martes, abril 01, 2014

Agua dura, Sergi Bellver

Ediciones del Viento, A Coruña, 2013. 124 pp. 14,50 €

Victoria R. Gil

Ásperos como ese whisky que reseca la garganta y te vuelve la saliva de cristal. Así son los doce cuentos de Agua dura, un volumen de narración simbólica y, por momentos, fantástica, que se recorre sin brújula porque el viaje en que se embarcan sus personajes no conduce a ninguna parte. El éxodo al que parecen condenados los protagonistas de “Propiedad privada”, “Los ojos de Sarah” e “Islandia”, por citar sólo algunos de los textos en que el viaje se explicita, aunque se insinúe en muchos otros, no es más que un deambular errático hacia la redención que no se encuentra en los mapas.
No importa el macguffin argumental del que se valga el autor: una herencia inesperada, la muerte de un hermano, un hijo sustituto, la búsqueda de venganza, un ajuste de cuentas con un amor del pasado… Se trata de no dejar de moverse. Tal vez si uno no se detiene, el abismo nunca llegue a alcanzarlo.
Sergi Bellver ha dividido el libro en tres partes, la primera y la última de las cuales contienen a su vez tres cuentos de largo recorrido, y donde se reserva la sección intermedia, a modo de entreacto, para los más breves, algunos de ellos de una sola página. Aunque muchos de estos relatos ya habían aparecido en antologías y revistas con anterioridad a esta publicación de Ediciones del Viento, las historias de Agua dura transitan por una carretera de única dirección: el viaje infinito hasta lo más oscuro del alma.
Como en esa modernidad líquida de la que habla Zygmunt Bauman, los personajes de Bellver se esfuerzan en modelar su identidad para encajar en un mundo voluble y amorfo donde ya no es posible verse reflejado. Desarraigados, roto el cordón umbilical que los unía a una sociedad que se ha vuelto indiferente y esquiva, y al límite de la locura, vagan sin descanso en busca de algún elemento definidor que les dé sentido. Pero la familia, que bien podría ser un ancla salvadora en medio del caos, resulta ser un ingrediente más, quizás incluso el definitivo, de su soledad y desvarío. El propio autor explica en la carta de agradecimiento que cierra el volumen, que la dificultad con la que fluye el Agua dura no es más que una metáfora sobre «la complejidad de las relaciones humanas y de la escurridiza noción de familia que a menudo las condiciona».
Esa complejidad está muy presente en el libro. Ya sean hermanos, primos o parejas truncadas, como Irina y Sasha en “Pájaros que llegan a Moscú”, quienes deberían estar destinados a entenderse terminan por semejar las piezas de un puzle mal diseñado, troquelado por el infortunio. Y en ese empeño por encajar en un hueco donde resulta imposible el acomodo, quizás porque ya está ocupado (algo especialmente notorio en “El nudo de Koen”), no queda más que fingir la identidad, moldear la máscara que les permita sobrevivir.
Con un personal estilo caracterizado por descripciones minuciosas y coloristas, el conjunto resulta de lo más cinematográfico, cualidad que se aprecia sobre todo en el relato que abre el volumen, “Propiedad privada”, a cuya estructura no le faltan más que los encabezados habituales al inicio de cada escena: exterior/día, interior/noche, para imaginarse un guión de cine a punto de ser rodado.
Agua dura es la primera publicación en solitario de Sergi Bellver, escritor, editor y crítico literario, tras haber participado en varias antologías de cuentos y haberse encargado de la edición, entre otros textos, de Chéjov comentado (Nevsky Prospects, 2010). Narrador de vocación tardía, confiesa haber trabajado en este conjunto de relatos aun antes de saber que existirían como una unidad, siempre con la coherencia temática de esa metáfora líquida que la recorre y que se anuncia con contundencia desde la misma cubierta, donde la fotografía de Xabier Armendáriz «ha sabido darle a las turbias aguas de esta obra la superficie que mejor expresa su fondo», en palabras del mismo Bellver.

1 comentario:

Erika dijo...

Uno de los mejores libros de cuentos que he leído en mucho tiempo, además del maravilloso libro de Eloy Tizón. Propiedad privada, El nudo de los Koen o En la boca del otro son buenísimos. Y el de Islandia lo leí tres veces, cada vez más emocionada. Si el primer libro de Bellver ya es así, promete mucho como autor.