Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012. 1.200 pp. 27,90 €
Angeles Prieto Barba
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Robespierre, cuántas erres belicosas. Qué difícil encontrar, a lo largo de esa historia oficial de progreso que nos inculcan, y que consagra a tanto canalla, un personaje más cubierto de oprobio que éste. Figura histórica de un periodo crucial que determinó el destino del nuestro, a la que me asomé hace muchos años, aunque no tantos como Javier García Sánchez lleva estudiándolo, gracias a a esos dos Robespierres, hombre y mujer*, del Cádiz de las Cortes, cuya ejemplar historia conocí indignada pues también debieron acatar, y de manera injusta, un destino aciago. Desde que ejecutaron a Maximilien, con el viejo sueño de la igualdad social derrotado, vivimos en un Termidor perpetuo. Hoy día, aún más voraz, más vulgar y más chusco. También el Terror se recrudeció y se extendió hasta lo inimaginable. Cerca de la Estatua de la Libertad, aún anda.
Esa podredumbre termidoriana que impregna nuestra educación, a mayor gloria del Dios Capital y de la Diosa Economía, la encontramos instalada también en esas mesas librescas cubiertas de novedades: insulsas novelitas románticas, negras, históricas, de fantasía o ciencia ficción escritas en serie, a mayor gloria del mercado que las consagra, y que no tienen otro objeto que mantenernos distraídos y ajenos, dentro de la caverna platónica sin cuestionarnos nada. Por eso, no hace falta alguna preguntar al autor la razón de este esforzado despliegue literario de mil doscientas páginas muy densas, ni por qué lo ha escrito como lo ha escrito. De hecho, él mismo nos responde en su obra que un libro sobre el Terror necesitaba dimensiones terroríficas. Las que debe tener y tiene sin sobrar nada, mi aplauso por ello.
Esta apasionada y elegante narrativa de no ficción, mucho más cercana a Alejo Carpentier que a Anatole France, viene además muy bien estructurada en doce capítulos que se corresponden con los meses del calendario revolucionario, acoplando así ese tiempo lineal en el que vivimos desde esta precisa Revolución que aceleró el ritmo de la Historia, con el ciclo vital de la Naturaleza, a fin de explicar mejor motivaciones y causas. Pues demasiado largo es el memorial de agravios del que resarcir a aquel hombre tímido, miope, frugal, íntegro y serio que murió por no renunciar un ápice a sus postulados revolucionarios, y que Javier García Sánchez nos desbroza en esta narración, no sólo con profundidad y rigor histórico, ateniéndose a hechos y documentos, sino también retratando fiel a ese elenco de seres viles (Fouché, Barras, Tallien, la Cabarrús, otros diputados del Pantano) que propició su ejecución. Personajes que desataron luego el llamado Terror Blanco, indebido color para un periodo atroz, en el que la cantidad de sangre derramada nos obliga a cuestionarnos el motivo de que ante la historiografía éstos carden inocua lana, mientras los jacobinos se lleven toda la fama del horror revolucionario.
Conmueve este Robespierre, pero deslumbra su mano derecha Saint Just, ese otro gran personaje de fulgor coherente sin el cual no puede entenderse al primero y en nuestra retina lectora permanecerán, precisos y conmovedores, los grandes cuadros que García Sánchez traza del París de los espías, la Máquina y sus víctimas, la Convención y sus debates, el paseo hasta el cadalso, el grito doloroso ante la crueldad gratuita de uno, también el silencio y la mirada digna del otro en nuestras conciencias. Y esas dos muchachas secundarias impagables, la que posa dócil su nuca ante el verdugo y la niña delatora, qué hermoso contraste femenino con aquellas dos huerfanitas de Griffith donde Danton y Robespierre aparecían como seres abyectos e inmorales. En toda la obra impera también la mirada atónita y desconcertada ante los hechos y no sólo en Sebastien, nuestro personaje de enlace, ese examen del que sospecha y teme, pero no puede evitar, el desastre que se cierne. Mirada que compartimos todos los que hemos vivido algún tipo de catástrofe. Y la culpa, por acción u omisión, que salpica igual que esa sangre propiciada por el Terror imparable, hijo del odio y del miedo a partes iguales.
