Trad. Miguel Á. Martínez-Cabeza. Traspiés, Granada, 2014. 205 pp. 15,75 €
1. Salvador Gutiérrez Solís
Sencillo, pulcro, eficaz y poderoso. Los cuatro adjetivos con los que calificaría la narrativa de Sherwood Anderson y que, con toda probabilidad, son los cuatro adjetivos a los que debería aspirar cualquier cuentista. Y así, uno a uno, sencillos, pulcros, eficaces y poderosos son los trece cuentos que encontramos en esta compilación, agrupados bajo el título del primero que aparece, y tal vez el más brillante, y también desconcertante, Muerte en el bosque.
Si en Literatura existe eso que conocemos como Justicia, cualquiera sabe lo que es ya a estas alturas, no me cabe duda de que esta edición de Traspiés lo es. E incluyo en el reconocimiento la traducción e introducción de Miguel Á. Martínez-Cabeza, soberbias en claridad, precisión e intención. Artista menor o escritor secundario son algunas de las injustas denominaciones que hemos encontrado para definir a Anderson a lo largo de los años, cuando es un ejemplo de autor a recuperar, sepultado injustamente por la novedad, por la actualidad, por las modas y hasta por los que siguieron su camino.
En Muerte en el bosque, así como en el conjunto de su obra, Sherwood Anderson nos muestra la extrema aspereza de la vida en la montaña, el sabor del güisqui destilado en oscuros graneros, la soledad de un nevado invierno en la cabaña, la paciencia del pescador de truchas o el esclavista trabajo en las plantaciones de algodón. Pocos autores han reflejado la América rural, la más profunda, la que hunde sus pisadas en la tierra, con tal nitidez y realismo. Pero, sin embargo, Anderson fue mucho más allá, y nos contó, a través de su obra, el transito de esos agricultores y ganaderos a las grandes ciudades.
Y asentados en las grandes ciudades, los personajes de Sherwood Anderson se enfrentan y desarrollan nuevas casuísticas, en consonancia con el hábitat al que se han incorporado. Novedosos problemas de pareja, la ambición por la posesión, la carrera por hacerse con una “posición social” destacada, el vendaval de las tendencias, la falta de identidad, la desconocida y desgarradora soledad de la gran ciudad.
Los relatos de Muerte en el bosque nos muestran esa transición, esa revolución o éxodo, la conformación de una nueva sociedad y, por tanto, de un país. Sencillo, pulcro, eficaz y poderoso, y preciso en el retrato, la narrativa de Anderson se sumerge en las inquietudes y vacilaciones de sus personajes, y nos ofrece ese otro lado que habitualmente permanece en la intimidad, oculto de nuestras miradas.
2. Pedro M. Domene
La simplicidad y la sinceridad definen la vida y la obra de
Sherwood Anderson, autor admirado por la “generación perdida” su visión intimista de la vida le proporcionó la estupenda acogida del público lector durante décadas, sin olvidar que el norteamericano ofrece un efecto innovador en sus relatos que abre posibilidades nuevas ante un modernismo en la América tradicional y conservadora. Mientras en Europa ese proceso se convertía en algo natural tras las vanguardias, y se trabajaba en conceptos de percepción y de lenguaje, una América, hundida en una profunda crisis, solo veía un proceso de transformación en una sociedad que se alejaba de los presupuestos calvinistas más rurales, y sus críticas se orientaban hacia actitudes psicológicas, ocurre en su propia novela,
Winesburg, Ohio (1919), o
Main Street (1920), de
Sinclair Lewis, y literariamente hablando los 20 fueron de un conservadurismo atroz, la industrialización y la comercialización creciente propiciarían un desarrollo considerable de la cultura y de las letras. La famosa “Era del Jazz”, isla del hedonismo y del materialismo, desembocaría en el Crack de 1929, y cuanto supuso en Norteamérica entre los aspectos morales y los datos económicos que plasmarían escritores de distintas generaciones en sus obras.
