Cristina Consuegra
En Lazos de sangre (Páginas de Espuma, 2012), Lola López Mondéjar apuntaló su trayectoria narrativa con un conjunto de relatos que reflexiona, ficción en mano, sobre el hecho familiar, mostrando a quien sostiene el libro, otra manera de construir/deconstruir las relaciones individuales dentro de este ámbito, terreno primordial para la identidad –presente y futura- de los miembros que componen las familias. Motor indispensable del modelo de convivencia social.
Con su siguiente entrega, La primera vez que no te quiero (Siruela, 2013), López Mondéjar ha manufacturado una novela de aprendizaje que respeta y actualiza todos los elementos propios del género, un título impregnado por la huella de la cosa familiar, eje transversal en el corpus de la murciana. Dos de las características principales del Bildungsroman marcan el latir de esta obra; por un lado, el diálogo que el personaje establece con la experiencia de la vida, diálogo basado en la tensión, conflicto que va mutando conforme la historia acontece y el YO de Julia pasa de un nudo al siguiente. Y por otro, el final no armónico, horizonte que precisa, con determinación, de un lector activo sobre el que recae el destino de la protagonista.
La primera vez que no te quiero narra lo que le sucedió a una generación de españolas en la década de los ochenta, generación que se abrió paso poniéndose la libertad por montera, pugnando con la antecesora por otra manera de estar en el mundo y cuestionando lo aprendido hasta la fecha. Por ello, además de ser una novela de formación es, al mismo tiempo, una obra que celebra la juventud, una juventud empoderada que deseaba escribir su futuro y que utilizaba el conocimiento como motor de cambio. Sin duda, esta cartografía emocional de un tiempo es uno de los grandes atractivos de la novela.
Ese retrato pretérito permite a Mondéjar introducir otro elemento literario, el contraste entre verdad narrativa (ser) y verdad biográfica (estar), siendo la primera aquellos recuerdos que cada individuo genera para refugiarse ante la intemperie de la vida, y la segunda aquello que vamos acumulando conforme la vida pasa. La autora camufla la inserción de esta característica a través de la memoria, memoria que es articulada gracias al empleo de una estructura narrativa que refuerza la respiración de la obra.
«Cuando tenía dos meses de edad, mi madre intentó ahogarme mientras me bañaba». Así comienza La primera vez que no te quiero, principio que recuerda al célebre comienzo de El extranjero por lo que encierra de fractura en el personaje principal. Con estas primeras palabras, la novela no sólo se pone en marcha con una acción, sino que deposita las primeras piedras en las vidas de Julia y su madre, horizontes condenados a enfrentarse por la lógica de la divergencia natural, por las distintas educaciones emocionales aprendidas. Así introduce ese conflicto perpetuo en Julia, tensión que determina el resto de relaciones que emprende con los diversos personajes, relaciones, la mayoría, poco saludables para la protagonista, quien se abre paso a través de una maraña de emoción y conocimiento, maraña que viste el conflicto entre Julia y la experiencia de la vida. Bruma desde la cual intenta madurar y alcanzar el deseo que subyace tras las relaciones con el Señor Oscuro, con su marido y otros hombres: ser feliz.
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