Ignacio Sanz
La poesía es un género escurridizo que a veces se escapa entre las manos cuando tratamos de analizarlo. Eso me ocurre al menos a mí. Lo digo porque entro con miedo en esta crítica, precisamente, por esa condición resbaladiza del género.
Con Los pies del horizonte, su autor, José Gutiérrez Román, (Burgos, 1977) ganó el prestigioso premio Adonáis. Cuando yo era joven y vivía en Madrid, el Adonáis gozaba de un halo que deslumbraba al resto de los premios. Por su pureza, su trayectoria y porque su dotación era muy escasa. En esa escasez y en los ganadores de ediciones precedentes, estribaba su prestigio. Luego llegaron premios de poesía millonarios que han ocupado un espacio mayor, algunos con cierto aparato propagandístico, pero el resplandor puro del Adonáis no se ha apagado. Hierro, Claudio Rodríguez o Blanca Andreu fueron algunos de los autores que lo ganaron.
José Gutiérrez Román participa de algunas de la características de estos grandes poetas que acabo de nombrar. Para empezar, vive en el anonimato que el que estaban instalados aquellos, en este caso en un anonimato que hunde sus raíces en su propia provincia. Pero, como aquellos, Gutiérrez Román tiene vocación viajera y cosmopolita y ha corrido mundo, y ha leído mucho, incorporando a su zurrón sobre todo a los grandes poetas portugueses, país en el que vivió algún tiempo. De ahí que el espíritu de Pessoa o de Andrade revolotee entre los poemas de “Planes de fuga”, el primero de los tres apartados que conforman el libro. Uno de estos poemas se titula “Fernando Pessoa, en la víspera de no partir nunca”. Todo un guiño. El poema acaba con estos dos versos preciosos: «Soy un sediento de horizontes lejanos./ Más sé que mi destino es ahogarme de sed aquí, en Lisboa.»
El segundo apartado lo titula “El oro del naufragio” y los poemas que lo nutren guardan una estrecha relación con la memoria, si bien una memoria tamizada por la ironía, los juegos de palabras y las paradojas. Esa es una constante del libro que se manifiesta también en el último apartado, el más extenso, dedicado al amor y que titula “Cuando el amor fue un pasajero”. Definitivamente aquí el poeta se desmelena y juega libremente y la poesía alcanza cotas de libertad, incluso de cierta frivolidad bien entendida, es decir, de levedad, que a menudo desemboca directamente en la sonrisa.
Y como para muestra, bien vale un botón, me voy a permitir transcribir un poema precioso titulado "Algo más que palabras".
«Tú y yo/ tuvimos algo más que palabras./ Alguna vez llegamos a las manos,/ e incluso a los besos./ Más la vida cogió oficio de comediante/ entre nosotros/ y amablemente siguió con sus títeres/ hacia otra parte./ Lejos de cualquier tristeza,/ contemplo con ternura/ esta lección que hoy me brinda el tiempo:/ la desposesión en sentido absoluto./ Porque sé que ya no son mías las noches que pasé en tus manos/ ni las manos en que ahora pasas tus noches.»
A veces toma apuntes de natural con cierta rapidez, al modo de Catulo. Y con parecida agudeza. En definitiva, estamos ante un poeta que afila nuestra mirada y cuya lectura despierta leves sonrisas y nos hace un poco más inteligentes. José Gutierrez Roman, este es su nombre. No lo pierdan de vista.
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