Ignacio Sanz
Con frecuencia la literatura resulta guadianesca. A finales de los años cuarenta del siglo XX, José Fernández-Arroyo, un joven poeta manchego, de Manzanares, comenzó a escribir este diario. Las primeras entradas reflejan la vida de un poeta de provincias que muestra anhelos en medio de tantas limitaciones. Hay que tener en cuenta que se vivía en una dictadura y que la sombra de la guerra seguía latente. Pepe Fernández-Arroyo, como corresponde a la época y a la tierra, es un joven católico, lleno de buenos sentimientos e inquietudes. Lo que se lleva. Aunque enseguida descubre el lector que estamos ante un joven rebelde y cavilante que pronto va a dar la espalda a tanta hipocresía como campa a su alrededor.
Sus inquietudes idiomáticas le impulsan a mantener correspondencia con una joven alemana. En aquella época es una de las maneras más comunes de aprender lenguas extranjeras. Pero el lector que se adentre en las páginas de este diario, ilustrado en esta edición con manuscritos originales y dibujos, va a comprobar que el interés por la cultura y la lengua enseguida va a ser sobrepasado por una atracción que pronto deviene en pasión desatada. El mar estalla en altos oleajes. Estamos hablando en realidad de dos desconocidos que se escriben en francés y que están situados a miles de kilómetros. La pasión, no puede ser de otra manera, es platónica. Pero llameante, incandescente. Hasta el extremo de que el lector puede notar que las páginas que lee, le queman entre las manos.
No es preciso recordar que Alemania acababa de salir de una guerra en la que había sido derrotada. Nuestros dos jóvenes se intercambian fotos y dibujos. No en balde, Pepe, además de poeta postista, es un magnifico dibujante y pintor. Las cartas suben de temperatura hasta que finalmente, Fernández-Arroyo, porque ya no puede más emprende en auto-stop viaje de camino a Fensburg donde vive su amada. Quince días tardó en llegar. El amor todo lo vence. ¿Todo? Cuando Pepe llega a su destino, Edelgard está internada en el hospital para ser sometida a una nueva operación. Lleva ya unas cuantas. El ejército aliado, en concreto las tropas rusas, se han comportado con ella y con su hermana, con la misma fiereza de animal instintivo que se han comportado siempre los ejércitos vencedores.
Pero desbarro, estoy desbarrando. Lo cierto es que Anna Caballé, la directora de la Unidad de Estudios Biográficos de la Universidad de Barcelona escribe en el prólogo de esta tercera edición que este diario apasionante se recomienda encarecidamente a todos los becarios y colaboradores que pasan por su Unidad para que aprecien la intensidad del género. Allí han ido a parar los originales y los dibujos cedidos por el autor.
Luis Alberto de Cuenca, en el segundo prólogo confiesa que no pudo dejar de leerlo hasta altas horas de la noche en que lo terminó. Recuerdo que eso mismo me pasó a mí hace años cuando cayó en mis manos la primera de sus ediciones.
Uno se pregunta qué tendrá este diario para que el novelista José Antonio Abella, tomándolo como punto de partida, escribiera su novela La sonrisa robada que le obligó a viajar varias veces a Flensburg. En avión por suerte para él. Por cierto, esa novela, publicada por el mismo sello minoritario y criticada en La Tormenta, acaba de recibir el premio de la Crítica de Castilla y León. Por eso, precisamente por eso, decía al principio que a veces, y tiro porque me toca, a la gran literatura la empuja un aliento guadianesco. Y por eso recomiendo vivamente su lectura.
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