Es banal, en cualquier recensión de nuestros días, etiquetar libros bajo los epígrafes “bueno” o “malo”, pero con este además sería un gesto absurdo, prepotente e inútil de quien recuerda y ha leído hasta el final una narración apasionada, tenaz e incorruptiblemente literaria, sin lugares comunes, sin una sola errata, sin concesiones al mercado. De quien ha podido por ello presenciar también, a través de estas páginas, el más digno y apropiado homenaje al sueño de un mundo mucho más justo que éste que hoy habitamos. En cualquier caso, nos encontramos en la vida con libros que logran hablarnos de lo que somos y también con aquellos que en modo alguno nos atañen. Sólo los primeros perduran. Como este intenso Robespierre, de Javier García Sánchez, que se instala en la memoria y que en ella perdura para siempre.
* Pedro Pascasio Fernández Sardinó y Maria del Carmen Silva, redactores del Robespierre español, 30 números.
Javier García Sánchez: "Sé que ya no puedo aspirar al éxito. Por tanto, sólo me resta luchar por la inmortalidad"
Javier García Sánchez (Barcelona, 1955), es uno de los escasos autores literarios que aún campean en la narrativa española, un superviviente de mejores épocas. Sólido autor de una veintena de títulos (Mutantes de invierno, Teoría de la eternidad, La dama del viento sur, Última carta de amor de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano, El mecanógrafo, La hija del emperador, El amor secreto de Luca Signorelli, Recuerda, Crítica de la razón impura, La historia más triste, Continúa el misterio de los ojos verdes, Oscar, La aventura de correr, Los otros, La mujer de ninguna parte, Falta alma, Dios se ha ido, El alpe d'Huez, Ella Drácula, K2, Júrame que no fue un sueño) siempre heterogéneos, arriesgados e intensos, nos presenta ahora este fabuloso Robespierre como culmen de su obra.
—¿Cuándo y por qué surgió tu interés en las figuras de Robespierre y Saint-Just?, ¿qué vislumbraste en ellos para dedicarles luego tanto tiempo y esfuerzo?
—Hace más de treinta años pude comprobar, atónito, cómo ciertos hechos, y sobre todo ciertos datos, referidos a la práctica de lo que se llamó la Grande Terreur, no coincidían en absoluto. A partir de ahí, de biografía en biografía -aunque todas convencionales, se entiende- empecé a pensar: “Pues si Robespierre no pudo haber hecho esto o lo otro, ¿por qué entonces le culpan absolutamente de todo?”. Hasta que aparecieron en el horizonte los trabajos de Albert Mathiez. Aquello certificaba la magnitud de una conspiración mayúscula, cuyos nefastos efectos en la Democracia perduran en la actualidad. La Revolución Francesa empezó como un sueño casi colectivo y acabó en apenas un año, verano de 1794, envuelta en una gran mentira y en un formidable baño de sangre. Eso es lo que intento denunciar: la mecánica del Terror.
De otro lado, ya en 1985 el desaparecido Rafael Conte me convenció de que uno de los grandes personajes de la Historia Contemporánea era Saint-Just, y entonces me precipité en Saint-Just, alter ego del Incorruptible. De hecho, Rafael me llamó siempre Saint-Just, lo cual me llena de orgullo. Que él no estuviese aquí cuando nació la novela es uno de los dolores que, en relación a Robespierre, me acompañará constantemente. Y sin duda Saint-Just es, junto a John Lennon, el personaje de mi vida.
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3 comentarios:
Me parece un libro muy interesante, y creo que guarda cierta similitud la empresa de Javier García Sánchez con la de la inglesa Hilary Mantel en su trilogía sobre Thomas Cromwell. Personajes fascinantes, sin duda alguna.
Gracias Javier por esta obra maestra.
Pienso leerla de nuevo y recrearme en esa excelente narrativa y disfrutar de los razonamientos para desmitificar hombres y situaciones.
Gracias Javier por esta obra maestra.
Pienso leerlo de nuevo para disfrutar de la excelente narrativa así como la desmiticacion de personajes y situaciones.
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