Ricardo Triviño
Apostando por la originalidad, Ariel ha realizado una edición en color de la versión española del Etymologicon de Mark Forsyth. Ha impreso el texto en marrón y verde (o azules, de acuerdo con el prólogo, lo cual me ha descubierto que podría ser algo daltónico) acompañándolo de generosas ilustraciones al comienzo de cada capítulo. Sin duda, me trajo a la memoria el diseño de La Historia Interminable.
Este Etimologicón es una versión del original y no una traducción. Se adapta la idea a la lengua española mostrando de forma amena el curioso e impredecible origen de las palabras de nuestra lengua. Aunque el espíritu gamberro y friki del autor británico no se ha conservado (Forsyth explica tanto el origen de gentleman como relación existente entre los paréntesis, brackets, y la bragueta), Javier del Hoyo hace gala de sus conocimientos de filología clásica y su experiencia como docente.
Su trabajo como profesor titular de Filología Latina de la Universidad Autónoma de Madrid hace que el libro sea eminentemente didáctico sin dejar de ser lúdico. Del Hoyo agrupa las palabras en capítulos a través de las raíces grecolatinas de donde provienen, y las enlaza unas a otras en una suerte de juego discursivo del que seguramente gustara cualquier oulipiano de pro. Así, el capítulo dedicado a facio sentencia: «dicho y hecho, hemos terminado este quehacer, y aunque sea perfectible, por hoy es suficiente».
Se podría decir que si Forsyth narra biografías de palabras, del Hoyo traza genealogías. Resiguiendo las ramas de estos árboles familiares, uno puede descubrir parentescos desconcertantes. ¿Acaso alguien asociaría los versos (versus) con la basura (versura)? ¿O adivinaría que los príncipes (primus + capio) comparten linaje con los okupas (ob + capio)? ¿O pondría la confianza (confidere) en el horror de los desahucios (des + afuciar < fiduciare)? ¿Y si los pezones (pedicioulus) tienen más relación con los pies que con el pecho?
Estas relaciones, con más o menos documentos apoyándolas, con mayor o menor suposición por parte de los lingüistas, no pierden su atractivo. Incluso fascinan esas llamadas etimologías populares de las que muchos se ríen (*mondarinas, *vagamundos, *nigromantes), despreciándolas por ser fruto de la "ignorancia popular", pero que nos han dado palabras a día de hoy algunas tan correctas como cerrojo. Debería haber sido *verrojo (veruculum) pero acabó asociándose a su función y forma: un ojo que cierra.
Pese a su talante menos irreverente, el libro de Ariel entretendrá a los aficionados a conocer el significado primero de las palabras. No sólo eso. Al agruparlas por la raíz, servirá como herramienta mnemotécnica para aquellos que busquen evitar tanto faltas de ortografía como tediosos manuales. Ordenadas en un índice alfabético, las palabras son igualmente localizables dentro del texto por estar resaltadas en verde... ¿o en azul? Maldita sea. Ahora no sólo soy daltónico sino que encima quiero saber de dónde viene la palabra.
2 comentarios:
Por cierto, otro libro que hace buena divulgación de la etimología es "El candidato melancólico", de José Antonio Millán. Muy recomendable.
Pues es extraño que no se haya mantenido el espiritu gamberro y friki en este libro, ya que el autor no tiene nada de normal.
El tema será interesante pero el autor deja mucho que desear, lógico cuando la vanidad manda en uno.En él hay más de apariencia que de verdad.
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