Guillermo Ruiz Villagordo
Debo empezar con una pequeña disculpa que espero sepa entender quien me lea, incluido el propio autor del libro: referirme a Nacho como José Ignacio me resulta de una artificiosidad insultante, así que será a Nacho a quien mencione a partir de ahora. Y lo primero que diré es que Nacho es uno de esos escritores que sufren una intensa grafomanía, consecuencia lógica de que en su cabeza nazcan y crezcan poemas hasta mientras compra el pan, tanto por su interés en desvelar esos misterios íntimos de los que es testigo como por su pasión por darles una expresión certera que permita comunicarlos con la necesaria frescura. Es por ello que en pocos años ha generado una obra bastante amplia, con libros de gran belleza como el doble volumen Mi memoria es un tobogán / Espacios insostenibles o Superávit, donde atiende a asuntos esenciales sobre los que todo poeta que se precie vuelve una y otra vez, como el amor, el tiempo y la vida. Dicho esto, no supone una sorpresa que su último libro (publicado), La cuerda rota, haya sido elegido para la concesión de un premio que los que conocen su obra sabían que acabaría llegando algún día, el Andalucía Joven de poesía. Tal vez desde una ciudad que no se encuentre en el sur de la península este premio no les dirá nada, pero recordaré que sirvió para descubrir o reconocer a valores tan importantes como Elena Medel, Antonio Portela, Juan Manuel Gil, Raúl Quinto o José Daniel García, entre otros.
En esta ocasión Nacho opta por un estilo discursivo sin cortapisas, lo que implica versos de metro extenso e incontrolable (esto si consideramos uno de sus libros anteriores, Binarios, como lo que pretendía ser, una novela, y no como lo que realmente era, una colección de textos poéticos con cierta trabazón entre sí, amén de Diario del Fin del Mundo). El primer poema, 'Autopista azul', nos sitúa en escenarios cotidianos como centros comerciales y supermercados donde la masa diluye a los individuos, y recupera al coche como elemento de libertad aunque sea en la huida, lo que en mi mente desviada por ciertas lecturas me ha hecho pensar en un guiño velado a la estética de Pablo García Casado. Pero es sólo un espejismo, con alguna reverberación posterior, ya que el grueso del libro es Nacho en estado puro, pero concentrado de tal manera que golpea con fuerza inusitada. En él una voz femenina nos guía en primera persona con dureza y precisión por un paisaje gobernado por el desamor, un mar de memoria de olas que azotan inmisericordemente donde su yo, el tú al que recrimina y alecciona y el nosotros que ha dejado de ser navegan sin rumbo ni destino. El tema principal es, no obstante, el propio sujeto poético que nos interpela, la mujer, que aquí se nos muestra como un ser bíblico, merced a esa convicción seca de su palabra derramada en versículos y su capacidad de erigirse en emblema de su sexo, fuente de amor, de arte y de vida, mediante imágenes de inspiración clásica y mitológica (Ulises, la noche oscura del alma, Eva y Adán...), pero también mediante homenajes simbólicos a estilos literarios de lo más variado como éste a la greguería: «Una mujer es una estrella. Una estrella es el esqueleto de una noria». Hay poemas especialmente felices, como la deconstrucción del corazón de los cuentos infantiles de 'Lo que nadie nos contó', o 'Retrato sin espejo con rosa', en el que con la excusa de una ilustración típica de Mark Ryden, autor de esas muñecas infantiles que parecen albergar un mundo abrumadoramente adulto en su interior, suma a la visión femenina un agudo recorrido por distintas épocas y movimientos artísticos. El resultado final es el libro más acabado y sugerente que Nacho ha dado a la luz, pórtico de los que seguirán surgiendo de su fértil mente, siempre ansiosa, siempre inquieta, siempre viva.
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