Ariadna G. García
Con apenas 28 años, el escritor y docente David Thoreau abandonó su casa y se marchó a vivir al bosque que rodeaba la laguna de Walden (estado de Massachussets). Le movió a este retiro la curiosidad y las ganas de conocerse en un ambiente distinto, así como el rechazo a las ciudades. Cansado de las convenciones sociales, del trabajo y de la falta de tiempo, pensó que había llegado la hora de cambiar de vida. Durante dos años y dos meses, Thoreau ejerció de “inspector de tormentas”, de “adorador de amaneceres”. Su objetivo era simple: el gozo de una existencia plena, sencilla y decente en un espacio natural. Toda aquella experiencia ascética la recogió en el libro Walden. Mi vida en los bosques (1854). La novela gráfica que recientemente ha publicado Impedimenta sobre David Thoreau, La vida sublime, recrea algunos pasajes de dicho volumen, a los que suma otras muchas –y trascendentes– escenas biográficas: su negativa al pago de impuestos, su paso por prisión o su rechazo a la esclavitud. Estos episodios, a su vez, guardan relación con su ensayo más político: La desobediencia civil (1849). Tampoco faltan en la obra estampas sobre su alegato a favor de una educación pública laica y de la libertad de culto, o sobre su enfermedad y ulterior fallecimiento.
La vida sublime arranca con el exilio voluntario de Thoreau a los bosques, en donde repartirá las horas entre el cultivo de sus propios alimentos, la escritura de un diario y la contemplación de la naturaleza. Este “tónico de la rusticidad” le dará fuerzas para liderar, dos años después, un movimiento urbano de desobediencia. Toda una lección de principios. Thoreau se pregunta cómo debe comportarse un hombre honesto cuando el Estado no es decente: sostiene guerras injustas y esclaviza a la población. Su respuesta es triple: el desacato a la autoridad, el llamamiento a la revolución y la acción clandestina (ayuda a una familia negra a fugarse a Canadá por el lago Ontario). Si los Estados Unidos representan la cerrada defensa del individualismo, Thoreau aboga por la política contraria: la empatía, la solidaridad; recorre la distancia que lo aísla del resto de la gente. Sólo así, gracias a la construcción de un tejido social, la ciudadanía puede transformar el país en que vive.
Impedimenta se suma, pues, al interés de otras editoriales por la publicación de libros o bien escritos por David Thoreau (Walden. Errata Naturae. 2013) o bien herederos de su filosofía (La vida simple, Silvayn Tesson. Alfaguara. 2013; El siglo de la gran prueba, Jorge Riechmann. Baile del Sol. 2013). No es para menos. En los tiempos que corren necesitamos obras que cambien los valores de la gente.
Las ilustraciones de la novela, pese a su sencillez, están muy bien pensadas. El trazo claro y la sobriedad cromática podemos entenderlos como metáforas del ideario de Thoreau. Se agradece, además, la variedad de perspectivas que tienen los dibujos. Las mejores imágenes, precisamente, son aquellas en que nos ponemos en el lugar de los animales del bosque. Gracias a estos ángulos, nos identificamos tanto con hormigas, como con búhos y demás especies. Por cuestión de segundos, somos ellos. Se produce el milagro de la identificación. Igual así comprendamos, de una vez por todas, que el planeta no es nuestro, que no tenemos derecho a agotar sus recursos, que o cambiamos de modelo económico o vamos a acabar con la vida en la Tierra.
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