Juan Laborda
El sol de Argel es una de esas primeras novelas que no podemos dejar de llamar valientes. Una muestra de lo que esta joven autora es y será capaz de hacer en el terreno de las letras. Todos debemos encontrar nuestra voz y, en este caso, Esther Ginés se lanza a ello con unas páginas cargadas de búsquedas personales. Sus palabras, además, se visten con potentes homenajes literarios. No es mala propuesta.
La muerte de un hermano hará a su gemelo replantearse la existencia del otro, lo vivido y lo pasado. Martín se repiensa a través de los ojos del fallecido, pero también se ve reflejado en las claves que le ofrece Albert Camus en su sensacional El Extranjero. Aquel sol de Argel le caldeará las entrañas en la peregrinación vital que se dispone a realizar. En realidad, la literatura es un bálsamo para las crudezas del camino, pues de lo que se trata es de transitar por la vida, el amor y la muerte.
Los viajes interiores plasmados en la novela llaman la atención por su carácter sugerente, a veces hasta onírico, quizá sin pretenderlo. Lo mismo ocurre con las bien elegidas alusiones literarias (Cortázar o el citado Camus), que atrapan en un juego de referencias cruzadas, no menos vividas por ser tan literarias. Como no hay búsqueda sin premio, también destacan los hallazgos. Muchas veces están al alcance de cualquiera, pero sólo son captados por aquellos que han transitado el sendero del cambio sincero, como en los ritos iniciáticos. Nuevas relaciones de personajes, el inicio de las pasiones y el abandono de los fantasmas, jalonan estos descubrimientos.
Nos encontramos con unas líneas llenas de fuerza y decisión, como demuestran los temas tratados (suicidio, tipos de amor, celos fraternales, familia…). La prosa que hilvana todas estas vicisitudes es medida y bella. No hay tabúes, éstos sólo existen entre algunos personajes, por lo demás los temas contundentes afloran con naturalidad a lo largo de la obra.
Este es un texto evocador y lleno de sutilezas. Al leerlo se puede llegar a soñar que tanto Martín, como Matías, como M. (un misterioso personaje del que no podemos decir nada) son lo mismo, un único ser, y el tenebroso marco de un Hospital Homeopático su espacio íntimo, su lugar de encuentro con ellos mismos. A veces, hasta deseamos que en esa omisión de preguntas clave, forzada por los pactos tácitos entre los personajes, se esconda una recreación emotiva de su interior (en el fondo creemos que está ahí).
Esta novela tiene el sentido profundo de lo que la literatura busca: el análisis de la naturaleza humana. El final es amargo sin serlo, pero siéndolo también. No sé si me explico…
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