miércoles, abril 16, 2008

Rosas, restos de alas, Pablo Gutiérrez

La Fábrica, Madrid, 2008. 103 pp. 14 €

Mercedes Cebrián

La primera frase que a uno se le viene a la cabeza al leer las tres primeras páginas de Rosas, restos de alas es «¡por fin un narrador interesado por el lenguaje!», es decir: por las palabras en tanto que palabras, por la sintaxis, por darles vueltas y patadas a las frases, por desarmarlas como si fuesen construcciones hechas con Lego —más bien con Tente Combi, si tenemos en cuenta al protagonista de la historia que nos ocupa: español casi treintañero de clase media-baja—. A lo largo de todo el libro Pablo Gutiérrez desenvuelve eternamente un bombón exquisito como prometiéndonos que, una vez sin papel, la golosina será para nosotros, cuando en verdad el verdadero bombón es el propio libro. Parece como si Joyce, las vanguardias históricas y gran parte de la poesía universal del XX hubieran pasado por encima de este libro, o, empleando otra imagen más vegetal: parece que el autor de Rosas, restos de alas, hubiese recorrido todos esos textos y, por el camino, se le hubiesen quedando pegadas hojas, matojos, pétalos de todos ellos. ¿Podemos calificar entonces de “lírica” y “experimental” esta novela que narra el presente de un tipo del que su mujer decide separarse, y es a la vez un paseo por su infancia y adolescencia? Si esos dos adjetivos tienen para nosotros connotaciones positivas, adelante, pues, con ellos.
Y es que Pablo Gutiérrez podría habernos contado esta o cualquier otra historia a través de su narrador en primera persona: habría dado igual, la habríamos leido en cualquier caso de un tirón, tal es su capacidad para generar imágenes a bocajarro mediante la plasticidad de su lenguaje. Pero ha decidido construir la novela de aprendizaje de un tipo que vive en la España contemporánea, que se entretuvo en la infancia jugando con el Telesketch y viendo Sesión de Tarde y que, si ha de autodefinirse lo hace así: «vivo de mi trabajo, gano lo justo para poder tener deudas, me educaron con tibios valores, ayudaría a una anciana pero no si la anciana, además de cruzar la calle, quisiera tomarse un café con leche y hablar conmigo de todo lo que echa de menos».
Bienvenidos a su sinceridad de tercer milenio, a su crueldad moderada, a su testosterona canalizada convenientemente pasados los dieciocho, a sus toques de personaje houellebecquiano aquí y allá, que es lo mismo que darle la bienvenida a un representante claro de este siglo XXI, a uno de los frutos que ha producido la España inmediatamente postfranquista. ¿Pero cómo puedo encontrar frío y desolador a un personaje al que le sale poesía por la boca y que sufre cuando repara en que ha perdido a su mujer? ¿No estaré exagerando un poco? La sensación de pesadumbre y la desconfianza hacia la especie humana, especialmente representada por el varón, que me queda tras la lectura de Rosas, restos de alas me hace pensar que no, al igual que me ayuda a darme cuenta de que quizá sea esa una de las principales virtudes de esta excelente primera novela. Comprobad vosotros mismos si exagero.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué alegría que alguien haya podido expresar tan claramente todo lo que sentí al leer esta novela!

Anónimo dijo...

Qué alegría que alguien haya sabido expresar tan claramente todo lo que sentí al leer esta novela!

Anónimo dijo...

Menos mal que aparecen nuevos escritores entre tanta bazofia... Leeré a Pablo Gutiérrez, no lo dude, Sra. Cebrián.

Anónimo dijo...

Hay que apostar por nuevos autores
Yo desde luego voy a contribuir a este futuro premio Planeta

Anónimo dijo...

Eh, ojo, que si Pablo Gutierrez finalmente gana el Planeta eso hablará MUY MAL de su trayectoria literaria. Confiemos en que no lo gane nunca.

Mercedes Cebrián

Anónimo dijo...

Yo me alegro muchísimo de ver a Mercedes Cebrián en la nómina de críticos. ¡Viva la Tormenta! Estoy leyendo el libro de Pablo Gutiérrez y me está encantando. Enhorabuena a la reseñista y al autor (y ojalá gane el Planeta, igual eso quiere decir que en el futuro los editores dejan de buscar novelas en los vertederos de la literatura).

Lara dijo...

Planeta o no, larga vida a este libro y a quien lo escribe, y que sea escribiendo, y que nosotros lo leamos.

Felicidades a Cebrián por su crítica, yo creo que ha dado en el clavo.

Y felicidades, sobre todo, a Pablo.

Emilio Ruiz Mateo dijo...

Para mí ha sido un lujo tener algo que ver en que por fin la gente pueda leer una novela de Pablo Gutiérrez.

Ya tengo ganas de leer otra.

Y es un lujo leer una crítica "de verdad" como la de Mercedes.

Emilio Ruiz Mateo

Unknown dijo...

he leido el libro de pablo y he disfrutado mucho, un poco corto pues no se puede parar de leer y me hubiera gustado disfrutar un poco más, anímo autor, esperamos otra más.
javier

Unknown dijo...

una crítica estupenda y muy acertada, felicidades tanto a Mercedes como a Pablo. os invito a leer el libro y disfrutar con el.
javier

Anónimo dijo...

Discrepo. No me ha gustado. Ganas de "epatar" con una prosa muy artificial. De escuela de letras

Anónimo dijo...

ánimo Pablo que ganes el premio planeta que tanto esperas, desde el instituto Salmedina te deseamos mucha suerte.

Anónimo dijo...

Me gustaría revisar (o que revisáramos) el término "artificial". Entiendo que lo artificial se opone, según muchos, a lo "auténtico" o lo "natural" pero, amiguitos, naturales ya son muy pocas cosas: dormir, respirar, follar y poco más. Lo demás son artificios culturales, como la prosa, el maquillaje, el teatro, la poesía, las recetas de cocina (incluso de la tía Jacinta)... Y menos mal que existen todos esos artificios, si no, estaríamos taaaan aburridos todos.

Peter Pantoja Santiago dijo...

Saludos desde Puerto Rico, conoci hoy atraves de TVE sobre el libro y estoy en disposicion para comprarlo ya que me resulta muy interezante. Peter Pantoja

Anónimo dijo...

Forzado. Poco natural. Además de follar y respirar, actos meramente fisiológicos, hay gente que escribe sin aburrir y sin artificios.

Anónimo dijo...

En fin, Gonzalo, tú sigue cantando a la naturalidad que yo seguiré elogiando lo artificioso. Por suerte hay sitio (y libros) para todos.