Trad. Sergi Pàmies. Anagrama, Barcelona, 2007. 168 pp. 15 €
Ada Castells
Que Amélie Nothomb es una exagerada, sus lectores ya lo sabíamos. Que es una excelente narradora de historias cortas y contundentes, también. En Ácido Sulfúrico (Anagrama, en castellano; Anagrama/Empúries, en catalán) hace gala de su doble habilidad: exagerar y narrar. En está novela, de apenas 140 páginas, nos deja bien retratados como espectadores de teleporquería.
Nothomb se inventa un programa televisivo que llega a la cota mítica del cien por cien de audiencia. Se trata de “Concentración”, la copia exacta de un campo nazi pero con una sola diferencia: hay cámaras que lo graban todo por deleite del telespectador. Se tortura, se hacen trabajos forzados, se escoge quien va a la muerte, se pasa hambre... Vaya, un escándalo de éxito irrenunciable. Naturalmente todos los bienpensantes se quejan de que exista un programa tan abominable. Naturalmente, nadie deja de mirarlo.
La escritora belga nos interpela con una pregunta bien clara: ¿Qué haríamos nosotros si se emitiera un programa como “Concentración”? ¿Apagaríamos la tele o lo miraríamos indignados? De hecho, la pregunta es: ¿Qué hacemos ante la teleporquería a la que ya estamos expuestos?
En la novela también encontramos las obsesiones habituales de Nothomb, como su relación con la comida, que ya se perfilaba con más precisión en Biografía del hambre, su novela anterior; o su manía de creerse dios, que ya veíamos en Metafísica de los tubos, para mí una de las mejores.
Quizá Ácido sulfúrico no es la mejor novela de Nothomb pero con ella pasa como con Woody Allen, no siempre está en un mismo nivel porqué es muy prolífica pero siempre se les detectan dos componentes que merecen la pena: el sentido del humor y una gran inteligencia.
Que Amélie Nothomb es una exagerada, sus lectores ya lo sabíamos. Que es una excelente narradora de historias cortas y contundentes, también. En Ácido Sulfúrico (Anagrama, en castellano; Anagrama/Empúries, en catalán) hace gala de su doble habilidad: exagerar y narrar. En está novela, de apenas 140 páginas, nos deja bien retratados como espectadores de teleporquería.
Nothomb se inventa un programa televisivo que llega a la cota mítica del cien por cien de audiencia. Se trata de “Concentración”, la copia exacta de un campo nazi pero con una sola diferencia: hay cámaras que lo graban todo por deleite del telespectador. Se tortura, se hacen trabajos forzados, se escoge quien va a la muerte, se pasa hambre... Vaya, un escándalo de éxito irrenunciable. Naturalmente todos los bienpensantes se quejan de que exista un programa tan abominable. Naturalmente, nadie deja de mirarlo.
La escritora belga nos interpela con una pregunta bien clara: ¿Qué haríamos nosotros si se emitiera un programa como “Concentración”? ¿Apagaríamos la tele o lo miraríamos indignados? De hecho, la pregunta es: ¿Qué hacemos ante la teleporquería a la que ya estamos expuestos?
En la novela también encontramos las obsesiones habituales de Nothomb, como su relación con la comida, que ya se perfilaba con más precisión en Biografía del hambre, su novela anterior; o su manía de creerse dios, que ya veíamos en Metafísica de los tubos, para mí una de las mejores.
Quizá Ácido sulfúrico no es la mejor novela de Nothomb pero con ella pasa como con Woody Allen, no siempre está en un mismo nivel porqué es muy prolífica pero siempre se les detectan dos componentes que merecen la pena: el sentido del humor y una gran inteligencia.
2.
Elena Medel
Amélie Nothomb sólo se parece a sí misma. Identificamos sus novelas por el tono claro e ingenioso, sencillo y sorprendente: huye de las complicaciones estilísticas —sin más, narra—, y cada conclusión, cada comparación, dejan con la boca abierta, encadenan hallazgos. Nothomb es una de las autoras más personales de la actualidad: me cuesta situarla en un árbol genealógico determinado. ¿Qué autores han dejado rastro en su prosa? ¿A quiénes ha leído, a quiénes lee Amélie Nothomb? Sus libros recuerdan —mucho— a otros libros suyos, pero nunca suenan a novelas de otros.
