Ariadna G. García
Uno de los géneros narrativos en moda, por la crisis, es el distópico, cuya fin es pintar un futuro donde la humanidad ha fracasado en su intento de conseguir una sociedad justa y libre para todos. Los géneros son construcciones culturales y agrupan a las obras en función de una serie de convenciones, pero dentro de cada uno podemos encontrar elementos distintivos que permiten divisiones internas. Así, por ejemplo, dentro de la distopía caben novelas localizadas en un estado totalitario que suprime la voluntad humana (1984, Un mundo feliz), o que se desarrollan bajo una dictadura pero incitan a la revolución contra ese orden (Fahrenheit 451, Los Juegos del Hambre, El hombre que gritó “La Tierra es plana”), o aquellas otras que acontecen en pleno colapso energético y civilizatorio y nos hablan de nuevos modelos de agrupaciones humanas que garanticen la supervivencia. A este último grupo pertenecen Cenital (Emilio Bueso, Salto de Página, 2013) y Un minuto antes de la oscuridad (Ismael Martínez Biurrun, Fantascy, 2014). Cenital describe un mundo en ruinas donde los humanos, como el Ave Fénix, tratan de resucitar de entre las cenizas. Obra coral y miscelánea, más que narrar una historia en un marco plausible, nos retrata los distintos tipos que han sobrevivido a la caída de Occidente. Y lo hace sin profundizar en ellos, a vuela pluma, desde un plano aéreo, lo mismo que Luis Vélez de Guevara se propuso en el siglo XVII con su Diablo Cojuelo. Se trata de un libro que habría de ser de lectura obligada en el Bachillerato, si bien de novela al uso tiene bastante poco; ni falta que le hace. Bueso alerta con ensayos, argumentaciones y un pequeño relato distópico de la debacle que se avecina si no cambiamos de modelo económico y frenamos el consumo energético. En Un minuto antes de la oscuridad, Ismael Martínez Biurrun coloca a los lectores justo antes, en un Madrid que, no pudiendo garantizar a todo el pueblo seguridad, educación y sanidad, levanta un muro entorno a la M30. En esta distopía no es la renta la que selecciona a los ciudadanos que habrán de sobrevivir, sino su domicilio. Biurrun construye una historia compleja, entretenida, violenta y llena de giros imprevistos con un estilo soberbio. Sin duda alguna, es uno de los mejores escritores de la actualidad. Ahí tienen pruebas: «Sole lo acusaba de vivir dentro de una armadura medieval, mirando al mundo a través de la estrecha rendija de sus obsesiones, incapaz de realizar otro movimiento que no fuera hacia delante». El protagonista de la obra es Ciro, un profesor universitario de Historia Moderna que ni cobra ni tiene alumnos, por lo que colabora en la cocina de la universidad, de donde roba alimentos para llevar a su esposa y a su hijo. Hombre confiado, de naturaleza tranquila y cobarde, aún cree en el sistema. En las asambleas vecinales de su distrito –un barrio rico de la periferia de Madrid, al otro lado de la M30– es famosa su defensa de las reclamaciones al ayuntamiento para exigir la restitución de los servicios básicos (recogida de basuras, transporte público…), muy consciente de que “en el momento en que dejemos de exigir nuestros derechos como ciudadanos dejaremos de ser considerados ciudadanos”. Esta actitud quijotesca en una periferia asediada por grupos armados, le aleja de su esposa y amigos, que poco a poco emigran hacia los primeros refugios que se abren fuera de la capital. La decapitación del decano y el descubrimiento en clase de una alumna asiática se convertirán en los acicates de su lenta e inexorable transformación. Un minuto antes de la oscuridad combina distopía y thriller para reflexionar sobre conceptos como la ilusión de normalidad, la regulación de prácticas de exclusión social, la adaptación al medio, la anulación del sentido crítico, la paternidad o la pareja. Uno de los ejes sobre los que recae la tensión del libro (además del erótico y de la intriga criminal) es la amenaza que pende sobre la cabeza de los protagonistas, cuyas vidas se encuentran a diario en peligro. Ismael Martínez Biurrun introduce en la cubeta de su libro gotas de terror y violencia como nunca hasta ahora. La banda criminal que hostiga a los vecinos de los barrios residenciales de Madrid es hija del empobrecimiento paulatino de la población, de la lucha por los recursos; pero no lo es menos del desánimo y de la tristeza. En el futuro que describe Ismael la alegría ha dejado de existir. Verdugos y víctimas comparten una falta de proyecto, de fuerza y de energía que los hunde en un pozo irracional. Tristeza. Una palabra. Un sentimiento del que no se habla en el libro, aunque lo define todo. Tristeza por la falta de servicios, por la pérdida del lustre de las calles, por el envejecimiento de los barrios. Tristeza que paraliza los ánimos, distancia a las familias y embrutece las almas. Tristeza. Una emoción que hay que combatir. De lo contrario, quién sabe, puede que un día se cumpla la pesadilla de Ismael. Por eso, no dejen un resquicio al pesimismo, ni levanten un muro antes de tiempo. Un minuto antes de la oscuridad, de lectura amena y fluida, llevará al lector –sin concesiones ni descansos– a un desenlace original y demoledor. Avisados están. No se lo pierdan.
