Juan Pablo Heras
La última novela de Santiago Pajares se plantea un desafío admirable: narrar el encuentro con lo desconocido de Ionah, un hombre que ha nacido y crecido con la sola compañía de su madre en un desierto postapocalíptico sin la certeza de que haya algo más ahí fuera. La coyuntura, sin duda, no es banal: crecer en un desierto sin nombre bajo un marco de identidad roto es peor que crecer en el Sáhara. El hambre, el dolor y la facilidad de morir son iguales, pero para Ionah los referentes maternos no hablan de sueños, oasis y leyendas milenarias, sino de un mundo perdido tan mecanizado y eficaz que apenas cabe en la imaginación.
Como el lector ya se estará imaginando, las semejanzas entre La lluvia de Ionah y La carretera de Cormac McCarthy son notorias. Ambas comparten la misma ambición: llegar al núcleo más irreductible de la esencia humana desnudando a sus personajes de toda cáscara o coraza o máscara de civilización. Incluso se percibe una clara influencia rítmica en las breves secuencias en las que olea la narración. Sin embargo, hay dos apuestas que conducen a La lluvia de Ionah por un camino diferente (qué tentadoramente fácil sería decir que por otra carretera…) Me refiero a la elección por la primera persona y a la radical soledad del protagonista, absoluta incluso cuando está acompañado por otro personaje. El reto al que se ha enfrentado con éxito Santiago Pajares consiste principalmente en construir una voz y un universo mental. Ver el mundo desde los ojos de alguien que durante sus primeras décadas de vida sólo ha tenido por horizonte dunas de arena, y cuyo repertorio visual, gustativo y olfativo se limita a los lagartos escurridizos que caza para comer. Para esta voz, narrar las propias peripecias es, más que nunca, una manera de situarse, de atribuirse sentido e identidad, de crear un “relato” en el sentido más profundo y noble del término.
Santiago Pajares maneja con habilidad la atención del lector. Dosifica el ritmo, la información y el suspense con tanta pericia que el lector vive casi físicamente la sed, el hambre, la angustia y las sorpresas a las que Ionah se ve enfrentado en su apasionante aventura por la supervivencia. Los puntos de giro están colocados con la maestría propia de un guionista experimentado, oficio que (también) ejerce el autor de esta novela. Es como si quisiera que el lector viviera tantas emociones que Ionah dejara de sentirse solo al escuchar el susurro de su respiración agitada.
Esta novela es fruto de un proceso de autoedición, al que el autor llegó tras una meditada decisión que explica en su web personal. Tal elección no es sin duda extraordinaria, pero sorprende en alguien que lleva ya tras de sí una trayectoria sólida publicando con distintos sellos. ¿Es el signo de los tiempos? Merece la pena leer el relato con el que Santiago Pajares justifica su decisión: en un mundo tan saturado de egos inflados, una confesión tan sincera trae consigo la brisa entre fresca y escalofriante de la verdad.
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