Sherwood Anderson forma parte de la tradición clásica emersoniana y whitmaniana, de las leyendas del Medio Oeste, de las tradiciones patrióticas, o de las lecturas de Melville y Borrow y por edad y adscripción literaria pertenece a la llamada “escuela de Chicago” o “Renacimiento de Chicago” que incluye a Theodore Dreiser, Edgar Lee Masters, Carl Sanburg, Sinclair Lewis y Ernest Hemingway. Los primeros pasos literarios de Anderson se centran en una amplia mirada sobre el naturalismo del XIX y en el modernismo del XX, modelos culturales que contribuyeron a un sentido determinista de la economía, que en América supuso un crecimiento industrial y financiero, y el desarrollo de pensamientos filosóficos que provocarían una concienciación de clase que denunciaría la explotación del sistema y la deshumanización de las relaciones humanas que hizo reaccionar a autores como J. T. Farell, Upton Sinclair y John Steinbeck, que con su literatura denunciaron corrupción política y cinismo financiero.
Sherwood Anderson ha dejado de ser un perfecto descocido para la gran mayoría de lectores españoles tras la publicación reciente de algunas compilaciones de sus cuentos,
La chica de Nueva Inglaterra (Nórdica, 2014), la novela
Pobre blanco (Barataria, 2013) y de nuevo, la colección de relatos,
Muerte en el bosque (Traspiés, 2014), además de sus novelas más conocidas,
Winesburg, Ohio (1919) y
Muchos matrimonios (1923). Un austero y escalofriante viaje por la soledad nos hace partícipes de los problemas cotidianos a que se enfrentan los personajes de
Anderson, vistos desde un punto de vista interior, porque en sus cuentos el paisaje rural de fondo conforma esa identificación con el mundo exterior, y la fuerza de la naturaleza se convierte en una cualidad del pensamiento para salir de la alienación a que se ven abocadas sus vidas.
Muerte en el bosque reúne trece relatos que ofrecen lo peor o lo mejor de la vida en la América profunda; una auténtica bajada a los infiernos del alma humana con un lenguaje sencillo y eficaz que, en realidad, procede del habla cotidiana de los habitantes de tan recónditos lugares, y reproduce una charla o una confesión en cualquier calle de un pueblo de Ohio. En todos y cada uno de estos cuentos, la sensación de libertad plena, el contacto constante con la naturaleza, la idea de la bondad del ser humano, conforman una variedad de sorprendentes e interesantes soluciones narrativas, aun cuando apenas si ocurre nada en estas historias. Los relatos de esta compilación, originariamente, de
Death in the Woods and Other Stories (1933), reúne los diez que quedaban inéditos en español hasta el momento, con una nueva traducción de
Miguel Ángel Martínez-Cabeza, además de dos dispersos, “La siembra del maíz” y “La esposa”. Según el traductor,
Anderson había quedado satisfecho con esta colección en la que el narrador comparte la vida que observa, al contrario de sus relatos anteriores, relatados por un observador pasivo sobre el que se impresiona la realidad. El eje temático planteado, en esta ocasión, es la figura de la muerte y el mundo de la mujer. Precisamente, “Muerte en el bosque”, uno de sus últimos cuentos (1933) ha sido comentado por
Harold Bloom, uno de los estudiosos más polémicos de la crítica universal, trata de un personaje que ha sido una víctima durante toda su vida y con tan escasa conciencia de ello que no puede ser considerado grotesco, narra la triste historia de una mujer pobre y sola de la que se han aprovechado toda su existencia.
Anderson ni le rinde homenaje ni se compadece de ella, pero el narrador, claramente un sustituto del propio autor, experimenta su propia transformación consciente del hecho a la vez que se inicia su despertar sexual con la contemplación del cuerpo congelado de la anciana, de un extraño aspecto blanco y adorable como si realmente tras la muerte se hubiera convertido de nuevo en una niña.
Bloom, en su análisis, señala como se siente estremecido e impresionado tras su lectura porque, al centrarse en la visión que el narrador ofrece de la muerte de la vieja,
Anderson reduce la muerte a sus consecuencias estéticas que sirven de material para la historia. El narrador se aprovecha de la anciana tanto como los humanos y los animales se han aprovechado siempre de ella. Uno espera hallar algo de ironía en esa conciencia de la culpabilidad en "Muerte en el bosque", pero no la hay. Esa ausencia indica la pureza de
Anderson como cuentista, y por añadidura sus limitaciones. El resto de cuentos concretan la vida en las montañas, los avatares sentimentales de varias parejas, la pasión por los caballos o las contradicciones entre el espíritu norteamericano y el europeo tras su paso y vivencias por el París de los 20, o los más sensibleros como el excelente, “La esposa”, y la brutalidad del medio, “Juicio con jurado” son otros de los temas que aparecen en estas narraciones de magistral factura y de mejor traducción.