Pedro Pujante
Hace diez años esa novela vio la luz en una primera versión con un título más acertado y corrosivo: Una puta mierda. La novela ha sido corregida y ampliada y se presenta ahora en su versión definitiva.
Es la primera obra que leo de Pron (Argentina, 1975), autor joven pero prolífico y con una obra traducida a varios idiomas y avalada con importantes premios, Premio Jaén de Novela o Premio Rulfo de Relato, entre otros.
En Nosotros caminamos en sueños, un narrador nos cuenta en primera persona su extraña experiencia en la guerra de las Malvinas. Según el propio autor esta es la visión, o más bien, el recuerdo de su niñez respecto al fatídico episodio bélico. Pero lo que ha hecho Pron, lejos de suministrarnos una crónica histórica o verista de los acontecimientos, es construir una fábula, menos moralista que paródica, con tintes absurdos y elementos del más puro esperpento. La historia se confunde por momentos con una obra de teatro de Beckett, trufada con humor cervantino y algo de los sketches del mismísimo Gila cuando nos hablaba de sus batallas irreales y desaforadas. Una guerra que no parece tener final. De hecho, aparece una bomba suspendida en el aire, sin intención de caer. Esa suspensión del misil bien podría servir como metáfora de esta y de cualquier guerra: una situación que se sostiene sin explicación racional ni justificación en el tiempo y el espacio. En este sentido, la obra está emparentada con otras como Esperando a los Bárbaros de Coetzee, El mar de las Sirtes de Gracq o El desierto de los Tártaros de Buzzati, novelas todas ellas en las que una prolongada y absurda espera prolonga una situación bélica sin mucha lógica.
Aunque por supuesto Nosotros caminamos en sueños está escrita en clave de humor. Y pienso, ¿no es, desde Kafka, la espera postergada hasta el absurdo el gran tema de la literatura contemporánea?
Pero no nos llevemos a engaño. Detrás de estas pintorescas situaciones de vodevil, enredos y gags cómicos se oculta una feroz crítica al mundo de la guerra, de la política y a los abusos del poder en un mundo burocratizado hasta la estupidez. El humor lo utiliza Pron como un estilete afilado para desgranar y desvelar qué de insensato y alocado hay en una guerra. Desde situaciones rocambolescas en un hospital de campaña en el que el doctor confunde brazos con piernas; ejecuciones sumarias y arbitrarias; fraudes ocultos con pingües beneficios a costa de vender la comida de los soldados; turistas japoneses que fotografían las escabrosas imágenes de la crueldad… Las estampas absurdas se suceden sin tregua.
La mitad de la novela, para más efecto teatral, está compuesta por diálogos, en su mayoría absurdos juegos de palabras: repeticiones, equívocos o simplemente enredos verbales que no conducen a ninguna parte y que incomunican más si cabe a los protagonistas.
Los personajes, acordes a la situación en la que se hallan, son caricaturas: un tal Snowden (ya saben a quién puede recordar), un militar que aparece disfrazado de mujer, una familia de mujeres que sirven de concubinas a las tropas…
La novela resulta de una factura impecable aunque la inacción y lo grotesco se alargan demasiado, en un callejón sin salida del que quizá el lector desearía haberse zafado un poco antes. Pero aunque el sinsentido nos abrume es innegable que Pron demuestra en esta fábula inmoral sobradas dotes para la composición de viñetas destartaladas, personajes esperpénticos y atmósferas que nos recuerdan los tenebrosos chistes de Kafka o los imprevisibles planteamientos de Ionesco.
Una novela absurda, o sea, bélica que retrata con una mirada vitriólica nuestras propias e inconfesables miserias.
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