Trad. Andrés Barba. Sexto Piso, Barcelona, 2013, 287 pp. 23 €
Ángeles Prieto Barba
Irrita que todavía sigan existiendo estudios, congresos y hasta cónclaves para determinar características literarias diferentes según el sexo de los autores. Y no sólo porque intentamos establecer separaciones en un asunto donde la propia Naturaleza no es tajante en absoluto, sino también porque en ellos se cae en generalizaciones o tópicos ilógicos, que sólo demuestran un gran desconocimiento sobre el desarrollo y evolución de la producción literaria. Como intentar separar la literatura de acción de la literatura de sentimientos, o para los detractores de estos últimos, de mesa-camilla.
Pues bien, esta obra que comentamos sería un ejemplo excelente de esa literatura de mesa-camilla, aunque escrita por un hombre. Abiertamente gay, alegarán algunos. Pues sí, un escritor gay que aquí sin duda nos transmite una visión sesgada y muy masculina (tópicamente masculina), de su vida rodeada de mujeres: su querida perra Queenie, su anciana tía Bunny y su insoportable hermana Nancy. Y es necesario avisar de que adentrarse en estas páginas, bastante impúdicas por cierto, supondrá al lector un pequeño infierno emocional, pues el texto en sí produce bochorno ajeno, ganas de liarse a bofetadas con la hermana o cerrar el libro para siempre, acciones que no realizaremos porque Ackerley además, es un seductor impresionante, hasta el punto de seguir leyéndole tan sólo por averiguar cómo termina arreglándose con ellas, verdugos y víctimas a su vez del escritor que las retrata de forma tan implacable.
Debemos tener presente en todo momento de que en este libro no nos encontramos ante el diario completo, preparado y dado a imprenta por su autor, sino ante una selección del mismo, realizada póstumamente por su amigo Francis King y centrada en torno a un episodio dramático, como será el intento de suicidio de Nancy, la hermana. Y de que, antes de abordarlo, sería muy conveniente disponer de algunos datos básicos sobre la vida, obra y milagros de este escritor, posiblemente uno de los mejores diaristas de todos los tiempos por su descarnada honestidad, su estilo y sus circunstancias familiares.
Para presentar a Ackerley (1896-1967), hijo de un adinerado empresario, británico y bananero, nada mejor que sus propias palabras en el inicio de Mi padre y yo, su obra más conseguida: «Yo nací en 1896 y mis padres se casaron en 1919» Un buen principio para una historia familiar nada convencional en la época en que se desarrolla, esa sociedad británica, rígida y victoriana, enfrentada a un siglo XX inaudito, que Ackerley estrena con un padre mujeriego y hasta bígamo, muy capaz de mantener perfectamente a dos familias sin que nadie se enterara hasta su muerte. Y a quien Joe (Joseph) culpará de buena parte de sus males posteriores, aunque también sea la persona a la que debió su buena posición económica y sus estudios en Cambridge. Amigo íntimo de Forster, descubridor de grandes escritores como W. H. Auden, Christopher Isherwood o Philip Larkin, consiguió mantenerse durante veinte años como editor literario de la revista de la BBC, “The listener”, a la vez que disfrutó de una vida sexual intermitente, intensa, onerosa y tormentosa con marineros y obreros, prácticamente analfabetos.
Y en esas circunstancias tan especiales, Ackerley en la recta final de su vida, recogió a las tres mujeres mencionadas, manteniéndolas económicamente aunque todos sus afectos se centraron en una sola: la perra Queenie, protagonista asimismo de este libro, a la que quiso Joe sin medida, como bien se refleja en otro de sus libros, Mi perra Tulip y yo.
Volviendo a Mi hermana y yo, y para animar a un lector curtido y no convencional, muy alejado del que sólo busca emociones en la trama, puedo asegurar que en este libro nos encontraremos al final con un sentimiento inesperado: la compasión que nos hace más sabios. Como asimismo constatar cuánta grandeza podemos encontrar en esa literatura de mesa-camilla denostada, tan alejada de las imposiciones frívolas y consumistas del mercado.
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