Santiago Pajares
Cualquier novela de Georges Simenon palidece ante la vida del autor. Podría bastar decir que este escritor belga en lengua francesa declaró no sólo haber escrito más de doscientas novelas, sino haberse acostado con más de treinta mil mujeres. Cuesta no pensar de qué forma debió compaginar ambas tareas para poder llevarlas a cabo. Era tan prolífico que además de su propio nombre usó veintisiete pseudónimos para publicar otras treinta novelas. Con más de quinientos millones de libros vendidos, traducido a cincuenta y cinco lenguas, cincuenta películas basadas en sus libros y la creación de más de nueve mil personajes, su nombre se podría usar como sinónimo de prolífico. Pero también de talento. Si autores como Ágatha Christie o Arthur Conan Doyle son recordados por la creación de personajes tan emblemáticos como Hércules Poirot o Sherlock Holmes, el nombre de Georges Simenon se asocia al personaje del comisario Maigret, protagonista de más de cien de sus novelas. No Los vecinos de enfrente, sin embargo.
La novela que nos ocupa trata de la recepción y establecimiento del cónsul de Turquía en la ciudad de Batum, al sur de la unión soviética, tras el extraño fallecimiento de su antecesor. Un hombre sólo en un territorio no hostil, pero sí reservado, lleno de profundos secretos y una nueva y extraña forma de hacer las cosas. Aquí, donde conseguir lavar la ropa o comprar comida se convierte en toda una odisea de contactos, vales y favores, se desarrolla la trama de espionaje y contraespionaje alrededor de su figura. Aquí comenzará el cónsul Adil Bey a entender el porqué de la situación del país y sus ciudadanos. La duda de que el anterior cónsul pudiera haber sido envenenado empezará a crecer en su interior en la forma de sus vecinos de enfrente (que dan título al libro), los cuales cree que están vigilando todos sus movimientos. Esto no hará más que agravarse cuando el propio cónsul comienza una relación con su secretaria y hermana de estos vecinos. Sin nadie con quien hablar, sin el apoyo de la administración, irá cayendo en una espiral de desconfianza y neurosis que amenaza con acabar con él. Conocidos y desconocidos entran y salen de su pequeño círculo. Allí todo el mundo parece tener dos o tres caras y nunca llegas a saber cuál es la real, hasta el punto de que llegas a dudar no sólo quién es quién, sino quién eres tú mismo.
Algo muy impresionante de la novela es la época en la que está escrita, en 1933. Durante la lectura me venían a la cabeza imágenes que me resultaban familiares de los años ochenta de la unión soviética, cincuenta años después de que se escribiera la novela. No sé bien si la novela se adelantó a su tiempo en su juego de espías y sospechas o si la unión soviética no evolucionó demasiado en ese tiempo. La palabra que me viene a la cabeza tras la lectura es ‘Gris’. Esas grises calles que describe Georges Simenon para emplazar a los ciudadanos que van y vienen, que hacen colas para conseguir pases en el consulado o conseguir una simple lata de sardinas, las mismas que Adil Bey consume con tanto desparpajo sin saber lo que cuesta conseguirlas. Nos cuentan esa unión soviética de miseria, donde todos se vigilan mutuamente y conseguir cualquier cosa se convierte en un problema. ¿Cómo mantener la esperanza en un lugar y una situación así? ¿Cómo no contagiarse de ese pesimismo?
Como siempre la editorial Acantilado nos ofrece una preciosa y cuidada edición con un magnífico acabado. Y es que rescatar clásicos de este tipo de una forma tan cuidada nos dice mucho también de la editorial y el trabajo por la cultura que ejerce.
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