Angeles Prieto Barba
Considerada una de las mejores
obras de no ficción publicadas en España el año pasado, este
análisis detallado del historiador australiano Christopher Clark,
profesor en Cambridge, no abarca toda la Primera Guerra Mundial, como
otros tantos estudios publicados ese año conmemorativo, únicamente
sus causas. Y esta primera consideración, relevante sin duda para el
lector, marca ideológicamente este libro narrativo con algunos
capítulos farragosos, donde se nos exponen de manera detallada y
exhaustiva los acontecimientos sucesivos que condujeron al conflicto
bélico repartiendo culpabilidades entre sus distintos protagonistas,
esos “Sonámbulos” o ese medio centenar de hombres aproximado, y
no más, que tomó la decisión fatídica.
Otro dato interesante es que el
libro se publicó dos años antes en su idioma original, cosechando
diversos premios al mejor libro de historia (Los Ángeles Time),
reseñas muy favorables (Financial Times y otros) y un gran éxito de
ventas en Alemania, país desde donde surgieron severas voces
críticas contra el mismo desde el mundo universitario y académico,
por considerar que exime de culpa al poderoso establishment militar
germánico, cuando en realidad fue el belicismo generalizado de esa época, pujante en los distintos gobiernos, la causa más evidente e
inmediata del conflicto. Y es que la exposición de acontecimientos,
la forma narrativa brillante que este libro adopta no puede hacernos
olvidar hechos incuestionables, como fue la absurda carrera
armamentística del kaiser tratando de lograr una flota más poderosa
que la británica. Pero ningún autor es absolutamente imparcial en
el análisis, y este tampoco, máxime si está casado con una
prestigiosa historiadora alemana y precede a este libro una exitosa
biografía suya de Guillermo II, personaje al que trata aquí con intensa
familiaridad. Quizá por eso y sin dudarlo, Clark señala con
contundencia a otros culpables menos relevantes hasta ahora: el
entusiasta y belicista gobierno de Francia, las rancias cortes de San
Petersburgo y de Viena, Belgrado y la Mano Negra. Estos serían los
responsables directos según Clark, Inglaterra y Alemania vendría
luego, a remolque.
Precisamente con el avispero de
los Balcanes se inicia dramáticamente este estudio narrando con
intensidad, emoción y sin ahorrar detalles, el brutal asesinato y
posterior mutilación de Alejandro I y Draga de Serbia acaecido más
de una década antes, en 1903. Crimen dual que precede a los sucesos
de Sarajevo, detallados en otro brillante capítulo, sin el cual no
podríamos entender nada. Explicarnos muy bien estas causas remotas,
detallándonos hasta qué punto estaban atrasados los medievales
reinos balcánicos, es quizá uno de los grandes méritos de este
libro frente a su máximo competidor, el objetivo y sesudo análisis
de Margaret MacMillan, catedrática canadiense tal vez menos
permeable a los distintos personalismos, pero que analiza con rigor
todos los componentes del conflicto sin resaltar ninguno: los
nacionalismos, las luchas por el poder en las colonias, los miedos
mutuos, la rivalidad económica, el militarismo, la falta de diálogo
y la crisis de valores. Ambos libros, para los iniciados en el tema,
resultarán sin duda imprescindibles. Pero para aquellos que
pretendan sencillamente conocerlo mediante un buen libro divulgativo,
el clásico de la norteamericana Barbara Tuchman, también magnífico,
resultará más que suficiente.
¿Fue inevitable esa Gran Guerra
que también nos hubiera ahorrado la siguiente? La respuesta de Clark
y de tantos historiadores especialistas es que pudo haberse evitado.
El convencimiento generalizado de que se trataría de una guerra
rauda, de que ésta llegaría a resolverse en meses escasos con
triunfantes desfiles militares subrayando el poderío de las grandes
potencias, condujo a error a estos dirigentes sonámbulos que tan
bien descritos, cierran el libro: «vigilantes pero ciegos,
angustiados por los sueños, pero inconscientes ante la realidad del
horror que estaban a punto de traer al mundo.» Pensamos que
decisiones tales ahora serían inimaginables puesto que los actores
se han multiplicado gracias a tantas democracias que definitivamente
prevalecen sobre el Continente. Pero nunca se sabe. De ahí el
interés máximo del libro.
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