Ácido sulfúrico no es una excepción: una obra, jugando con el título, corrosiva, y que pertenece al bloque de obras de ficción genuina de Nothomb —como Higiene del asesino, igual que Cosmética del enemigo o Diccionario de los nombres propios—, en cierto modo ensombrecido frente al éxito cosechado por sus libros de corte más autobiográfico. Las protagonistas de Ácido sulfúrico, Pannonique y Zdena, son secuestradas, encerradas en vagones, y trasladadas a un campo de concentración que nos retrotrae a la época del genocidio nazi. La primera es bella, inteligente, sensible; la segunda, fea, inútil, solitaria. «Telegenia» —el «conjunto de cualidades de una persona que la hacen atractiva en televisión», según el DRAE, procedente, qué curioso, del francés télégénie: una de las palabras más presentes en Ácido sulfúrico y, guiños del destino, el nombre de la empresa que representa a los concursantes del Gran Hermano español— obliga, y ambas se encuentran con el destino contrario al que apuntarían sus cualidades: Pannonique pasa a llamarse CKZ 114, pierde su identidad —su nombre— y es encerrada en el campo de concentración, y Zdena, rebautizada como Kapo Zdena, forma parte del escuadrón de torturadores, quienes explotan, maltratan y condenan a muerte a los presos. Su hermosura no libra a CKZ 114 de pasar hambre o recibir golpes, pero sí propicia que Zdena se enamore de ella, desencadenando una serie de acontecimientos —su hermosura, y el amor de la Kapo, convierten a CKZ 114 en diferente— que alterarán el rumbo trazado no sólo por los responsables del programa, sino por los propios telespectadores.
Dividida en cinco bloques —en los impares Pannonique/CKZ 114 toma la voz cantante, en los pares se escucha más a la kapo Zdena—, Ácido sulfúrico critica sin piedad al fenómeno de la telebasura, aunque quizá en algunos momentos ronde el lugar común y, sobre todo, resulte previsible. Desfallecimientos momentáneos, porque Nothomb se incorpora para firmar, y ya van unas cuantas, una novela concisa, certera y sin desperdicio. En Ácido sulfúrico encontramos, pero de otra manera, sus ya habituales reflexiones sobre la belleza —recordemos la muy celebrada Biografía del hambre—, la religión —igual que la protagonista de Metafísica de los tubos, Pannonique fantasea con sus cualidades divinas—, el poder —¿de qué trataba, si no, Estupor y temblores?— o la identidad —el intercambio de papeles, la importancia de sentir quién eres, ser consciente y reconocerte como tal, ya presente en Antichrista o la propia Estupor y temblores—. Amélie Nothomb sólo se parece a sí misma pero, por primera vez que yo recuerde —y soy una ferviente seguidora de su literatura— juega a ser otros: Diane Arbus y George Orwell. La semejanza con Orwell es evidente: Concentración nace de 1984, y su carga irónica, la caricaturización de sus personajes, bebe de Rebelión en la granja. En cuanto a Arbus, la fotógrafa que supo encontrar belleza en el horror —igual que Pannonique halla, en el bolsillo de su bata, onzas de chocolate que le permiten esquivar la condena del examen matinal diario— guía este viaje al submundo de nosotros mismos. No se alarmen ante la grandilocuencia de esta frase: en Concentración, Amélie Nothomb opta como nunca por el lado oscuro, desde el planteamiento de la trama hasta pequeños detalles como la historia, espeluznante y cruel, de la vieja y la niña.
El máximo logro de Nothomb continúa siendo Estupor y temblores, aquella historia sobre una joven europea empeñada en ser aceptada por su Japón natal, y los lectores continúan entusiasmándose —como decía antes— más con las historias sobre sí misma que con las de ficción. Ácido sulfúrico, no obstante, demuestra su validez para la fabulación, está a la altura de lo que esperamos de esta autora mitad continental, mitad Extremo Oriente. Y se lee del tirón, como todos sus libros —ayuda la brevedad, desde luego, pero también su prosa veloz, hipnótica—, y deja con ganas —muchas— de más.
