Pedro M. Domene
La vida, en palabras de Anatole France, resulta deliciosa, horrible, encantadora, espantosa, dulce y amarga; aunque, para muchos, lo es todo. Y algo de esto se nos viene a la mente cuando leemos, No me cuentes mi vida (2014), de Antonio Tejedor (Fuentespreadas, Zamora, 1951), una colección de cuentos sobre lugares y personajes cotidianos, sobre el amor y el desamor, sobre frustraciones, y también alguna alegría, o el relato de soñadores y de perdedores, en suma la vida misma con sus amaneceres y atardeceres, y al fondo las luces y las sombras de una suma de vivencias.
Los libros de cuentos invitan, en su perspectiva múltiple, a una visión distinta de nuestra propia existencia, y cuando somos conscientes de esa purificación que nos llega a través de unos personajes inventados que, como nosotros, sueñan con algo mejor, o sufren las mismas situaciones; entonces, y solo entonces, unimos vivencias comunes y con su ejemplo sacamos sabias consecuencias tanto de sus aciertos como de sus errores, y al tiempo observamos que, de la mano de su autor, se divierten o sueñan, hasta alcanzar una clásica catarsis que provoca en nuestra lectura múltiples interpretaciones, y sobre esa sensación degustamos finalmente una buena historia. Antonio Tejedor reúne una veintena de cuentos para como él mismo señala, «encerrar toda una vida en una línea, en una frase», e incluso, para concretar su propósito de mostrarnos su mejor literatura, aun concreta «la noria, de tu vida y de mi vida»; y a una especie de noria se parecen estos relatos de una variada factura, tanto temática como de extensión porque ponen de manifiesto el recuerdo, las relaciones, el trabajo, o el camino recorrido a lo largo de nuestra vida, algo que para muchos supone una larga andadura solo singularizada por todos y cada uno de los personajes con que nos deleita Tejedor, la chica que espera el autobús del primer micro, “Zaragoza”, la monótona vida de Olga y su timidez ante Mario, en “Dos entradas”, incluso el recuerdo del joven a cuya chica le encantaban las setas en “Hojas secas”, y la hambruna, miserias de una familia de campo y la necesidad de consagrar a uno de sus hijos a salvar chinitos en África, “La gloria de los vencedores”, fragmentos de tantas y curiosas vidas, pasado, presente y futuro de muchos de estos personajes que se asoman a las páginas de No me cuentes mi vida como muestra de esa fractura que compone una dilata vida, tan cercana que podemos encontrarla en cualquier punto de nuestro camino y se nos antojan tan cercanas que tras un dulce sueño, o una extraña pesadilla forman parte de nuestras propias vivencias.
Antonio Tejedor maneja con soltura la técnica del texto breve, es decir, del relato y así muchos de los cuentos que contiene este volumen, reflejan las características intrínsecas del “cuento de situación”, a saber, época y tiempo de narración coinciden, maneja un único escenario, todo gira en torno a un suceso o un símbolo, y la situación es decisiva o representativa de los personajes implicados, buena muestra, “La fraternidad de los restos”, o “Teruel existe”; y, lo mejor, el estilo empleado por Tejedor, conciso, ajustado a la expresión misma de las palabras empleadas, rico en recursos literarios, metáforas y símiles que se acercan a un lirismos, en ocasiones contenido para precisar cuanto afirma el narrador, sin que esa estética sobresalga y se vuelva empalagosa, nada más lejos, la vivacidad de los diálogos aportan esa templanza narrativa que en el zamorano se convierte en su mejor baza, porque entre otras cualidades, sus personajes se tornan reflexivos, esto es, manifiestan su hacer como sujetos activos y se manifiestan en sus intentos por desentrañar quiénes son o cómo es el medio en que viven para dejarnos constancia de que su mundo y el nuestro coinciden, y Tejedor lo expresa como mejor sabe, escribiendo buena literatura.
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