Ignacio Sanz
¿Qué música late en estos cuentos para que nos atrapen como nos atrapan hasta convertirnos en lectores rendidos y encandilados? Quizá sea la naturalidad, la fluidez narrativa, esa manera de contar como si estuviera meando, que diría Delibes. Lo cierto es que Óscar Esquivias, despliega en estas historias un poder de seducción que nos arrebata. Y no es que se ponga estupendo estilísticamente hablando, no, que va, son sus personajes desvalidos y atormentados, con sus pequeñas neuras, con sus flaquezas, sometidos a situaciones extremas en su cotidianeidad, los que misteriosamente nos atrapan.
Se trata del segundo libro de cuentos de Óscar Esquivias, cuyo nombre aparece en antologías y que lleva entregado al género desde sus inicios como escritor, en plena adolescencia. Y nació en 1972. Algunos de estos cuentos habían aparecido en revistas o en libros singulares. Es decir, que estamos ante un conjunto de cuentos que han tenido un rodaje y, como sabemos, en el rodaje se pierden las aristas. De ahí que algunos resulten redondos en su versión última.
Aunque sea la novela el género al que con más dedicación se ha entregado con siete u ocho títulos, hay que señalar que, por la intensidad de sus relatos, Esquivias está especialmente dotado para el cuento.
Con su primer libro de relatos, La marca de Creta, fruto del acarrero de sus cuentos iniciales, le dieron contra todo pronóstico el premio Setenil, 2008, tan prestigioso. Y digo contra todo pronóstico porque competía con nombres consagrados. Había en aquel libro piezas memorables, cuentos que anidan para siempre en la cabeza del lector y lo acompañan en su rodaje.
Comencé a leer Pampanitos verdes con miedo, pensando si volvería a sonar aquella música que advertí en La marca de Creta. Pero pronto se disiparon las dudas. La travesía de esta lectura, azarosa por demás, por circunstancias ajenas al libro, ha resultado una travesía feliz. Arranca con un cuento memorable, “El chico de las flores”, protagonizado por un joven repartidor de flores fascinado no tanto por una actriz madura como por la fascinación que esta actriz ejerce en su madre. Es, por tanto, un cuento a varias bandas con un desenlace sorprendente y feliz. Al final del cuento, Esquivias hace todo un alarde de concreción narrativa en un párrafo magnífico que sintetiza con cuatro o cinco frases una noche de pasiones desatadas.
Le sigue “El estudiante de Salamanca”, un cuento con vocación de novelita, de ambiente entre grotesco y esperpéntico, que retrata la llegada a principios de curso de un estudiante acompañado de su padre a un hostal salmantino. El lector asistirá con perplejidad a una serie de acontecimientos chocarreros escritos con una naturalidad espeluznante.
Esa naturalidad espeluznante, salpicada por ráfagas de humor y alguna pincelada de ternura, sigue presente en los siete cuentos restantes y en el “Monólogo del técnico de sonido” que no voy a glosar pormenorizadamente. Eso sí, nada tienen que ver entre ellos. Describen situaciones y ambientes dispares, que sitúan la acción en Chicago, Roma, o Madrid pasando, cómo no, por esa zona rural de Burgos con epicentro en Sasamón, tan querida para el autor.
Se los recomiendo vivamente. Estoy seguro de que van a disfrutar, aunque a veces, se les agríe el gesto porque lo que se cuenta resulta perturbador o chocante cuando menos. Pero ustedes seguirán deslizándose página a página, dejándose llevar como en volandas por un maestro en el arte persuasivo y sereno del bien contar.
Se trata del segundo libro de cuentos de Óscar Esquivias, cuyo nombre aparece en antologías y que lleva entregado al género desde sus inicios como escritor, en plena adolescencia. Y nació en 1972. Algunos de estos cuentos habían aparecido en revistas o en libros singulares. Es decir, que estamos ante un conjunto de cuentos que han tenido un rodaje y, como sabemos, en el rodaje se pierden las aristas. De ahí que algunos resulten redondos en su versión última.
Aunque sea la novela el género al que con más dedicación se ha entregado con siete u ocho títulos, hay que señalar que, por la intensidad de sus relatos, Esquivias está especialmente dotado para el cuento.
Con su primer libro de relatos, La marca de Creta, fruto del acarrero de sus cuentos iniciales, le dieron contra todo pronóstico el premio Setenil, 2008, tan prestigioso. Y digo contra todo pronóstico porque competía con nombres consagrados. Había en aquel libro piezas memorables, cuentos que anidan para siempre en la cabeza del lector y lo acompañan en su rodaje.
Comencé a leer Pampanitos verdes con miedo, pensando si volvería a sonar aquella música que advertí en La marca de Creta. Pero pronto se disiparon las dudas. La travesía de esta lectura, azarosa por demás, por circunstancias ajenas al libro, ha resultado una travesía feliz. Arranca con un cuento memorable, “El chico de las flores”, protagonizado por un joven repartidor de flores fascinado no tanto por una actriz madura como por la fascinación que esta actriz ejerce en su madre. Es, por tanto, un cuento a varias bandas con un desenlace sorprendente y feliz. Al final del cuento, Esquivias hace todo un alarde de concreción narrativa en un párrafo magnífico que sintetiza con cuatro o cinco frases una noche de pasiones desatadas.
Le sigue “El estudiante de Salamanca”, un cuento con vocación de novelita, de ambiente entre grotesco y esperpéntico, que retrata la llegada a principios de curso de un estudiante acompañado de su padre a un hostal salmantino. El lector asistirá con perplejidad a una serie de acontecimientos chocarreros escritos con una naturalidad espeluznante.
Esa naturalidad espeluznante, salpicada por ráfagas de humor y alguna pincelada de ternura, sigue presente en los siete cuentos restantes y en el “Monólogo del técnico de sonido” que no voy a glosar pormenorizadamente. Eso sí, nada tienen que ver entre ellos. Describen situaciones y ambientes dispares, que sitúan la acción en Chicago, Roma, o Madrid pasando, cómo no, por esa zona rural de Burgos con epicentro en Sasamón, tan querida para el autor.
Se los recomiendo vivamente. Estoy seguro de que van a disfrutar, aunque a veces, se les agríe el gesto porque lo que se cuenta resulta perturbador o chocante cuando menos. Pero ustedes seguirán deslizándose página a página, dejándose llevar como en volandas por un maestro en el arte persuasivo y sereno del bien contar.
Óscar Esquivias: "En toda mi literatura hay una entraña teatral"
–En los cuentos de Pampanitos verdes aparecen varios elementos comunes: adolescentes como protagonistas, la transición de una edad a otra, el encuentro con el desengaño –o con el mundo adulto–, la autoafirmación sexual y también una evidente alegría de vivir, que los personajes transmiten. Sin embargo, son cuentos escritos con independencia unos de otros. ¿A qué se debe esta homogeneidad?
–Si soy sincero, no lo sé. Cada cuento surgió en un momento y en unas circunstancias distintas, pero al agruparlos en el libro sentí que, ciertamente, tenían elementos comunes y un intenso aire de familia. Esta homogeneidad no está buscada y supongo que tiene que ver con algunas inquietudes profundas mías que no he racionalizado.
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