Ariadna G. García
Ben Clark es autor de una obra poética copiosa, recogida en once libros. Entre sus poemarios destacan Los hijos de los hijos de la ira (Hiperión, 2006), Basura (Editorial Delirio, 2011), Mantener la cadena de frío (Pre-Textos, 2012; en coautoría con Andrés Catalán) y este último que reseño hoy La Fiera (Sloper, 2014). Cosecha premios del calibre del Hiperión, el Poesía Joven de RNE y el Ojo Crítico.
No puedo dejar de señalar que hacía tiempo que andaba detrás de La Fiera. El título me resultaba no ya sólo evocador (metáfora de la condición humana en época de crisis), sino incluso transgresor de una estética, del imaginario y del ritmo líricos a los que estamos habituados. Y he decir que no me equivoqué –o apenas algo– en mis intuiciones. La Fiera da zarpazos a su libro anterior (una obra formalmente correcta, pero un tanto insípida), para ofrecernos un mundo renovado, lleno de imágenes poderosas, descrito con un léxico primitivo y ancestral, que sublima el tono desgarrado sin ceder a la pulsión de la ternura. Así, Ben Clark nos retrotrae a los primeros hombres de sus cuevas, al origen, para preguntarse si nuestros antepasados estarían orgullosos de la evolución humana –pese a sus innumerables errores– de saber que al final del recorrido estarías tú. Esta dislocación espacio-temporal, que tanto se agradece, adquiere una dimensión crítica en el poema que da título al libro, donde se enfrenta nuestro modelo de vida civilizado –domesticado, represivo– con las pasiones animales que recorren nuestro mapa genético. Este contraste entre el embrutecimiento y la mansedumbre vertebra mi poema favorito del libro: “Über den Prozeb der Zivilisation”, no ya por el tema (que también: el poder redentor de la persona amada, de cuño tan romántico –cuando no cortesano-provenzal–), sino por la sincera pintura de la compleja e inestable condición humana: «Pero guárdate mucho de este bicho/ cuando pasen los días/ y falta el sol y los amigos mengüen/ y se amontonen, sucios, los solsticios/ en la casa cerrada. No te harán/ tanta gracia sus dientes ni sus uñas,/ los reproches antiguos, otros nuevos…la bestia que ama bestia y que hace daño,/ que mata y que devora por instinto,/ pero también, también el animal/ que una mano, tu mano sola, puede/ conducir de la jungla hasta el poblado/ a jugar con los niños».
Me gustan menos algunos de los poemas finales, entre otras cosas, porque rompen la atmósfera mítica del poemario. Me refiero a “Si llega el fin del mundo”, “WR 104” o “Cubierto”.
Por último, destaco en La Fiera la coherencia fondo-forma de unos textos que transmiten la violencia semántica a través de un ritmo entrecortado (al clásico binomio endecasílabo-heptasílabo Ben Clark suma en un mismo poema alejandrinos y versos libres), de un campo semántico agresivo (“matar”, “aterrorizar”, “atroz”, “aullando”, “grito”, “furia”…) y de las aliteraciones del fonema /r/.
La Fiera es uno de los poemarios más originales del 2014, de belleza extraña y cautivadora. Pónganlo en su punto de mira.
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