Juan Laborda Barceló
Hay novelas que se quedan grabadas en la retina del lector. Muchas veces no se trata tanto del acierto temático, prosístico o literario, sino del momento vital del que lee. Haciendo un justo ejercicio de conciencia, podemos apreciar que Ladrilleros no es de estas últimas, sino que merece, por cualidades propias, ser recordada como una excelente obra cargada de preciosistas maneras.
El arranque es brutal por lo sencillo. Dos tipos, aguerridos representantes de las familias Tamai y Miranda, se han cosido a puñaladas entre las supuestamente alegres atracciones de una feria rural. Mientras sus vidas se apagan, se produce el milagro de una historia sólida, maravillosamente contada, que juega con maestría con las mejores trazas de los grandes de la literatura, del realismo mágico a la crítica social. Es esta una novela de cercanos ecos de disputa familiar, con vagos aromas a las trifulcas entre los Capuleto y los Montesco. En realidad, son los ardores más inconfesables de familias vecinas los que tejen los rencores que dan pie a la obra, trazando con pericia el motor de todas aquellas cuitas: el dolor y la búsqueda inherente a cualquier tipo de naturaleza humana.
Los juegos no acaban ahí, pues con una prosa desbordante de belleza Selva Almada nos dibuja los orígenes de los contendientes, las vidas de los progenitores, machos alfa ellos, hembras heridas y supervivientes ellas, que son el caldo de cultivo del drama. Abunda en esa magia retratando unas sentidas infancias, patrias eternas de aquellos que al crecer pierden el norte y se encabritan en pugnas sin sentido, herencias inevitables de unos padres dolientes. Hay mucho de Macondo en estas bellas, pero duras, sagas familiares. La construcción de personajes brilla por su certeza.
Un narrador omnisciente nos acompaña en esta arquitectura del tiempo, nos hace entender las evoluciones varias, hacia delante y hacia atrás, las motivaciones, los sentimientos travestidos y los momentos de cada casta. Incluso lo onírico, lo irreal y los fantasmas tangibles o imaginarios, tienen cabida entre estas letras que optan ora por la faceta legendaria, ora por la cotidianeidad más amarga.
Estamos, en definitiva, ante una novela que todo aquel amante de las letras que disfrute de los hallazgos más puramente literarios, de la prosa más estilizada o de las fórmulas donde lo poético se entremezcla con lo habitual, gozará sin duda alguna.
Seguiremos a la autora, Selva Almada, pues con su quinta novela nos ha regalado unas páginas de gran intensidad y calidad literaria, poco comunes en el panorama editorial actual, bien sea a este o al otro lado del charco. Ella, como ya se ha dicho en alguna otra ocasión, no es solo promesa de las letras argentinas, sino genial actualidad de la ficción hispanoamericana.
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