Pedro Pujante
Imaginemos por un momento que Lewis Carroll hubiese pertenecido a una secta demoniaca que venerase a Cthulu, que hubiese vivido en Fez, en la mítica Ubar o en otra región árabe, y que sus laberintos fuesen menos coloristas y más tenebrosos y perversos. En ese caso, quizá hubiese escrito algo parecido a Martillo del cartagenero Alejandro Hermosilla (1974).
Lo que Hermosilla ha cincelado para delectación del lector es un dédalo extraño, formado por palabras y frases –en su mayoría, breves y contundentes- que insisten y se enroscan sobre sí mismas como si de un poema, un cántico sagrado y demoniaco se tratase. Al leer Martillo somos capaces de visualizar los arrabales de una ciudad musulmana, escuchar la llamada de los muecines y los golpes incesantes de un martillo que percutiese en nuestro subconsciente. Pero estas ciudades que se describen en Martillo son trasuntos de un submundo pesadillesco y obscuro; están habitadas por demonios, misteriosas mujeres, animales salvajes, monstruos, vampiros, bestias del infierno, hombres horribles que anhelan tu perdición, libros malditos y brujas obscenas.
Frase a frase, palabra a palabra, ha erigido Hermosilla un libro heterodoxo, complejo, abigarrado, con diferentes sedimentos narrativos pero de una indiscutible homogeneidad y coherencias estilísticas y estéticas.
La prosa de Martillo es absorbente, hechizante y de una plasticidad inusitada. Desde las primeras páginas ya tiene el lector la sensación de encontrarse en un lugar privilegiado, místico y esotérico, a mitad de camino entre el Magreb y las pesadillas de Burroughs. Influido por Las mil y una noches, Borges y los tormentos admonitorios de Lovecraft, el autor de este singular libro nos propone un entramado en el que la intertextualidad y la metaliteratura se conjugan de un modo fresco, natural y totalmente sorprendente. Las referencias literarias y culturales, como sustrato de la propia narración, lejos de abrumar, se constituyen en el abono ideal para erigir este minarete gótico pero moderno, vanguardista pero con un aire clásico que lo transmuta en orfebrería atemporal.
El narrador, con un aliento poético, nos hace avanzar por una ensortijada caja china, mise in abyme orientalizada, pero que se oscurece por momentos con los tonos lóbregos de la literatura de horror más espeluznante. En ningún momento se sentirá el lector seguro en su deambular por los recovecos de Martillo. Y esa inquietud es quizá uno de los puntos más fuertes de la prosa de Hermosilla. No es este un libro para almas remilgadas.
Las metáforas no son gratuitas. Desde el título del libro, leitmotiv que se escucha de fondo a lo largo del periplo narrativo, pasando por otras estampas más inquietantes: un extraño pájaro dentro de una caja; efrit demoniacos que se enroscan su propia cola; mujeres lujuriosas y sensuales; el exotismo de una tierra mística; el terror cerval…
El goteo de imágenes es incesante a lo largo de la novela. Además de esta sucesión de símbolos, la precisa prosa y la imaginación de las que se vale Hermosilla, hacen de Martillo un libro intenso, que no es para nada obsequioso con el lector. Es de una originalidad extrema y nos demuestra que el autor posee unas dotes innegables para canalizar sus influencias y crear su literatura propia.
Para encontrar una construcción de este tipo –aunque las analogías aquí son meramente subjetivas- quizá haya que visitar Esto no es una novela de David Markson, libro compuesto de frases, sin un argumento preciso ni personajes.
Esta es la primera novela publicada de Alejandro Hermosilla, sus incipientes acólitos ya esperamos la siguiente con impaciencia.
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