13 comentarios:
Hay un error en la información que abre esta crítica (y con ello en la subsiguiente reiteración posterior). Ese último grupo al que se refiere el reseñador ("o aquellas otras que acontecen en pleno colapso energético y civilizatorio y nos hablan de nuevos modelos de agrupaciones humanas que garanticen la supervivencia") no pertenece al subgénero distópico, sino al postapocalíptico. La ciencia ficción lleva cien años distinguiendo ambos subgéneros, y por mucho que la palabra "distópico" sea un buen reclamo comercial con el que eludir el venenoso término ciencia ficción, creo que hay que ser riguroso con la teoría literaria.
Esto no es una distopía. Las distopías plantean sistemas estructurados de gobierno a partir de cierto concepto de Estado.
Esto es ciencia ficción o literatura postapocalíptica.
"La ciencia ficción lleva cien años distinguiendo ambos subgéneros..." ¿Puedo preguntar quién es exactamente "la ciencia ficción"? Dado que el término parece excluir la opinión de los autores de los propios libros, tengo curiosidad.
Yo creo que mi libro sí es una distopía, dado que efectivamente presenta una sociedad ficticia indeseable, si bien no es el argumento central de la novela.
Dicho lo cual, las etiquetas me importan un pepino.
Saludos.
Hartita de que los "críticos" sepan más que los propios autores de los libros que escriben.
No sé si va a servir de mucho que de nombres de ensayos de teoría literaria, vista la actitud. El autor es responsable de la obra hasta que esta llega a sus lectores. Después, la obra cobra vida y se expresa por sí misma. Que el autor decida que algo no pertenece a un subgénero aunque todo en el libro clame que sí, al lector (yo mismo) le importa un pepino. El autor podrá decir con qué intención creó su obra; cómo saliera esta al final es otra cuestión.
La discusión es, efectivamente, teórica. Ismael, las etiquetas me importan tanto como a ti mientras me importan. Es decir, que respondas qué es y qué no es implica que tienes opinión teórica sobre ello. Y es porque importa en cierto nivel: el primer acceso y el horizonte de expectativas. No tiene sentido decirme que es una distopía y luego que no te importa: opinas y cierras lo siguiente. ;)
De hecho, no son etiquetas. Explico: una crítica guía a un lector en un sentido o en otro, por lo que las etiquetas sí son importantes. Si yo veo que hay un trabajo distópico más o menos complejo, a partir de unos principios sociopolíticos y legislativos, quizás compro el libro, y si lo que hay es una estructura más o menos improvisada a partir de una supervivencia, a lo mejor, no. Y como yo, prácticamente el 100% de los lectores. Y esto es teoría de los géneros pura, desde Aristóteles hasta hoy por la mañana. Funcionamos así.
¿Puede ser buena literatura de ambos modos?
Pues claro. Pero igual que quizás tú no compras buena literatura romántica o buenos westerns, otro no compra buena literatura postapocalíptica. Funcionamos así.
En cuanto a la discusión teórica, las distopías llevan casi cien años (al menos desde 1922 a lo largo de docenas, y quizás cientos, de ejemplos) siendo sociedades pensadas como tales, organizadas desde su fundación para seguir ciertos patrones legislativos, políticos... premeditados y estructurados previamente en función de lo que considera una elite que es lo mejor para una población. Hay un proyecto no improvisado.
Una sociedad improvisada a partir de una supervivencia, por lo general, no lo es.
No entro tanto en si haces o no distopía. Lo que chirría respecto a la crítica es que los términos importen tan poquito, pero luego haya una moda por la cual se evite el término "ciencia ficción" y se acepte (por mil razones, estúpidas todas las que yo conozco) el de "distopía". Y así se confunde al personal.
¿Como autor te importa solo tu trama, tu técnica...? ¿Y no el género? Evidentemente. Pero los lectores queremos saber qué queremos encontrar. Entonces no son etiquetas, sino "nombres". Porque necesitamos un lenguaje para movernos por el mundo. También por el editorial.