Ácido sulfúrico no es una excepción: una obra, jugando con el título, corrosiva, y que pertenece al bloque de obras de ficción genuina de Nothomb —como Higiene del asesino, igual que Cosmética del enemigo o Diccionario de los nombres propios—, en cierto modo ensombrecido frente al éxito cosechado por sus libros de corte más autobiográfico. Las protagonistas de Ácido sulfúrico, Pannonique y Zdena, son secuestradas, encerradas en vagones, y trasladadas a un campo de concentración que nos retrotrae a la época del genocidio nazi. La primera es bella, inteligente, sensible; la segunda, fea, inútil, solitaria. «Telegenia» —el «conjunto de cualidades de una persona que la hacen atractiva en televisión», según el DRAE, procedente, qué curioso, del francés télégénie: una de las palabras más presentes en Ácido sulfúrico y, guiños del destino, el nombre de la empresa que representa a los concursantes del Gran Hermano español— obliga, y ambas se encuentran con el destino contrario al que apuntarían sus cualidades: Pannonique pasa a llamarse CKZ 114, pierde su identidad —su nombre— y es encerrada en el campo de concentración, y Zdena, rebautizada como Kapo Zdena, forma parte del escuadrón de torturadores, quienes explotan, maltratan y condenan a muerte a los presos. Su hermosura no libra a CKZ 114 de pasar hambre o recibir golpes, pero sí propicia que Zdena se enamore de ella, desencadenando una serie de acontecimientos —su hermosura, y el amor de la Kapo, convierten a CKZ 114 en diferente— que alterarán el rumbo trazado no sólo por los responsables del programa, sino por los propios telespectadores.
Dividida en cinco bloques —en los impares Pannonique/CKZ 114 toma la voz cantante, en los pares se escucha más a la kapo Zdena—, Ácido sulfúrico critica sin piedad al fenómeno de la telebasura, aunque quizá en algunos momentos ronde el lugar común y, sobre todo, resulte previsible. Desfallecimientos momentáneos, porque Nothomb se incorpora para firmar, y ya van unas cuantas, una novela concisa, certera y sin desperdicio. En Ácido sulfúrico encontramos, pero de otra manera, sus ya habituales reflexiones sobre la belleza —recordemos la muy celebrada Biografía del hambre—, la religión —igual que la protagonista de Metafísica de los tubos, Pannonique fantasea con sus cualidades divinas—, el poder —¿de qué trataba, si no, Estupor y temblores?— o la identidad —el intercambio de papeles, la importancia de sentir quién eres, ser consciente y reconocerte como tal, ya presente en Antichrista o la propia Estupor y temblores—. Amélie Nothomb sólo se parece a sí misma pero, por primera vez que yo recuerde —y soy una ferviente seguidora de su literatura— juega a ser otros: Diane Arbus y George Orwell. La semejanza con Orwell es evidente: Concentración nace de 1984, y su carga irónica, la caricaturización de sus personajes, bebe de Rebelión en la granja. En cuanto a Arbus, la fotógrafa que supo encontrar belleza en el horror —igual que Pannonique halla, en el bolsillo de su bata, onzas de chocolate que le permiten esquivar la condena del examen matinal diario— guía este viaje al submundo de nosotros mismos. No se alarmen ante la grandilocuencia de esta frase: en Concentración, Amélie Nothomb opta como nunca por el lado oscuro, desde el planteamiento de la trama hasta pequeños detalles como la historia, espeluznante y cruel, de la vieja y la niña.
El máximo logro de Nothomb continúa siendo Estupor y temblores, aquella historia sobre una joven europea empeñada en ser aceptada por su Japón natal, y los lectores continúan entusiasmándose —como decía antes— más con las historias sobre sí misma que con las de ficción. Ácido sulfúrico, no obstante, demuestra su validez para la fabulación, está a la altura de lo que esperamos de esta autora mitad continental, mitad Extremo Oriente. Y se lee del tirón, como todos sus libros —ayuda la brevedad, desde luego, pero también su prosa veloz, hipnótica—, y deja con ganas —muchas— de más.