Julián Díez
A diferencia de otros autores, sí recuerdo bastante fielmente los pasos de mi progresiva adicción a Chéjov. El préstamo por una querida amiga de una edición cubana con una decena de relatos. Las ediciones de Alianza de la biblioteca. La búsqueda, inútil, de tomos de viejos tomos de papel biblia no del todo completos pero de todas formas inencontrables. La compra del recopilatorio, excelente, de Richard Ford. El sucesivo hallazgo de cuentos nuevos sueltos mezclados con los mismos (maravillosos) reeditados una y otra vez en antologías sueltas. La decepción de las autonombradas obras completas de Aguilar, un solo tomo de relatos con apenas 400 páginas. La misma colección que le dedicaba doce volúmenes a Galdós o Balzac decía en su prólogo que era inviable recoger el material de Chéjov.
Hasta que Páginas de Espuma se ha puesto a la tarea. A veces hay editores que parecen saber mágicamente tomar la temperatura al público; este libro es todo lo que podríamos desear. Es la justificación de mi espera, seguramente también de la de otros vista la velocidad con la que apareció la segunda edición. No es solamente el primero de cuatro volúmenes con todo, todo, todo el material corto del maestro del cuento; es que la edición es definitiva, incuestionable, exuberante, por la que Paul Viejo merece cuantos elogios quepan para un antologista. Este libro es redondo como objeto, como fuente de información sobre el autor, como vehículo para el disfrute de su obra. Traducciones impecables, información sobre cada relato, orden cronológico pero índices con distinta categorización. Un diez.
Para el lector familiarizado con Chéjov, el volumen permite entender lo pronto que el autor encontró su propio camino. Esos diálogos de personajes que hablan interminablemente, tan rusos, son en él más vivos y chispeantes que en la mayoría de sus coetáneos. Relatos bien conocidos y aquí presentes, como “El camaleón” (¿se puede hacer un mejor retrato y una reflexión social más incisiva en cuatro páginas?), se basan precisamente en esa fluidez.
También está aquí la tristeza, el dolor; ese universo ruso denso, tan oprimente en muchos sentidos —social, climatológico, psicológico—, pero plasmado con una cercanía que voces como la de Chéjov lo han convertido en uno de los paisajes cotidianos para el lector moderno.
Sin embargo, esta reseña no sería totalmente completa si no recogiera un hecho básico. Puesto que este volumen es el primero cronológicamente, y pese a que en él hay otras obras maestras como “Flores tardías” o “El gordo y el flaco”, este no es un libro que haga del todo justicia al talento de Chéjov. Este es un libro para lectores que ya le conocen y quieren más: por ejemplo, los primeros relatos que publicó Chéjov, en su mayoría el tipo de anécdotas de un par de páginas que se publicaban en los periódicos de la época, no son de un gran valor por sí mismos.
Para el lector que aún no conozca a Chéjov o sólo tenga presentes un par de cuentos que despertaran su curiosidad (vivimos tiempos extraños en los que hay quien ha leído a Carver pero no a Chéjov ni a Maupassant), ahí están por ejemplo los Cuentos reunidos por Alejandro Ariel González para Losada, Los mejores cuentos seleccionados por Ricardo San Vicente para Alianza, o los Cuentos imprescindibles según criterio de Richard Ford en Debolsillo. Esto, que podría parecer un desdoro para el volumen que comento, no es sino una invitación a posponer su compra; después de que disfrute de uno de esos libros, casi cualquier lector amante del relato querrá más. Y el consejo luego entonces es que no dé más vueltas, como las que di yo: no siga picoteando, venga hasta este volumen y espere a los tres que aparecerán en años sucesivos para tenerlo todo en condiciones óptimas.
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