Javier Moreno
Anatomía de la memoria es la primera novela del mejicano Eduardo Ruiz Sosa, publicada bajo el auspicio de la Fundación Han Nefkens en la editorial Candaya. Se trata del primer autor becado por la Fundación, seleccionado de entre otros cientos de pretendientes por un jurado compuesto por Juan Villoro, Lourdes Iglesias e Ignacio Vidal Folch.
Ruiz Sosa, que previamente a esta novela se había desfogado con un libro de relatos titulado La voluntad de marcharse, compone una novela desprovista de referencias explícitas, geográficas o temporales. La acción transcurre en Orabá, ciudad de un país nombrado así, El País, aunque no tenga nada que ver con el periódico que todos conocemos. Estiarte Salomón, uno de los personajes, ha recibido el encargo de escribir una biografía sobre Juan Pablo Orígenes, conocido como el poeta, uno de los integrantes del grupo revolucionario mejicano conocido como Los Enfermos (para quien sienta curiosidad hay que decir que dicho grupo revolucionario izquierdista existió y que la novela se inspira, solo en parte, en la documentación y pesquisa llevadas a cabo por el autor). La investigación de Estiarte Salomón acaba ampliándose hasta abarcar al grupo de Enfermos supervivientes, enfermos revolucionarios (Eliot Román, Isidro Levi…) y enfermos reales a un tiempo (en realidad los Enfermos revolucionarios viven aquejados sin excepción por algún tipo de enfermedad: Orígenes padece Parkinson, Eliot Román es cojo, Isidro Levi es ciego, obedientes los personajes a una de las muchas leyes analógicas que gobiernan esta novela). La tarea de Estiarte Salomón es en principio la más difícil, la de aproximarse a la verdadera historia de los Enfermos, una historia que transcurrió cuarenta años antes del momento en el que se narran los hechos. Se trata, al fin y al cabo, de un ejercicio comunitario de memoria; y la memoria, ya se sabe, está llena de trampas, de engaños, sobre todo cuando quien habla es un enfermo de Parkinson.
Hay un libro que funciona a manera de hipotexto de Anatomía de la memoria y no es otro que el de Anatomía de la melancolía, de Robert Burton. Del mismo modo en el que Burton concibe la melancolía como una enfermedad, desarrollando una psicosomática de la melancolía, es decir, un tratado analógico del cuerpo y del alma melancólica, Eduardo Ruiz Sosa parece hacer lo mismo con la memoria. La memoria como enfermedad, con sus síntomas y su órgano privilegiado que ya no será el cerebro ni ninguna otra parte del cuerpo sino el libro. Hay en esta novela una profunda reflexión acerca del libro y de su concepción a través de la escritura. Una confianza casi mesiánica en el poder del libro, como ocurre en la obra de Edmond Jabès o del propio Mallarmé. Anatomía de la memoria es, de algún modo, un libro judío. A la concepción de la escritura como memoria, y viceversa, se une el exterminio, la particular Shoah que vivieron estos Enfermos que ahora pretenden, al modo de la imagen dialéctica de Benjamin, restaurar de nuevo la Enfermedad, resucitar la revuelta. Y ahí el libro vuelve a cobrar una importancia determinante ya que el método elegido para restaurar dicha Enfermedad revolucionaria es, como no podía ser de otro modo, el de recuperar los libros de contenido izquierdista que Eliot Román, uno de los Enfermos, había ido enterrando a lo largo y ancho de la ciudad cuarenta años atrás.
Estamos ante un libro poético, en el mejor sentido de la palabra (el recuerdo es como un poema hecho pedazos, se dice en un momento de la novela), y esta novela está escrita como ese recuerdo, como un gran poema, algo que aporta a la lectura un ritmo endiablado a pesar de su apariencia voluminosa. Pero lo que a mi juicio define con mayor rigor a Anatomía de la memoria es la perfecta fusión de lo anímico, lo fisiológico y lo político, como si estos tres niveles de la existencia humana se correspondieran con precisión con los distintos tipos de enfermos que pueblan esta novela: los enfermos reales que Macedonio Bustos, el boticario, recibe en su farmacia y a los que atiborra de drogas legales como si de un dealer se tratara, y los Enfermos integrantes del grupo revolucionario. Política, cuerpo y emoción son en Anatomía de la memoria una misma cosa. El amor y la política se confunden, lo mismo que el amor y la enfermedad, incluso cierto amor por la enfermedad. Estamos ante una novela morbosa, en el sentido de que el cuerpo tiene un papel preponderante, pero no menos espiritual, poblada (como ocurre en la obra de Rulfo, con la que la de Ruiz Sosa tiene mucho que ver) de fantasmas, es decir, desaparecidos que regresan, que renuncian al olvido, o que son regresados desde el olvido por aquellos que no pueden dejar de recordarlos.
Anatomía de la memoria es una novela ambiciosa. Mucho. Muy pocos autores primerizos están a la altura de sus pretensiones. Ruiz Sosa es sin duda una de esas raras excepciones. No estamos ante una promesa sino ante una pasmosa realidad. Hay autores que parecen prescindir de la natural progresión que depara (o no) la maestría del oficio, que nacen grandes. Aquí tienen a uno de ellos.
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