Anna Maria Iglesia
«¡Dios míos!», exclama el narrador, «¡Me gustaría saber qué fuerza demoníaca empuja a los daneses a beber de una forma desaforada, como si ignorasen o despreciasen olímpicamente las previsibles consecuencias de una adicción tan ruinosa!». No se halla respuesta a lo largo de este breve e irónico libro publicado por Alfabia y de curioso título: Grandes borrachos daneses. Sus autores, Lars Bang Larsen e Ignacio Vidal-Folch realizan un viaje sui generis alrededor de Dinamarca y la “empapada mentalidad danesa”; un viaje marcado por retratos costumbristas y saltos temporales que no buscan dar una respuesta a la exclamación anterior, sino mostrar con ironía, parafraseando a los propios autores, la empapada historia danesa.
Si el alemán Nieztsche hablaba del eterno retorno, un danés bien podría hablar de la eterna borrachera, de la perenne atadura a la botella; pero los daneses no son los únicos a estar indefensamente ligados a este objeto. De hecho, a tierras danesas, cuentan los dos autores, llegan cada años miles y miles de noruegos en busca de un vicio demasiado caro en sus gélidos lares. Viajan los noruegos, como también viajan los jóvenes ingleses verano tras verano; en ferry, los primeros alcanzan las tierras de sus vecinos, mientras, los segundos, en vuelos cada vez más baratos, llegan a las cálidas y baratas –al menos con respecto a su economía- tierras de esta Europa del sur. Sin embargo, lejos de las degradantes escenas que protagonizan los jóvenes anglosajones y que la televisión no duda en mostrar con escrupuloso detallismo, Vidal-Folch y Larsen rememoran anécdotas históricas en las que el alcohol, el arte de la bebida, se convierte en un ingrediente, en un elemento narrativo indispensable no sólo para los hechos, sino, y sobre todo, en tanto que condimento sarcástico y costumbrista de la narración. No hay que detenerse siempre en lo escabroso y los dos autores lo saben bien, porque en el hábito del beber los matices son importantes, narrativamente hablando, se entiende.
Se tiende en demasiadas ocasiones en buscar mensajes moralísticos, enseñanzas cívicas y condenas contundentes de los malos hábitos. No busque, estimado lector, ni unos ni otros; Grandes borrachos daneses no es un texto apologético, pero tampoco de denuncia. Se trata de un juego paródico; un ejercicio en el que el arte de la narración se entremezcla con estilo periodístico —ai las, que dirían los trovadores, ¿adónde fueron los Larra?—, con ese periodismo que no se detiene en la última hora, sino que encuentra su objeto en la cotidianidad, próxima o lejana, pero siempre oculta tras los imperativos de la información diaria. A lo largo de este ejercicio de estilo, Vidal-Folch y Larsen rescatan del anonimato a personajes singulares, Jumbo cogorza, Jens Evenses o Jens Paras. ¿Creaciones de la imaginación o personajes reales? En un ejercicio, que bien podría ser tildado de borgesiano, los dos autores no dejan de referenciar a cada uno de los personajes de la narración; las fechas concretas, los lugares, los testimonios directos o referencias a publicaciones son algunos de los elementos a los que los dos autores recurren para borrar la frontera que separa la ficción del reporterismo. No se trata de invenciones, parecen indicar, al menos en apariencia, estas verosímiles referencias, pero, como ya bien sabía Borges, la verosimilitud es un elemento más de la ficción; Grandes borrachos daneses ¿es un reportaje periodístico? ¿Es una recopilación de anécdotas de la historia “empapada” danesa? ¿es una ficción? Es precisamente la ausencia de respuesta a estas cuestiones la que hace de este texto un texto singular, pues propone distintas claves de lectura, todas válidas, pero ninguna definitiva.
«A los borrachos no se les perdona nunca», escribió Bukowski, pero a los escritores se les perdona todo; de la misma manera que «los borrachos se perdonan a sí mismos porque necesitan seguir bebiendo», el lector perdona siempre a los escritores porque necesita seguir leyendo. Consciente de su absolución, Grandes borrachos daneses sigue planteando un juego al que resulta imposible sustraerse.
1 comentario:
En la realidad los borrachos somos de un pelmazo subido, pero cómo nos gustan en la ficción. Vamos a la web de Alfabia.
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