Selección, traducción y prólogo de Antonio Rómar
Salto de Página, Madrid, 2016. 405 pp. 20 €
Rubén Romero Sánchez
Entre el gran público, quizá el único poeta conocido de los llamados beat es Ginsberg, el cual, a mi entender, trasciende tal etiqueta y se erige como uno de los grandes autores estadounidenses del pasado siglo; la importancia de este movimiento se debe más a su actitud contracultural que al conjunto de obras llamadas a perdurar que dejó. No obstante, recuperaciones como el libro que nos ocupa, en el que se reúne por primera vez en nuestra lengua gran parte de la poesía de Ferlinghetti, y la aparición en distintos a lo largo de este año de entrevistas al propio autor y reportajes sobre su obra y la trascendencia de su figura en el grupo de San Francisco como autor, editor y librero, siempre han de ser bienvenidas por lo que suponen de constatación de una época imprescindible no solo de la poesía norteamericana, sino de la cultura popular occidental del siglo XX.
Ferlinghetti hace honor a la mitificación a que se ha sometido el movimiento beat desde su propia biografía no artística, con un padre al que no conoció, una madre que murió cuando era poco más que un bebé, estancias con familiares por todas partes y hasta la asistencia en directo a la invasión de Normandía como oficial del ejército estadounidense. Más allá de eso, en su ingente labor como hombre de cultura debemos destacar la autoría de uno de los libros clave de la poesía norteamericana del pasado siglo: A Coney Island of the Mind, único libro traducido en España hasta la fecha, según nos informa Antonio Rómar en su revelador prólogo, en 1981 por Hiperión con el título de Un Coney Island en la mente, y que según el propio Rómar ya solo se encuentra a precios altísimos en el mercado de segunda mano.
La obra de Ferlinghetti se define por ser una “obra en curso”, una obra que no existe exclusivamente en forma de libros cerrados, sino que, a la manera del primigenio carácter oral de la poesía y bajo la influencia de la improvisación jazzística, se crea permanentemente, modificándose en cada publicación, en cada lectura, y enriqueciéndose así. El retrato de la cotidianeidad, como un Edward Hopper psicodélico, la reflexión sobre el papel de Estados Unidos en el mundo y de sus ciudadanos en el propio país, el lirismo como forma de combatir la fealdad del día a día, son algunas de sus preocupaciones, sus temas, sus maneras de enfrentarse al hecho poético, contraponiendo la nostalgia y la melancolía (y todo se desvanece / y los socorristas del amor nos decepcionan / Y bebemos y nos ahogamos) a la esperanza, como Keats, en la belleza (y espero / perpetuamente y para siempre / el renacimiento de la maravilla).
Alegrémonos, así, de la recuperación de este poeta, representante de un mundo que ya no existe aunque aún esté en los corazones de muchos, el poeta que en su famoso Manifiesto populista escribió versos como estos: «Poetas, desalojen sus armarios / … / No queda tiempo para nuestros pequeños juegos literarios, / no queda tiempo para nuestras hipocondrias y paranoias, / sólo es tiempo ahora para la luz y el amor / … / Todos ustedes “Poetas Urbanos” / que cuelgan en los museos, yo incluido / … / todos ustedes visionarios de sofá y agitadores de cuarto de estar / dónde están los niños salvajes de Whitman, / dónde las grandes voces hablando claro / con sentido de la dulzura y de lo sublime / … / No esperen la Revolución / o sucederá sin ustedes / … / Aún hay bellas criaturas por todas partes, / en los ojos de todos el secreto de todo / aún allí enterrado, / los hijos salvajes de Whitman siguen durmiendo allí. / Despierten y caminen al aire libre».