Victoria R. Gil
¿Es posible recuperar los yos que no hemos sido, pero que pudimos ser? ¿Tiene la vida, como los ordenadores, múltiples puntos de restauración? ¿Duelen los recuerdos, incluso los que no se conservan? Éstas y otras preguntas que seguramente todos nos hemos formulado en alguna ocasión son las que se plantea Manuel García Rubio a través de Ricardo Tremp, un ejecutivo en la cumbre de su carrera que, convencido de gozar de una existencia perfecta, descubrirá que la ruina no sólo carcome la madera y desconcha las paredes, sino que también deshabita a las personas.
Un inesperado suceso, veinte años después de que Tremp decidiera empezar su nueva vida, es el punto de arranque de esta novela breve, que no llega a las 150 páginas. Un mendigo ha resultado herido de gravedad al desprenderse un trozo del balcón de su casa familiar en el pueblo que abandonara sin mirar atrás. El accidente le obligará a regresar, a pesar del rencor y del desprecio. Aunque sobre el vallado de seguridad que ahora la rodea se advierta: «No pasar. Peligro de derrumbe».
Muchas son las cosas que están a punto de hundirse en esta novela, no sólo la vivienda en la que Tremp creció con el único deseo de escapar, como si la huida te llevara siempre a alguna parte. Sus recuerdos también amenazan ruina, junto con ese presente que se ha empeñado en mantener libre de todo asalto emocional. «Quedó horrorizado por el descubrimiento de que no sólo la materia orgánica puede amojamarse con el paso de los días, sino también determinadas formas de la rutina doméstica, como aquella que lo asaltó al toparse con su padre, sentado en el viejo sofá nada más que por fumar y beber hasta caer borracho, mientras escuchaba un disco de música clásica».
Uno comienza a leer La casa en ruinas confiado porque reconoce las claves, aunque su propio protagonista las ignore: crisis de madurez, hastío vital, rencores antiguos, cuentas pendientes… Pero aquí las cosas son lo que parecen sólo hasta que dejan de serlo. Y entonces irrumpe lo irreal, lo fantástico, y Tremp comprenderá que adentrarse en el pasado, como en la vieja casa familiar que huele «a polvo y a humedad, a tiempo embalsado», puede provocar efectos imprevistos.
El primer aviso quizás nos pase desapercibido. En una vivienda abandonada durante más de veinte años y que por supuesto carece de suministro eléctrico, conexión telefónica o cualquier otro servicio similar, aún parpadea el piloto rojo del contestador automático con una llamada que nunca fue respondida. Pero la desazón llegará después, cuando atrapados por una narración que ya no sabemos si es fantástica, onírica o alucinatoria, empezamos a sospechar, como su protagonista, que «el curso del tiempo se había desviado en un bucle» y que se hallaba «en un reino de tiempo pasado, confuso, absurdo, arbitrario, en el que las reglas del juego cambiaban a sus anchas, porque sí».
Surgen entonces las preguntas, tenaces como la carcoma royendo el interior de una alacena. ¿Y si hubiera escuchado a tiempo aquel mensaje? ¿Y si no hubiera abandonado el pueblo? ¿Y si hubiera regresado cuando la niña fuera ya mujer? Y aún otra, quizás la más inquietante: «¿Cómo recordar y, al mismo tiempo, saber que los recuerdos son ciertos?».
Buscando las respuestas, Ricardo Tremp, como Orfeo, descenderá a su infierno particular (el pasado que siempre estuvo ahí), pero en contra de lo que pudiera parecer, no busca rescatar a Eurídice, sino salvarse a sí mismo y recuperar su futuro.
Con La casa en ruinas, Manuel García Rubio, uruguayo de nacimiento y asturiano por vocación, fue galardonado el año pasado con el XVI Premio de Novela Ciudad de Salamanca por un jurado integrado, entre otros, por Luis Alberto de Cuenca y Fernando Marías, que destacó, precisamente, la habilidad de la obra para moverse “entre lo mágico y lo fantástico” dentro de un ambiente de “realismo excepcional”.
Atrévanse a cruzar con Ricardo Tremp el límite de lo imposible. El tiempo perdido merece buscarse hasta en el infierno
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