilizó. Un intento por conocer la verdad, dentro de una historia presentada como una deslumbrante falsificación. Y por señalar una última parodia más, entre otras, mencionaremos la que hace del psicoanálisis, al que se somete Franco a cargo de Pomar, un mentalista de feria.
Para conocer una irreverente idea de la política tendremos que asistir a las visitas que Largo Caballero, líder del PSOE, y Primo de Rivera, líder de Falange, hacen a Franco para solicitarle que apoye sus respectivas causas, dichas entrevistas terminarán de un modo inimaginable para el lector. Otro día será su profesor de mallorquín quien le proponga su adhesión a la causa separatista y a una atrabiliaria concepción de España. Y por último, para saber de la impotencia sexual de Franco, así como el origen ridículo de su hija, qué relación hay entre Lady Di y Oscar Wilde o qué pinta aquí Patricia Conde, entre otros muchos deliciosos desvaríos, habrá que leer el libro.
En cuanto a la filiación estética, se podría encuadrar en la categoría de la novela postmoderna por sus ingredientes y su tratamiento, aunque esto no exento de cierta ironía, como aclara el autor al comienzo, que enlaza con un final en el que aparece un viejo personaje conocido de otras obras suyas, Marcos Badosa, que recuerda al alter ego de Franco, Marcos Brindisi, y que servirá para multiplicar las perspectivas sobre la autoría del libro y para amalgamar las distintos tiempos como la carne en una albóndiga.
Todo en esta novela es una fiesta, una enloquecedora kermés extravagante, irracional y absurda, pero sobre todo muy divertida.
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