Jamie Valero
«Me he propuesto como objetivo poner en primer plano, en todos mis álbumes, a la gente humilde, a las clases trabajadoras, a los olvidados de la Historia». Esta declaración de intenciones vertida por el autor galo Baru es la definición perfecta de su trayectoria historietística y, a un nivel más concreto, de este Los años Sputnik que nos ocupa. La obra nos propone un viaje por la memoria y el pasado de su creador que nos conduce hasta Sainte Claire, ciudad obrera situada al norte de Francia, a finales de la década de los 50. Para ello, Baru opta por ponernos en la piel de un muchacho llamado Igor que ejerce la función de narrador y eje central de la trama. Los juegos infantiles de Igor y su pandilla monopilizan buena parte de la narración, entremezclados con pinceladas de la realidad social de la época que nos permiten asistir a distintos acontecimientos como la visita de un líder comunista, la huelga de trabajadores en la fábrica de carbón de la zona, la mezcla de orígenes y de culturas que conviven en Sainte Claire a causa de la inmigración, entre otras cuestiones. Baru retrata estos sucesos desde la perspectiva fresca y tantas veces lúcida de los niños, sin entrar a hacer juicios de valor sobre los hechos que narra, dejando apenas entrever su subjetividad en la simpatía mostrada hacia las clases humildes. Los años Sputnik es un cómic narrado sin grandes pretensiones ni artificios, pero que a pesar de todo consigue alcanzar una notable profundidad, sobre todo en lo que respecta al retrato de los personajes. Además, al usar los juegos de los niños como principal motor de la trama, la lectura resulta muy ágil y entretenida, y más de uno sonreirá ante estas páginas al recordar el compañerismo, las rodillas despellejadas y la inagotable energía vital de su infancia. El hecho de que el punto de vista adoptado parezca tan inocente, no impide que también reflexionemos sobre preocupaciones que aún persisten hoy en día. Entre otras, la dificultad de una familia inmigrante para integrarse en una ciudad extranjera, la introducción de los niños en cuestiones políticas que aún no tienen edad ni ganas de comprender, o la inseguridad de las clases humildes, que muchas veces deben viajar de un lugar a otro siguiendo la errante trayectoria laboral del padre de familia. Esta edición publicada por Astiberri recopila los cuatro álbumes que componen la obra íntegra y supone un acercamiento más que recomendable al trabajo de este autor, de quien ya hemos visto en nuestro país otros cómics como La autopista del sol (Astiberri, 2003) y Un cero a la izquierda (Dibbuks, 2009). Un ejemplo de las grandes posibilidades que ofrece el cómic como medio para retratar nuestro entorno con un genuino sabor humano.
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