La primera novela de José Carlos Somoza que cayó en mis manos, La caverna de las ideas (Alfaguara, 2000), me deslumbró. Se trataba de un thriller histórico –género en plena efervescencia ya por aquel entonces- ambientado en la Grecia clásica, pero iba mucho más allá de las constantes del género al convertir el relato en una especie de laberinto de espejos deformantes, una intrincada trama, llena de referencias literarias y simbólicas, en la que un supuesto traductor del texto griego se entrometía en el relato mediante una sucesión de notas al pie progresivamente complejas. Creo que no exagero al afirmar que es una de las novelas más inteligentes que he leído.
Su siguiente obra, Clara y la penumbra (premio Fernando Lara 2001), confirmó las expectativas levantadas. Con ella, Somoza regresaba al thriller, pero más como excusa que como eje de la narración, pues el relato se centraba básicamente en el mundo de la «pintura hiperdramática», una imaginaria forma de arte que usa a las personas como lienzos. Siguiendo los pasos de Clara, una modelo, el texto de Somoza, siempre laberíntico, siempre orientado hacia el misterio, nos introducía en un universo sutilmente deformado donde las personas pueden convertirse en objetos y las fronteras del arte se confunden con las de la muerte.
Pero había en Clara y la penumbra un aspecto que no muchos advirtieron: la novela estaba escrita con técnica —aunque no con temática— de ciencia ficción. En efecto, su base argumental partía de la clásica pregunta del género «qué pasaría si...»; en concreto: «qué pasaría si hubiera un arte que convirtiese a los seres humanos en cosas». Es decir, Somoza empleaba sin complejos los recursos de la literatura de género; el thriller, la novela histórica, la ciencia ficción e incluso el relato erótico, como demostró al ganar en 1996 el premio La Sonrisa Vertical con su obra Silencio de Blanca. Pese a esta evidencia, reconozco que me sorprendió su siguiente trabajo, La dama número trece (Mondadori, 2003), porque se trataba de una novela de terror.
Terror, ahí es nada; quizá sea el género menos cultivado en nuestro país y, sin duda, el más denostado. Pese a adentrarse en aguas tan turbulentas, Somoza superó la prueba componiendo una excelente novela de terror donde brujería y creación artística se mezclaban para conformar un mundo irreal, asfixiante y ominoso. Más tarde apareció el —en mi opinión, fallido— thriller La caja de marfil (Mondadori 2004) y así llegamos a su obra más reciente: Zigzag.
Digámoslo desde el principio: aunque ni los editores ni el autor lo confiesen, Zigzag es pura y nítida ciencia ficción. La trama se centra en Elisa Robledo, una joven licenciada en física teórica que es contratada para participar en un proyecto científico cuyo objetivo se centra en capturar imágenes del pasado. Trasladada a unas instalaciones secretas situadas en una isla del Índico, Elisa asiste al éxito del Proyecto Zigzag al contemplar dos filmaciones, una obtenida del periodo jurásico y otra de la Palestina del siglo I. Pero se produce un fallo y la manipulación de las «cuerdas de tiempo» genera por error una entidad implacable, morbosa y maligna que, lentamente, irá acosando y asesinando a todos los miembros que participaron en el proyecto. En ese punto, la trama se escora levemente hacia el género de terror.
Zigzag es una novela muy bien narrada —como todas las de su autor—, con personajes sólidos, diálogos ágiles e inteligentes, un estilo elegante y fluido, y un argumento hábilmente construido que dosifica con sabiduría la información y mantiene en todo momento el interés. En resumen: una novela muy divertida. El problema —si es que se trata de un problema— es que sólo es eso; lo que ya es mucho, ojo, aunque quizá no lo suficiente. Porque las novelas de Somoza antes citadas se adentraban sin complejos en la literatura de género, pero iban más allá, poseían mayor ambición, eran originales y diferentes. Zigzag, por el contrario, despide cierto aroma a déjà vu, a best seller (sea esto lo que sea), incluso diría que recuerda un poco a las novelas de Michael Crichton... sólo que Somoza escribe mucho mejor, por supuesto.
