Fernando Sánchez Calvo
«Maestro: ¿cómo se pinta el aire?», preguntaba allá por 1999 un daliniano Ramón Fontseré en uno de sus delirios a Velázquez, el maestro de maestros, en el montaje que la compañía catalana Els Joglars estrenó sobre el genio de Figueres. «Maestro: ¿cómo se pinta el aire?». O en otras palabras: «Maestro: ¿cómo se pinta el mundo?, ¿cómo se pinta la realidad de la manera más artística posible para convertirla en algo más que realidad?»
Ahí va la pregunta, que no es baladí, y para ello esta vez nos encontramos con una aproximación plástica, la novela gráfica, para desentrañar a partir de la obra cumbre del Barroco español, Las meninas, las ambiciones y dudas que atormentaron al pintor más envidiado de España desde sus primeros pasos hasta su culminación pictórica, humana y espiritual.
Obra de doble sesgo, por una parte el lector puede encontrarse con reflexiones e incursiones metapictóricas que enlazan a los mejores artistas de la historia del arte y el pensamiento, desde Picasso hasta Dalí, desde Goya hasta Foucault, quienes vieron en Velázquez en general y en Las meninas en particular el punto de partida y modelo ideal para empezar su propio camino artístico o intelectual. Por otro lado, la vida del pintor sevillano, con sus luces y sombras, Italia, sus tensiones con el mismísimo Rey de España, su obsesiva ambición por medrar, su anhelada Cruz de Santiago y a la vez convencimientos propios tales como el de que para merecer el perdón primero es necesario pecar; en definitiva, el contexto del siglo XVII, que por sí no sirve para desentrañar los prodigios técnicos de una obra pero sí sirve para intentar comprender por qué un pintor de cámara que comenzó como aposentador real decidió finalmente pintar a Margarita de Austria, un perro y un par de enanos como principales protagonistas de (a la vez) un autorretrato, de (a la vez) un testamento del opulento y pesimista Barroco, de (a la vez) un juego de espejos y perspectivas inversas, de (quizás) una simple reflexión sobre la humanidad y su querencia por dejar rastros y testimonios de su presencia en este mundo. «Todo necio es persuadido y todo persuadido es necio», dijo Gracián y no en balde, pues Santiago García y Javier Olivares han utilizado dicha cita para abrir su aproximación sobre Las meninas, ésas en las que Felipe IV, por aparecer pintado al fondo, reprochó a Velázquez su presencia en dicho cuadro, a lo que el sevillano respondió: «Señor, yo no os he pintado. En el espejo no pinta ningún hombre. En el espejo pinta la naturaleza sin que nuestra mano haga algo».
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