Ángeles Prieto Barba
En el significativo año de 1939, Josep Pla ya nos indicaba en la revista Destino que «la neutralidad es una política, es decir, no es una tarea que tenga algo que ver con la noble actividad abstracta, sino que por el contrario sus dimensiones se rozan constantemente con lo concreto». Frase más que ilustrativa de lo que vamos a encontrar en este libro, que explica muy bien la supuesta neutralidad británica ante la historia española en el siglo XX. Neutralidad que entendemos por no tomar públicamente partido, pero hacer todo lo posible para que triunfara aquél que ellos habían designado previamente como ganador, Francisco Franco, freno del bolchevismo.
Por eso, tras este estupendo libro firmado por el periodista inglés Peter Day, quien ha consultado archivos descatalogados en los últimos años, ya no podremos seguir hablando de neutralidad británica sin engañarnos ante una democracia liberal con unos servicios secretos que proporcionaron el famoso Dragon Rapide a Franco, y que más tarde sobornarán a la mayor parte del gobierno para conseguir la lealtad del país totalitario al bando aliado. Y lo hicieron a conciencia, sin tener que taparse la nariz, ni mirar hacia otro lado.
Este estudio se abre y se cierra con la biografía e intervención permanente de un personaje único, semianalfabeto pero inteligente, avispado y trapisondista, llamado Juan March, séptimo hombre más rico del Mundo en su época. Quien nos sirve además para apuntalar el interés contemporáneo que tiene este libro, ya que todas las peripecias de políticos corruptos que hemos tenido que sufrir últimamente empalidecen al lado de las cometidas por este señor, quien por ejemplo se hizo con el monopolio de tabaco producido en todo Marruecos, uno más entre sus muchísimos logros, quien aparece descrito como “archirrufián” y “Al-Capone” por el embajador británico en Madrid, en una cita sin desperdicio como todas, absolutamente todas, que aparecen recogidas en este imprescindible libro.
Otro de sus éxitos fue poner a disposición de los sublevados contra la República 600 millones de pesetas de las de entonces y alquilar el Dragon Rapide a los británicos, transporte ligero que finalmente conduciría a Franco desde las Canarias hasta el ejército en Marruecos, dando así inicio a la Guerra Civil. Un joven Franco intrépido y desconocido, tras afeitarse el bigote y disfrazarse convenientemente para así asegurar el éxito de esta misión que aparece aquí con todo lujo de detalles y nombres propios, tanto británicos como españoles, incluyendo un radiografista completamente borracho. Toda una aventura.
Por otra parte, la segunda parte de este ensayo reviste idéntico interés, ya que nos explica cómo pudo sortear el régimen el embite de una Segunda Guerra Mundial utilizando esa misma táctica tan bien empleada por los ingleses durante la Guerra Civil: Otra vez esa falsa neutralidad en público, mientras se negociaban condiciones para un futuro enlace con el bando vencedor en privado. Aquí entrarán en juego grandes personajes: tanto el duque de Alba, en su cargo de embajador, como los miembros de esa monarquía latente que esperaban también recuperar lo perdido. En concreto, saldrá favorecida la bisabuela y madrina de Felipe VI, la británica Victoria Eugenia (Ena) que acabaría instalada en Suiza, territorio neutral, muy bien cubierta. Del mismo modo, mientras Himmler o el conde Ciano eran agasajados en sus visitas españolas con grandes discursos y aplausos de multitudes, el gobierno franquista no dudó en firmar grandes acuerdos comerciales con británicos y norteamericanos, al objeto de garantizar el suministro de petróleo, algodón, caucho, estaño y trigo, paliando así la escasez que teníamos de todos ellos. Por eso, determinando que un Franco amigo era conveniente, pero un Franco neutral absolutamente necesario para poder ganar la guerra, Gran Bretaña no tuvo inconveniente en sobornar a más de la mitad del gobierno para garantizar así sus intereses. El intermediario, cómo no, fue Juan March. Y el villano, Serrano Suñer, cuñadísimo cuyo poder sucumbiría súbitamente tanto por los reveses alemanes ante Stalin y la entrada de EE.UU en la contienda europea, como por el atentado de Begoña o su romance con la marquesa de Llanzol. Y, ¿quién llevó a cabo todas esas grandes transacciones con Gran Bretaña? Por supuesto, don Juan March, llevándose su parte del botín.
Tal vez os parezca que me he extendido mucho en la tarea de informaros del contenido, pero me he quedado muy corta, tal es el cúmulo de datos, el interés y la importancia de lo aquí recogido, vital para asomarnos a esa historia española del siglo XX que aún estamos lejos de comprender y asumir en todas sus consecuencias. Por eso mi enhorabuena al autor, al eficaz traductor y a la editorial Tusquets por hacer llegar a nuestras manos este ameno e inteligente libro. Bien hecho.
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