Trad. Eduardo Iriarte (poemas de Auden) y Raquel Vázquez Ramil (textos de Isherwood). Ediciones del Viento, A Coruña, 2008. 334 pp. 21 €
Óscar EsquiviasLa primera noticia que recuerdo haber tenido sobre la guerra entre China y Japón la encontré, cómo no, en la lectura de una de las aventuras de Tintín,
El loto azul, álbum en el que
Hergé recreaba el Shanghái populoso y colorista inmediatamente anterior al conflicto. Allí, aparte de la abigarrada zona china de la ciudad (con sus
rickshaws, fumaderos de opio y calles repletas de coloridas banderolas) también se recreaban los barrios administrados —y defendidos militarmente— por las potencias extranjeras (las llamadas «concesiones internacionales») y estaba siempre presente la amenaza del imperialismo japonés. Hace pocos años reencontré ese mismo escenario y parecido momento histórico en una novela de
Kazuo Ishiguro,
Cuando fuimos huérfanos (Anagrama, 2001), que me impresionó vivamente (es inolvidable su parte final, de una desolación abrumadora). Y ahora, de nuevo, he vuelto al Shanghái bélico gracias al
Viaje a una guerra de
Isherwood y
Auden, quienes fueron a China en febrero de 1938 para contar sus impresiones sobre la contienda que desde medio año antes enfrentaba a este país con Japón, que había invadido militarmente parte de China. Esta guerra no terminaría hasta la derrota nipona en la Segunda Guerra Mundial.
Viaje a una guerra está conformado por varias partes: una —la más extensa— es la escrita por
Christopher Isherwood con forma de diario. Esta crónica se inicia en Hong Kong el 28 de febrero de 1938 y termina en Shanghái el 12 de junio de ese mismo año. Flanqueando el texto de Isherwood hay dos series de poemas de
Auden: una primera en la que evoca el viaje en barco que les llevó a China (se titula “Entre Londres y Hong Kong”) y otra final con veintisiete sonetos y un largo comentario en verso donde da forma poética a sus pensamientos e impresiones sobre la guerra. Además, los autores incluyeron una selección de las fotografías que fueron tomando a lo largo de aquellos meses. Son imágenes de gran valor testimonial en las que se ven hospitales, ciudades bombardeadas, trincheras (en una de ellas se retrata el propio
Auden), diplomáticos, políticos o generales (entre otros, el propio presidente del gobierno chino, el generalísimo
Chiang Kai-shek); también aparecen algunos de los personajes del libro (como el criado Chiang o el vehemente doctor Mooser, por ejemplo) e incluso el fotógrafo
Robert Capa (quien añoraba volver a nuestra Guerra Civil porque, según aseguraba, los españoles eran mas fotogénicos que los chinos).
Viaje a una guerra fue el resultado de un encargo de las editoriales Random House y Faber&Faber, que encomendaron a
Isherwood y a
Auden un libro de viajes sobre Oriente, sin que les especificaran el itinerario o el destino. Seguramente las ideas políticas izquierdistas de los autores les llevaron a elegir precisamente China, que no sólo se defendía de la agresión de Japón (país que desde 1936 tenía una alianza con Alemania:
Isherwood y
Auden estaban muy concienciados contra el nazismo y el totalitarismo, cuyos efectos conocían de primera mano), sino que también asistía en su seno al desarrollo de la revolución comunista que finalmente triunfaría en 1949. Junto con la Guerra Civil Española, la Guerra Chino-Japonesa era el gran conflicto bélico que acaparaba la atención internacional del momento. Las observaciones de
Isherwood en su relato suelen ser siempre prochinas (y procomunistas), aunque no es precisamente la beligerancia política lo que caracteriza su relato, sino más bien un desenfadado —que no frívolo— tono novelero.
Isherwood reconoce que sus conocimientos sobre Oriente eran muy escasos y se pinta a sí mismo como un excursionista o un exótico personaje de
Julio Verne que da tumbos por China en compañía del atildado y flemático poeta
Auden y de un sirviente chino (
Chiang, quien se lleva algún sopapo por sus descuidos, como si fuera un personaje de comedia). Las idas y venidas de este trío están narradas con la agilidad y brillantez propias del estilo de
Isherwood, cuyas dotes de observación eran extraordinarias: en sus páginas aparece retratado el mundo de los corresponsales extranjeros, la acomodada vida de los diplomáticos en las concesiones internacionales (aquella era una época en la que los periodistas viajaban a la guerra con esmoquin para asistir a las fiestas), la labor de los médicos y misioneros, las penalidades de la vanguardia, los bombardeos sobre ciudades e infraestructuras y, en fin, todo aquello que iba conociendo según se desplazaba por el país.
Isherwood hace descripciones vivacísimas de ciudades (Cantón, Hankou, Chenzhou, Xian, Shanghái), de personas (su entrevista con «Madame», la mujer de
Chiang Kai-shek, es memorable) y de paisajes. También, por supuesto, refleja el sufrimiento del pueblo chino y no esconde las consecuencias terribles de la guerra sobre la población civil. Las dotes literarias de
Isherwood (ingenio, amenidad, inteligencia, humanidad) brillan en este relato de circunstancias.
Auden, por su parte, se aleja de lo descriptivo o de lo meramente narrativo y muestra en sus versos una voz mucho más dramática, severa y alegórica que la de su compañero (los poemas se publican también en su versión original inglesa). Los traductores (
Eduardo Iriarte con
Auden,
Raquel Vázquez Ramil con
Isherwood) me da la impresión de que han hecho un excelente trabajo.
Sorprende que este
Viaje a la guerra se publique ahora por primera vez en España, casi setenta años después de editarse en los Estados Unidos. No puedo dejar de recomendar vivamente su lectura, aunque sé que los que ya aman la obra de
Auden o de
Isherwood no necesitan ningún estímulo y no dudo de que correrán a buscar el libro. Por su parte, los que leyeron emocionados
El loto azul o
Cuando fuimos huérfanos harán bien en acercarse a este
Viaje a la guerra: aunque pertenezcan a géneros muy distintos y no sea justo compararlas, hay una intensa familiaridad entre estas tres sorprendentes y maravillosas obras.
, de David Kidd. Reseña de Care Santos. Para leerla haz click
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