¿Es Zigzag una obra menor? Quizá. ¿Es un error? No lo creo; en mi opinión, nuestro país anda muy necesitado de sólida literatura de género, y eso es precisamente esta novela: una inteligente y amena, aunque también un tanto intrascendente, novela de ciencia ficción. El único pero que cabe ponerle es que, comparada con las mejores obras de Somoza, Zigzag sabe a poco. En cualquier caso, resulta una lectura abiertamente recomendable para cualquiera que disfrute abandonándose en manos de un gran narrador. Y José Carlos Somoza lo es.
Su siguiente obra, Clara y la penumbra (premio Fernando Lara 2001), confirmó las expectativas levantadas. Con ella, Somoza regresaba al thriller, pero más como excusa que como eje de la narración, pues el relato se centraba básicamente en el mundo de la «pintura hiperdramática», una imaginaria forma de arte que usa a las personas como lienzos. Siguiendo los pasos de Clara, una modelo, el texto de Somoza, siempre laberíntico, siempre orientado hacia el misterio, nos introducía en un universo sutilmente deformado donde las personas pueden convertirse en objetos y las fronteras del arte se confunden con las de la muerte.
Pero había en Clara y la penumbra un aspecto que no muchos advirtieron: la novela estaba escrita con técnica —aunque no con temática— de ciencia ficción. En efecto, su base argumental partía de la clásica pregunta del género «qué pasaría si...»; en concreto: «qué pasaría si hubiera un arte que convirtiese a los seres humanos en cosas». Es decir, Somoza empleaba sin complejos los recursos de la literatura de género; el thriller, la novela histórica, la ciencia ficción e incluso el relato erótico, como demostró al ganar en 1996 el premio La Sonrisa Vertical con su obra Silencio de Blanca. Pese a esta evidencia, reconozco que me sorprendió su siguiente trabajo, La dama número trece (Mondadori, 2003), porque se trataba de una novela de terror.
Terror, ahí es nada; quizá sea el género menos cultivado en nuestro país y, sin duda, el más denostado. Pese a adentrarse en aguas tan turbulentas, Somoza superó la prueba componiendo una excelente novela de terror donde brujería y creación artística se mezclaban para conformar un mundo irreal, asfixiante y ominoso. Más tarde apareció el —en mi opinión, fallido— thriller La caja de marfil (Mondadori 2004) y así llegamos a su obra más reciente: Zigzag.
Digámoslo desde el principio: aunque ni los editores ni el autor lo confiesen, Zigzag es pura y nítida ciencia ficción. La trama se centra en Elisa Robledo, una joven licenciada en física teórica que es contratada para participar en un proyecto científico cuyo objetivo se centra en capturar imágenes del pasado. Trasladada a unas instalaciones secretas situadas en una isla del Índico, Elisa asiste al éxito del Proyecto Zigzag al contemplar dos filmaciones, una obtenida del periodo jurásico y otra de la Palestina del siglo I. Pero se produce un fallo y la manipulación de las «cuerdas de tiempo» genera por error una entidad implacable, morbosa y maligna que, lentamente, irá acosando y asesinando a todos los miembros que participaron en el proyecto. En ese punto, la trama se escora levemente hacia el género de terror.
Zigzag es una novela muy bien narrada —como todas las de su autor—, con personajes sólidos, diálogos ágiles e inteligentes, un estilo elegante y fluido, y un argumento hábilmente construido que dosifica con sabiduría la información y mantiene en todo momento el interés. En resumen: una novela muy divertida. El problema —si es que se trata de un problema— es que sólo es eso; lo que ya es mucho, ojo, aunque quizá no lo suficiente. Porque las novelas de Somoza antes citadas se adentraban sin complejos en la literatura de género, pero iban más allá, poseían mayor ambición, eran originales y diferentes. Zigzag, por el contrario, despide cierto aroma a déjà vu, a best seller (sea esto lo que sea), incluso diría que recuerda un poco a las novelas de Michael Crichton... sólo que Somoza escribe mucho mejor, por supuesto.
¿Es Zigzag una obra menor? Quizá. ¿Es un error? No lo creo; en mi opinión, nuestro país anda muy necesitado de sólida literatura de género, y eso es precisamente esta novela: una inteligente y amena, aunque también un tanto intrascendente, novela de ciencia ficción. El único pero que cabe ponerle es que, comparada con las mejores obras de Somoza, Zigzag sabe a poco. En cualquier caso, resulta una lectura abiertamente recomendable para cualquiera que disfrute abandonándose en manos de un gran narrador. Y José Carlos Somoza lo es.