Fernando Sánchez Calvo
«Cuando ya no seas tú /quien nunca busca / Cuando ya no sea yo / quien nunca espera / Abriré las compuertas / de parte a todo / para legalizar la caza / sin reservas.» Ésta la historia de un amor despechado y orgulloso, como aquel que se cantaba en las mejores rancheras. No quiero restar con ello prestigioso al giro temático (que no estilístico) que la poeta Eva Alarte, española afincada en Italia por amor a la palabra, da en este segundo poemario tras su primera publicación, Ritmo de lucha, versos que pedían a gritos un despertar ciudadano hacia la política, es decir, hacia lo que es de él mismo.
Compás de espera, con sus correspondientes tres partes (“Compás de espera”, “Despeinarás mi adiós” y “Esperanzas (a secas)”) conlleva otro tipo de despertar, esta vez amoroso, donde, como si de un cancionero petrarquista de tratase, el lector puede recuperar la trayectoria vital de un amor ficticio o autobiográfico a través de los cronológicos y ordenados poemas de un corazón que aguanta, se desespera, fracasa, se despide y se da una nueva oportunidad a sí mismo sin querer caer de nuevo en el entusiasmo utópico que acerca al hombre y a la mujer más a la adolescencia que a la madurez.
Por ello, el mayor acierto de este medio centenar de poemas es conseguir trazar una trama poética coherente que no chirríe de una a otra parte, de uno a otro ejemplar. Hablar de amor es fácil, incluso sublimarlo de vez en cuando en algún que otro prodigioso acierto. Lo difícil es aflojar, como el bueno de Flaubert decía, los goznes, los principios y finales de cada capítulo o poema para que el conjunto pueda continuar, a sabiendas de que en dicha tarea alguna que otra vez deberemos renunciar al hallazgo de un prodigioso verso que no merece desperdiciarse en ese soneto, en ese conjunto, sino guardarlo para un pico o vértice posterior.
Ése es, por paralelismo, el gran acierto de Compás de espera, deudor como Ritmo de lucha también de Mario Benedetti en cuanto al estilo sobrio, directo y conversacional, pero también deudor de la vanguardia en tanto que un poeta debe destrozarse a sí mismo por medio del lenguaje para poder volver a empezar a partir de cero. Para construir, antes hay que destruir. O dicho de otra manera: «No puedes impedir que todo pase /para reconquistar lo que ha pasado.»
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