Port Royal, Granada, 2010. 103 pp. 10 €
Pedro M. Domene
La poesía religiosa mariana no está de moda, aunque en un breve repaso literario la tradición nos llevaría a los albores de la Edad Media para constatar, durante siglos, la presencia indiscutible de notables autores en la historia de la literatura española: Gonzalo de Berceo, Arcipreste de Hita, Alfonso X el Sabio o el Marqués de Santillana, ejemplos de un ejercicio lírico que se prolonga, además, hasta nuestros días, sin duda, en una suerte de devocionarios que bien pueden considerarse como el sentir popular de una advocación a la Virgen en sus múltiples manifestaciones.
En el monte Roel, en la sierra almeriense de Las Estancias, se ubica un Santuario dedicado a Nuestra Señora del Buen Retiro de Desamparados, o el denominado Saliente. Allí acuden las gentes sencillas y humildes, con una inquebrantable fe para acogerse a la protección de la Señora. José Antonio Sáez (Albox, Almería, 1957), tras una intensa labor poética iniciada con Vulnerado arcángel (1983), y a la que han seguido, La visión de arena (1987), Árbol de iluminados (1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1997), Liturgia para desposeídos (2001), La edad de la ceniza (2003), Lugar de toda ausencia (2005), Las Capitulaciones (2007), obra de profundo calaje, y Limaria (2008), donde el poeta se identifica con la belleza del lugar. Ahora entrega, Gozos de Nuestra Señora del Saliente (2010), libro de devoción y fervor, que forma parte de esa advocada tradición con que se encuadra la cuaderna vía berciana, aunque el autor opta por estrofas de cuatro versos alejandrinos sin rima, tiradas de dieciséis versos, que se estructuran en cuatro estrofas. La huella de los autores citados, además del Canciller Ayala, Gómez Manrique o Juan del Enzina, están muy presentes en los versos de un poemario que el autor divide en cinco cantos: «Anunciación del ángel a Nuestra Señora», «El Magnificat», «La mujer envuelta en el sol», «Poemas en cuaderna vía» y «Gozos del pueblo». En las tres primeros cantos, las estrofas se componen de versos alejandrinos, el cuarto canto es un claro homenaje a Berceo, y en el quinto se suceden toda una amplia variedad de ese denominado verso popular que contrasta, muy acertadamente, con la solemnidad de los anteriores.
Comienza el poeta su invocación a la Virgen, «Ilumina, Señora, a quien en ti confía/ para echarse al camino que a tu lugar conduce./Nuestra flaqueza asiste, conforta en la zozobra, /sustenta voluntades, en la duda sé báculo». Solicita su mirada, su protección, resuena las campanas llamando a la alegría, recuerda su promesa de la resurrección, es la exaltación de los humildes. Coplas, seguidillas, redondillas, cuartetas o liras, evocan el canto del pueblo, y así resulta la advocación más hermosa que nadie pueda imaginar, paisaje y gentes se confunden en esa travesía en que se concreta la romería hasta la ermita: «Señora del Saliente: tú que inspiras mis pasos/ en esta travesía que emprendí temeroso», una visión coral de la mejor tradición mariana que ningún devoto pueda imaginar, con esa libertad absoluta que se otorga el poeta, libre de prejuicios o modas, reivindicando en un monólogo interior la intensa devoción a una Madre que bendice a sus hijos, alivio de los apenados, consuelo de los afligidos, en los más claros días azules, en las cálidas tardes, de este valle de lágrimas. Poemario, en suma, de connotaciones espirituales altísimas, de armoniosa elegancia y finura expresiva, alejado de las tendencias poéticas actuales, muestra la perspectiva de una profunda fe que respeta el valor literario de honda tradición lírica.
Pedro M. Domene
La poesía religiosa mariana no está de moda, aunque en un breve repaso literario la tradición nos llevaría a los albores de la Edad Media para constatar, durante siglos, la presencia indiscutible de notables autores en la historia de la literatura española: Gonzalo de Berceo, Arcipreste de Hita, Alfonso X el Sabio o el Marqués de Santillana, ejemplos de un ejercicio lírico que se prolonga, además, hasta nuestros días, sin duda, en una suerte de devocionarios que bien pueden considerarse como el sentir popular de una advocación a la Virgen en sus múltiples manifestaciones.
En el monte Roel, en la sierra almeriense de Las Estancias, se ubica un Santuario dedicado a Nuestra Señora del Buen Retiro de Desamparados, o el denominado Saliente. Allí acuden las gentes sencillas y humildes, con una inquebrantable fe para acogerse a la protección de la Señora. José Antonio Sáez (Albox, Almería, 1957), tras una intensa labor poética iniciada con Vulnerado arcángel (1983), y a la que han seguido, La visión de arena (1987), Árbol de iluminados (1991), Las aves que se fueron (1995), Libro del desvalimiento (1997), Liturgia para desposeídos (2001), La edad de la ceniza (2003), Lugar de toda ausencia (2005), Las Capitulaciones (2007), obra de profundo calaje, y Limaria (2008), donde el poeta se identifica con la belleza del lugar. Ahora entrega, Gozos de Nuestra Señora del Saliente (2010), libro de devoción y fervor, que forma parte de esa advocada tradición con que se encuadra la cuaderna vía berciana, aunque el autor opta por estrofas de cuatro versos alejandrinos sin rima, tiradas de dieciséis versos, que se estructuran en cuatro estrofas. La huella de los autores citados, además del Canciller Ayala, Gómez Manrique o Juan del Enzina, están muy presentes en los versos de un poemario que el autor divide en cinco cantos: «Anunciación del ángel a Nuestra Señora», «El Magnificat», «La mujer envuelta en el sol», «Poemas en cuaderna vía» y «Gozos del pueblo». En las tres primeros cantos, las estrofas se componen de versos alejandrinos, el cuarto canto es un claro homenaje a Berceo, y en el quinto se suceden toda una amplia variedad de ese denominado verso popular que contrasta, muy acertadamente, con la solemnidad de los anteriores.
Comienza el poeta su invocación a la Virgen, «Ilumina, Señora, a quien en ti confía/ para echarse al camino que a tu lugar conduce./Nuestra flaqueza asiste, conforta en la zozobra, /sustenta voluntades, en la duda sé báculo». Solicita su mirada, su protección, resuena las campanas llamando a la alegría, recuerda su promesa de la resurrección, es la exaltación de los humildes. Coplas, seguidillas, redondillas, cuartetas o liras, evocan el canto del pueblo, y así resulta la advocación más hermosa que nadie pueda imaginar, paisaje y gentes se confunden en esa travesía en que se concreta la romería hasta la ermita: «Señora del Saliente: tú que inspiras mis pasos/ en esta travesía que emprendí temeroso», una visión coral de la mejor tradición mariana que ningún devoto pueda imaginar, con esa libertad absoluta que se otorga el poeta, libre de prejuicios o modas, reivindicando en un monólogo interior la intensa devoción a una Madre que bendice a sus hijos, alivio de los apenados, consuelo de los afligidos, en los más claros días azules, en las cálidas tardes, de este valle de lágrimas. Poemario, en suma, de connotaciones espirituales altísimas, de armoniosa elegancia y finura expresiva, alejado de las tendencias poéticas actuales, muestra la perspectiva de una profunda fe que respeta el valor literario de honda tradición lírica.
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