Sé que no te gusta que sea así, pero es. ¿O no tienes géneros favoritos? ¿Y géneros de los que en general huyes? ¿Y géneros que te apetecen unos días y otros que te apetecen otros?
Otra cosa será que no quieras que te rechacen solo por ser de tal género. Pero no se arregla eludiendo el problema.
Respecto a que un crítico nunca sabe más que un autor... :):) Es un topicazo populachero tan grande y tan reduccionista que aburre solo ponerse a responderlo.
De todos modos, enhorabuena por tu libro, Ismael. Sabes que soy admirador de todo lo que haces. Una cosa no quita la otra. Es una discusión meramente teórica. ;)
Uno de los mejores libros de distopía o ciencia ficción apocalíptica que he leído últimamente es "El largo invierno chino", de Carlos Palacios. No es solo interesante el argumento (la invasión china de Europa, concretamente en la ciudad de Milán) sino también el estilo, puesto que Palacios tiene una tendencia a la deformación y a lo grotesco muy interesante, como si fuese un Valle Inclán embrutecido. No sé si Martínez Biurrun lo conoce, pero se lo recomiendo. Yo lo leí a partir de una reseña que apareció en Culturamas porque es un libro del que no se ha hablado mucho.
Yo en el libro de Ismael, lo mismo que en Cenital, veo claramente definidas las estructuras de gobierno y estado.
El problema es que a menudo los teóricos os pensáis que todas las estructuras socioeconómicas tienen que parecerse necesariamente a las que conocemos hoy. Y eso es lo que estos libros pretenden combatir.
Me remito a las definiciones de gobierno y estado que recoge la RAE.
Hola de nuevo,
Lo primero, aclarar que me encantan estos debates y que no me enfado porque se diga que mi libro pertenece al género que sea, faltaría más. Sólo he reaccionado porque los dos primeros comentarios tenían un tono de reprimenda hacia la reseñadora que no venía a cuento.
Y creo que no venía a cuento porque, pese a que entiendo los matices técnicos que comentáis acerca de la distinción entre distopía y apocalíptico, el uso generalizado, no-académico, del término distopía se ha hecho absolutamente inclusivo y mucho menos exigente en requisitos de lo que (por lo que veo) sigue siendo en el ámbito académico.
Que digo yo que, igual que los legos somos sensibles a lo que diga la academia, los técnicos del asunto tendréis que ser sensibles también los usos generalizados, ¿no?
En mi novela no se ha montado un sofisticado sistema de gobierno alternativo, sino uno muy simple, desde luego. ¿Deja de ser distopía por su falta de complejidad? ¿Cuál es el grado exacto de complejidad necesario para aceptar el término distopía? Como diría Bart Simpson: Me aburrooooooo... :-D
No, en realidad no me aburro, todo esto me encanta y me importa bastante. Lo del pepino lo he dicho porque me habéis mosqueado un poco, je.
Pero ya está. Abrazos y gracias por discrepar, Fernando, Kaplan. Si acaso seguimos el debate en otro lugar, por mí encantado.
Ismael
Como ya he explicado, se trata de un tipo de Estado y de cómo se estructura ese Estado lo que lleva a la distopía, no cualquier Estado ni cualquier gobierno.
Pero, como dice Kaplan, hay cientos y cientos de libros (no solo "teóricos") sobre los conceptos de utopía y distopía. Decir que no vale cualquier tipo de estado es como decir que la novela policiaca es picaresca porque también salen los barrios bajos y porque "vosotros los teóricos, que habéis estudiao" no sabéis de las cosas que nosotros, la gente auténtica de la calle, sabemos de sobra.
Pues sigo discrepando, Ismael.
Eso sí, mi anterior respuesta no era para ti, sino para alguno de los anónimos.
Contigo... Pues como dices... Encantado de seguir charlando en otro escenario. :)
Un fuerte abrazo.
Ya lo dejo. Solo he recapacitado sobre lo de "reprimenda a la reseñadora". Pido disculpas si se me han ido los comentarios en ese sentido. De hecho, leo de vez en cuando sus críticas en esta web. Era una discrepancia terminológica, con algo de crítica por el contexto que he supuesto. Pero en absoluto querría ser ofensivo. Como digo, discrepo mucho del uso del término, pero no tiene excusa no haber elogiado la crítica en sí, que me ha parecido muy interesante, trabajada, orientadora... Y a veces, equivocadamente, se obvian los halagos por sobreentendidos.
Mil disculpas.
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