Fernando Sánchez Calvo
Hay pasados que vuelven al presente por mucho que éste quiera cerrarles la puerta. Con más razón si ese pasado transporta en sus espaldas una vieja historia de amor no resuelta. Ése es el dilema de Carlos, profesor de secundaria que en los años decadentes del socialismo felipista saborea un pingüe bienestar con mujer e hijo hasta que Sonia, antigua compañera de estudios, coincide con él en el mismo instituto más de veinte años después tras probar en carne y espíritu la típica desilusión del docente que se vuelca demasiado con un medio, el rural, que no es el suyo. Pero Sonia no sólo trae antiguas palabras y afectos no revelados entre ambos: con ella vuelven los años de la todavía joven democracia española, los del NO A LA OTAN, los del Madrid de Tierno Galván y, en definitiva, los del Madrid divertido, guerrero y prometedor.
Entre esos dos contextos, los de la euforia y el primer desaliento de la pretendida izquierda, la trama cobra importancia principalmente en el segundo. Es ahí donde Carlos poco a poco irá cayendo en las redes de Sonia, quien (no sabemos si adrede o no o las dos cosas) ha llegado a Madrid desde Ávila para recuperar todo aquello por lo que en sus años de juventud no se atrevió a luchar. En principio es tarde, los primeros contactos sólo conducen a un café, pero poco a poco los recuerdos, la memoria, los amigos que van y vuelven o antiguas canciones y libros confunden a nuestro racional protagonista hasta llevarle a la clásica diatriba de no saber distinguir entre amor y amistad, entre una aventura y su familia.
Eso respecto a la historia, manida donde las haya y no por ello menos interesante. Pero son el discurso, la multiplicidad de narradores y un diálogo ágil y verosímil los grandes responsables de que esta novela sin pretensiones pero bien contada no se caiga. Más amena e interesante a medida que avanzan sus páginas, quizás un tanto naif e ingenua en algunas descripciones o conversaciones que se suben de tono, la recuperación de unos de los grandes temas de Nacha Guevara, Sueños de penitencia, resume, aparte de dar título, el espíritu nostálgico de aquellos años donde los sueños de unos cuantos universitarios desembocaron irremediablemente en la prosaica realidad que Aznar y la propia evolución de cada uno dictaminaron. Como siempre la única salvación a veces son los escarceos amorosos, pero éstos, siempre interesantes en la ficción, acaban por destruir a sus protagonistas, por muy indulgente que el narrador, autor e incluso lector, se muestren con ellos
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